ESTUDIOS
HISTORICOS
Por:
Benjamín Vicuña Mackenna
[1862]
I. Publicaciones. —
II. Protocolos inéditos del Congreso de Panamá. — III. Piezas inéditas del
Congreso de Lima.
DEDICATORIA
A los ciudadanos don BARTOLOME MITRE, don RAMON
CASTILLA y don José JOAQUIN PEREZ, no como a los supremos mandatarios de las
tres poderosas Repúblicas del medio día de nuestro Continente, sino como a los
caudillos de la alianza y de la fraternidad de los pueblos de la América española, consagra
los humildes apuntes contenidos en el primer tratado de esta colección.
Su respetuoso servidor
BENJAMIN
VICUÑA MACKENNA.
I.
La
idea de la Federación
americana presenta en estos momentos, en el suelo del Nuevo mundo, la ¡majen de
esos meteoros que iluminan a veces la densa oscuridad de los cielos. Al través
del velo de las tinieblas, todos han asomado el rostro en la hora de la alarma,
y al divisar a lo lejos el aparecido resplandor, han sentido sus espíritus
agitados por la esperanza y la inquietud. Todos ven asomar el astro que augura
nuevos destinos en la redondez de nuestros confines de naciones, desde el Plata
al Rimac; pero nadie sabe de donde y viene ni a donde se encamina aquella luz
que ha interrumpido al caos…
II.
Nosotros no venimos, cual pretenciosos astrónomos, a decir los que
piensan y a los que trabajan, a los que dirigen y a los que obedecen: he aquí
el fenómeno: he aquí el milagro! Somos solo marineros alistados voluntariamente
en la tripulación colecticia de esa idea del porvenir que navega hoy mares
procelosos; y cuando hemos visto arreciar el huracán qua viene desde el otro
lado del Océano, volvemos la vista a la luminosa estela que deja la nave, para
distinguir el derrotero por donde sea fácil salvarla, poniéndola a propicios
vientos.
No
vamos pues a dar una opinión propia, ni a interpretar la ajena. Abrimos
únicamente el libro de la suprema enseñanza, el libró del pasado, y
levantándolo en alto, decimos a todos los que tienen amor y buena voluntad. — Venid y trabajad!
Nosotros,
menos felices, estamos atados en la hora que corre a una empresa harto menos
dichosa.― Soldados en servicio activo, liemos sido llamados a permanecer de
facción sobre la plaza pública donde se agita en olas ardientes el bullicio de
las pasiones, Descender pues de la tribuna en que enseñamos, como mejor podemos,
la historia de ayer, preñada de amargas lecciones, para penetrar un instante en
el templo de los siglos, no es un trabajo, es un codiciado reposo!
III.
En
nuestro concepto, la idea y la planeación de la Federación americana,
que a algunos toma de novedad, ha presentado, desde el último siglo cuatro
grandes fases, a saber:
1°
El pacto de los americanos, firmado en Paris el 27 de diciembre de 1797.
2°
El Congreso de Panamá, reunido en julio de 1826.
3°
El Congreso de plenipotenciarios, reunido en Lima en enero de 1848.
4°
El tratado tripartito, celebrado entre Chile, el Perú y el Ecuador en 1856.
IV.
El
primero de aquellos graves movimientos del espíritu americano, es el único
verdaderamente grande. La providencia lo había marcado con su infalible dedo.
La libertad de un mundo iba a salir del caos de los siglos. El alma de los
pueblos palpita entonces visiblemente en la frente de sus elegidos. Miranda, el
inspirador de aquel sublime complot, es el designado, es el apóstol. Después
será el ejecutor y el mártir!
Aquella
propaganda sorda del coloniaje traía en sus entrañas el AÑO X!... y el día del
grandioso alumbramiento, todos los iniciados se hallan en sus puestos.—Belgrano
en Buenos Aires. ― O’Higgins en Chile. — Baquijano en Lima. — Rocafuerte en
Guayaquil. — Nariño en Bogotá —y el
chileno Cortés Madariaga en Venezuela.
Aquella
asamblea de emisarios sublimes que no tuvieron otro mandato popular que la voz
de sus grandes conciencias, filió por fruto la gran revolución de la
independencia. La América
libre debe un monumento, eterno como los siglos, a Francisco Miranda, Colon
indígena, descubridor en el mundo nuevo de un mundo de libertad [1].
V.
Un
hombre grande y terrible había, sin embargo, concebido aquella colosal
tentativa de la alianza entro repúblicas recién nacidas, y era el único capaz
de encaminarla a su arduo fin. —Monteagudo fue ese hombre.
Aquel
genio tan vasto como siniestro, había hecho en América, después de la
revolución, lo que Miranda hizo en Europa, en Rusia, en Francia, en Inglaterra,
en todas partes, antes de la iniciativa.—Dictó en Chuquisaca la deposición de
Pizarro en 1809; redactó en Buenos Aires el Mártir
o libre en 1810; en Chile el Censor de la revolución en 1848; el
Pacificador del Perú en Huaura en 1820 ; su célebre Manifiesto en Quito de 1822, y estaba todavía fresca la tinta de su
Plan de federación, que escribía en Lima en 1825, cuando el puñal de Candelario
Espinosa atravesó su osado corazón.
Todo
era grande en la organización de aquel hombre, menos la virtud. Fue un Tácito
con el alma de Nerón; y por eso murió como esto, en una celda nocturna, a manos
de un esclavo!
VI.
Muerto
Monteagudo, la idea generatriz de la Confederación Americana ,
que había brotado en su poderoso cerebro, se desvirtuó por si sola. Bolívar
levantó el pensamiento que se había enfriado sobre el cadáver de su confidente,
solo como un escudo de defensa contra la Santa Alianza , no
como el lazo de fraternidad y de poder para las nacionalidades.—En reemplazo
del tribuno de todas las repúblicas, el Dictador envió a Panamá a Vidaurre y a
Pérez Tudela, el primero un loco ilustre que tuvo la fecundidad del genio, el
último un venerable jurisconsulto, hoy nonagenario, y de cuyos labios trémulos
oímos mas de una vez la historia de aquel inmenso plan abortado.
La
asamblea de Panamá, fue pues estéril, porque fue hija del miedo a Alejandro de
Rusia; como fue después estéril el Congreso de 1848 hijo del miedo a Cristina,
y el tratado tripartito de 1856 hijo del miedo a Walker! La decadencia ha sido
pues fatal y progresiva! Miranda había sido el apóstol de la fraternidad—
Monteagudo fue su tribuno— Bolívar su César como Flores fue después se Judas y
Walker su sangriento histrión!
VII.
Dos
consecuencias esenciales aparecen, sin embargo, en alto relieve desprendidas de
estas causas y de estos resultados.
Es
la primera, la de que todas las tentativas de federación han sido oficiales, de
gobierno a gobierno.
Es
la segunda, la de que las causas de esa iniciativa oficial han sido siempre un
motivo egoísta y momentáneo.
De
manera, pues, que examinada a fondo la cuestión, no ha habido hasta hoy ningún
proyecto de federación americana propiamente dicha —alianza de pueblos,
fraternidad de nacionalidades, liga de repúblicas. Lo único que ha habido son
pactos abortados de gobiernos efímeros.
Por
esto, hoy día la América ,
puede decirse, entra en un terreno virgen. La gran «Patria común» comienza a
fundarse en 1862, como en 1810 se fundó la patria individual de cada zona. Los
pueblos levantan unísonos la voz de la concordia; se envían el abrazo de la
fraternidad. El amor impera entonces, no el miedo. Y de esta suerte, pero solo
de esta suerte, la
Confederación Americana será un hecho!
VIII.
Hubo,
empero, un momento solemne en que el fial
de la unidad pudo pronunciarse en el pasado con el estrépito del trueno por los
semidioses de nuestro continente. El abrazo de Bolívar y San Martín en
Guayaquil (julio de 1822) debió ser el abrazo de la América ! Pero los colosos,
empinándose para medirse, se vieron enanos entro sí. Los «Libertadores»
quisieron ser Césares, y en un rapto de suprema envidia el águila del Orinoco
clavó su ágil talón en
la cerviz del león de los Andes, hiriéndole de muerte, para subir a sus
cumbres, desvanecerse, y, a su vez, caer... Así, el uno fue a morir en una roca
del Atlántico, después de la impotencia, y el otro expiró después de la omnipotencia, en otra roca del mar! Su púrpura había sido su mortaja de
proscriptos! El sueño de las coronas había sido el sueño de la muerte...
Sublime castigo! El sueño de Iturbide fue mas horrendo todavía: fue el sueño
del cadalso! Sublime enseñanza!
IX.
En
cuanto a su organización y a sus labores, el Congreso de Panamá estuvo, sin
embargo, a la altura de los ilustres próceres que lo compusieron.
La
convocatoria de la Asamblea
fue espedida por Bolívar en diciembre de 1824, pero solo año y medio mas tarde
pudieron reunirse los elegidos en la inhospitalaria ciudad de Panamá. El
gobierno de Colombia designó como sus plenipotenciarios el 30 de agosto de
1825, al brillante general Briceño y al ilustre diplomático don Pedro Gual,
recientemente fenecido en Guayaquil. La república de Centroamérica diputó, con
fecha 12 de febrero de 1826,
a don Pedro Molina y al canónigo Larrazabal, ambos
hombres modestos, que fueron, sin embargo, los primeros en llegar. México envió
a su famoso diplomático el general Michelena y a don José Domínguez,
confiriéndoles poderes el 20 de abril de 1826, y por último, la Inglaterra despachó
como agente confidencial a Mr. Eduardo Dawkins el 18 de marzo de aquel mismo
año. En cuanto al Perú, sabemos ya que marcharon, a falta de Monteagudo, los
doctores Vidaurre y Pérez Tudela, uno y otro insignes abogados.
En cuanto
a Chile y el Plata, se abstuvieron ambas repúblicas de acreditar ministros en
aquella Asamblea, obedeciendo a una mezquina desconfianza sobre las miras de
dominio universal que se atribulan a Bolívar, y que, a fe, era un error capital
suponer serían llevados a fin por aquel medio evidentemente contrario.
Los
Plenipotenciarios, hospedados en una ciudad que la guerra había asolado, bajo
un clima mortífero y careciendo aun de lo necesario para su sustento, no ya
para su rango, trabajaron con tan noble ardor que solo en diez conferencias
celebradas entre el 22 de junio y el 15 de julio de 1826, terminaron el tratado
de Confederación, y varios otros secundarios que se consideraban como apéndices
de aquel.
El
16 de julio se cerraron las sesiones y el 24 se remitieron al Perú, para la
aprobación de Bolívar, los protocolos originales de la Asamblea. Son estos
mismos preciosos testimonios, única constancia auténtica que queda de aquel
primer ensayo de fraternidad americana, los que nosotros tuvimos la suerte de
consultar en el archivo del Congreso del Perú, y de los cuales recogimos los
datos que ahora publicamos.
Vidaurre
vine a Lima siendo portador de aquellas piezas. Los otros diputados se
embarcaron el 16 de julio en un bergantín llamado casi simbólicamente «Tres
hermanos», llegando poco después a Acapulco. Se habían dado citas para
continuar y dar cima a su ardua empresa en la pintoresca aldea de Tacubaya,
vecina a la capital de México; pero las discordias que luego asolaron este
país, desbarataron del todo tan magníficos y malogrados propósitos.
X.
El
Congreso reunido en Lima en 1848 jugó un rol aun menos conspicuo que la Asamblea de Panamá,
porque su causa motriz fue menos poderosa y su mandato menos vasto.
Fueron
diputados a aquella convención, por Nueva Granada, don Juan Francisco de
Martín; por el Ecuador, don Pablo Merino; por el Perú, don Manuel Ferreiros;
por Bolivia, don José Ballivian y por Chile, don Diego José Benavente [2].
Celebraron
su primera conferencia el 11 de diciembre de 1847, en casa del diputado
Ferreiros y la última el 1° de marzo de 1848 en la legación de Chile, siendo
veinte el total de las sesiones. Acordaron en ellas un tratado de comercio y
una convención consular; pero sus principales esfuerzos se consagraron a fijar
las bases de un tratado de confederación americana, haciéndose acreedores a
eterna gratitud por tal servicio.
En
el lugar correspondiente de estos apuntes se registran los documentos relativos
a este alto cometido.
XI.
En
cuanto al Tratado tripartito ajustado en 1856 entre los gobiernos de Chile,
Ecuador y Perú, a consecuencia de las invasiones filibusteras de Walker en
Centroamérica, sabido es que no encontró, par sus mezquinos propósitos
oficiales, adhesión en otras repúblicas ni tuvo resultado alguno de
importancia. Conociose en Chile por la primera vez (a pesar de haber sido
firmado en Santiago), merced a una traducción que publicaron los diarios de
Estados Unidos, y en seguida, discutido a la letra del original, fue roto y
anulado en el calor de las discusiones políticas, pues los partidos hicieron de
él una enseña de calorosa controversia.
XII.
Tales
han sido, en resumen, las evoluciones más culminantes hechas por la tendencia
unificadora que trabaja a la
América , tendencia vigorosa y tenaz en el espíritu de los
pueblos, débil e incierta en la mano de los gobiernos, pero que hoy parece ser
impulsada por un feliz consorcio de voluntades y poder, hacia una acertada y
cercana consumación.
XIII.
Casi
tanto o más que las asambleas oficiales han contribuido a dar conciencia y
popularidad a la asociación americana, una cohorte de brillantes escritores,
afanosos y desinteresados obreros de esa idea. Registramos en la tercera parte
de esta publicación, en una nómina de autores y obras relativas a este
pensamiento, y que es tan completa como ha sido posible a una constante
investigación, los nombres de mas de treinta americanos que se han ensayado en
aquel vasto campo, sea con trabajos serios o solo con esfuerzos de voluntad; y
consuela el que en esa nomenclatura figure una mayoría de chilenos, pues se
cuentan once de estos (O’Higgins, Freira, Montt, Vicuña (Pedro Félix), Bilbao,
Matta (Guillermo), Carrasco, Albano, Zenteno, Amunategui, Palma y Rodríguez)
mientras que del Perú hay casi igual número, cuatro de ciudadanos de Venezuela,
otros tanto de la
República Argentina , dos mejicanos, un neogranadino y un
ecuatoriano, contándose, además, seis europeos de los que tres son españoles;
fuera de que no hacemos mención de muchos otros en esta lista, por no haber
hecho trabajos especiales sobre la materia a que aquella se refiere.
No
es nuestro propósito en manera alguna analizar aquí esa copiosa serie de
brillantes ensayos. Nuestro objeto es solo servir de modestos guías a los
obreros que tengan la voluntad y los medios de consagrarse a esta tarea; y
además, como es fácil procurarse en nuestras bibliotecas todas aquellas
publicaciones, nos limitamos a consignar en los presentes apuntes solo la parte
inédita de tan rico repertorio.
Por
lo domas, esos autores no forman un cuerpo compacto de doctrina. En casi todos
prevalece la idea, la posibilidad, y sobre todo, la urgencia de una asociación
moral de todas las repúblicas; pero cada cual llega a su objeto por diversa
senda. Así, Vigil, «el nuevo Patriarca de las Indias», desearía un Congreso
permanente que obrase como supremo tribunal en las discordias internacionales
de todos los Estados de América, mientras que Gutiérrez, uno de los mas
entusiastas campeones de la causa de la federación [3] querría se crease en Europa una especie de
Academia de sabios que vigilase por los intereses americanos. Otro publicista
argentino, don J. B. Alberdi, aconseja el desmembramiento de la América , cuyas fronteras,
dice, están mal cortadas, mientras el distinguido ecuatoriano don Pedro Moncayo
y el diplomático neogranadino don Florentino Gonzáles reclaman el statu quo, el
utis possidetis de 1810. En otro sentido, Bello cree que la Federación , tal cual se
concibe como alianza y fraternidad de pueblos y gobiernos, es solo una dorada
quimera, mientras que Bilbao la canta con la fe de los profetas, en su mas
vasta plenitud; y por fin, ya aquella se restrinja en su acción a ciertas
condiciones de ventaja interna como arreglos de fronteras, correos, moneda,
aduana, propiedad literaria, cual lo piensa Carrasco Albano en su brillante
memoria universitaria, o es combatida como un mal, si ha de ser la liga de los
gobiernos, y no la alianza espontánea de los pueblos, como lo reclama Vicuña
(don Pedro Félix) en su obra del «Porvenir del hombre».
XIV.
Una
conclusión inmensamente consoladora se desprende, sin embargo, en la hora
solemne en que esto escribimos de esa agitación parlamentaria y de esa
ebullición de la prensa, material inagotable de estudios para la juventud; y es
la de que ese movimiento se ha mantenido sin declinar en su fe en su labor
desde sus primeros años de la independencia hasta este momento mismo, en que ha
asumido el carácter de una verdadera agitación americana.
No
faltará pues obreros y secuaces para la gran cruzada a cuyo llamamiento todos
deseamos responder con el contingente de nuestra voluntad o de nuestro brazo,
de nuestro óbolo o de nuestra sangre.
Lo
que falta es solo una cosa—los caudillos pacíficos, los O’Conell y los Cobden,
de esta agitación profunda, palanca milagrosa con que la América levantaría sus
destinos a la altura del más grande de los pueblos, sin mas condición que el
patriotismo de sus hijos y la cordura de sus gobiernos.
XV.
Entre
tanto, cumple a Chile en su rol de pueblo americano una doble misión, un doble
deber: la iniciativa y la reparación.
La
iniciativa, porque Dios, que cerró sus lindes con murallas de granito para
defender su espalda contra las conquistas, desató de su frente un mar inmenso
que conducirá por doquiera en alas del vapor su idea de fraternidad, su
prestigio de nación, su genio de pueblo. Miranda, el inspirador de las
profecías ya cumplidas, tendiendo sus ojos hacia Arauco desde las nieblas de
Albión, dijo en el último año del pasado siglo; que Chile «nacería, para la
libertad y para la independencia». Bolívar anticipó en 1815, que viviríamos
bajo «las justas y moderadas leyes de una república». San Martín exclamó a su
vez, después de Chacabuco. —«Chile es la ciudadela de la América »! Tal es el
pronóstico de los genios!
De
reparación, porque Chile se obstinó en no enviar un Plenipotenciario al
Congreso de Panamá en 1826; porque Chile deshizo la obra emprendida por el
Congreso de Lima en 1848; porque Chile dejó solo vaciado en el papel y
desnaturalizó el tratado tripartito de 1856, que bajo una propaganda onerosa habría
podido ser la base de la
Organización ; y por último, porque Chile había muerto con las
armas en aquella jornada (que sería reputada un crimen americano sino fuera de
tan grande gloria, y de tan generoso sacrificio) el único ensayo de
confederación que habían hecho dos pueblos o dos gobiernos americanos.—Tal ha
sido la obra oficial de nuestros gabinetes.
Pero
ahí, en esa Confederación Perú-Boliviana derribada en Yungai con bayonetas
chilenas, ahí está la gran lección que arroja la historia sobre la idea y la
ejecución de la alianza americana.
La
confederación de los gobiernos, por el miedo exterior o la organización
interior, es o el despotismo o la usurpación.
La
confederación de los pueblos por el amor y la fraternidad es la independencia
(1810) es la UNION
AMERICANA (1862). Y así se cumplirán en el porvenir los
destinos de esta Patria común, el mas magnífico de los cinco grandes
continentes que la mano del Eterno vació en el molde de su omnipotencia y al
que un piloto sublime llamó «el Nuevo Mundo» porque en sus portentos era como
una segunda y maravillosa Creación!
Fuente:
Sociedad de la Sociedad Americana
de Santiago de Chile, “Union i Confederacion de los pueblos Hispano-Americanos,
pág. 144 y sgtes., Imprenta Chilena-1862. Ortografía modernizada.
(*) De la Voz de Chile de mayo de 1862,
en que se publicaron por la primera vez estos Apuntes.
[1] Para algunos
detalles sobre esta Asamblea de americanos, véase la historia de Venezuela por
Baralt y Diaz y el Ostracismo de O’Higgins.
[2] Los
plenipotenciarios habían sido nombrados en todo el año de 1847. cabiendo a
Chile el honor de la iniciativa. Los poderes de Benavente tienen la fecha de
febrero 11 de 1847, los del plenipotenciario de Bolivia, marzo 6; Nueva
Granada, junio 5; Perú, octubre 10, y Ecuador, octubre 19.
Los poderes
del plenipotenciario de Chile contenían explícitamente el objeto de su misión
en estas palabras que los encabezan. “Por cuanto conviene a la común seguridad
de las repúblicas suramericanas que en la adopción de medidas para repeler la
invasión que don Juan José Flores medita en España contra alguna, o algunas de
ellas, procedan de común acuerdo, etc.”
Estos
detalles están tomados de los protocolos originales de aquel Congreso que
conserva en su poder el señor plenipotenciario del Perú, y uno de sus mas
beneméritos ciudadanos, don Manuel Ferreiros. Este caballero tuvo la bondad de
permitirme extractar y sacar copias de aquellos preciosos legajos, tanto mas
interesantes, cuanto que tenemos entendido son los únicos protocolos auténticos:
que existen del Congreso de Lima.
[3]
Aunque el señor don Juan María Gutiérrez, actual Ministro de Estado en Buenos
Aires, no haya escrito ninguna obra especial sobre federación americana, es un
constante promotor de aquella idea, así como de todo lo que puede contribuir al
adelanto y engrandecimiento de la
América.
He aquí lo
que apropósito de aquella idea, y contestando una carta que nosotros lo
habíamos dirigido en febrero de 1861, nos dice con fecha de junio 3 de aquel
año.
« Hacer un
solo pueblo a todos los meridionales de América, darles fuertes intereses
comunes, traerlos a la unidad que la independencia les ha arrebatado, bajo
muchos respectos, es un propósito que todos los americanos debemos aplaudir.
Cómo comenzar esta tarea es la cuestión. Mi pensamiento viejo es que debemos
comenzar por crear un derecho público por medio de tratados, a manera del que
existe entre la
República Chilena y Argentina, deshaciendo las barreras que
existen en divorcio de los intereses de comercio y riqueza, uniformando los
derechos recíprocos de los respectivos ciudadanos, para tener así un punto de
partida fuerte y claro, como lo son siempre las leyes de carácter
internacional. Al mismo tiempo, es también mi opinión que el congreso de las
Repúblicas sudamericanas debe formarse y existir en Europa, componiéndolo, no
diplomáticos, sino hombres de estudio que se den cuenta de lo que es la América y comparen lo que
en ella pasa, y la describan, y reúnan en un solo cuerpo, en una publicación
periódica, cuanto pueda interesar a la sociabilidad americana etc. A Ud. se lo
ocurre naturalmente el modo de realizar este pensamiento, fácil y practicable,
desde el momento que hubiere la voluntad de aceptarlo por los gobiernos, hasta
ahora rutineros que malgastan los fondos en misiones estériles y vanidosas a
las antiguas cortes del viejo mundo. Buena o mala, esta es mi idea, y someto a
su juicio como un complemento, al menos, de la idea que lo preocupa a Ud. con
tanta razón. »
No podemos
menos de transcribir también en este lugar un interesante pasaje del célebre
escritor peruano don Felipe Pardo en su folleto titulado «El Espejo de mi
tierra», núm. 2, publicado en Lima el 8 de octubre del 1840. Dice así con no
menos verdad que donaire.
«Unas
mismas costumbres, un mismo idioma, una misma religión, unas mismas
preocupaciones nos unían bajo el régimen colonial; y sin considerar que la
diferencia da todos estos accidentes es cabalmente lo que distingue las
diferentes nacionalidades, nos hemos llenado la boca al llamar extranjero al
chileno, al boliviano, al colombiano, en fin, a cada uno de los individuos que
componían la antigua familia hispanoamericana; y en muchos ejemplos (¡o absurdo
detestable!) ese chileno, ese boliviano, ese colombiano no tienen mas ideas que
las que han recibido en el Perú, ni mas educación que la de los colegios
peruanos, ni mas relaciones que las de nuestros compatriotas, ni mas
propiedades que las que han heredado de sus padres en nuestro territorio; y
muchos de ellos, ainda mais, han sacado la piel como un harnero de resultas de
haber luchado en favor de nuestra independencia.
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