MENSAJE
DEL
JEFE DE GOBIERNO DE LA CIUDAD AUTONOMA DE BUENOS AIRES
Jorge Telerman
AL ABRIR LAS SESIONES EN LA LEGISLATURA
EL 1° DE MARZO DE 2007
Muy buenos días a todos, señoras diputadas, señores diputados, autoridades del Tribunal Superior de Justicia, autoridades y compañeros del Poder Ejecutivo, trabajadores de la ciudad, autoridades presentes, público, trabajadores de esta queridísima Casa que es la Legislatura, señora Defensora del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires: es realmente con enorme satisfacción, entusiasmo y responsabilidad que quiero decirles que me es enormemente grato volver a esta Casa, en la que durante tanto tiempo estuve, para dirigirme a los ciudadanos y ciudadanas vecinos de Buenos Aires y a todos ustedes en un escenario que, estoy convencido, es de recuperaciones, en el que se renuevan las ganas de trabajar por nuestra amada Buenos Aires.
Recuperaciones que fueron ganadas, sin duda, con el esfuerzo de todos; recuperación que fue sostenida respecto de la actividad económica y el mejoramiento de las condiciones de vida de la población; recuperación y despegue de una Ciudad de Buenos Aires revitalizada, más pujante, más justa, más bella, mejor cuidada.
También hay una recuperación en la calidad del diálogo entre los poderes del Estado a nivel local. Me comprometí a la búsqueda de un mejor diálogo, y ustedes lo recordarán. Espero haber estado a la altura de mi discurso de asunción, especialmente en cuanto a la relación entre el Poder Ejecutivo y la Legislatura, cuando dije que estábamos absolutamente dispuestos a escuchar, a comprender, a pedir ayuda y colaboración de todos; defendiendo posiciones, pero escuchándonos.
También hay una recuperación en la calidad del diálogo entre los poderes del Estado a nivel local. Me comprometí a la búsqueda de un mejor diálogo, y ustedes lo recordarán. Espero haber estado a la altura de mi discurso de asunción, especialmente en cuanto a la relación entre el Poder Ejecutivo y la Legislatura, cuando dije que estábamos absolutamente dispuestos a escuchar, a comprender, a pedir ayuda y colaboración de todos; defendiendo posiciones, pero escuchándonos.
Esta regeneración de vínculos fue y es particularmente importante, considerando la dolorosa crisis institucional de la que venimos y a partir de la cual nos hicimos cargo del Gobierno. Hablo –y ustedes lo saben– de la crisis desencadenada por la tragedia de Cromañón, de la que ayer se cumplieron 26 tremendos meses. Esto comprometió seriamente la capacidad de funcionamiento del Estado. Al asumir como Jefe de Gobierno, también acepté la necesidad de salir adelante, recordando, pero avanzando. Creo que pudimos, y lo estamos haciendo entre todos.
El mismo día de la asunción mencioné nuestra identificación con un proyecto de transformación anclado en ejes tan básicos, y sin duda compartidos, como son el de la plena inclusión social, la redistribución del ingreso, el de un mejor, mayor y sostenido desarrollo económico. Hablo de un proyecto que no fuera retóricamente progresista, sino de un progresismo eficiente, hacedor, popular; un progresismo no de frases hechas ni de unión ofendida y temerosa ante otros, sino de realizaciones concretas, capaz de transformar a la política, al Estado y a la sociedad; también capaz de innovar con audacia y articular no solamente con buenas intenciones, sino con inteligencia y capacidad emprendedora de cada uno de los actores sociales, económicos, políticos, de nuestra querida ciudad.
No me interesa hacer comparaciones hacia atrás, que siempre son mezquinas y seguramente poco pertinentes, pero sí importa que podamos y sepamos entre todos construir y realizar el sueño de una ciudad cada vez más equitativa, moderna, inclusiva y a la vez más armónica y equilibrada. Una ciudad siendo todo esto, es además una ciudad más bella, pero bella para todos; una ciudad en la que sea hermoso y digno vivir.
Ese proyecto de ciudad hace a la necesidad de trabajar en un modelo estratégico que trasciende largamente uno, dos, tres o cuatro períodos de gestión. Trasciende a un Ejecutivo en particular; sin duda a un mandato en particular: involucra al Estado y a la sociedad, y cuenta con las herramientas institucionales que hemos sabido dar. El plan estratégico es una de ellas y hemos trabajado mucho en ese sentido, porque aún asumiendo la iniciativa del planeamiento y construcción de una ciudad mejor, como nos corresponde como Poder Ejecutivo, incentivamos también la discusión con los otros, con la ciudadanía.
Hemos promovido y asistido a más de 70 reuniones de grupo de trabajo en las que participaron decenas de organizaciones sociales. El 18 de octubre pasado se realizó la primera asamblea general del Consejo de Planeamiento Estratégico. Y si el Plan Estratégico no señala una visión de la ciudad, el Plan Urbano Ambiental es otra referencia de primer orden –y ustedes lo saben, porque están al tanto de que ya ha sido remitido a esta Legislatura– que contiene los lineamientos cruciales para la redefinición del modelo de ciudad.
Hoy, tras tanto tiempo de desinversión pública, le toca al Gobierno que encabezo la ruidosa tarea de romper, cavar, construir, molestar a los transeúntes, para continuar las obras que necesita la ciudad. También en este hervidero de construcción late una noción recuperada de futuro. Es por esa razón que hemos destinado alrededor del setenta por ciento de la inversión pública a la recuperación de nuestro Sur, del Sur de la Ciudad. Es por eso que hemos destinado niveles récord de inversión a la obra pública, cuyos beneficios impactarán positivamente, estoy convencido, en el mediano –algunos, en el corto– y el largo plazo.
Estas altas y récord cifras de inversión de la infraestructura pública se traducen en números concretos. No quisiera apabullarlos, pero debo decir que durante el año 2006 se ejecutaron obras por 1.300 millones de pesos; se ejecutó cerca del 85 por ciento del plan de inversiones, un porcentaje inédito a nivel de los gobiernos provinciales; se realizaron obras por 500 millones de pesos más respecto al 2005, es decir un 60 por ciento más que ese año.
Hacia fines del año pasado se sancionó el presupuesto –como ustedes lo recuerdan– con idas y vueltas, con conversaciones, con cosas que ustedes señalaron y nosotros escuchamos y cambiamos. La convicción que sin duda nos reúne a todos de trabajar por el bien común, no nos tiene que hacer sentir mal, ni ofendidos, a ninguno, cuando reconocemos que el consenso, aun diferente de la idea precisa que teníamos, es siempre mejor para arribar al bien común que buscamos, que luchar por conservar una supuesta convicción personal.
Durante el año 2006 se recaudaron 7.500 millones de pesos, lo que representó un crecimiento del orden del 25 por ciento en relación con el año anterior. Esos datos, más el presupuesto equilibrado a nivel financiero, sin emisión de deuda y con un fuerte compromiso para la prosecución del plan de inversiones indican que hoy, en el presente, tenemos ante nuestros ojos innumerables ejemplos de transformación positiva.
En este sentido, quisiera comenzar con lo que me parece que es primordial: la batalla por la inclusión social plena contra la pobreza, contra la indigencia, en una ciudad en la que el empleo formal creció 6.3, entre noviembre de 2005 y noviembre del año 2006. El impacto del programa, que tanto hemos discutido y conversado aquí, lo hemos enriquecido. El programa de Ciudadanía Porteña, con todo derecho, ha sido enormemente positivo, y tenemos datos palpables. A tal punto, que podemos decir que estamos en camino franco a derrotar muy próximamente la indigencia estructural en la Ciudad de Buenos Aires.
Sabiendo de la relación que a veces se establece entre la exclusión y el delito, toda política social de integración, de crecimiento, es también una herramienta de lucha contra la inseguridad. El hecho de que los ingresos fabriles totales de la ciudad han experimentado un crecimiento del 10 por ciento en los primeros tres trimestres del año 2006 se constituye en un hecho creador de más cohesión social. El crecimiento económico, estimulado también por nuestras políticas locales para el desarrollo económico, puede ir en esa misma dirección según cómo se lo oriente. La tasa de desocupación en el primer trimestre de 2003 –ustedes lo recordarán– era casi del 18 por ciento; bajó al 11,6 en el primer trimestre de 2005, al 9,2 en el tercer trimestre de 2006, y se está proyectando una baja para este año.
Aunque la lucha contra la pobreza llevará sin duda, lo sabemos, muchos años y mucho esfuerzo, hoy podemos decir que toda persona indigente en condiciones de difícil supervivencia, de obtención de recursos básicos, como la alimentación, y que sea ciudadana de la Ciudad de Buenos Aires, tiene el derecho efectivo de recibir del Estado los recursos económicos necesarios y suficientes para salir de esa situación terrible, desgarradora e inmoral de indigencia por ingresos.
En el momento del lanzamiento del programa Ciudadanía Porteña dijimos que apuntaba a ser una tarea innovadora, potente y audaz. Así fue, si se considera hasta qué punto nos acercamos a un ideal en términos de escala, en términos de transparencia, universalidad, integralidad, nada de clientelismo, y eficacia. Concebimos el programa desde la perspectiva del cumplimiento de los derechos sociales de los ciudadanos, y supimos articular una política de transferencia de los ingresos con el control de la salud materno-infanto-juvenil, la escolarización y la permanencia en la escuela de los niños y los adolescentes. Es una de las fortalezas del programa Ciudadanía Porteña, y no me caben dudas: los beneficiarios no reciben dádivas, ya que deben hacerse cargo de obligaciones, de deberes, de responsabilidades y de compromisos. Las estadísticas más recientes nos indican que el programa impacta sobre la calidad de vida de más de 70 mil hogares, beneficiando a los que viven en ellos, más de 250 mil personas. Casi el 90 por ciento de los titulares de los hogares beneficiarios son mujeres, lo que nos revela otro escándalo social. Entre las personas que integran los hogares beneficiarios, hay más de 120 mil personas de hasta 18 años, es decir, casi la mitad de las personas beneficiadas.
Los resultados y el ritmo en que estamos consiguiendo mejorar los indicadores sociales, marcan un progreso –insisto, es mucho lo que aún hay que andar–, marcan un mejoramiento, claramente mejor que los de escala nacional. Puedo decir, entonces, con enorme satisfacción, que considero estos resultados como un logro muy destacado de ésta, nuestra gestión, y de una acción colectiva trabajada claramente con los representantes del pueblo de la Ciudad de Buenos Aires. Me refiero a un logro destacado de esta gestión, también producto de haber pensado y actuado no por los datos de coyuntura, sino por los de largo plazo. No hay posibilidad de un futuro mejor para todos en una ciudad con pobreza e indigencia. Y al futuro hemos apelado cuando nos anclamos en el imaginario de la ciudad del Bicentenario; al futuro, y a lo mejor de aquella visión que hizo posible a la Buenos Aires de 1910, ciudad respetada en todo el mundo y también ciudad promesa, ciudad expectativa, emblema de una noble idea de progreso.
Y hoy nos toca a todos, a toda la sociedad, pero esencialmente a nosotros –mujeres y hombres con voluntad de representación política–, asumir nuestra condición de ser la generación del Bicentenario. Somos la generación del Bicentenario. Y como Jefe de Gobierno estoy absolutamente convencido de que el proyecto de la Ciudad de Buenos Aires del Bicentenario y de un futuro sustentable a largo plazo, debe ser producto de una clara visión de lo que significa lo público y también el espacio público.
No creo en las concepciones puramente administrativistas de un gobierno, porque suelen ser insulsas y no tener capacidad transformadora; débiles, o a veces inercialmente autoritarias. Una gestión fuerte en el buen sentido cabal del término es necesariamente una gestión que revela valores, conceptos, ideas e ideologías, y eso es lo que se pone en juego cada vez que se sostiene cualquier decisión de peso.
Por supuesto que la recuperación del espacio público, vital en términos democráticos, es también un asunto de excelencia de la gestión y nuestra obligación. Pero no tengo el menor reparo en afirmar que la noción de lo público y del espacio público es para mí una cuestión de absoluta centralidad política, conceptual e ideológica. Recuperar el espacio público significa recuperar el escenario en el que el pueblo vive y despliega su historia. Si hay un lugar que nos pertenece y que todos atravesamos sin importar nuestra condición o posición social es nuestro espacio público. Se trata del lugar que nos convierte en vecinos, en ciudadanos y en parte de una misma comunidad. Es el lugar de nuestra convivencia con los otros, con el otro, de nuestra biografía, de nuestros afectos, de nuestros proyectos colectivos, de sueños y disfrute en común.
Finalmente, cada vez que encaramos una obra que tiene que ver con el espacio público y su embellecimiento, entendemos la tarea como una estrategia de integración social y territorial, porque el acceso a un espacio público más bello y más seguro debe ser para todos y no para pocos.
Mejorar las plazas, peatonalizar, ganar nuevos espacios verdes, revalorizar el patrimonio arquitectónico no son tareas de cosmética urbana: son tareas que hacen a la construcción de una ciudad más humana, más nuestra y más vivible.
Hago mías unas frases de quien nos visitara hace unos meses: uno de los más grandes geógrafos y urbanistas, de origen británico, David Harvey, que decía provocadoramente, sobre todo para nosotros, gobernantes y representantes políticos, que si las ciudades no coinciden con nuestros deseos, entonces éstas deben ser cambiadas y no los deseos de un pueblo.
Soy de los creen que las transformaciones colectivas se viven en la dimensión de los afectos y de los deseos. Se dice con frecuencia, y seguramente es verdad, que a la política le faltan ideas. A veces nos faltan ideas. Peor es que nos falten sentimientos, afectos y valores. Son los valores de solidaridad e integración, tanto como las razones objetivas, materiales, urbanísticas y técnicas de los nuevos equilibrios a los que debe llegar la ciudad, los que nos comprometieron hace años a la recuperación de la Zona Sur de Buenos Aires; la más castigada, tanto por la desinversión pública como por el ciclo de modernización excluyente.
Ya he dicho que buena parte de nuestros esfuerzos en materia de inversión y gestión tienen el sur de la ciudad como meta estratégica y sostenida. El desarrollo del Sur en una ciudad que padece serios problemas de concentración demográfica y edilicia es para nosotros, sin duda, y para ustedes –estoy convencido– una política de Estado. Trabajamos en una estrategia para abrir a la inversión privada nuevas oportunidades y para hacer de la zona sur un extenso polo de desarrollo productivo.
¿Cuáles son las realizaciones concretas, materiales, a las que llegamos, desde el Estado, mediante la articulación sinérgica del Estado y el sector privado? Enumero algunas de ellas de manera realmente resumida. Recuerdo el Polo Farmacéutico, en donde hay trece empresas en funcionamiento; el edificio de la ex fábrica Suchard, con sus diez pisos de altura, en el que se desarrolla un parque industrial en el cual empresas comparten áreas y servicios comunes: es decir, el Estado articulando mayor dinamismo en el sector privado; el Centro Metropolitano de Diseño, en el que tanto tuve que ver desde su lanzamiento, en donde ya se invirtieron más de 30 millones de pesos y en el que inauguramos un complejo de seis laboratorios/talleres dedicados al desarrollo de nuevos productos y a la innovación en la industria local que, sin duda, una de las llamadas “industrias del diseño”, es una de las llamadas al crecimiento más geométrico y potente en la Ciudad de Buenos Aires, de altísimo valor agregado y de creación de inteligencia, que resume el espíritu y la característica de cómo Buenos Aires se para en el marco de la Nación y cómo se proyecta también hacia el mundo. También la construcción del Polo Educativo en la Villa 21 de Barracas; la construcción ya muy avanzada –el primer tramo será inaugurado en unos meses– de la Línea H de subterráneos; la finalización de la Autopista 27 de Febrero, que se complementa dentro del Anillo Vial; la aplicación de una política de subsidios y créditos que sostenida desde hace tres años, destinó más de 30 millones de pesos a una tasa que está muy por debajo de la del mercado: 2 por ciento. Hemos cumplido con la primera etapa de construcción y remodelación del Hospital Elizalde, una de las obras más ambiciosas de su tipo, y en el que este año iniciaremos la segunda y final de las etapas.
El actual, necesario y doloroso debate que estamos atravesando acerca del déficit habitacional, tan mal conjugado lamentablemente con la contracara de la industria, con el boom del crecimiento de la construcción, revela no sólo la necesidad imperiosa de restablecer equilibrios, sino hacerlo, tomando en cuenta el potencial del desarrollo de ese Sur, también en términos de soluciones habitacionales.
Todos, por supuesto empezando por este Jefe de Gobierno, estamos obligados a asumir la responsabilidad de afrontar el tema mirando al largo plazo. Todos, incluyendo a los actores económicos, debemos ser concientes de que este proceso de transformación por el que está atravesando la ciudad debe ser equilibrado, racional, armonioso. De ningún modo el crecimiento de la ciudad puede atentar contra su sustentabilidad. Si el tiempo actual es positivo para la realización de nuevas apuestas de inversión; si el tiempo actual continúa –como sin duda todo indica que continuará–, va a ser también positivo para esas inversiones y para pensar mejor qué ciudad queremos; para hacer nuevas y mejores planificaciones consensuadas; para ejecutar mejores políticas, que sean el resultado de la articulación entre los esfuerzos del Estado, los de la iniciativa privada y los de las inteligencia social.
En ese sentido, hay cuestiones en las que el Estado tiene que decir “presente”, con ganas, con contundencia, sin temores; ése es nuestro rol: ser el articulador necesario de los permanentes conflictos de intereses de una ciudad. El Estado en diálogo con los vecinos de los barrios debe estar en condiciones de prever y hacer respetar criterios mínimos cuando se trata de evaluar el riesgo de colapso de las infraestructuras, el eventual impacto ambiental de las nuevas obras, y también y muy centralmente tiene que hacer valer el derecho de los ciudadanos a participar en el diseño y en el modelo de esa ciudad.
En ese sentido, hay cuestiones en las que al Estado, cuando analiza por primera vez –por supuesto, como lo estamos haciendo–, debe analizar imprescindiblemente ciertos datos.Junto con la existencia o no de las redes de infraestructura imprescindibles para sostener el crecimiento de la construcción, tiene que incluir de manera valiosa, central y decisiva en ese debate también las cuestiones subjetivas: ¿qué tipo de ciudad queremos? Es imprescindible, por supuesto, que llegue el agua necesaria a nuestros barrios. Y es imprescindible también que llegue el sol necesario a las calles de nuestros barrios. Una ciudad es eso: es infraestructura y es deseo; es formas de vida y capacidad de ejecutarlas.
Sea por la construcción de torres o por distintas cuestiones inherentes, propias del desarrollo económico, ese desarrollo debe estar enmarcado también en la defensa y preservación de la identidad de la ciudad y de sus barrios. La ciudad es, finalmente, sus barrios.
Sea por la construcción de torres o por la aparición de nuevos asentamientos en los que vive la población más vulnerable, lo que es seguro es que estos desafíos no se afrontan vociferando fórmulas crispadas: “hay que parar”, “hay que detener”, “hay que prohibir”, “hay que sacar”. Voces crispadas, siempre inclinadas al pensamiento mágico o al delirio autoritario. Nosotros no queremos formar parte de un Estado que se defienda de los ciudadanos, sino que defienda a sus ciudadanos con claro sentido de justicia, arbitrando con racionalidad en los inevitables conflictos de interés que presenta toda sociedad con actores, afortunadamente, como los que tenemos en nuestra sociedad y, muy principalmente, en nuestra ciudad, actores sociales cada vez más dinámicos y participativos.
El Estado jamás debe litigar contra el ciudadano que reclama un derecho que le está siendo negado. Cuando se trata de las consecuencias dramáticas de los procesos de exclusión en términos habitacionales, sabemos, no hay soluciones mágicas. Lo que surge es una necesidad de aplicar políticas integrales y de hacerlo en el marco de un diseño estratégico superior, al que debemos abocarnos, del que siempre se ha hablado y que nunca del todo ha avanzado: el del área metropolitana de Buenos Aires.
Esta necesidad de que las políticas de vivienda y tantas otras se articulen no sólo a nivel del área metropolitana sino en un diálogo constructivo con el Gobierno Nacional no impide –no debe impedir– que dejemos de hacer lo que tenemos que hacer aquí en la ciudad.
Por eso, en el primer semestre de este año, habremos entregado más de mil viviendas, casi 1.100. Y estamos avanzando en la entrega inminente de otras dos mil viviendas. A esto habría que sumar los muchos –y, afortunadamente, cada vez más– exitosos y también potentes emprendimientos conjuntos con organizaciones sociales: un barrio entero que próximamente, en días, se inaugura en Parque Patricios; más de 600, casi 700, se inaugurarán también en el próximo trimestre en un emprendimiento hecho en conjunto con otra gran organización social, muy querida por todos nosotros, como la de las Madres de Plaza de Mayo.
Hay un emprendimiento que ayer mismo firmamos en conjunto para establecer una fábrica de equipamientos para la construcción de viviendas con tecnología modernísima, de punta, de última realización a escala internacional, que nos va a permitir, y esta vez sí de manera probada, la construcción solamente en este sistema –más allá de lo que, por supuesto, seguiremos haciendo con lo que ya hemos invertido, con lo que ya tenemos– a un ritmo de 5 mil viviendas por año.
El desafío es llegar a escalas de construcción y refacción aún mayores porque lo necesitamos; porque más profunda aún es, sin dudas, esa crisis habitacional que todos conocemos.
Mencioné el tema de la seguridad. Lo primero que hay que decir es que las instituciones deben otorgar a todos los ciudadanos, lo sabemos, la convicción de que hay un Estado que defiende sus derechos, incluido, por supuesto, el derecho esencial a la seguridad. Es un derecho básico de las personas y un factor aglutinante de toda la comunidad.
El valor de la seguridad hace a la calidad de vida de todos nosotros, de cada uno y como comunidad. Aun cuando a veces –porque sucede– la percepción de inseguridad sea mayor que la real, poco importa. Porque esa sensación de inseguridad, aun cuando sea sólo eso, se objetiva; se hace material; impacta y modifica nuestras conductas, afecta nuestra posibilidad de sentirnos libres, y sin duda hace la vida más hostil y opresiva. La inseguridad, y aun la sensación de inseguridad, conspiran contra la plenitud de las personas, y el Estado local debe dar esa batalla.
En este sentido, podrá hacerlo mejor –lo sabemos– mediante la conquista de una autonomía más plena. De eso estamos absolutamente convencidos. La Ciudad de Buenos Aires necesita clara y contundentemente el manejo de resortes de poder tan importantes como la policía y la Justicia. No obstante, mientras no se cuente con esas herramientas, hay cosas que el Estado local sí puede hacer por la seguridad. Por eso, nuestro trabajo en la transformación del espacio público –como mencioné anteriormente– también apunta a mejorar condiciones que hagan más difícil la comisión de delitos. Por ejemplo, iluminamos mejor las calles, eliminamos malezas de los baldíos, pusimos más cámaras de vigilancia y mejoramos las condiciones de los terrenos del ferrocarril. Sin duda, son aportes que también hacen al universo general de la problemática de inseguridad.
La conquista de la seguridad, en su sentido más amplio, comienza también reduciendo los riesgos que, como comunidad, tenemos. Toda gran megalópolis tiene sus riesgos y, antes de paralizarse por el miedo, lo que debe hacer es minimizar tales riesgos.
Nos hemos puesto de acuerdo, de un modo absolutamente dramático, en torno a la necesidad de perfeccionar todos los mecanismos de control del Estado. Como Estado, estamos otorgando cerca de dos mil subsidios mensuales –ustedes lo saben– a los sobrevivientes y familiares de las víctimas de la tragedia de Cromañón, asistiéndolas mediante un programa de atención específico.
En relación con los controles, más allá de lo mucho que todavía hay que seguir mejorando como Estado, salvo en las peores pesadillas “orwellianas”, no parece prudente apelar a un posible Estado omnipotente, en que los ciudadanos vigilados deleguen y sacrifiquen todo.
Aun cuando las normativas de seguridad deben mejorar y actualizarse, sin duda, y lo reconocemos, es necesario también un cambio de actitud hacia las normas y la ley. No me canso de reiterar –por más que sea políticamente incorrecto decirlo– que como ciudadanos y como cultura tenemos un serio problema con el cumplimiento de las normas. Hay bajísimos niveles de conciencia y altísimos niveles de negación y exculpación en el otro.
Desde el área de la salud, hemos decidido intensificar al máximo todos los esfuerzos que sean necesarios para mejorar y garantizar el acceso al sistema de salud de la población sin cobertura que reside en la ciudad, para atenderla mejor. Para esto, se incorporaron cuatro mil designaciones al sistema de salud pública, inéditas en décadas, y hay que seguir. Por eso, seguiremos trabajando, sobre todo en lo referente a enfermeras y técnicos. Lo cierto es que han sido cuatro mil –si no me equivoco– las designaciones hechas en los últimos meses, así como en pocos meses designamos casi ocho mil –7.800 y pico– docentes en nuestro sistema educativo.
Dije que iba a hacerme cargo del problema de las colas para pedir turno en los hospitales, que indudablemente es uno de nuestros grandes problemas. Lo que hicimos desde la Dirección de Atención Integral de Salud fue seleccionar los primeros cuatro hospitales de la ciudad en los que se amplían los horarios de atención de los consultorios externos. Quizás los recuerden: son los hospitales de agudos Penna, Piñero, Ramos Mejía y Tornú.
Algo muy similar estamos haciendo desde el plan de reducción de la lista de espera quirúrgica. De 150.000 intervenciones quirúrgicas anuales que efectúa nuestro sistema, por lo menos el 50 por ciento –y también más– se realiza a pacientes provenientes de otras jurisdicciones. Para llevar tranquilidad a toda la sociedad –que quede claro–, diré que no existen demoras en las intervenciones con riesgo inminente de vida. Aun así, la lista de espera para intervenciones programadas habla de tiempos que exceden largamente lo aceptable. Lo que pusimos en marcha es un plan de acción que, entre otras cosas, prevé la puesta en marcha de un registro unificado de pacientes en lista de espera, desde la creación de un centro coordinador de gestión de lista de espera, que funcionará en el Hospital Penna, hasta la necesaria informatización de los centros hospitalarios. De acuerdo con el plan inicial de acción, empezamos a implementar el plan en tres centros hospitalarios: el Penna, el Udaondo y el Ramos Mejía, con incorporación progresiva de los demás hospitales.
La salud pública, entendida como un servicio y un medio de integración social, tiene una de sus batallas más duras. Recuerdo que ni bien asumí en el cargo me tocó enfrentar una de las manifestaciones de crisis en sus batallas más duras: en la salud. Se trata del campo de la salud mental. Nuestra gestión ha dado un impulso diferente a las políticas, porque concebimos de manera distinta la problemática y el campo conceptualizador de la salud mental, incentivando nuevos modos de externación, más humanos, pero atendiendo también al gravísimo deterioro de sus establecimientos históricos.
Se remodelaron por completo enormes pabellones del Borda, del Moyano y del Tobar García, además de otras áreas de esos establecimientos. Además, estamos avanzando en dirección a un mayor predominio de los tratamientos ambulatorios y de reintegración a la sociedad. Así es que hemos inaugurado dos casas de externación para pacientes con problemas psiquiátricos; una para hombres y otra para mujeres.
Estoy repasando políticas de integración, y la integración implica dimensiones físicas, territoriales y de infraestructura. A menudo se trata de obras destinadas a reparar desigualdades territoriales crónicas, así como también de emprendimientos concebidos para que la ciudad tenga un mejor soporte productivo. En este segundo sentido, cabe hacer un señalamiento de primerísima importancia: Buenos Aires ya no sufre, al menos como sufría hasta hace poco, los embates de las lluvias, particularmente los de las grandes cantidades de lluvia caídas en cortos tiempos. Esto es así por una larga serie de obras que se vienen realizando en los últimos años, algunas concluidas recientemente y otras en ejecución. Entre las recientes se encuentran las de la Cuenca H –en la zona de la Boca y Barracas–, la ampliación y mejora de la red pluvial en muy diversos barrios de nuestra ciudad, la construcción de un nuevo sistema de desagües pluviales en el barrio River, en la Cuenca del arroyo White.
Hay otras obras hidráulicas en las que estamos trabajando. Es el caso de la estación de bombeo arroyo White, con una capacidad de 18 metros cúbicos por segundo; las nuevas obras de drenaje en la zona sur, que llevarán soluciones al problema de anegamiento que se produce en los barrios de Soldati y Nueva Pompeya; o el aliviador del arroyo San Pedrito, que beneficiará un radio comprendido entre las vías del ex Ferrocarril Belgrano Sur hasta la Avenida Cruz.
Ya hice mención del avance en la construcción de la estratégica Línea H, que unirá sur y norte de la ciudad, que comunicará diversas líneas ferroviarias y atravesará transversalmente el conjunto de la red de subterráneos. Del mismo modo, seguimos trabajando en la prolongación de la Línea A –a lo largo de tres mil metros de túnel–, en las cuatro nuevas estaciones, en la subusina transformadora, en la instalación de vías, en el sistema de ventilación forzada y en los obradores. En cuanto a la prolongación de la Línea B, el criterio aplicado es la continuación en su desarrollo por la Avenida Triunvirato, con dos estaciones más, Echeverría y Villa Urquiza.
En materia de infraestructura escolar teníamos problemas de subejecución, una gran subejecución en las obras, y nos propusimos optimizar el uso de las partidas presupuestarias. El cambio se notó claramente durante el año 2006: el nivel de ejecución superó el 90 por ciento. Teniendo en cuenta un problema largamente conocido, la obsolescencia de buena parte de los edificios escolares, hemos acelerado al máximo los análisis técnicos de aquellos inmuebles dispuestos a adquirir y/o a alquilar, que fueran aptos para el uso educativo.
Durante el año pasado se finalizaron, además, casi 150 obras por contrato de Obra Pública con financiamiento propio. La inversión total fue de más de 17 millones de pesos. Hoy se encuentran en ejecución otras 102 obras, por un monto total de inversión de casi 40 millones de pesos.
Quedan cuestiones estratégicas por definir –éste debe ser, sin duda, el tema central–acerca de qué significa ser hoy un ciudadano educado. ¿Qué significa “educar”? ¿Qué tipo de educación queremos? ¿Qué especificidad tendrá la educación en una ciudad como la de Buenos Aires, en comparación con las necesidades particulares de otras regiones del país? Estas cuestiones, que sin duda aún están pendientes –y no solamente en la Ciudad de Buenos Aires–, no se limitan al mejoramiento de la infraestructura escolar ni a la recuperación del salario docente –aspectos absolutamente imprescindibles, condiciones necesarias pero no suficientes para una mejora constante y profunda en la educación–, por necesarias que ambas sean.
Pero esto no impide, por supuesto, trabajar, y ésta es nuestra obligación día a día. En pocos meses nuestra gestión –como comenté anteriormente– designó casi 8 mil docentes, lo que implica un incremento del 23 por ciento respecto del año anterior. Consolidamos, además, un buen clima de trabajo en los establecimientos educativos de la Ciudad, conscientes de que ninguna acción de gobierno puede desarrollarse en un contexto de tensión en el interior de los servicios educativos. Hemos otorgado un aumento promedio del 14 por ciento durante el año 2006. Este acuerdo salarial que tuvimos en el 2006 con los gremios docentes nos permitió desarrollar un ciclo lectivo con normalidad, con 185 días efectivos de clase –y no tengo dudas de que las conversaciones que durante estas horas se están desarrollando, más todo lo que hicimos durante este año, nos permitirán iniciar el próximo período lectivo con renovadas y fundadas esperanzas.
También hemos atendido muy fuertemente la infraestructura de nuestro sistema de salud. Se han realizado obras de todo tipo en los hospitales Argerich, Durand, Penna, Piñero, Tornú, Muñiz, el Instituto Pasteur, el Gutiérrez, Sardá y el Rivadavia, en donde se procedió a la modernización total de doce ascensores. En el Hospital Pirovano se inició la obra de la nueva guardia y la remodelación del laboratorio central. En el Hospital Vélez Sársfield, donde estuvimos hace unos días, se está trabajando y ya iniciamos la actividad en el nuevo pabellón de consultorios externos, que se terminó hace tiempo y estuvo sin actividad durante tantos años.
Como muchos de ustedes saben, Buenos Aires contará este año con un nuevo y moderno edificio para el SAME, y seguirá multiplicándose el número de centros de atención primaria, ya sea construyendo nuevos locales o remodelando otros.
Muchas de estas obras, que permiten mantener, aceitar, afinar y afianzar la inmensa maquinaria de los servicios prestados por el Estado, seguramente escapan a la mirada del vecino y del visitante –es lógico– que todos los días atraviesan la ciudad de Buenos Aires. Seguramente, ocurre algo distinto con aquello que se puede apreciar y disfrutar en ese espacio público que, como antes comentaba, estamos mejorando y embelleciendo.
Dije antes que Buenos Aires se está transformando –sinceramente, creo que para mejor– delante de nuestros ojos, y eso lo saben todos los que pasean, caminan y conviven en una diversidad de espacios que hemos revalorizado. Hoy dan ganas de disfrutar de espacios radiantes como los de Parque Sarmiento, la Plaza San Martín, la Plaza Güemes –en el entorno de la Iglesia Guadalupe–, las nuevas plazoletas centrales de la Avenida 9 de Julio, el Paseo Garibaldi, el Parque Lineal Bullrich; la Lavalle peatonalizada, con la escalera y rampa hasta la Avenida Alem.
Estamos haciendo un esfuerzo importante en la puesta en valor de nuestros espacios verdes: plantamos más de 50 mil nuevos árboles, hicimos la poda de 220 mil ejemplares de alineación; pusimos en funcionamiento casi 70 fuentes de altísimo valor patrimonial, la inmensa mayoría de ellas en toda la ciudad. Limpiamos y reparamos monumentos, obras escultóricas. Sumamos nuevos espacios de acervo público, convirtiéndolos en lo que llamamos Patios Porteños, como un lugar más, muy íntimo y barrial de los vecinos; un lugar de encuentro, de descanso, de recreación.
Pusimos en marcha un plan de rehabilitación y mantenimiento de aceras. Hemos integrado la iluminación pública al espacio urbano, dándoles a los vecinos la calidad ambiental que merecen. Dimos mayor potencia a 8 mil luminarias de la red de alumbrado público, con la premisa de proporcionar mayor brillo a nuestros barrios pero también, como antes comentaba, mayor seguridad en respuesta a la demanda de los vecinos sobre seguridad e higiene. Ésta es una de mis mayores obsesiones y preocupaciones, batalla que sin duda estamos claramente en camino de ganar.
Estamos trabajando en el cuidado de una decena de paseos peatonales del Ferrocarril Sarmiento. A lo largo del año pasado se hicieron trabajos de pavimentación en más de 1.100 calles. Se atendieron 135 mil metros cuadrados de baches, de los muchos que todavía hay y que en poco tiempo desaparecerán.
Procedimos a la limpieza del Lago Soldati, ubicado en la zona sur de la ciudad. Comenzamos la obra arquitectónica y paisajística del Parque de la Memoria, con el valor que eso tiene.
Seguimos trabajando en el embellecimiento de la Ciudad, en una multiplicidad de lugares. Estamos poniendo en marcha un sistema de alumbrado para la traza que recorrerá en poco tiempo más la tan ansiada y bienvenida vuelta del tranvía a la Ciudad de Buenos Aires, en el tramo del Este, desde Puerto Madero hasta La Boca.
También trabajamos en el Parque Mujeres Argentinas, Parque Bicentenario, ocho hectáreas que integrarán ese inmenso espacio con eje en Plaza de Mayo, hasta el Puente de la Mujer. Integrando y acrecentando ese mismo espacio, la Plaza Colón quedará enmarcada en un contorno de verjas con carácter arquitectónico y ornamental.
Seguiremos con nuevas plazoletas laterales en la 9 de Julio y la recuperación profunda de toda la zona central, incorporando nueva iluminación y forestación, en el tramo que va desde la Avenida Córdoba hasta la calle Arroyo.
Impulsamos otro tipo de obras y monumentos que, para nosotros, no solamente tienen un carácter patrimonial muy importante, sino también emblemático porque se relacionan con algo que sin duda nos une a todos; tienen que ver con la recuperación, el sostenimiento, el homenaje a nuestra memoria colectiva y la materialización del repudio por lo sucedido durante la última dictadura militar, cuyas secuelas sufrimos y seguiremos sufriendo durante mucho tiempo. Tenemos el caso de la Plaza de la Memoria El Atlético, ubicada bajo la autopista 25 de Mayo, que es un espacio que será forestado y dotado con el necesario equipamiento urbano e iluminación. En una dirección similar, también se proyectó el Monumento a las Víctimas del Terrorismo de Estado, que se encuentra al lado de nuestro Río de la Plata.
Voy a mencionar otras dos obras relevantes, pero por razones distintas. La primera, es la futura recuperación para la Ciudad del espacio ocupado por la ex cárcel de Caseros, ya que hoy, efectivamente, los trabajos de demolición están a punto de terminarse.
La otra obra tiene que ver con una estrategia largamente querida y reivindicada por este Jefe de Gobierno: la peatonalización de toda la zona de nuestra Plaza de Mayo. Ustedes saben que ya se realizó el llamado a concurso nacional de anteproyectos y que todos, tanto el campo específico, el profesional, el urbanístico y el arquitectónico –no solamente los actores políticos–, necesitamos discutir cómo la peatonalización, con la que sin duda todos estamos de acuerdo, debe ser remodelada en Plaza de Mayo, ya que ésta, sin dudas, es el espacio público más emblemático y representativo de nuestra Ciudad y de la Nación.
Hace tiempo que el proyecto de convertir a la Ciudad de Buenos Aires en un centro de atracción turística y cultural de nivel internacional viene dando sus frutos; es más, buenos y exquisitos frutos, teniendo en cuenta que este proyecto no se puede abordar exclusivamente desde una subsecretaría específica, ya que todas las áreas de gobierno trabajan en el mismo sentido. Vemos diariamente que las políticas culturales que desplegamos, con su multiplicidad de festivales y encuentros, atraen una enorme cantidad de visitantes –no sólo nosotros las gozamos y compartimos–, lo que se está convirtiendo claramente como una marca de la ciudad.
Entonces, por un lado la ciudad atrae visitantes; pero al mismo tiempo renueva sus plazas y parques, multiplica las inversiones destinadas al mantenimiento, suma nuevos proyectos de peatonalización, preserva y potencia el patrimonio arquitectónico y transforma el área central.
Creo que es ocioso remarcar la importancia de la industria del turismo en términos de generación de ingresos y puestos de trabajo; en cambio, me parece que es oportuno actualizar algunas pistas mínimas acerca de lo que la actividad significa hoy para la Ciudad y para sus habitantes. Según nuestros estudios estadísticos, en las vacaciones de invierno de 2006, cada turista extranjero, con una estadía media de ocho noches, gastó un promedio de 150 dólares diarios; es decir, casi el 70 por ciento de esos visitantes se alojó en hoteles y poco más de la mitad lo hicieron en establecimientos de cuatro estrellas.
En una ciudad cuya tasa de ocupación en hoteles y apart hoteles en octubre pasado fue, según la categoría, desde el 60 hasta el 80 por ciento, es evidente que hay que aplicar la mejor inteligencia posible para sacar provecho de nuestras ventajas.
Este año vamos a sumar nuevos centros de información y a informatizarlos, a fin de prestar un servicio de calidad, y también se instalarán carteles en doce circuitos turísticos, que darán a conocer sus principales atractivos y sus ofertas culturales.
Finalmente, en poco tiempo más pondremos en marcha el bus turístico, es decir, un servicio que permitirá a todos los turistas –y también a nosotros– recorrer la Ciudad, bajarse en cualquier punto y volver a subirse donde lo deseen, mientras que el valor de su pasaje se lo permita, dentro de las 48 horas. Quizás alguno de ustedes conozca este sistema, ya que es muy usado y exitoso en las grandes metrópolis de todo el mundo, como Nueva York, Barcelona, París, y estimamos que estará en funcionamiento en mayo o junio próximo.
Ahora, permítanme hacer referencia a algo que debe hacernos sentir orgullosos a todos, por más que ustedes sepan cuán comprometido personalmente estoy en este tema: el balance de las políticas culturales durante estos últimos años.
Estoy absolutamente convencido de lo acertada que fue la decisión, en su momento, de sostener y acrecentar en el tiempo esas políticas, incluso, en lo peor de la crisis de los años 2001 y 2002. Por otro lado, el éxito de tales políticas habla bien de la voluntad de llevar adelante estrategias innovadoras y de su impacto en términos de mejor desarrollo productivo y turístico, integración social y recreación de vínculos colectivos de autoafirmación de una identidad diversa y vital.
Por otra parte, hay cifras acerca de la febril actividad cultural en la Ciudad, generada en el Estado, que son sencillamente espectaculares. En el año 2006 asistieron 250 mil personas al Festival de Cine, y aproximadamente unos 300 mil espectadores al Complejo Teatral; para no abrumarlos, no diré las cifras. En las calles se ve la participación constante y masiva. Por primera vez en su historia, la Plaza de Mayo se ha convertido, durante todos los miércoles del verano, en un centro de atracción. Ustedes lo ven: decenas de miles de personas disfrutando al salir de su trabajo, viviendo la ciudad con el otro, cruzándose diferentes condiciones sociales, edades y estéticas.
En serio, siento que ese compromiso de hacer de Buenos Aires la capital cultural no era solamente una promesa de compadrito: era hacer honor y estar a la altura del nervio central de lo que somos como pueblo.
Tenemos problemas, pero también muchísimas cosas para mostrar con orgullo. Allí están y todos las estamos disfrutando. Desde siempre bregamos por el acceso democrático de todos al disfrute y a la producción de cultura. En ese sentido, también las cifras son realmente más que elocuentes. Como nunca, la ciudad despliega políticas cada vez más extendidas, porque éste también es un aspecto central de la política cultural de preservación y revitalización del patrimonio histórico y arquitectónico. Miles de personas las recorren.
Ustedes pueden ver la recuperación que hemos realizado de los bares notables en un programa de 53 bares notables. Cómo crece nuestra conciencia, que tiene años de defensa del patrimonio. Lo fantástico que hicieron los vecinos de Parque Lezama en su lucha por la recuperación del “Británico”. Hay conciencia de que cada una de esas cosas es un mosaico de nuestra ciudad y una célula de nuestro cuerpo compartido. Ése es el lugar del cuerpo común de la ciudad. Por primera vez en serio, se entiende cada vez más la importancia de la política de preservación del patrimonio. Persistiremos en la larga tarea de mejorar y extender nuestra infraestructura y equipamiento cultural. En esto hay que avanzar, porque la oferta y demanda crecen y los visitantes son cada vez más.
Nos hemos metido en una que por muchos motivos nadie quería meterse, como es la refacción profunda y total del gran emblema cultural y patrimonial de la Argentina, no sólo de nuestra ciudad: el Teatro Colón. La iniciamos en un momento en el que era, además, políticamente incorrecto; pero era nuestro deber. Nuestro deber es hacer ese trabajo minucioso, y los maravillosos trabajadores aman ese patrimonio como su propia vida, porque sienten que el Teatro Colón es esa gema que nos pertenece a todos, las que se dan no solamente durante el espectáculo. Se contrataron los mejores profesionales para realizar un trabajo minucioso que, además, tiene el compromiso, por supuesto, de que se reabra el 25 de mayo del 2008 con todo su esplendor: y se escuchará nuevamente Aída, en otra versión, sin duda, que la de hace 100 años. Seguramente todos estarán ahí para disfrutar de ese Colón renovado, sobre el que tantas veces se dijo que algo había que hacer, pero que nadie se atrevió. Ahí está.
Desde siempre reivindicamos una Buenos Aires vibrante, diversa, compleja y vital. Las políticas culturales necesariamente reflejan esa visión: somos y defendemos la ciudad en la que La Tempestad se musicaliza con Phillip Glass y también con la coreografía de nuestro Mauricio Wainrot; somos la ciudad que recibe a Paloma Herrera, que la lleva al mundo y la recibe; que goza con La Bohème y festeja con Cosí fan tutte el 250° aniversario del nacimiento de Mozart; somos la ciudad del festival Kagel de música electrónica y de videoarte, pero somos también la ciudad del Séptimo Encuentro de Música de Provincias, de esa mezcla maravillosa de nuestras músicas; somos la ciudad de los carnavales, de las murgas, del Día de la Música, floreciendo en cada esquina una canción; de los catálogos digitalizados de nuestro patrimonio cultural, de las jornadas Buenos Aires Idish; la ciudad que por sus políticas culturales mereció y merece permanentemente el halago de una infinidad de premios internacionales.
Hay muchísimas cosas que acá no están, pero recuerdo ahora una de las que más quiero: en el Centro Cultural Recoleta –para quien lo quiera ver– se encuentra la más importante, valiosa y de crecimiento constante hemeroteca de trabajo digital de todos nuestros grandes escritores. Allí están todos: los nuevos, los nobles; es un trabajo fantástico. El trabajo de archivo patrimonial que se ha hecho en esas áreas es realmente maravilloso.
En relación con las industrias culturales, otro de los aspectos que tiene sin duda las políticas culturales, esenciales en su conjunto, en este caso específicamente trabajando del lado del Ministerio de la Producción, se han desarrollado programas como Opción Libros; el apoyo a las industrias culturales como la del diseño; la editorial, de la que se está conociendo un boom maravilloso. También se está desarrollando el programa Discográficas de Buenos Aires, la Feria Internacional de la Música que comenzamos a hacer en estos últimos años; la primera fue exitosísima.
También, desde el Ministerio de la Producción seguimos sosteniendo las políticas continuadas de apoyo a las empresas recuperadas, la red institucional de mipymes-pymes, la asistencia financiera a micro, pequeñas y medianas empresas. Mediante la nueva Ley de Compras y Contrataciones hemos llevado al rango de política sistemática del Estado la priorización de la contratación con micro y pequeñas empresas, y la preferencia a cooperativas y talleres protegidos. Esa ley permitirá garantizar más celeridad, más transparencia, mayor practicidad y economía en los procesos de compras y contrataciones.
Trabajamos para transformar el perfil productivo de Buenos Aires a favor de industrias que pueden estar radicadas en los barrios sin perjuicio del medio ambiente, y generando alto valor agregado. A propósito de esta afirmación, cierro el círculo de las estrategias que nos damos para el desarrollo de la zona sur con la mención a una apuesta sumamente ambiciosa que a la vez representa una excelente demostración de articulación entre lo público y lo privado: el Polo Tecnológico Informático, ubicado en el barrio de Barracas, que ocupará una superficie de 25 mil metros cuadrados. El proyecto nuclear y hacer jugar la capacidad asociada de 80 empresas Pymes de la Ciudad de Buenos Aires que desarrollan software. Es otra de las áreas que sin dudas está destinada a que la Ciudad de Buenos Aires siga ocupando un lugar cada vez más relevante.
Estoy convencido de que todo este repaso se desprende de una idea esencial: hoy, la Ciudad de Buenos Aires ha recuperado una vitalidad enorme que parecía haber perdido; hoy, el paisaje urbano y cultural porteño muestra ese cosmopolitismo, diverso, ese dinamismo, esa pujanza y esa capacidad creadora que siempre han caracterizado a la ciudad.
En el 2007, destinaremos 1.500 millones de pesos para el Plan de Obras Públicas, que representa un incremento del 4 por ciento, en relación con el plan sancionado en el 2006. Para el período 2007-2009, se proyectan inversiones por un monto superior a los 5.500 millones de pesos; representa aproximadamente casi un 50 por ciento del plan plurianual, constituido por obras de mantenimiento y renovación de los principales activos urbanos: higiene urbana, pavimentos, mantenimiento edilicio, alumbrado público, veredas, red hidráulica, más árboles, más semáforos, más plazas, más polideportivos, escuelas, teatros; un Estado mejor y de eso se trata.
Los servicios que el Gobierno de la Ciudad presta a la comunidad que abarca en sus fueros y a quienes no residen en ella se sustentan en la vocación de servicio –hagamos un reconocimiento–, en el esfuerzo y en la idoneidad de los trabajadores del Estado porteño. En los últimos años, y como consecuencia de la crisis económica, algo que vemos diariamente, por la que atravesó el conjunto social de todo el país, nuestros trabajadores debieron enfrontar crecientes demandas poblacionales –y no solamente de la Ciudad de Buenos Aires– cada vez más imperiosas en orden a la salud, a la educación, la asistencia a la comunidad, los programas sociales, las emergencias; en general, a todo lo que implicara la atención de usuarios de diversos servicios, con dedicación, con entrega y con eficiencia. Esto lo vemos diariamente y debemos hacer un profundo reconocimiento, por medio de los ministros, a todo el personal y a los trabajadores de la Ciudad de Buenos Aires que están, por ejemplo, en el Parque Roca, atendiendo, conteniendo, llevando no solamente eficacia sino amor a esas miles de personas que están sufriendo. Nosotros estamos allí porque es nuestra obligación; ellos, los trabajadores, los profesionales del Estado, están porque tienen claramente una vocación.
Con dedicación, entrega y eficiencia hemos ofrecido respuesta a todos los requerimientos, buscando permanentemente el mayor grado de satisfacción posible de los usuarios. En la actualidad, en el seno de la Comisión Paritaria Central hemos acordado avanzar en la formulación de un nuevo convenio colectivo de trabajo que atienda a las necesidades de desarrollo y progreso del personal que nutre nuestra institución. Este convenio apunta a consolidar estrategias de relaciones laborales, perfeccionando los recursos humanos mediante distintos programas de capacitación. Es indudable que todo lo que se haga en función de la optimización de la calidad de vida de los trabajadores y de sus familias, en pro de la dignificación del trabajo, constituye una obligación insoslayable del Estado.
Asumimos este compromiso con todas sus implicancias. En ese sentido, reiteramos que la Ciudad de Buenos Aires tendrá sólo dos modalidades de vínculos laborales: planta permanente, a la que se ingresará en los términos que indica la Constitución y la ley, con concursos; y contrato de empleo público, regido por el Decreto 948, hasta tanto se sustancien los concursos y evaluaciones previstas por la normativa vigente.
Podemos simplemente recitar o reconfortarnos en estos datos de la realidad, o podemos exigirnos muchísimo más para la construcción de una ciudad soñada. Suficientes ventajas comparativas tenemos como para no apostar a construir más y mejor autonomía, una autonomía plena y de pantalones largos, de diálogos en el tono que haya que tener, pero defendiendo claramente los intereses del pueblo de la Ciudad de Buenos Aires y de su autonomía: un nuevo Estado para esta autonomía.
No se trata de exigir algún tipo de privilegio. Al contrario, Buenos Aires tiene que integrarse cada vez más a un proyecto federal, a un proyecto de nación, junto con otras metrópolis y provincias, particularmente con la más cercana, con la que lleva nuestro mismo nombre. La Ciudad de Buenos Aires debe jugar un rol de primera importancia en la construcción de nuestra nación, sumando su potencia cultural, social y económica.
Todos conocen que algunas de las marcas de identidad que llevo conmigo tienen que ver con la historia del peronismo. Lo remarco: “Algunas de las marcas que llevo conmigo”. Tengo unas cuantas más, como todos nosotros, de las más variadas. En estos tiempos, en los que las identidades partidarias han sufrido ese debilitamiento, esa crisis, que en algún punto han perdido hasta su sentido de pertenencia y de pertinencia, sólo digo que apurado por una definición, el peronismo, si tiene una razón de ser –y sigue teniéndola– es por su capacidad de transformar, de hacer justicia, de hacer una mejor sociedad y de trabajar.
Y como también me considero un progresista histórico –con la dificultad de definirme así, porque la noción de progresismo también sufre de “adelgazamientos” notorios–, creo que no puede concebirse un progresismo que no pueda hacerse cargo firme y duramente de las cosas. Un progresismo que no se hace cargo de las cosas, no es progresismo: es slogan, es retórica. Progresismo es saber articular voces y energías de todos para hacer lo que hay que hacer. Eso es lo que se hizo en esta Legislatura. No es una frase de ocasión. Lo siento en serio. Aunque en estos tres meses que vienen las cosas que nos digamos quizás hagan sentir que pensamos otra cosa, sé que ustedes también lo piensan, al igual que yo.
En esta Legislatura se demostró claramente cuál es el mejor sentido de ser progresista cuando aprobaron proyectos tan importantes como la declaración de Emergencia Ambiental de la Cuenca Matanza-Riachuelo, la incorporación de Jefas y Jefes de Hogar, el Plan Buenos Aires Ciudad Productiva, el Código de Tránsito y Transporte, la Ley de Educación –tema sensible si los hay, que pudimos llevarlo adelante con esas diferencias-, y cada uno tendrá cinco o seis temas para agregar. Allí está una cierta manera de concebir el progreso.
En ese camino de trabajo compartido, limitémonos a discutir. Yo los convoco a discutir, a que trabajemos y realicemos juntos. Los invito y convoco a que pongamos lo mejor de nuestros esfuerzos, a que seamos creativos y también racionales; en vez de la pasión, la racionalidad. Apostemos a elevar la calidad del diálogo y de las cosas que hacemos como políticos, como representantes del pueblo. Los invito a que ninguno de nosotros caiga en bajas tentaciones de hacer política o campaña, manoseando problemas, urgencias, carencias o sufrimientos de las personas.
El mejor horizonte que nos abre la crisis es el de una conversión ética de la política. Y sabemos, por más que sea un lugar común, que toda crisis es una oportunidad. Es necesario profundizar la recuperación de la política, y ennoblecer tanto a la política como a las instituciones democráticas. Debemos desandar el camino existente y lamentable de descreimiento de la ciudadanía y de la sociedad hacia la representación política en general. Desandar ese camino es esencial para el presente y para el futuro de la ciudad. Para ello, es necesario que el ciudadano vuelva a sentir que sus mandatarios, sus representados, sus representantes, representan sus intereses, sus ideas, sus modos de vida y velen por la satisfacción de sus necesidades y la concreción de sus proyectos.
No debemos olvidar que representamos y gobernamos a esta Ciudad; gobernamos y representamos nada más que a esta Ciudad, a nadie más que a esta Ciudad. En ese sentido, la próxima elección porteña actualizará el compromiso de los representantes de cada uno de nosotros con nuestros representados y a quienes aspiramos a representar, y pondrá al día la agenda legislativa y política de la Ciudad de Buenos Aires.
Esta Ciudad ha cambiado profundamente en los últimos dos años. Hoy, seguramente la opinión pública y el electorado son otros que los que nos han elegido para que los representemos y los gobernemos; incluso, el sistema de partidos ha variado, y aquí hay una muestra, de modo que hoy tienen representación legislativa entidades políticas que ya no existen, así como son varias las voces de la sociedad que aún no encuentran representación en el recinto, y que sin duda la habrán de tener a partir de la próxima elección. Así es que, entre los efectos de la crisis institucional de la ciudad se encuentra una involuntaria distorsión –más allá de nuestros deseos– de la representación política.
También resulta imperioso culminar el proceso de constitución de las comunas para que el vecino, en ese mismo proceso, se sienta más cerca de sus representantes y éstos escuchen de un modo más directo y familiar su voz. A este respecto, esperamos con ansias y respetuosamente la fijación de la fecha para la próxima elección de comunas que hará esta Legislatura.
La crisis de la que estamos saliendo también nos abre la oportunidad de continuar con renovadas fuerzas el camino de progresiva construcción de la autonomía porteña. Buenos Aires es y debe ser cada vez más una ciudad autónoma. La autonomía tiene múltiples dimensiones, una de las cuales –que quiero recordar hoy dadas las circunstancias– es la de llevar a los cuerpos colegiados la voz de los vecinos. No podemos pensar en intereses que no sean los de los habitantes de Buenos Aires. Es su voz la única que debe hacerse oír en este recinto, y es su mandato el único que debemos seguir en la gestión de gobierno. La autonomía también significa capacidad de vincularse con lo diferente. Buenos Aires tiene que volver a integrarse en un proyecto federal junto a otras metrópolis y provincias, particularmente con la más cercana y hermana de todas. Queremos compartir con las provincias de la Nación lo mejor de nosotros, a la vez que nutrirnos como nos estamos nutriendo permanentemente de lo mejor de ellas y de su gente que día a día nos da.
Con esta intención, creemos que la fuerte recuperación de nuestra ciudad nos pone en una situación de responsabilidad, de sumar nuestras fuerzas como uno de los grandes motores de desarrollo del país, aportando a la construcción de un proyecto nacional –aún inconcluso–, aprovechando a fondo las energías que este nuevo y fundado optimismo despierta en todos nosotros.
Esta vocación de integración también debe manifestarse en la cooperación con otras metrópolis del país, a los efectos de intercambiar experiencias e insumos para la gestión de aquellas temáticas que hacen a toda gran ciudad y en las que claramente tanto nos parecemos en ciertos aspectos. Estamos comprometidos con el trabajo en la construcción y el fortalecimiento de ámbitos multilaterales, regionales y bilaterales que contribuyan a mejorar la participación y el posicionamiento político de las ciudades en el concierto internacional.
Cada vez más la discusión global incluye fuertemente la discusión local. Buscamos en ello, propender al mutuo enriquecimiento y el crecimiento conjunto de la red metropolitana del país. En este contexto, se destaca la necesidad de conformar un polo de acción conjunta e implementar políticas integrales –como dijimos y sabemos– en el área metropolitana, a pesar de las múltiples dificultades y asperezas de ciertas viejas formas políticas que no terminan de desaparecer y que todavía se anteponen. Aún falta derribar barreras políticas, burocráticas, administrativas y de coraje, para que lo que es una unidad vital indisociable llegue a ser una unidad de gestión. Sólo entonces podremos implementar las políticas conjuntas que nuestra condición común exige en toda la región metropolitana. Es por eso que en estos meses de gestión –11 meses y pico, menos de un año– hemos estrechado lazos con la Gobernación de la Provincia de Buenos Aires y con las intendencias del conurbano.
En el campo social es mucho lo que trabajamos, y agradecemos la colaboración; nos agradecemos. Sabemos que no es una tarea sencilla, puesto que también aquí Buenos Aires debe sumarse a esta integración desde su especificidad, desde sus intereses, desde su autonomía, por integrados que estemos con nuestros hermanos, compartiendo una gran casa común con la gente del gran Buenos Aires, del conurbano; como distrito –sin duda, es nuestra obligación–, tenemos nuestras peculiaridades que no pueden ni deben soslayarse.
Hacerlo sería creer en soluciones simples, cuando tenemos enfrente un problema altamente complejo. Pensar que hay soluciones simples para los temas complejos, además de mentira, es arrogancia y confundir el camino. Un párrafo aparte merece, en ese sentido, la consideración del vínculo de la Ciudad de Buenos Aires con la Nación.
La autonomía consiste, en lo que en este punto concierne, en alejarse de criterios extremos y absurdos como la subordinación o la desvinculación. Ni hacer caso, ni obedecer, ni pensar sin el otro.
Como parte esencial de la Nación, Buenos Aires no puede limitarse a obedecer ni puede pretender desentenderse del Gobierno Nacional. Nuestros problemas y oportunidades y los del conjunto del país se interrelacionan. Pero, por eso mismo, porque se interrelacionan, se diferencian. Es porque tenemos esferas y niveles distintos de acción que necesitamos dialogar, consensuar, trabajar mancomunadamente con la Nación. Como ambos, Nación y Ciudad, sabemos esto, ese vínculo ya es fluido, seguirá siendo fluido y mejorará sea quien fuere quien esté sentado allí en la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Ésta es una cuestión de responsabilidad y madurez. No hay mejores o peores vínculos que los que se crean por pertenecer a una nación. Si no, no pertenecemos a la misma nación. Y pertenecemos; más allá de a quien le toca, de a quienes nos toca, circunstancialmente, tener el honor de gobernar la Ciudad de Buenos Aires.
En otro campo, la autonomía también significa diversidad. Buenos Aires debe afianzarse como ciudad abierta a la diversidad en todas sus formas: diversidad existencial, filosófica, cultural, estética y ética.
Desde esa particularidad, desde nuestra particularidad, Buenos Aires puede y debe hacer su mejor aporte a la consolidación del proyecto nacional. No será suprimiendo nuestra especificidad, borrando nuestra fuerte identidad que nuestra ciudad podrá aportar a la recuperación nacional. Flaco favor le haríamos a la Nación. La autonomía debe concebirse no solamente como la herramienta desde donde podamos ejercer mejor la defensa de nuestros intereses como ciudad y como ciudadanos. Debe concebirse también como la herramienta indispensable para que la Ciudad de Buenos Aires pueda poner todo de sí y lo mejor de sí en la consolidación de la Nación.
No nos servimos a nosotros sin autonomía, no servimos a quienes tenemos que servir –a nuestro mandante, el pueblo– sin autonomía, y no le servimos a la Nación sin autonomía. Al contrario, si suprimimos ese concepto, si algo tenemos que dar es eso, lo que somos. Y lo que somos es lo que nos une y lo que nos diferencia.
Afianzar la autonomía, entonces, significa afirmar el criterio que en todos los órdenes de la vida deberíamos también afirmar, incluso aquí en nuestro recinto y en nuestra forma de concebir la Ciudad de Buenos Aires. Afianzar la autonomía significa reafirmar la unidad en la diversidad y de ser parte como ciudad y como ciudadanos de la construcción de un país que no se cimiente sobre la indiferencia, sino sobre la articulación de todo el arco de la diversidad en la cual este país es tan rico.
Saber enriquecerse de las diferencias es también aprender a convivir en una dichosa pluralidad. Por eso hemos venido a sembrar –y, ojala lo estemos haciendo– amor y no discordia. Esta ciudad necesita reconciliación y cercanía; necesita más amor. Parafraseando al gran Jorge Luis, diré que es el amor, y no el espanto, el que nos debe unir.
Los convoco, entonces, a que marchemos juntos hacia la reconversión ética en contenidos concretos, a través de pactos firmados por todos nosotros; un pacto de honor por la inclusión –en eso estamos de acuerdo–, un pacto para todos: para los que menos tienen, y también para los fuertes; un pacto para hacer efectivos todos los derechos sociales y también para la seguridad, la calidad ambiental, la salud, la educación, con el objeto de encarar inversiones masivas en la investigación, en el desarrollo científico-técnico y en la innovación a favor de un mejor desarrollo productivo y humano.
Se trata de un pacto para la obra colectiva de todos, en una ciudad cuyos ciudadanos y ciudadanas, desde el orgullo y la fraternidad compartidos, retomen no sólo la palabra sino también el poder de creación y de decisión. Sin duda, el principal desafío que se presenta ante nuestra creatividad y nuestro compromiso es el de transformar la estructura de desigualdad de distribución –enorme, desgarradora y siniestra brecha entre ricos y pobres– de recursos naturales y culturales, revirtiendo la ignominia de la indigencia y la pobreza, y haciéndolo muy fuertemente, sobre todo en la Ciudad de Buenos Aires. Esto significa que tenemos que profundizar los procesos de integración y de redistribución, para que esa tan amplia proporción de porteños –que hoy conocen la ciudad, sin duda, pero que no disfrutan a pleno del bienestar que representa– puedan tener acceso y participación en lo que ella produce y en lo que se produce en ella.
Sabemos que estamos en deuda con ese estrato social, que tiene sus condiciones de vida, sus problemas, su idiosincrasia y sus alegrías específicas, y que durante tanto tiempo, por ciertos pensamientos ideológica y políticamente correctos, y por las políticas públicas, fue ignorado. Me refiero a nuestra esencial clase media, a nosotros, como alma central de esta ciudad. Sin duda, se trata del nervio del desarrollo de los mejores momentos de nuestro país.
Por eso, no creemos que deba atenderse a sus reclamos únicamente a partir de la redistribución de los ingresos, por más que sabemos que es la condición necesaria para las demás políticas dirigidas al sector. Estamos hablando de gente que no reclama planes sociales, sino empleos de calidad y calidad de vida, que pide oportunidades de vida y reclama canales de participación social y política.
Nuestros maravillosos vecinos de Caballito, como los de otros barrios, están reclamando por la posibilidad de ser actores ante las decisiones respecto de cómo será su barrio y de cómo se va a transformar. Eso es parte esencial de nuestra vida, y es nuestro compromiso esencial con los que menos tienen. Allí tienen que estar nuestros esfuerzos y recursos. Escuchemos a ese sector, que en realidad somos nosotros y es nuestra idiosincrasia; lo que ellos están planteando también es esencial para la vida. En definitiva, son jóvenes, hombres y mujeres con sueños y esperanzas, que buscan un lugar en nuestra gran ciudad, que tantas veces los tiene de espectadores, pero no de protagonistas.
No vengo a prometer nada. No haré a propósito de ésta, ni de ninguna otra cuestión, promesas electorales. Simplemente, vengo a decirles que es una prioridad para esta gestión idear políticas de Estado para que ese amplio sector, que no padece la indigencia, pero que tampoco vive en la abundancia, pueda disfrutar en pie de igualdad con sus conciudadanos de los dividendos económicos y culturales de esta ciudad tan rica.
Vengo a decirles también que hoy hay esperanzas, porque existen condiciones objetivas y voluntad política para recuperar los sueños de los sectores medios –la clase media–, tan valiosos para la identidad de Buenos Aires.
Al conjunto de nuestras hermanas y hermanos, quiero decirles que seguiremos cultivando el amor a nuestra ciudad y el amor a nuestra gente, que es mi gente, porque aquí he vivido y también viven mis hijos. Por mi parte, aquí sigo teniendo mis pasiones y vocaciones, que bajo ningún aspecto y ninguna circunstancia abandonaré, así como tampoco ninguna o ninguno de ustedes lo hará. Eso ya es parte de nuestra vida. Sentimos la imperiosa vocación de servicio, el imperioso e irrefrenable deseo de participación en la difusión y construcción de un proyecto colectivo de una casa común, de un hogar común. Ojalá hagamos todo lo necesario para que ese espíritu de vocación que todos tenemos sea percibido e interpretado por la sociedad, no solamente para estar mejor con nuestras vanidades, sino también para estar mejor como comunidad; para que entre todos pongamos la misma energía; para que borremos esos lamentablemente persistentes niveles de desconfianza y descreimiento de la sociedad respecto de los poderes públicos.
Para mí, amor significa eso: querer en ese sentido, “desear”, “darse al otro”, “estar con el otro”; amor significa “comprometerse”; amor significa “hacer”. Yo quiero, amo a esta ciudad; la amo como un fin en sí mismo. Para bien y para mal soy porteñísimo, a pesar de lo afrancesado. Quiero a Buenos Aires como un fin en sí mismo, como más valiosa que cualquier otro destino donde consagrar esa vocación de servicio.
Hoy estoy aquí para dar lo mejor de mí. Por eso me comprometo a dar una profunda discusión con todos los sectores de la ciudad, para que juntos pensemos de qué modo queremos refundarla; para discutir de qué manera queremos recomenzar lo mejor de nuestra ciudad, lo mejor del camino de nuestra ciudad de Buenos Aires. Mi compromiso comienza con la acción, con esa acción de gobierno que he querido contarles resumidamente hoy aquí.
Por todo ello, es que tengo fe en Buenos Aires y en nosotros –una fe permanente e irremediable–; tengo fe en que podemos fijar metas más elevadas para la ciudad que queremos y que queremos ser. Hay que estar a la altura de esta ciudad. Debemos preguntarnos y decidir entre todos qué Buenos Aires será la que hagamos realidad. (Aplausos.)
JORGE TELERMAN
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