Manuel Baldomero Ugarte
[1932]
No cabe en las circunstancias actuales la tendencia que proclama el internacionalismo integral. Es visible, en cambio, que si el nacionalismo es revolucionario, la revolución puede ser nacionalista, sin comprometer, ni disminuir la solidaridad mundial.
En el prólogo que puse a cierto libro de combate, tuve oportunidad de decir cómo podemos encarar el problema los latinoamericanos... o los hispanoamericanos. Como hijo de nuestra América indohispana en su origen, matizada después por aluviones internacionales, animada por la cultura y por la tradición de Roma, entiendo que, paralelamente al problema de la injusticia internacional, debemos enfocar el problema de la injusticia interior.
Existe entre ambos un lazo estrecho. Como el imperialismo encuentra auxiliares en el egoísmo de nuestras oligarquías, las naciones del Sur tendrán que luchar a la vez, contra la plutocracia norteamericana o inglesa y contra los políticos latinoamericanos que sirven los intereses de esa plutocracia. Pero la campaña ha de hacerse teniendo en cuenta la estructura de los pueblos jóvenes. De las doctrinas tomaremos al principio lo que se adapte a la situación, de acuerdo con un criterio basado en el bien común y en el instinto de perdurar. El preceptismo no ha de distraernos de la obra. Por lo demás, no hay verdades absolutas. Sólo hay verdades parciales y temporales, que resultan de la evolución progresiva de cada pueblo dentro del ambiente que le rodea.
Urge defender las autonomías declinantes de las regiones donde la influencia extranjera acentúa su penetración, en tanto que los gobernantes discuten pequeñas intrigas, y los filósofos exponen teorías abstractas, ajenos, unos y otros a la inminencia de la catástrofe. Tenemos la obligación de mantener el patrimonio geográfico, étnico, cultural, que nos deparó la historia. Y como en el curso de esa tarea habrá que acosar a los aventureros de la política, a los especuladores que medran con la ruina del país y a los grupos privilegiados que por avidez o por snobismo favorecen los planes del invasor, todo indica que llegaremos a la ciudad futura por el camino del nacionalismo popular.
Así se simplifican y se enlazan los propósitos que inspiraron la rebeldía. No podemos salvar la nacionalidad sin remover el ambiente; no podemos modificar el ambiente sin afianzar la nacionalidad. Vasos comunicantes de una aspiración superior.
Porque las máximas se transforman al hallarse en contacto con la existencia, en su expresión ejecutiva y global, bajo la imposición de factores ajenos a su esencia y a sus mismos defensores. Por puro que sea un ideal, sufre la influencia de corrientes locales y universales.
El problema reside ahora en el enlace de dos direcciones igualmente poderosas, cuyo antagonismo virtual ha de convertirse en colaboración más o menos visible: el nacionalismo y el anticapitalismo. Porque así como el nacionalismo, que significa preservación de la colectividad, no puede realizarse plenamente sin aceptar las tendencias populares, el gobierno popular, en su amplio desarrollo, no logra sostenerse por ahora sin ayuda del nacionalismo. La situación en que ha quedado el mundo, después de los recientes choques materiales y morales, trae al terreno de las realizaciones un viejo debate ideológico que parece imponer la presencia espiritual de Jean Jaurés, sancionando que la nación es todavía el molde en el que se vuelcan las doctrinas. Pero claro está que en el cuadro de la nación hemos de ser siempre los renovadores que persiguen la metamorfosis total.
MANUEL UGARTE
[1] De El dolor de escribir, Madrid, Compañía Ibero-Americana de Publicaciones, 1932.
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