abril 20, 2011

Discurso de Jose E. Rodó en su proyecto de ley sobre estudios históricos y derogación de las leyes de duelo nacional (1911)

SELECCIÓN DE DISCURSOS PARLAMENTARIOS *
Cámara de Representantes de Uruguay
Proyectos de ley sobre los Estudios históricos y derogación de las leyes de Duelo Nacional
José Enrique Rodó
[25 de Marzo de 1911]

PROYECTO DE LEY
El Senado y Cámara de Representantes de la Republica
Oriental del Uruguay, etc., etc.,
DECRETAN:
Articulo 1° El Poder Ejecutivo comisionará a una persona idónea en estudios históricos, para que verifique, en los archivos de España, una investigación encaminada a reproducir o extractar los documentos de interés que se relacionen con la historia nacional.
Art. 2° De acuerdo con la persona que sea designada, el Poder Ejecutivo fijará el tiempo que deba prudencialmente durar dicha investigación.
José Enrique Rodó,
Diputado por Montevideo.
En noviembre de 1906, el representante diplomático de la República en Alemania, doctor don Luis Garabelli, se dirigía por nota al Ministerio de Relaciones Exteriores, manifestando que un reputado historiador alemán, de regreso de España, le había encargado la conveniencia que habría para el Uruguay en designar sin demora una persona entendida en su historia nacional, a fin de proceder los archivos españoles a la copia de documentos de cuya profusión e importancia había tenido ocasión de formar idea, al investigar, con otro objeto, aquellos archivos.
Agregaba el doctor Garabelli que, en concepto de su autorizado informante, urgía dar principio a esa investigación, porque el tiempo deterioraba los pergaminos y papeles, a tal punto, que pronto se perdería para nuestra historia tan preciosa fuente de conocimientos.
Esta comunicación vino a avivar, en el espíritu de los que se interesan por los estudios históricos nacionales, el sentimiento de una necesidad de que ha tiempo tenían conciencia, y que nunca se había tendido a satisfacer, pues ni por encargo oficial, ni por iniciativa privada, se han realizado nunca, en los archivos españoles, investigaciones metódicas y asiduas, del punto de vista del interés histórico de nuestro país.
En lo que se refiere a la historia general del Río de la Plata, los historiadores argentinos han atendido a esa necesidad, e investigadores como el general don Bartolomé Mitre y el doctor don Vicente Quesada han explorado con fruto en los copiosos legajos del «Archivo de Indias»; pero es evidente que esos estudios de conjunto, o de aplicación especialmente argentina, no pueden llenar las exigencias de un conocimiento particular y preciso de la historia uruguaya; sin contar con que, aún tratándose de hechos de común interés, el criterio para guiar la investigación y valorar los testimonios puede diferir profundamente entre los que se inspiren en el sentimiento de una y de otra nacionalidad.
La obra más completa y fundamental que hasta hoy poseemos sobre la dominación española y la revolución de 1811—la «Historia» del señor Bauzá,—fue preparada por su ilustre autor con amplia base de erudición bibliográfica; pero, en punto a investigación de archivos, sólo le fue dado poner a contribución los del propio país y algunos de los de Buenos Aires.
Vasto campo queda, seguramente, para quien busque ensanchar la extensión de esas primeras noticias, en los depósitos de documentos de la antigua metrópoli.
El «Archivo de Indias», radicado en la ciudad de Sevilla, atesora inagotable manantial histórico relativo al descubrimiento, conquista, colonización y gobierno de las que fueron posesiones españolas de América. Sólo una parte de esta riqueza documental ha sido ordenada y publicada en colecciones muy interesantes y meritorias, sin duda, pero necesariamente incompletas del punto de vista de nuestra historia propia y de las investigaciones a ella referentes, como las dos extensas compilaciones de Documentos inéditos sobre las colonias españolas de América y Oceanía; las Cartas de Indias, las Relaciones Geográficas de Indias, y algunas otras obras semejantes, a las que hay que agregar los documentos obtenidos por la investigación personal de eruditos americanos.
Fuera de ese importantísimo depósito, ofrecen abundosa cosecha de material histórico americano algunos otros de los archivos españoles. Así, en el famoso de Simancas, se guardan numerosos papeles de los antiguos Consejos de Indias. El «Histórico Nacional», de Madrid, a donde confluyeron las colecciones particulares de los monasterios y conventos clausurados en el transcurso del pasado siglo, contiene la correspondencia epistolar enviada de Indias a aquellas instituciones religiosas. En los archivos eclesiásticos y los de propiedad privada, será difícil también al investigador, orientado por un dominio suficiente de las fuentes históricas, realizar más de una exploración eficaz.
Puede contarse de antemano con la benévola disposición del gobierno y de los archiveros españoles, para ayudar a una tarea que tendrá, por otra parte, provechosas guías en obras de descripción de los archivos de España, como el libro monumental de Rodolfo Beer, publicado en Viena en 1894, y otros análogos, citados por el ilustre historiógrafo Rafael Altamira en su interesante monografía de los archivos, museos y bibliotecas de aquel país.
Dando resultado la investigación que propone mi proyecto de ley, no deberá ser sino el primer paso de un plan más vasto de estudios de ese orden, que abarque los archivos de otras naciones europeas, como la Inglaterra y Portugal, y los de las repúblicas americanas, especialmente las limítrofes de la nuestra, donde, además de los depósitos públicos, consta que existen, en poder de particulares, colecciones preciosas en lo relativo a nuestro interés nacional y cuya adquisición se haría, más de una vez, con relativamente escaso dispendio.
Complemento necesario de este plan de investigaciones sería también la institución de becas para el estudio, en los centros europeos, de los cursos (le diplomática y trabajos prácticos de bibliotecas y archivos: aplicaciones que constituyen en todo país de plena civilización una aptitud profesional diferenciada:
Mientras preparamos estos investigadores técnicos urge comenzar la tarea utilizando la laboriosidad y las luces de algunos de los eruditos, formados por propia vocación, con que contamos en materia histórica.
Por lo que toca a los archivos de España, a que se concreta, el ensayo propuesto en mi proyecto, la demora puede no significar en todos los casos una nieta pérdida de tiempo. El estado de conservación de aquellos archivos, a pesar de la labor inteligente y esforzada del benemérito cuerpo de archiveros españoles, tiene que resentirse aún de las vicisitudes y de la, desorganización de muchos años y de la instalación inapropiada en que permanecen algunos de ellos, como en el de Simancas; por lo cual el peligro de desaparición de verdaderas riquezas, que apuntaba el señor ministro Garabelli en su nota, es muy real y digno de tomarse en cuenta.
Apenas me parece necesario entrar en otro género de consideraciones.
No sólo la creciente complexidad de nuestra, cultura científica requiere ya que concedamos verdadera atención a un orden de estudios, tan relacionado con los más altos intereses sociales como los que se refieren a la historia, sino que, en nuestro país más que en otro alguno, esa atención debe ser considerada una exigencia imperiosa de la conciencia nacional. Hasta hace poco tiempo, nuestra literatura histórica fue siempre tributaria de la de países vecinos, cuya actividad en tales estudios se adelantó en mucho a la nuestra; y esa circunstancia, además de reducir considerablemente el campo de investigación relativo a lo peculiarmente nuestro, contribuyó a presentar amenguada y privada de sus más legítimos prestigios la participación de nuestro pueblo en páginas de la historia americana que al criterio extraño interesaba interpretar de modo adverso a la integridad de nuestras tradiciones patrióticas. Sólo el instinto popular salvó, durante muchos años, el culto de aquellos hechos y personalidades del pasado que no podíamos reivindicar, contra apasionadas detracciones, con la autoridad de una historia que no teníamos escrita. El esfuerzo meritísimo de investigadores y escritores que han carecido de otro estímulo que su noble y desinteresada vocación, tiende a llenar desde hace algún tiempo tan deplorable vacío; comenzamos a tener historia nuestra; pero es necesario que a la iniciativa individual se una, para la prosecución de esa obra, la cooperación decidida del Estado, única que puede tender eficazmente a acumular los elementos de investigación y de estudios cuya deficiencia es el más poderoso obstáculo con que han luchado hasta ahora los que han querido dedicar sus atañes a escribir de historia natural.
Montevideo, 25 de marzo de 1911.
José Enrique Rodó.

A la Comisión de Instrucción Pública.
El señor representante don Josa Enrique Rodó presenta el siguiente
PROYECTO DE LEY
El Senado y Cámara de Representantes de la República
Oriental del Uruguay, etc., ele.
DECRETAN
Artículo 1° Desde la promulgación de la presente ley dejarán de conmemorarse las fechas declaradas, por leyes anteriores t de duelo nacional.
Art. 2° Comuníquese, publíquese, etc.
JOSÉ ENRIQUE RODÓ,
Diputado por Montevideo.

EXPOSICIÓN DE MOTIVOS
La consagración, por la ley, de fechas permanentes de duelo nacional, es una extravagante originalidad de nuestras costumbres cívicas, que sólo puede subsistir por la inercia con que suelen mantenerse, en medio de la general indiferencia, los más absurdos legados de la tradición.
Desde luego, la perpetuidad de estas conmemoraciones fúnebres pugno con todo concepto real de la vida y del espíritu de una sociedad humana.
Se comprende, —y aún se justifica,— que, bajo la inmediata impresión de un acontecimiento que conmuevo dolorosamente el ánimo público, quiera extenderse al porvenir la sombra de esa pena, y que, por más o menos tiempo, se evoquen, como manifestación sensible del recuerdo, los signos de aquella primitiva impresión. Pero no se justifica ni comprende que esto no haya de tener término. Con el paso de los años y la renovación de las generaciones. Aún en la limitada duración de la vida doméstica, los duelos de familia deben ceder, y ceden, a la normalidad de la existencia, que vuelve a su cauce, y recobra su tono habitual, comenzando por abandonar las exterioridades del luto.
Las fechas gloriosas, los días de júbilo y orgullo para la comunidad, tienen títulos suficientes con que perpetuarse y motivar imperecederas conmemoraciones, porque son en sí mismos una afirmación de vida, un estímulo perenne de los sentimientos que exaltan la vitalidad social y vinculan al porvenir con el pasado por el lazo de continuidad que se sobrepone a la muerte, a los contrastes, a los dolores, y lleva triunfalmente adelante la entidad colectiva de un pueblo.
Sólo una sociedad que se reconociera en condiciones persistentes de humillación y de luto; en secular esclavitud, como los polacos, o en perdurable expatriación, como los judíos, podría buscar naturalmente retemplar su sentimiento patrio consagrando fechas constantes de duelo público, que en pueblos progresistas y libres no tienen razón de ser sino, a lo sumo, hasta cierto tiempo después del infortunio o la calamidad que hayan interrumpido el ritmo normal de su existencia.
Aún más de relieve aparece la anomalía de estas conmemoraciones en nuestro país si se consideran los motivos que las determinan.
Nuestros duetos nacionales conmemoran el fallecimiento, en tiempos lejanos, de hombres ilustres de nuestra historia, que pagaron su tributo a la Naturaleza después de haber desenvuelto ampliamente su personalidad y su obra, ganando gloria para sí y para su patria.
Vincular al recuerdo del hecho natural de la muerte de un hombre, —después de medio siglo, o más, de haber desaparecido de la tierra, y cuando han desaparecido también casi todos los que fueron sus contemporáneos,— la afectación de un dolor público imposible de sentir, es un convencionalismo repulsivo en fuerza de su falsedad.
A los hombres ilustres se les honra recordándoles en las mil formas consagradas por el uso universal: perpetuando su imagen en estatuas, y su vida en la historia, festejando el aniversario de sus triunfos, o de sus grandes hechos, o el centenario del día en que vinieron al mundo: conmemoraciones todas que se asocian a sentimientos de entusiasmo y de júbilo, muy justificados en las generaciones que se enorgullecen de ser las herederas y mantenedoras de su gloria: no se les honra señalando eternamente, con falsos signos de dolor, el día en que el cumplimiento de una ley natural dio necesario desenlace a la obra fecunda que les sobrevive y constituye como la personalidad ideal en que se inmortalizan.
Que, en algún caso, la muerte haya sido prematura o violenta, trayendo consigo la gloria del martirio, no hasta para desvirtuar, lo fundamental de las razones que he invocado: la absoluta impropiedad de «duelos» sempiternos de la vida de un pueblo que avanza y se renueva; tanto más cuanto que la abolición del «duelo oficial» no significa, para la historia, olvido ni renuncia a la aplicación severa de sus fallos y de sus castigos en la forma conciliable con la influencia aquietadora del tiempo.
Nada más plausible y edificante, para la educación cívica de nuestro pueblo, que la obra de fomentar en él la admiración y el culto de lo que hay de grande en su pasado; pero, precisamente, en interés de esa obra, deben proscribirse las falsedades y las vetusteces que tienden a que el sentimiento popular no vea sino vanas ficciones en la conmemoración de los recuerdos que deben representársele con una viva y gloriosa realidad.
José Enrique Rodó.
Montevideo, marzo 25 de 1911.
A la Comisión de Constitución y Legislación.

* Fuente: Rodó, José Enrique. “Hombres de América (Montalvo – Bolívar - Rubén Darío) Discursos Parlamentarios – Selección de los discursos pronunciados en la Honorable Cámara de Representantes de Uruguay, pag. 160 y ss., Ed. Cervantes-1920.

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