abril 10, 2012

"Estudios Históricos" Benjamín Vicuña Mackenna (1872)


ESTUDIOS HISTORICOS
Por: Benjamín Vicuña Mackenna
[1862]

I. Publicaciones. — II. Protocolos inéditos del Congreso de Panamá. — III. Piezas inéditas del Congreso de Lima.

DEDICATORIA
A los ciudadanos don BARTOLOME MITRE, don RAMON CASTILLA y don José JOAQUIN PEREZ, no como a los supremos mandatarios de las tres poderosas Repúblicas del medio día de nuestro Continente, sino como a los caudillos de la alianza y de la fraternidad de los pueblos de la América española, consagra los humildes apuntes contenidos en el primer tratado de esta colección.
Su respetuoso servidor
BENJAMIN VICUÑA MACKENNA.
Santiago, abril 30 de 1862.
I.
La idea de la Federación americana presenta en estos momentos, en el suelo del Nuevo mundo, la ¡majen de esos meteoros que iluminan a veces la densa oscuridad de los cielos. Al través del velo de las tinieblas, todos han asomado el rostro en la hora de la alarma, y al divisar a lo lejos el aparecido resplandor, han sentido sus espíritus agitados por la esperanza y la inquietud. Todos ven asomar el astro que augura nuevos destinos en la redondez de nuestros confines de naciones, desde el Plata al Rimac; pero nadie sabe de donde y viene ni a donde se encamina aquella luz que ha interrumpido al caos…
II.
Nosotros no venimos, cual pretenciosos astrónomos, a decir los que piensan y a los que trabajan, a los que dirigen y a los que obedecen: he aquí el fenómeno: he aquí el milagro! Somos solo marineros alistados voluntariamente en la tripulación colecticia de esa idea del porvenir que navega hoy mares procelosos; y cuando hemos visto arreciar el huracán qua viene desde el otro lado del Océano, volvemos la vista a la luminosa estela que deja la nave, para distinguir el derrotero por donde sea fácil salvarla, poniéndola a propicios vientos.
No vamos pues a dar una opinión propia, ni a interpretar la ajena. Abrimos únicamente el libro de la suprema enseñanza, el libró del pasado, y levantándolo en alto, decimos a todos los que tienen amor y buena voluntad. — Venid y trabajad!
Nosotros, menos felices, estamos atados en la hora que corre a una empresa harto menos dichosa.― Soldados en servicio activo, liemos sido llamados a permanecer de facción sobre la plaza pública donde se agita en olas ardientes el bullicio de las pasiones, Descender pues de la tribuna en que enseñamos, como mejor podemos, la historia de ayer, preñada de amargas lecciones, para penetrar un instante en el templo de los siglos, no es un trabajo, es un codiciado reposo!
III.
En nuestro concepto, la idea y la planeación de la Federación americana, que a algunos toma de novedad, ha presentado, desde el último siglo cuatro grandes fases, a saber:
1° El pacto de los americanos, firmado en Paris el 27 de diciembre de 1797.
2° El Congreso de Panamá, reunido en julio de 1826.
3° El Congreso de plenipotenciarios, reunido en Lima en enero de 1848.
4° El tratado tripartito, celebrado entre Chile, el Perú y el Ecuador en 1856.
IV.
El primero de aquellos graves movimientos del espíritu americano, es el único verdaderamente grande. La providencia lo había marcado con su infalible dedo. La libertad de un mundo iba a salir del caos de los siglos. El alma de los pueblos palpita entonces visiblemente en la frente de sus elegidos. Miranda, el inspirador de aquel sublime complot, es el designado, es el apóstol. Después será el ejecutor y el mártir!
Aquella propaganda sorda del coloniaje traía en sus entrañas el AÑO X!... y el día del grandioso alumbramiento, todos los iniciados se hallan en sus puestos.—Belgrano en Buenos Aires. ― O’Higgins en Chile. — Baquijano en Lima. — Rocafuerte en Guayaquil. — Nariño en Bogotá  —y el chileno Cortés Madariaga en Venezuela.
Aquella asamblea de emisarios sublimes que no tuvieron otro mandato popular que la voz de sus grandes conciencias, filió por fruto la gran revolución de la independencia. La América libre debe un monumento, eterno como los siglos, a Francisco Miranda, Colon indígena, descubridor en el mundo nuevo de un mundo de libertad [1].
V.
La Asamblea de Panamá, que cierra aquella era de tan grandes días, gastados en la lucha y en la gloria de 30 años, (1797-1826) acusa ya una decadencia de la fraternidad americana. Hija del éxito, rodéala en su cuna la nube deslumbradora de una vanidad gigante. Es Bolívar quien firma la convocatoria de los pueblos al día siguiente de Ayacucho!
Un hombre grande y terrible había, sin embargo, concebido aquella colosal tentativa de la alianza entro repúblicas recién nacidas, y era el único capaz de encaminarla a su arduo fin. —Monteagudo fue ese hombre.
Aquel genio tan vasto como siniestro, había hecho en América, después de la revolución, lo que Miranda hizo en Europa, en Rusia, en Francia, en Inglaterra, en todas partes, antes de la iniciativa.—Dictó en Chuquisaca la deposición de Pizarro en 1809; redactó en Buenos Aires el Mártir o libre en 1810; en Chile el Censor de la revolución en 1848; el Pacificador del Perú en Huaura en 1820 ; su célebre Manifiesto en Quito de 1822, y estaba todavía fresca la tinta de su Plan de federación, que escribía en Lima en 1825, cuando el puñal de Candelario Espinosa atravesó su osado corazón.
Todo era grande en la organización de aquel hombre, menos la virtud. Fue un Tácito con el alma de Nerón; y por eso murió como esto, en una celda nocturna, a manos de un esclavo!
VI.
Muerto Monteagudo, la idea generatriz de la Confederación Americana, que había brotado en su poderoso cerebro, se desvirtuó por si sola. Bolívar levantó el pensamiento que se había enfriado sobre el cadáver de su confidente, solo como un escudo de defensa contra la Santa Alianza, no como el lazo de fraternidad y de poder para las nacionalidades.—En reemplazo del tribuno de todas las repúblicas, el Dictador envió a Panamá a Vidaurre y a Pérez Tudela, el primero un loco ilustre que tuvo la fecundidad del genio, el último un venerable jurisconsulto, hoy nonagenario, y de cuyos labios trémulos oímos mas de una vez la historia de aquel inmenso plan abortado.
La asamblea de Panamá, fue pues estéril, porque fue hija del miedo a Alejandro de Rusia; como fue después estéril el Congreso de 1848 hijo del miedo a Cristina, y el tratado tripartito de 1856 hijo del miedo a Walker! La decadencia ha sido pues fatal y progresiva! Miranda había sido el apóstol de la fraternidad— Monteagudo fue su tribuno— Bolívar su César como Flores fue después se Judas y Walker su sangriento histrión!
VII.
Dos consecuencias esenciales aparecen, sin embargo, en alto relieve desprendidas de estas causas y de estos resultados.
Es la primera, la de que todas las tentativas de federación han sido oficiales, de gobierno a gobierno.
Es la segunda, la de que las causas de esa iniciativa oficial han sido siempre un motivo egoísta y momentáneo.
De manera, pues, que examinada a fondo la cuestión, no ha habido hasta hoy ningún proyecto de federación americana propiamente dicha —alianza de pueblos, fraternidad de nacionalidades, liga de repúblicas. Lo único que ha habido son pactos abortados de gobiernos efímeros.
Por esto, hoy día la América, puede decirse, entra en un terreno virgen. La gran «Patria común» comienza a fundarse en 1862, como en 1810 se fundó la patria individual de cada zona. Los pueblos levantan unísonos la voz de la concordia; se envían el abrazo de la fraternidad. El amor impera entonces, no el miedo. Y de esta suerte, pero solo de esta suerte, la Confederación Americana será un hecho!
VIII.
Hubo, empero, un momento solemne en que el fial de la unidad pudo pronunciarse en el pasado con el estrépito del trueno por los semidioses de nuestro continente. El abrazo de Bolívar y San Martín en Guayaquil (julio de 1822) debió ser el abrazo de la América! Pero los colosos, empinándose para medirse, se vieron enanos entro sí. Los «Libertadores» quisieron ser Césares, y en un rapto de suprema envidia el águila del Orinoco clavó su ágil talón en la cerviz del león de los Andes, hiriéndole de muerte, para subir a sus cumbres, desvanecerse, y, a su vez, caer... Así, el uno fue a morir en una roca del Atlántico, después de la impotencia, y el otro expiró después de la omnipotencia, en otra roca del mar! Su púrpura había sido su mortaja de proscriptos! El sueño de las coronas había sido el sueño de la muerte... Sublime castigo! El sueño de Iturbide fue mas horrendo todavía: fue el sueño del cadalso! Sublime enseñanza!
IX.
En cuanto a su organización y a sus labores, el Congreso de Panamá estuvo, sin embargo, a la altura de los ilustres próceres que lo compusieron.
La convocatoria de la Asamblea fue espedida por Bolívar en diciembre de 1824, pero solo año y medio mas tarde pudieron reunirse los elegidos en la inhospitalaria ciudad de Panamá. El gobierno de Colombia designó como sus plenipotenciarios el 30 de agosto de 1825, al brillante general Briceño y al ilustre diplomático don Pedro Gual, recientemente fenecido en Guayaquil. La república de Centroamérica diputó, con fecha 12 de febrero de 1826, a don Pedro Molina y al canónigo Larrazabal, ambos hombres modestos, que fueron, sin embargo, los primeros en llegar. México envió a su famoso diplomático el general Michelena y a don José Domínguez, confiriéndoles poderes el 20 de abril de 1826, y por último, la Inglaterra despachó como agente confidencial a Mr. Eduardo Dawkins el 18 de marzo de aquel mismo año. En cuanto al Perú, sabemos ya que marcharon, a falta de Monteagudo, los doctores Vidaurre y Pérez Tudela, uno y otro insignes abogados.
En cuanto a Chile y el Plata, se abstuvieron ambas repúblicas de acreditar ministros en aquella Asamblea, obedeciendo a una mezquina desconfianza sobre las miras de dominio universal que se atribulan a Bolívar, y que, a fe, era un error capital suponer serían llevados a fin por aquel medio evidentemente contrario.
Los Plenipotenciarios, hospedados en una ciudad que la guerra había asolado, bajo un clima mortífero y careciendo aun de lo necesario para su sustento, no ya para su rango, trabajaron con tan noble ardor que solo en diez conferencias celebradas entre el 22 de junio y el 15 de julio de 1826, terminaron el tratado de Confederación, y varios otros secundarios que se consideraban como apéndices de aquel.
El 16 de julio se cerraron las sesiones y el 24 se remitieron al Perú, para la aprobación de Bolívar, los protocolos originales de la Asamblea. Son estos mismos preciosos testimonios, única constancia auténtica que queda de aquel primer ensayo de fraternidad americana, los que nosotros tuvimos la suerte de consultar en el archivo del Congreso del Perú, y de los cuales recogimos los datos que ahora publicamos.
Vidaurre vine a Lima siendo portador de aquellas piezas. Los otros diputados se embarcaron el 16 de julio en un bergantín llamado casi simbólicamente «Tres hermanos», llegando poco después a Acapulco. Se habían dado citas para continuar y dar cima a su ardua empresa en la pintoresca aldea de Tacubaya, vecina a la capital de México; pero las discordias que luego asolaron este país, desbarataron del todo tan magníficos y malogrados propósitos.
X.
El Congreso reunido en Lima en 1848 jugó un rol aun menos conspicuo que la Asamblea de Panamá, porque su causa motriz fue menos poderosa y su mandato menos vasto.
Fueron diputados a aquella convención, por Nueva Granada, don Juan Francisco de Martín; por el Ecuador, don Pablo Merino; por el Perú, don Manuel Ferreiros; por Bolivia, don José Ballivian y por Chile, don Diego José Benavente [2].
Celebraron su primera conferencia el 11 de diciembre de 1847, en casa del diputado Ferreiros y la última el 1° de marzo de 1848 en la legación de Chile, siendo veinte el total de las sesiones. Acordaron en ellas un tratado de comercio y una convención consular; pero sus principales esfuerzos se consagraron a fijar las bases de un tratado de confederación americana, haciéndose acreedores a eterna gratitud por tal servicio.
En el lugar correspondiente de estos apuntes se registran los documentos relativos a este alto cometido.
XI.
En cuanto al Tratado tripartito ajustado en 1856 entre los gobiernos de Chile, Ecuador y Perú, a consecuencia de las invasiones filibusteras de Walker en Centroamérica, sabido es que no encontró, par sus mezquinos propósitos oficiales, adhesión en otras repúblicas ni tuvo resultado alguno de importancia. Conociose en Chile por la primera vez (a pesar de haber sido firmado en Santiago), merced a una traducción que publicaron los diarios de Estados Unidos, y en seguida, discutido a la letra del original, fue roto y anulado en el calor de las discusiones políticas, pues los partidos hicieron de él una enseña de calorosa controversia.
XII.
Tales han sido, en resumen, las evoluciones más culminantes hechas por la tendencia unificadora que trabaja a la América, tendencia vigorosa y tenaz en el espíritu de los pueblos, débil e incierta en la mano de los gobiernos, pero que hoy parece ser impulsada por un feliz consorcio de voluntades y poder, hacia una acertada y cercana consumación.
XIII.
Casi tanto o más que las asambleas oficiales han contribuido a dar conciencia y popularidad a la asociación americana, una cohorte de brillantes escritores, afanosos y desinteresados obreros de esa idea. Registramos en la tercera parte de esta publicación, en una nómina de autores y obras relativas a este pensamiento, y que es tan completa como ha sido posible a una constante investigación, los nombres de mas de treinta americanos que se han ensayado en aquel vasto campo, sea con trabajos serios o solo con esfuerzos de voluntad; y consuela el que en esa nomenclatura figure una mayoría de chilenos, pues se cuentan once de estos (O’Higgins, Freira, Montt, Vicuña (Pedro Félix), Bilbao, Matta (Guillermo), Carrasco, Albano, Zenteno, Amunategui, Palma y Rodríguez) mientras que del Perú hay casi igual número, cuatro de ciudadanos de Venezuela, otros tanto de la República Argentina, dos mejicanos, un neogranadino y un ecuatoriano, contándose, además, seis europeos de los que tres son españoles; fuera de que no hacemos mención de muchos otros en esta lista, por no haber hecho trabajos especiales sobre la materia a que aquella se refiere.
No es nuestro propósito en manera alguna analizar aquí esa copiosa serie de brillantes ensayos. Nuestro objeto es solo servir de modestos guías a los obreros que tengan la voluntad y los medios de consagrarse a esta tarea; y además, como es fácil procurarse en nuestras bibliotecas todas aquellas publicaciones, nos limitamos a consignar en los presentes apuntes solo la parte inédita de tan rico repertorio.
Por lo domas, esos autores no forman un cuerpo compacto de doctrina. En casi todos prevalece la idea, la posibilidad, y sobre todo, la urgencia de una asociación moral de todas las repúblicas; pero cada cual llega a su objeto por diversa senda. Así, Vigil, «el nuevo Patriarca de las Indias», desearía un Congreso permanente que obrase como supremo tribunal en las discordias internacionales de todos los Estados de América, mientras que Gutiérrez, uno de los mas entusiastas campeones de la causa de la federación [3]  querría se crease en Europa una especie de Academia de sabios que vigilase por los intereses americanos. Otro publicista argentino, don J. B. Alberdi, aconseja el desmembramiento de la América, cuyas fronteras, dice, están mal cortadas, mientras el distinguido ecuatoriano don Pedro Moncayo y el diplomático neogranadino don Florentino Gonzáles reclaman el statu quo, el utis possidetis de 1810. En otro sentido, Bello cree que la Federación, tal cual se concibe como alianza y fraternidad de pueblos y gobiernos, es solo una dorada quimera, mientras que Bilbao la canta con la fe de los profetas, en su mas vasta plenitud; y por fin, ya aquella se restrinja en su acción a ciertas condiciones de ventaja interna como arreglos de fronteras, correos, moneda, aduana, propiedad literaria, cual lo piensa Carrasco Albano en su brillante memoria universitaria, o es combatida como un mal, si ha de ser la liga de los gobiernos, y no la alianza espontánea de los pueblos, como lo reclama Vicuña (don Pedro Félix) en su obra del «Porvenir del hombre».
XIV.
Una conclusión inmensamente consoladora se desprende, sin embargo, en la hora solemne en que esto escribimos de esa agitación parlamentaria y de esa ebullición de la prensa, material inagotable de estudios para la juventud; y es la de que ese movimiento se ha mantenido sin declinar en su fe en su labor desde sus primeros años de la independencia hasta este momento mismo, en que ha asumido el carácter de una verdadera agitación americana.
No faltará pues obreros y secuaces para la gran cruzada a cuyo llamamiento todos deseamos responder con el contingente de nuestra voluntad o de nuestro brazo, de nuestro óbolo o de nuestra sangre.
Lo que falta es solo una cosa—los caudillos pacíficos, los O’Conell y los Cobden, de esta agitación profunda, palanca milagrosa con que la América levantaría sus destinos a la altura del más grande de los pueblos, sin mas condición que el patriotismo de sus hijos y la cordura de sus gobiernos.
XV.
Entre tanto, cumple a Chile en su rol de pueblo americano una doble misión, un doble deber: la iniciativa y la reparación.
La iniciativa, porque Dios, que cerró sus lindes con murallas de granito para defender su espalda contra las conquistas, desató de su frente un mar inmenso que conducirá por doquiera en alas del vapor su idea de fraternidad, su prestigio de nación, su genio de pueblo. Miranda, el inspirador de las profecías ya cumplidas, tendiendo sus ojos hacia Arauco desde las nieblas de Albión, dijo en el último año del pasado siglo; que Chile «nacería, para la libertad y para la independencia». Bolívar anticipó en 1815, que viviríamos bajo «las justas y moderadas leyes de una república». San Martín exclamó a su vez, después de Chacabuco. —«Chile es la ciudadela de la América»! Tal es el pronóstico de los genios!
De reparación, porque Chile se obstinó en no enviar un Plenipotenciario al Congreso de Panamá en 1826; porque Chile deshizo la obra emprendida por el Congreso de Lima en 1848; porque Chile dejó solo vaciado en el papel y desnaturalizó el tratado tripartito de 1856, que bajo una propaganda onerosa habría podido ser la base de la Organización; y por último, porque Chile había muerto con las armas en aquella jornada (que sería reputada un crimen americano sino fuera de tan grande gloria, y de tan generoso sacrificio) el único ensayo de confederación que habían hecho dos pueblos o dos gobiernos americanos.—Tal ha sido la obra oficial de nuestros gabinetes.
Pero ahí, en esa Confederación Perú-Boliviana derribada en Yungai con bayonetas chilenas, ahí está la gran lección que arroja la historia sobre la idea y la ejecución de la alianza americana.
La confederación de los gobiernos, por el miedo exterior o la organización interior, es o el despotismo o la usurpación.
La confederación de los pueblos por el amor y la fraternidad es la independencia (1810) es la UNION AMERICANA (1862). Y así se cumplirán en el porvenir los destinos de esta Patria común, el mas magnífico de los cinco grandes continentes que la mano del Eterno vació en el molde de su omnipotencia y al que un piloto sublime llamó «el Nuevo Mundo» porque en sus portentos era como una segunda y maravillosa Creación!

Fuente: Sociedad de la Sociedad Americana de Santiago de Chile, “Union i Confederacion de los pueblos Hispano-Americanos, pág. 144 y sgtes., Imprenta Chilena-1862. Ortografía modernizada.
(*) De la Voz de Chile de mayo de 1862, en que se publicaron por la primera vez estos Apuntes.
[1] Para algunos detalles sobre esta Asamblea de americanos, véase la historia de Venezuela por Baralt y Diaz y el Ostracismo de O’Higgins.
[2] Los plenipotenciarios habían sido nombrados en todo el año de 1847. cabiendo a Chile el honor de la iniciativa. Los poderes de Benavente tienen la fecha de febrero 11 de 1847, los del plenipotenciario de Bolivia, marzo 6; Nueva Granada, junio 5; Perú, octubre 10, y Ecuador, octubre 19.
Los poderes del plenipotenciario de Chile contenían explícitamente el objeto de su misión en estas palabras que los encabezan. “Por cuanto conviene a la común seguridad de las repúblicas suramericanas que en la adopción de medidas para repeler la invasión que don Juan José Flores medita en España contra alguna, o algunas de ellas, procedan de común acuerdo, etc.”
Estos detalles están tomados de los protocolos originales de aquel Congreso que conserva en su poder el señor plenipotenciario del Perú, y uno de sus mas beneméritos ciudadanos, don Manuel Ferreiros. Este caballero tuvo la bondad de permitirme extractar y sacar copias de aquellos preciosos legajos, tanto mas interesantes, cuanto que tenemos entendido son los únicos protocolos auténticos: que existen del Congreso de Lima.
[3] Aunque el señor don Juan María Gutiérrez, actual Ministro de Estado en Buenos Aires, no haya escrito ninguna obra especial sobre federación americana, es un constante promotor de aquella idea, así como de todo lo que puede contribuir al adelanto y engrandecimiento de la América.
He aquí lo que apropósito de aquella idea, y contestando una carta que nosotros lo habíamos dirigido en febrero de 1861, nos dice con fecha de junio 3 de aquel año.
« Hacer un solo pueblo a todos los meridionales de América, darles fuertes intereses comunes, traerlos a la unidad que la independencia les ha arrebatado, bajo muchos respectos, es un propósito que todos los americanos debemos aplaudir. Cómo comenzar esta tarea es la cuestión. Mi pensamiento viejo es que debemos comenzar por crear un derecho público por medio de tratados, a manera del que existe entre la República Chilena y Argentina, deshaciendo las barreras que existen en divorcio de los intereses de comercio y riqueza, uniformando los derechos recíprocos de los respectivos ciudadanos, para tener así un punto de partida fuerte y claro, como lo son siempre las leyes de carácter internacional. Al mismo tiempo, es también mi opinión que el congreso de las Repúblicas sudamericanas debe formarse y existir en Europa, componiéndolo, no diplomáticos, sino hombres de estudio que se den cuenta de lo que es la América y comparen lo que en ella pasa, y la describan, y reúnan en un solo cuerpo, en una publicación periódica, cuanto pueda interesar a la sociabilidad americana etc. A Ud. se lo ocurre naturalmente el modo de realizar este pensamiento, fácil y practicable, desde el momento que hubiere la voluntad de aceptarlo por los gobiernos, hasta ahora rutineros que malgastan los fondos en misiones estériles y vanidosas a las antiguas cortes del viejo mundo. Buena o mala, esta es mi idea, y someto a su juicio como un complemento, al menos, de la idea que lo preocupa a Ud. con tanta razón. »
No podemos menos de transcribir también en este lugar un interesante pasaje del célebre escritor peruano don Felipe Pardo en su folleto titulado «El Espejo de mi tierra», núm. 2, publicado en Lima el 8 de octubre del 1840. Dice así con no menos verdad que donaire.
«Unas mismas costumbres, un mismo idioma, una misma religión, unas mismas preocupaciones nos unían bajo el régimen colonial; y sin considerar que la diferencia da todos estos accidentes es cabalmente lo que distingue las diferentes nacionalidades, nos hemos llenado la boca al llamar extranjero al chileno, al boliviano, al colombiano, en fin, a cada uno de los individuos que componían la antigua familia hispanoamericana; y en muchos ejemplos (¡o absurdo detestable!) ese chileno, ese boliviano, ese colombiano no tienen mas ideas que las que han recibido en el Perú, ni mas educación que la de los colegios peruanos, ni mas relaciones que las de nuestros compatriotas, ni mas propiedades que las que han heredado de sus padres en nuestro territorio; y muchos de ellos, ainda mais, han sacado la piel como un harnero de resultas de haber luchado en favor de nuestra independencia.

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