PALABRAS EN MÉXICO [1]
“Renovemos nuestra vida”
Manuel Baldomero Ugarte
[11 de Febrero de 1912]
Desde que llegué a este país, que ha sido y debe seguir siendo el baluarte de nuestra raza en América, experimento el deseo vivísimo de venir a depositar unas flores al pie del monumento de los cadetes que se sacrificaron defendiendo a su patria en 1848. El temor de parecer ir en busca de vanos exhibicionismos, que serían criminales en las circunstancias que atravesamos, me obligó a aplazar el cumplimiento de este deber. Pero si desde el primer día no vine a postrarme aquí, mi recuerdo visitó a diario este lugar y en medio de las agitaciones de las últimas semanas mis ojos no se apartaron del sitio donde se levanta esta columna a manera de protesta inextinguible de todo un Continente.
Lo que saludamos hoy, no es solamente un instante glorioso de nuestra historia, no es un episodio inolvidable de la vida continental; - es un gesto sintomático del cual podemos enorgullecernos todos, porque traduce de una manera vigorosa el estado de espíritu de los 80 millones de hombres que defienden en el Nuevo Mundo, subdivididos aparentemente, pero en realidad inseparables, sus costumbres, sus tradiciones, sus derechos, su razón superior de vida.
En este mausoleo hay una advertencia, un programa y un símbolo. Aquí está el admirable valor, tan mal aprovechado y dirigido por los gobiernos, de nuestra raza; aquí está la bandera nacional, desgarrada en los combates, pero insustituible mientras vivamos nosotros; aquí está un llamado a la unión de nuestras débiles repúblicas, amenazadas por la expansión de los fuertes ; y de aquí surge, en síntesis, un programa para nuestra vida futura.
Sin vanas provocaciones, al margen de las jactancias inútiles, respetando el orgullo de los demás como queremos que los demás respeten el nuestro, inclinémonos ante esta tumba porque el legado más noble de los pueblos es el patriotismo y a nadie puede sorprender que proclamemos en voz alta nuestra admiración hacia nuestros héroes y el propósito Inquebrantable de defender la patria contra todas las agresiones.
Me siento tan emocionado como vosotros porque la América Latina tiene que ser una en los momentos de prueba; y hago votos para que si un nuevo atentado se desencadena mañana sobre cualquiera de nuestras repúblicas la opinión se levante unánime, imponiendo a los gobiernos la solidaridad salvadora.
Por sobre los egoísmos de los que mandan están las necesidades supremas de los pueblos; y los latinoamericanos empezamos a sentir desde el golfo de México hasta las Pampas argentinas la palpitación innegable de un organismo superior que al atenuar nuestras debilidades, atenuará también los apetitos y será la mejor garantía de paz dentro del Continente.
Nada de reconvenciones, ni de lamentos. Los pueblos fuertes se expanden por la propia virtud de su vitalidad y serían vanas las palabras. Los débiles, por su parte, cuando se ven obligados a replegarse, no deben perder el tiempo en verter lágrimas; deben tratar de rehacerse, aprovechando cuanta circunstancia les sea favorable para defender su personalidad.
Necesitamos llevar la vida por sus verdaderos rumbos y orientar la acción de las repúblicas nuevas hacia la obra de solidificación que debe imponer nos al porvenir. No es vida verdadera la que llevamos ahora, entregados a revueltas infecundas; no es vida verdadera la que llevamos ahora, sometidos a primacías que inmovilizan nuestra acción en el mundo y nos atan a la órbita de pueblos extraños... Si no sabemos reaccionar a tiempo, nuestros muertos gloriosos de hace un siglo se levantarán de sus tumbas para arrancarnos de las manos las banderas que no hemos sabido defender.
¿Qué importa que estas ideas superiores de patria hispanoamericana nos pongan momentáneamente al margen de la popularidad oficial y los cargos públicos, combatidos y sitiados como estamos por las fuerzas que ansían el predominio en nuestra América, si tenemos por lo pronto la satisfacción de gritar la verdad que todos callan y si contamos en el porvenir con la aprobación y las consagraciones inevitables?
Se nos hace el argumento de la civilización. La civilización, como la libertad, ha servido en todas las épocas para justificar rodos los atentados. En nombre de la libertad impuso Napoleón su dominación a toda Europa; en nombre de la civilización Europa se repartió el Asia y el África, sometiendo a pueblos enteros a su poderío. Los que invocan la civilización para ir a sofocar revoluciones, las fomentan secretamente; y es tan eficaz la civilización de que se han hecho defensores, que si contemplamos en conjunto el estado de los pueblos de América vemos que son precisamente los que por la distancia u otras causas han escapado hasta ahora a la influencia del norte, Argentina, Brasil, Chile, o los que por su altivez la han resistido, como México, los que han prosperado más y que son las regiones sometidas a la influencia directa las que, como la América Central, se encuentran más retrasadas en su evolución. Defender la civilización equivale siempre para los pueblos fuertes a extender su influencia; pero aún que por imposible fueran sinceros en el empeño si la civilización solo puede ser alcanzada al precio de nuestras autonomías, nosotros renunciamos al peligroso presente de las cadenas de oro.
Y no nos dejemos burlar por la paradoja de que los vencidos pueden ser los Gobiernos. Decir cuando hay una derrota en las luchas internacionales que el vencido es el régimen imperante en el país, es jugar lamentablemente con las palabras. El vencido será siempre el país, sean cuales sean las sanciones que se tomen contra los hombres que lo dirigieron en el momento desgraciado. Los Presidentes y los Ministros no fueron gerentes de su propia vida, fueron gerentes de la vida y del porvenir de la nación y es esta la que debe soportar las consecuencias de sus errores, no sólo en sus generaciones actuales, sino hasta en sus generaciones por venir, en las que ninguna intervención ni responsabilidad pudieron tener, no ya en la gestión del asunto, ni siquiera en la elección de los que lo tramitaron.
Por eso es que el recuerdo de los mártires de Chapultepec es el mejor acicate en la labor que comenzamos. Tenemos que renovar la concepción de la nacionalidad, del gobierno, y de la vida, tenemos que fortificarnos diariamente, no para sacrificarnos de nuevo, sino para mantenernos sin reveses, no para hacernos matar, sino para obtener el respeto, no para continuar la era de las abnegaciones, sino para abrir al fin el ciclo de nuestra estabilidad.
MANUEL UGARTE
[1] Fuente: publicado en el libro Mi campaña hispanoamericana, Edit. Cervantes, Barcelona, 1922.
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