noviembre 07, 2010

"La doctrina Monroe" Manuel Ugarte (1919)

LA DOCTRINA DE MONROE [1]
Manuel Baldomero Ugarte
[1919]

El resurgimiento de esperanzas y reivindicaciones es, en la remoción de valores nacionales que caracteriza el momento actual, una consecuencia inmediata de la conflagración que se liquida. Las guerras se han parecido en todo tiempo a la erupción de un volcán; arrojada la lava y aquietado el cráter, quedan los fenómenos derivados, que llegan a veces a modificar en tomo la composición geológica, la formación geográfica y hasta la atmósfera misma.
La sacudida mundial que ha determinado el derrumbamiento de algunas naciones y el ocaso de determinadas ideas, debe favorecer la situación de otros países y el nacimiento de tendencias hasta ahora desconocidas, dentro de una nueva cosmología de la política internacional; y hemos de preparamos a asistir, no sólo en la zona directamente afectada por la guerra, sino en el mundo entero, a la aparición de corrientes o direcciones que no se habían manifestado aún.
Así vemos que se inicia en América en estos momentos una franca reacción contra un estado de cosas establecido desde el año 1820. La doctrina de Monroe, que excluye a Europa de los asuntos de América y deja a los Estados Unidos la fiscalización de la vida y el porvenir de veinte Repúblicas de habla hispana, empieza a encontrar impugnadores, no ya entre los internacionalistas independientes, sino entre los mismos jefes de Estado.
El presidente de México, general Carranza, declaró solemnemente en un documento público, que desconocía la doctrina y rechazaba sus beneficios -si es que encierra beneficios-, porque veía en ella una forma indirecta de protectorado y deseaba para el país que gobierna la plena y fundamental autonomía.
Tan enérgica manifestación reviste el carácter de una contradoctrina, puesto que opone a la concepción exclusivista y dominadora del célebre presidente norteamericano una manera de ver más amplia que abre de nuevo a todos los pueblos la posibilidad de extender su política universalmente.
Todo ello deriva de la lógica de las latitudes dentro de los nuevos fenómenos determinados por la guerra. No cabe duda de que si los Estados Unidos hacen oír su voz en los asuntos de Asia y Europa, Europa y Asia pueden hacer oír la suya en las cosas de América, porque en política internacional, como en ajedrez, no hay, en realidad, más principios que los que establece la convención del movimiento de las fichas, que deben tener acción equivalente dentro de la reciprocidad.
Aprovechando la circunstancia y adelantándose a una resolución que pudiera dar fuerza de ley a fórmulas parciales y desviadas de su primitiva significación, México inicia una reivindicación de derechos hispanoamericanos y llama la atención de las grandes naciones sobre el abandono o la condescendencia que las ha inducido a hacer sentir su acción en el Nuevo Mundo con ayuda de los Estados Unidos, delegando a menudo en éstos la defensa de sus intereses primordiales.
Hace pocos años, el Gobierno mexicano, en una nota dirigida a Inglaterra, dijo que no se avenía a discutir reclamaciones por intermedio de una tercera potencia y que teniendo Inglaterra representante ante el gobierno mexicano, debía tratar directamente la cuestión que le interesaba.
La entereza con que ese país ha venido encarando los asuntos internacionales en estos últimos tiempos, culmina ahora en una forma concreta, que será apoyada, en cuanto lo permite la situación en que se encuentran, por casi todos los gobiernos de la América Española y que alcanzará la aprobación unánime de los pueblos de nuestro origen. Al tomar esta iniciativa, desafiando las dificultades de orden externo e interno que se pueden prever como represalias, tratándose de un país limítrofe con la potencia cuya primacía se discute, la nación azteca ha realizado un acto histórico. La doctrina de Monroe es de tal importancia para los Estados Unidos, que aun en medio de las preocupaciones generales impuestas por la solución de la guerra, el Senado de Washington pareció no tener más objetivo que discutir la situación en que ese postulado quedaría en el futuro.
Para los hispanoamericanos, la doctrina Monroe es más importante aún. Pudo parecer en los comienzos fórmula adecuada para preservar a todo un continente de una posible vuelta ofensiva del colonialismo; pero se ha transformado en hilo conductor de un daño tan grave como el que se quería evitar. Juzgándola hoy por la gradación de sus aplicaciones y la virtud de sus resultados, no es posible dejar de ver en ella el instrumento de una dominación económica y política que sería fatal para la autonomía y el porvenir de las Repúblicas de habla española.
Si formulara el Japón en Oriente una doctrina parecida, si Inglaterra intentara imponer en Europa una fórmula análoga, nos parecería a todos una incongruencia. ¿Cómo no ha de serlo la pretensión que lleva a los Estados Unidos a erigirse en gerentes de la vida del Nuevo Mundo, a pesar de la diferencia de raza, idioma, religión y costumbres que los separa de los países de Sudamérica?
La protesta de México es una tentativa para rehacer el prestigio de nacionalidades disminuidas por injerencias incómodas; y como ella se aplica a la situación de veinte Repúblicas, como ella puede servir de bandera a la mitad de un continente contra la otra mitad, se puede decir sea cual fuere el resultado de la comunicación que comentamos, que frente a la doctrina de Monroe ha surgido la doctrina de México. El hecho es de tal magnitud que basta llamar la atención sobre él para que todos comprendan la importancia que tiene dentro de la vida americana y dentro de la política internacional.
MANUEL UGARTE

[1] Artículo publicado en El Universal de México, 1919. Reproducido en el libro La Patria Grande, Editora Internacional (Berlín-Madrid), año 1922.

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