Por: José María Samper
[1859]
I.
Bolívar,
sondeando el porvenir con ese golpe de vista profundo, aunque a veces incierto,
que es uno de los caracteres del genio, comprendió, desde el momento en que los
pueblos Hispanoamericanos hicieron la proclamación solemne de su independencia,
que todas las nacionalidades resultantes del movimiento revolucionario debían
tomar un solo cuerpo en presencia del mundo civilizado, para organizar su
fuerza defensiva y consolidar su posición internacional.
El
gran caudillo de la guerra, adivinaba con la intuición de la victoria, los
destinos que el porvenir la reservaba al Nuevo Mundo, y presentar al mismo
tiempo los peligros que debían amenazar por muchos años a las nuevas
Repúblicas, hijas del acaso en apariencia, y fundadas por decirlo así, sobre el
suelo ardiente de los campos de batalla.
Pero
Bolívar se equivocó del todo en sus previsiones respecto del enemigo cuyos
ataques eran de temerse. Él creyó siempre que todos los peligros nos llegarían de
Europa, y principalmente de España y jamás pensó que los gérmenes de futuros
conflictos se hallarían en el mismo continente: de un lado en la democracia
espuria y degenerada de la más antigua de las repúblicas, la de Washington y
Jefferson: y del otro en el militarismo y todos los elementos contrarios al
espíritu de la República ,
que se implantaban o dejaban en pié en el momento de asegurar la independencia.
Hay
mas, Bolívar, como todos los espíritus eminentemente poéticos, era mas soñador
o teórico que hombre de estado, y como todos los genios militares tenia, no
obstante su vuelo audaz y su grandeza deslumbradora, un punto de vista
exclusivo, el de la GUERRA
que lo hacia mirar el porvenir bajo falsos principios. Bolívar fue el gran
poeta de la independencia armado de la espada del caudillo y de la elocuencia
constante del conquistador. Militar y poeta antes que todo, Bolívar se preocupaba
con la defensa y la independencia (es decir, la guerra y la gloria),
olvidándose del progreso permanente, de la paz y de la libertad política y
civil; prefería lo grande o lo sólido y natural, y olvidaba tal vez que la vida
internacional de los estados no es mas que una manera de ser del hombre social,
una consecuencia, de pura forma, de la organización y la vida íntima de los
pueblos.
De
esa apreciación errónea de los hechos o de la fisiología de las sociedades, y
de su falta de fe en las doctrinas de la democracia (que para Bolívar eran como
para Napoleón ensueños de ideólogos), debía nacer un falso sistema de confederación
de la América
española, cuya ejecución tenia, forzosamente que fracasar en presencia de
obstáculos insuperables.
Bolívar
acertaba, con una profunda intuición relativa, al desear la confederación de
los estados emancipados; solo que
desconociendo la lógica que preside a los fenómenos de la fisiología social,
quería una confederación de pueblos heterogéneos en una grande asociación de
destinos políticos, combinación irrealizable, en vez de buscar la confederación
de los pueblos por la unidad elemental de sus instituciones, como punto de
partida para la alianza de los estados.
Lo
esencial no era crear una potencia compuesta de naciones, sino un solo pueblo,
dividido, según sus condiciones geográficas,
la hidrografía y la orografía de su territorio, y todos sus intereses de
localidades o sus tradiciones íntimas, en diversas entidades con el nombre de
Repúblicas.
Bolívar
no comprendió la República
de Colombia o Hispanoamérica sino apenas la alianza defensiva de los estados
fundados sobre el territorio del Nuevo Mundo. Su Confederación puramente
artificial y bélica, correspondía al pasado y aun al presente, pero era estéril
para el porvenir: y fue por ese vicio radical que el pensamiento quedó reducido
a algunas estipulaciones promisorias y sin consecuencia, a pesar del interés
apremiante que tenían entonces las nuevas Repúblicas de ponerse a cubierto de
cualquier peligro y ganar simpatías, respeto y relaciones en Europa.
Creo
que ha llegado el momento de realizar en sus verdaderas condiciones el
pensamiento de Bolívar, fruto de la revolución americana. Llevamos casi
cuarenta años de prueba laboriosa, debatiéndonos en la más profunda convulsión.
El cuerpo social de Colombia, paralizado por las instituciones mortales de la
colonia, pero epiléptico no mas porque guardaba su inteligencia, galvanizado
luego por la guerra de la independencia, ha encontrado en la democracia, aun
incompleta y tormentosa, la fuerza vital que necesitaba para moverse y
desarrollarse poderosamente. Si la lucha homérica, maravillosa de independencia
nos reveló nuestra fuerza latente y nos inspiró la fe en el porvenir, la vida
republicana nos ha infiltrado la plena conciencia del derecho, y nos ha dejado
entrever un destino a que podemos llegar a fuerza de voluntad, es decir, de
valor, de esperanza, de patriotismo, de lealtad fraternal, de lógica y de
perseverancia.
Se
ha dicho siempre que la sangre de los pueblos fecunda el árbol de la libertad.
Esla hermosa frase, que es un grande y cruel sofisma, tomada en un sentido
vulgar, es una gran verdad si se lo considera en toda su filosofía. Sí; la
sangre de los pueblos es un riego fecundante para la semilla de la libertad… ¿Por qué? Es porque la sangre no se
derrama y prodiga sino en la perpetración de ese gran crimen de los gobiernos
que se llama la guerra, y cada insurrección, cada matanza popular que suscitan
los ambiciosos fautores de dictaduras, sirve para condenar
mas y mas la infame soberanía del sable, y maldecir con mas justicia a los
enemigos del derecho humano. La explosión estalla, la sangre corre, las
dictaduras se exhiben con su cortejo de ignominia, y la historia recogiendo los
hechos, establece luego su fallo solemne de condenación contra el imperio del egoísmo
y si monopolio de la violencia y engaito. Es así que sobre las huellas sangrientas
y los escombros de los poderes efímeros se encuentra la sombría justificación
del progreso fundado en la libertad, que es el reverso de la violencia. La
guerra y la tiranía son siempre contraproducentes! Ellas hacen surtir la verdad
de entre las nubes de humo que lanza la boca del cañón y de las charcas de
sangre, como Minerva de entre los abismos del océano.
Con
rarísimas excepciones, las insurrecciones han salido en Colombia desde México
hasta Buenos Aires, de los cuarteles o de las sacristías. Las que han surgido
del seno mismo de los pueblos han sido la explosión del derecho, contra la
violencia, el resultado del antagonismo artificial entre la libertad y la
autoridad. Y cada una de esas insurrecciones de cuartel o revoluciones
populares —tan mal juzgadas las unas como las otras en el extranjero, ha hecho
avanzar (¡extraña paradoja en apariencia!) a las sociedades empeñadas en la
lucha. ¿Por qué? —Los hechos. — El tiempo, ese gran justificador de la verdad,
han probado que toda estabilidad es imposible, sino reposa en la libertad y la
justicia; que no es sólido en el mundo sino lo que es natural, y que solo es
natural lo que tiene por base la eterna y providencial armonía del derecho de
todos y de cada uno.
Cincuenta
años de agitación y de incertidumbre en las formas y los sistemas, persiguiendo
siempre el ideal del bienestar, en la guerra como en la paz, bajo las
dictaduras como en el régimen civil, han evidenciado que Colombia no puede
vivir sino en la República
democrática. En el lago de sangre que las revoluciones han abierto y calmado,
se ha visto nadar siempre la noción del derecho como una tabla de salvación.
Ha
llegado, pues, la época de dar completo desarrollo a los principios
fundamentales del derecho público de Colombia, haciendo de nuestro continente lo
que lo es indispensable ser: un solo pueblo, dividido en nacionalidades por la
conveniencia administrativa de las secciones componentes. ¿Por qué razón
habremos de aplazar aun esa grandiosa obra? Pronunciemos nuestro Fiat lux, y
nuestra voluntad vencerá todos los obstáculos.
Nuestra
raza es una, a pesar de la existencia de pueblos descendientes de la ibérica
(ya muy compleja), la africana y las indígenas. Y digo que la raza es una, no
porque yo crea en la existencia de ninguna raza pura, en el sentido común que
se lo da a esta palabra, pues para mí la sangre y el color de piel no son los
elementos etnológicos del hecho humano que se llama raza. Lo que constituye la
unidad de una generación, de una familia humana, de una raza completa, es el conjunto
de la lengua, la religión, el clima, las tradiciones, el carácter genuino, las
tendencias, las instituciones elementales y los intereses comunes. La raza no
es una forma física sino moral; y por lo mismo, es en las analogías íntimas que
afectan a los pueblos en su vida moral e intelectual, en su literatura, su
historia, su legislación, etc., donde deben buscarse esos rasgos de fisonomía
que hacen de varios pueblos una gran comunidad.
¿Y
cuál es la raza colombiana? Ella no es ni latina, ni germánica, ni griega, ni
etiópica, ni azteca, ni chibcha, ni quichua, ni cosa parecida. La marcha de las
civilizaciones, confundiendo todas las razas primitivas, las ha hecho
desaparecer. ¿Qué cosa es, pues, nuestra familia? Ella pertenece a una
etnología enteramente nueva: —es la raza democrática. Es una raza sin pasado,
que ha nacido de una revolución continental en el siglo XIX; raza sin nobles y
plebeyos, toda de mártires y héroes, toda de ciudadanos hermanos, todo pueblo.
Es una raza que, resultando de la fusión de las razas indígenas con las
europeas y la etiópica, forma un compuesto creado para la libertad, sin mas
título que el derecho, y teniendo por cuna la victoria de todos.
Es
una raza que, si tiene por punto de partida la conquista (de que no es responsable)
no tiene por mira sino el progreso común y pacífico; y que si ha conservado de
la fuente indígena el instinto de la comunidad y de la raza etiópica la
resistencia física ha heredado de la extinguida raza latina el heroico y
sentimental espiritualismo, y ha sabido apropiarse el espíritu de las
instituciones y costumbres de la anglosajona, que reconocen el poder de la
individualidad.
El
hecho determinante de las razas es la civilización. Y la civilización
colombiana es una, la democrática, fundada en la fusión de todas las viejas
razas en la idea del derecho. Tal es la obra que debemos conservar y adelantar,
y es para ese fin de unificación que conviene crear la «Confederación
Colombiana»
II.
Pero
¿cuáles pueden ser los términos de ejecución? He ahí lo que se debe discutir
con franqueza, desinterés y lealtad. Yo puedo estar equivocado en los medios
que juzgo conducentes al fin, pero debo exponerlos con llaneza para que la
prensa de Colombia los discuta hasta ponerse de acuerdo, y se haga fácil la
realización. Para ser mas preciso, me permitiré formular en una serie de
artículos el plan general que considero posible, conveniente y estable. ¡Helo
aquí:
Las
Repúblicas denominadas Bolivia, Buenos Aires, Chile, Confederación Argentina,
Confederación Granadina, Costa Rica, Ecuador, Guatemala, Honduras, México,
Nicaragua, Paraguay, Perú, San Salvador, Santo Domingo, Uruguay y Venezuela,
forman bajo el nombre de «Confederación Colombiana» una asociación de Estados
independientes, pero aliados y mancomunados conforme a las bases siguientes :
1°.
Queda perpetuamente prohibida la conservación de la esclavitud, o su
restablecimiento, bajo cualquiera forma que sea, en el territorio que abrazan
los Estados contratantes; y es de su deber aliarse y emplear todos los medios que
estén en su poder para perseguir el tráfico de esclavos en los mares
respectivos, y oponerse a toda violencia del principio de la libertad del
hombre.
2°.
Queda suprimido todo derecho que grave, bajo el nombre de tarifa aduanera, la
importación o exportación entre los Estados contratantes de los artículos
producidos o manufacturados en territorio de cualquiera de ellos y que hayan de
ser consumidos en territorio de otro u otros de los Estados contratantes. Se
exceptúan los derechos especiales provenientes del simple servicio de los
puertos y demás elementos materiales del comercio.
3°.
No será necesario en tiempo de paz ningún permiso o pasaporte para viajar o
transitar de uno a otro de los Estados confederados.
4°.
Es completamente libro para los ciudadanos de los pueblos confederados la
navegación de los ríos, lagos, golfos o bahías que pertenecen en todo o en
parte a uno o mas de los Estados, sin otras restricciones que las puramente
necesarias por interés de política o de conservación y servicio de las obras
públicas destinadas a favorecer el comercio y la navegación.
5°.
Todo ciudadano de uno de los Estados contratantes goza en el territorio de las demás
de los mismos derechos civiles existentes en ellos, por el hecho de pisar el
territorio o de tener allí intereses, —y de los derechos políticos por el hecho
de pisar también el territorio y declarar ante una autoridad política
competente, bajo su palabra de honor, que es su intención residir en el Estado
y hacer uso lealmente de tales derechos políticos, aceptando los deberes
correlativos.
6°.
Queda suprimido en todos los Estados contratantes la pena de muerte, por lo
menos respecto a los delitos que hasta hoy han sido calificados de políticos.
7°.
No habrá entre los Estados contratantes derecho de extradición ni de
internación respecto de ningún individuo que no sea responsable de crímenes
atroces; en ningún caso por delitos políticos, de deserción, de imprenta, o por
acciones civiles.
8°.
Todos los Estados contratantes reconocen la absoluta libertad e irresponsabilidad
de la prensa, por lo menos en cuanto no se afecte el honor de los particulares.
9°.
Los Estados contratantes reconocen que toda propiedad legalmente constituida en
uno de ellos será asegurada en los demás.
10.
Los Estados confederados garantizan la plena libertad de religión y de cultos a
todos los ciudadanos extranjeros sin distinción de nacionalidad; —y ningún
individuo podrá ser gravado con impuestos o contribuciones para el
sostenimiento de un culto que no sea el suyo.
11.
Queda absolutamente prohibida la guerra entre los Estados contratantes. Todas
sus diferencias serán sometidas al fallo de la «Comisión Colombiana de arbitrio
y gobierno», según las reglas que se indicarán.
12.
Los Estados contratantes convienen en designar como capital de la Confederación la
ciudad de Panamá, por ser la más central y mejor situada, y en su defecto la de
Lima.
13.
La Confederación
será representada permanentemente en su capital por una Asamblea denominada
«Comisión Colombiana de arbitramento y gobierno», compuesta de Plenipotenciarios
nombrados por los gobiernos respectivos, en razón de uno o dos por cada Estado,
pero siempre con absoluta igualdad de representación.
14.
La Confederación
será representada en masa ante los gobiernos extranjeros por Legaciones
complejas o de la
Confederación , sin perjuicio de las que cada Estado quiera
mantener en el país. Además, los Estados contratantes podrán seguir acreditando
agentes comerciales o diplomáticos para asuntos especiales que no afecten a la Confederación.
Es
de cargo de la «Comisión Colombiana»:
1)
Determinar definitivamente los límites territoriales de los Estados
contratantes, entro sí, de la manera que consulte mejor la equidad, la
estabilidad y evidencia de los límites, el bien común y la armonía, —con vista
de los documentos comprobantes y oyendo, si fuere necesario, los informes de
comisiones especiales de ingenieros. Los gastos que se hagan en trabajos de esa
naturaleza serán de cargo de los Estados de cuyos límites se trate, por mitad;
y la delimitación que se haga será perpetua.
2)
Redactar y presentar a la sanción definitiva de los Estados contratantes el
código del derecho público que la Confederación admitirá para sus propios asuntos y
sus relaciones con los demás Estados.
3)
Organizar, sostener y dirigir la marina de guerra de la Confederación , que
será destinada a la defensa de ella contra toda invasión armada reconocida como
injusta por la Comisión
misma, y al servicio de las comunicaciones marítimas de los Estados de la Confederación en el
Atlántico y en el Pacífico.
4)
Resolver como árbitro inapelable toda reclamación, diferencia o disputa que se
suscite entre dos o más Estados de la Confederación , previa audiencia detenida y
completa los interesados.
5)
Negociar con los gobiernos extranjeros que la dirijan proposiciones o reclamaciones sobre asuntos que
afecten a los intereses generales de la Confederación ; y
aprobar, modificar o improbar los convenios de
la misma naturaleza que celebren los agentes diplomáticos de la Confederación.
6)
Nombrar dichos agentes diplomáticos cerca de los gobiernos extraños a la Confederación
(procurando que los nombramientos recaigan con igualdad en ciudadanos de todos
los Estados), y darles las instrucciones necesarias, centralizando en su seno
la correspondencia diplomática.
7)
Comunicar a cada uno de los gobiernos de la Confederación copia
auténtica de todas las actas de sus sesiones, con inclusión de los convenios,
notas y demás documentos relativos; y mantener el archivo diplomático de la Confederación.
8)
Velar en la conservación de la independencia y derechos de los Estados de la Confederación , y en
el cumplimiento de los convenios internacionales; y proponer a los gobiernos
contratantes cuantas medidas sean conducentes a afianzar la paz, la alianza y
la armonía fraternal de los pueblos colombianos.
9)
Determinar y distribuir anualmente entre los Estadas confederados el
contingente de los gastos comunes a la Confederación , que serán los de marina, ejército
(en caso de guerra declarada), relaciones diplomáticas, impresiones,
correspondencia y servicio económico de la «Comisión». Dicha determinación se
hará conforme a un presupuesto anual previamente sancionado, y según las reglas
siguientes:
Se
tomarán como términos de una primera proporción: 1. el monto general del
presupuesto: 2. el de la población de toda la Confederación ; y 3.
el de la especial de cada Estado. Como término de otra proporción se tomarán:
1. el monto de presupuesto: 2. el de las rentas de toda la Confederación ; y 3.
el de las rentas de cada Estado. El término medio resultante del cuarto
proporcional de cada Estado relativo a la población y del relativo a su riqueza
representada por sus rentas, será la cuota correspondiente a cada uno de los
pueblos confederados.
10)
Acordar el presupuesto de gastos comunes de la Confederación en
cada año civil; fijar de antemano a los nombramientos los sueldos de los
agentes empleados dependientes de la misma Comisión, y disponer todo lo
necesario para la percepción de las cuotas asignadas a los Estados y la
inversión y contabilidad regulares de los fondos.
11)
Determinar, según las necesidades de cada circunstancia, la distribución entre
el Atlántico y el Pacífico, de la marina de la Confederación.
12)
Distribuir año por año entre los Estados confederados, en proporción rigurosa
de la población, el contingente de fuerzas de mar permanentes y el de tropas de
tierra para el caso en que sea precisa la defensa armada de la Confederación.
13)
Trabajar del modo mas asiduo en procurar la creación de canales interoceánicos
o vías férreas y telegráficas, cuyo objeto sea la comunicación entre dos o mas
de los Estados de la
Confederación , sobre la base en todo caso de la libertad de
comunicaciones, la inviolabilidad y neutralidad de la vía y la comunidad
equitativa de las ventajas resultantes.
14)
Acordar el reglamento económico de los trabajos de la misma Comisión; y
determinar todas las medidas conducentes a asegurar la eficacia de los
convenios y actos de la
Confederación.
Será
de cargo de cada Estado la dotación suficiente y digna de sus representantes en
la «Comisión».
La
alianza creada por la
Confederación no será en ningún caso agresiva, ni de
intervención de ninguna especie en los asuntos domésticos de las naciones
extranjeras o de los mismos Estados contratantes. La Confederación no
tendrá otros medios de acción que el ejemplo, la propaganda pacífica de sus
instituciones, el impulso del progreso común, la diplomacia, las comunicaciones
libres y de la fuerza armada, en caso necesario, para repeler toda agresión
injusta.
El
pabellón de la
Confederación será tricolor y llevará tantas estrellas
blancas como Estados cuente la
Confederación misma.
El
tratado de alianza y Confederación será vigente por el término de 30 años,
siendo indefinidamente prorrogable de 20 en 20 años para todos los Estados que
no manifiesten su resolución de separarse de la liga, un año antes de la expiración
de cada término.
Ninguna
de las cláusulas de la estipulación será extensiva a otra potencia cualquiera
que no pertenezca a la
Confederación , pues este pacto tiene el carácter de
esencialmente doméstico para Colombia, como una liga de mutuos servicios en
comunidad y de defensa para la independencia y la libertad de los pueblos
contratantes.
III.
Tal
es, en conjunto, la idea que me domina al desear y proponer la «Confederación
colombiana». Es sobreentendido que no pretendo en manera alguna sostener que el
plan indicado está a cubierto de objeciones, por sus vacíos, sus dificultades
de ejecución en algunos puntos y ciertos detalles que faltan y cuya previsión
corresponde al hombre de estado, no al mero publicista o investigador de la
verdad, cuya misión es iniciar, discutir y propagar. Estoy muy lejos de aspirar
a salir de mi círculo, porque no soy ni quiero ser sino un zapador al servicio
del progreso, un entusiasta y convencido soñador del bien, un colombiano de
ardiente amor a la libertad. Así, ruego a los lectores que se fijen de
preferencia en el pensamiento general, y que no consideren mis indicaciones
sino como una simple base de discusión como cualquiera otra.
Sin
embargo, no terminaré este artículo, aun a riesgo de prolongarlo mucho, sin
hacer algunas explicaciones en apoyo del plan que propongo y contestar a varias
objeciones que preveo.
¿Hay
necesidad de discutir si nos conviene la alianza o la Confederación ? Creo
que no. Esta es una cuestión resuelta ya por los hechos y la conciencia de los
pueblos colombianos. Treinta años de luchas intestinas, de diferencias entre
los Estados y de ultrajes y daños sufridos a peligros amontonados de parte de
los gobiernos extranjeros, ya de Europa, ya de Norteamérica, ya del Brasil;
treinta años repito de dificultades de triple naturaleza, nos han demostrado
que la unión por la alianza íntima y sincera de todos nuestros pueblos, es la
sola condición de salud para nuestra independencia, nuestra libertad y nuestro
progreso pacífico. La discusión no cabe ya sobre este punto.
Pero
¿en qué términos debemos confederarnos? He aquí la verdadera cuestión. ¿Quiénes
deben entrar en la alianza? Este es el primer punto importante. Yo no vacilo en
sostener que la liga debe comprender forzosamente a México y Centroamérica,
pueblos inmediata y seriamente amenazados; que debe abrazar a la aislada
República de Santo Domingo, —esa vanguardia o avanzada de la familia
democrática de Colombia; y que debe rechazar por ahora, al imperio del Brasil y
la República
conquistadora de los Estados Unidos. Daré brevemente las razones en que apoyo
mi opinión.
¿Les
conviene a las Repúblicas de la parte del continente llamada Sudamérica, hacer
causa común con las de México y Centroamérica, amenazadas por peligros
inminentes, y aceptar por lo mismo las consecuencias de esa mancomunidad
azarosa? No creo que halla en Colombia un corazón noble, un espíritu que
comprenda las nociones más triviales del honor y del deber, que responda
negativamente. Es mas que la conveniencia, es la dignidad, es la historia, es
el deber mas santo, es nuestro nombre mismo el que nos impone la alianza con
los pueblos mas comprometidos, so pena de ser ante la civilización, ante esa
historia misma unos miserables, indignos de nuestra libertad e independencia,
de la lengua que hablamos, del territorio que pisamos y de las glorias que
hemos conquistado!
Pero
si hubiere algún espíritu bastante pequeño para resistir al mandato del deber,
nada mas fácil que demostrar la conveniencia. La causa de Colombia es una sola,
desde el límite septentrional de México hasta la boca del Orinoco y del Plata.
Es la causa de la República
democrática, que se opone abiertamente a la esclavitud, al espíritu de
intervención y de invasión, al gobierno de las oligarquías o de los pretendidos
soberanos, a las distinciones de casta, de religión o de clase, al
filibusterismo, al reinado de la violencia por el revolver o el Linch-law, a
las agresiones de pueblo a pueblo y al mercantilismo como solo elemento de la
política y la moralidad. Y si la causa es una —porque es la del derecho en
definitiva, la fuerza defensiva debe serlo también, so pena de sucumbir por
debilidad en un egoísmo deshonroso,
Y hay
mas; el día que México y Centroamérica queden anexados a la Unión Americana ,
la ruina de la independencia Colombiana y de los buenos instintos de nuestra civilización
generosa, no será sino una cuestión de tiempo. La Confederación Granadina
seguirá en pos al abismo; después Venezuela y Ecuador y todos los demás pueblos
sucesivamente. Dudar de ese porvenir, una vez fundado el precedente, dado el
primer paso, es desconocer la lógica de los hechos humanos o de la marcha de
las civilizaciones. La
Unión Americana es la
Roma de los tiempos modernos, solo que, por una extraña
anomalía, es de su seno mismo que salen los bárbaros del Norte. Esa gran
potencia, personificación del contraste mas absurdo, se disociará tarde o
temprano, porque lleva en su seno el germen de la disolución, y porque la ley
misma de la estática social se opone al equilibrio de un coloso monstruosamente
conformado. Pero antes de esta catástrofe, que será un gran bien para la
democracia, los pueblos colombianos habrán perdido ya su personalidad, sus
instintos generosos y hasta su lengua magnífica, si desde ahora no se preparan
contra la absorción.
Por
lo que hace a la República
de Santo Domingo, la conveniencia de hacerla entrar en la Confederación es
evidente. Su posición en el mar de las Antillas; su vecindad respecto de un
ridículo imperio de imbéciles, parodia grotesca de un imperio de Europa,
vecindad que la expone a las influencias monárquicas de Viejo Mundo; su
homogeneidad de la lengua de origen, y de forma de gobierno con el resto de los
pueblos colombianos, y el aislamiento en que se encuentra, perjudicial para la
misma República y para la
Colombia de la cual es el puerto avanzado en el
Atlántico,—todo eso concurre a indicar la conveniencia de ligar los destinos de
los dominicanos a los de todos los colombianos del continente.
¿Podemos
entrar en confederado, con el Brasil? Parece que la negativa es obvia. El hecho
de ser un Estado constitucional con instituciones políticas y civiles bastante
liberales y de ser colombiano, de familia homogénea bajo algunos aspectos, y
limítrofe con seis de las repúblicas del continente, y ligado a ellas por ríos
comunes y varios intereses, impone el deber de conservar con ese imperio las
mejores relaciones posibles de amistad, comercio y navegación. Esto es evidente
y está en el interés de todos. Pero de esas buenas relaciones a la Confederación hay y
debe haber una gran distancia. Nuestra alianza debe tener por base principal la
consagración de ciertos principios de justicia, esencialmente democráticos,
como vinculo de unión de los pueblos, —porque la verdadera Confederación no es
de los gobiernos, entidades abstractas o convencionales, sino de los pueblos,
que son el elemento de la vida política.
Y
desde luego, ni el Brasil aceptaría mucho de los principios de la democracia
colombiana, reformadora y liberal, ni sería posible la unión en tanto que el
Brasil fuese un imperio, con oligarquías, con la esclavitud, con su espíritu
disimulado de absorción y con sus pretensiones de intervenir en los negocios
domésticos de la
Confederación Argentina y Buenos Aires, y del Paraguay y el
Uruguay.
Por
lo que respecta a los Estados Unidos, ya se comprenderá que es precisamente
para defendernos de sus ataques que necesitamos aliarnos íntimamente, así como
para ponernos en guardia contra indebidas pretensiones europeas. Y este es el
momento de explicar, una vez por todas, como entiendo la cuestión de
antagonismo entre los pueblos colombianos y el americano, para que no se crea
que me obcecan prevenciones egoístas, ni ideas antiliberales, ni el ridículo
sofisma de las razas.
Yo
creo que no hay, ni puede haber, ni ha habido en ninguna época de la humanidad eso
que se llama el antagonismo de las razas.
Las
leyes eternas de la armonía y del progreso han destinado a todas las razas
primitivas a concurrir simultáneamente, de un modo o de otro, a la obra
universal e interminable de la civilización, a ayudarse unas a otras,
conquistar las fuerzas de la naturaleza, y al cabo confundirse en una sola
familia compleja —la humanidad. Y no solo las razas pobladoras de la tierra no
han nacido para ser antagonistas y destruirse o absorberse mutuamente, sino
que, por el transcurso de los tiempos y el movimiento expansivo de las
generaciones, las razas primitivas han desaparecido. Yo desafío al mejor
etnólogo a que me pruebe con la historia en la mano, que existe en algún punto
del globo una raza pura.
Lo
que hay en realidad es el antagonismo de civilizaciones, es decir, de
principios y medios conducentes al desarrollo de los pueblos; y como la
historia demuestra que por punto general ciertas familias, consideradas como
razas, han persistido mas o menos en obedecer a estos o los otros principios de
civilización, de ahí ha resultado el sofisma de confundir la lucha de las ideas
y los intereses, única positiva, con una pretendida lucha de razas que no es
mas que una quimera. Así, cuando deseo que los pueblos colombianos se liguen
para rechazar toda agresión y principalmente la de los AMERICANOS, que es la
más palpable, de ningún modo pretendo el antagonismo de la mentida raza latina
de Hispanoamérica contra la no menos mentida raza ANGLOSAJONA de Norteamérica.
Yo no creo, lo repito, ni en la existencia de esas razas antiguas en el Nuevo Mundo
(ni en comarca alguna), ni menos en el antagonismo de ellas que las pueda conducir
a la hostilidad o la incompatibilidad en nuestro continente.
Entonces
¿en qué consiste el antagonismo? Lo explicaré con franqueza, tal como lo
comprendo, tal como lo alcanzo a ver en las necesidades de los pueblos, en las
instituciones, las costumbres y los intereses presentes y futuros. Comparemos
las condiciones de los dos pueblos y hallaremos no solo la clave de la lucha
sino el remedio para evitarla y establecer la armonía de todos los pueblos del
Nuevo Mundo.
Comparada
la población actual de los Estados Unidos, (veinte y seis millones), con la que
tenían en 1792 (poco mas de tres millones), y teniendo en cuenta la estadística
de su movimiento creciente, se llega a la evidencia de que casi dos terceras
partes del pueblo actual de la
Unión , proceden de las emigraciones europeas desde fines del
siglo pasado, emigraciones que durante muchos años, han llegado hasta las
proporciones de lo maravilloso. Por tanto, no vacilo en asentar esta premisa:
la gran mayoría de la población americana no representa el desarrollo natural
de la familia que sirvió de base a la
Unión , dueña de un vasto territorio, sino el derrame
incesante y progresivo sobre Norteamérica (o América como la llaman) de los
excedentes de población europea, compuestos de las clases mas miserables, mas
oprimidas y mas degradadas por las instituciones viciosas de los estados
europeos.
Pero
en Hispanoamérica (o Colombia) la población es de un origen enteramente
distinto. Allí la emigración europea no se ha hecho sentir por causas que no es
del caso examinar aquí, y casi la totalidad de la familia colombiana es
originaria del suelo, llevando siglos de posesión del territorio que ocupa.
Así, nuestra población es esencialmente indígena y sedentaria y todas sus
tradiciones provienen de las mismas comarcas que le pertenecen.
Comparando
esas dos situaciones tan abiertamente distintas en el norte, el centro y el sur
de nuestro continente, se viene a los siguientes resultados.
En
América la población, en su gran mayoría, es instintivamente invasora y heterogénea,
porque viene de fuera, donde estaba desheredada y corrompida, a buscar la
fortuna, la propiedad, el bien, la soberanía, refundiéndose en una grande
asociación promiscua los pueblos de mas variadas condiciones. En Colombia, la
población, lejos de ser invasora, tiene la posesión secular del territorio, una
libertad relativa muy superior a la de Europa, y la homogeneidad que la
colonia, la guerra, la independencia y la democracia, lo han impreso
sucesivamente. Así, mientras los unos son nómades en cierto modo, y por lo
mismo tienden a la expansión, la anexión o la invasión, los otros son
sedentarios y se encuentran condenados a la defensiva.
Tal
es, sin entrar en pormenores, la base fundamental del antagonismo, aparente
pero de una violencia incontestable. Por lo que hace al antagonismo real y
profundo, el de las instituciones y de las costumbres correlativas, helo aquí.
Los
americanos tienen: el gobierno propio municipal llevado a sus mas amplias
consecuencias; el régimen civil; la libertad absoluta de cultos con
prescindencia de la autoridad en la religión; la realidad o plenitud del
derecho individual; la prensa enteramente libre (mas bien de hecho que
legalmente); la instrucción pública inmensamente esparcida: una red maravillosa
de vías de comunicación de todas clases; y un espíritu de empresa ida progreso
que nunca desfallece, porque tiende a fundar sobre la propiedad la
independencia personal.
Pero
contra esas ocho virtudes tienen los americanos seis vicios funestísimos, que
son: la esclavitud en una inmensa escala; la carencia de buena fe en sus
relaciones internacionales: el desprecio mas profundo hacia los hombres de
color y las costumbres mas aristocráticas; la práctica salvaje de LYNCH—LAW, o
la tendencia de cada cual a hacerse justicia por si mismo; el mercantilismo o
espíritu industrial a de especulación llevado hasta el desprecio de toda
tendencia espiritual, de la vida humana y de la moral (aunque algunos Estados
del Norte no adolecen tanto de esos vicios); y por último, como consecuencia de
las inmigraciones y de los intereses vinculados en la esclavitud, el FILIBUSTERISMO,
oprobio de la Unión
Americana , consentido por la opinión, patrocinado por la
prensa y tolerado por los gobernantes y los Congresos como un medio de EXPANSION
SEGURA SIN RESPONSABILIDAD ante los gobiernos extranjeros.
¿Y
cuáles son las virtudes y los vicios de los COLOMBIANOS? He aquí la lista de
aquellas:
Tenemos
—el sentimiento espiritualista y generoso; el heroísmo en los combates para
defender la independencia o la libertad; la abolición completa de la
esclavitud; el hábito de someter todo atentado al juicio de los tribunales o de
la opinión, y rara vez a la venganza personal; la dulzura de costumbres; el
respeto genial de la propiedad y de la vida, en lo privado; la igualdad en las
relaciones de las clases sociales, y en lo general un carácter hospitalario en
extremo.
Pero
tenemos estos vicios radicales en la generalidad del territorio colombiano: el
militarismo, fruto de la guerra de la independencia mal encaminada; el prestigio
de los frailes y de casi todo el clero en la política, por causa de la liga
entre los gobiernos y la iglesia ; el fanatismo religioso, consecuencia de la
autoridad que ha ejercido y ejerce el clero; la carencia de plena libertad de
la prensa y de autocracia individual; la centralización casi absoluta en varias
de las Repúblicas o en su mayor parte; la falla de comunicaciones, de
colonización, de espíritu de asociación y de empresa; el abandono de la
instrucción popular.
Como
se ve, hay en cada uno de los dos pueblos un conjunto de virtudes y vicios, de
elementos felices y de graves obstáculos del bien, de cuya contraposición ha
resultado el antagonismo que separa a la AMÉRICA de las sociedades colombianas. ¿Qué
deberá hacerse para suprimir ese antagonismo? La contestación es sencilla:
sacudir y rechazar vigorosamente todo lo que tenemos de vicioso en nuestras
instituciones y costumbres, y apropiarnos o aclimatar en nuestro suelo todo lo
que hay de bueno, de grande y fecundo en la organización política, moral y
económica de la Unión
Americana.
¿Y
cuál puede ser la vía segura para llegar a ese resultado? ¿Debemos entregarnos
a discreción de los americanos? De ninguna manera. Ellos absorberían
completamente nuestras nacionalidades, haciéndonos heredar sus virtudes, pero también
sus vicios, sin esperanza de contrapeso y rehabilitación en mucho tiempo. Por
tanto, es mejor que comencemos por confederarnos, fundando nuestra alianza en
la comunidad de instituciones liberales y del progreso general. De esa manera
tendremos la fuerza bastante para desarrollar nuestros propios recursos,
implantar las mejoras ajenas, repeler toda violencia extraña, ponernos a
cubierto de los vicios del pueblo antagonista, y tratando de igual a igual,
anudar mas tarde nuestra suerte a la de los mismos americanos.
Separados
y débiles nada podremos hacer: unidos y fuertes, no solo arreglaremos
fácilmente nuestras propias diferencias de límites, impulsaremos nuestras
empresas de navegación, de inmigración etc., sino que lograremos demarcaciones
definitivas del territorio colombiano respecto de los Estados Unidos, el
Brasil, las tres Guayanas y otros países limítrofes.
IV.
Pasemos
a otras consideraciones.
¿Necesitan
los pueblos colombianos de una marina permanente de vapores de guerra? ¿Están
en capacidad de sostenerla unidos? No vacilo en responder afirmativamente. Los
pueblos de Colombia no deben ni pueden ser agresivos, ni sus intereses los
llaman a buscar la vana satisfacción de ser potencias marítimas. La libertad
les procurará toda la marina mercante extranjera para el servicio de su
comercio. Pero al mismo tiempo, los Estados Colombianos tienen tres grandes
intereses a que atender que les imponen la necesidad de crearse una marina
modesta pero permanente, a saber: la defensa de su territorio contra los
ataques de todo género, las comunicaciones activas de Estado a Estado por medio
de los mares, y la vigilancia de sus costas para impedir el contrabando, en
tanto que conserven sus Aduanas.
Cada
uno de los Estados, aislados, es importante para mantener una marina regular y
respetable; pero todos reunidos pueden crearla y sostenerla sin dificultad y
con provecho común evidente. Veinte vapores repartidos entre el Atlántico y el Pacífico,
algunos de ellos enteramente armados y los demás, susceptibles de serlo en caso
necesario, costarían a lo mas en proporciones regulares y decorosas cuatro
millones de pesos, suma que invertida paulatinamente en cuatro años, no pesaría
mucho sobre el tesoro de las diecisiete Repúblicas confederadas; y los gastos
ordinarios que esa marina exige se quedarían constantemente compensados con los
productos de la navegación (que reemplazaría la de los paquebotes británicos y
americanos en nuestros mares), y con las ventajas que la seguridad, la policía
de las costas, los correos, las inmigraciones etc. reportarían los pueblos
colombianos en su comercio y sus rentas públicas.
Hay
un punto que puede ser materia de objeciones, y es la fijación de la capital de
la Confederación. En
mi concepto la ciudad de Panamá es la que puede ofrecer; mayores ventajas,
tanto por su posición central respecto de Colombia; como por estar situada
sobre un istmo que es la llave de todo el continente, y desde el cual se puede
dominar el movimiento de todos los pueblos. En caso de ser inaceptable Panamá,
por cualquier motivo, las ciudades de Lima o Guayaquil ofrecerán ventajas sobre
cualesquiera otras.
Hay
un grandioso interés colombiano que requiere según pienso, la mancomunidad de
esfuerzos de todos los pueblos de Colombia: tal es la canalización
interoceánica del Istmo de Panamá. Dígase lo que se quiera, es una verdad comprobada
por la ciencia, que la vía indicada por la naturaleza para un canal
interoceánico es la del Darién; y es más incuestionable aunque el interés del
comercio universal y especialmente de Colombia está en la vía que corte el
Istmo de Panamá de preferencia a cualquiera otra. Si el interés particular de
los Estados Unidos (en la parte Sur y del Oeste o California y Oregón), así
como de una porción de México y de Centroamérica, puede consistir en la
canalización de Nicaragua o en la vía férrea y costosísima de Tehuantepec, el interés
de todo el resto de Colombia, de toda la Europa , del comercio con Australia, la China y el Japón, y aun de
los Estados septentrionales de la Unión Americana , está fincado en la vía de
Panamá.
Pero
cualquiera que sea la solución de este problema, lo esencial es penetrarse de
que el asunto no es puramente granadino, centroamericano o mexicano, sino que
es una cuestión de vida, de movimiento, de fuerza, de civilización para todo el
continente colombiano. Aunque la
Europa tiene interés en la canalización colombiana, ella puede
satisfacer a la mayor parte de sus necesidades actuales con la canalización del
Istmo de Suez, que infaliblemente se realizará. Por tanto es el Nuevo Mundo el
que tiene un interés mas apremiante en la comunicación de los mares Atlántico y
Pacífico, y son los pueblos de ese continente los que deben mancomunar sus
esfuerzos, realizar la obra, ponerla bajo su protección fraternal, y aprovecharla
en común bajo el principio de una perfecta libertad.
Tales
son las condiciones mas generales que apoya el plan de una Confederación de los
pueblos colombianos, consideraciones que me veo esforzado a limitar, porque no
es mi ánimo emprender desde Paris un estudio detenido, por medio de la prensa,
que la distancia haría muy embarazoso para mí, exponiéndome a incurrir en
errores.
Pero
nadie negará que la necesidad de la Confederación es urgente para las necesidades
colombianas, y sobre todo, que ella no es posible, como Bolívar la ideaba en
sus ensueños heroicos pero imprevisores, sino que es preciso darle por
fundamento la intima comunidad de instituciones, de costumbres y de intereses
entre los pueblos. La alianza de los gobiernos es por lo común una mentira, un
juego de recíprocos engaños: solo la de los pueblos es estable, porque reposa
en el derecho y la libertad.
Aliémonos
y seremos libres y fuertes, y el progreso surgirá de todas nuestras comarcas
como una fuente inagotable de bienestar y de gloria. Es mediante la Confederación que,
pudiendo tratar de igual a igual con las naciones poderosas, aseguraremos la
marcha vigorosa de nuestra civilización, fundaremos nuestro crédito;
obtendremos el respeto, las simpatías, las emigraciones en masa, los capitales,
la lealtad y las consideraciones de la Europa ; haremos entrar insensiblemente al Brasil
en el movimiento republicano de Colombia; fundaremos relaciones útiles con los
Estados Unidos de América, sobre el pié de la igualdad y la justicia; pondremos
término a nuestros embarazos y conflictos particulares de pueblo a pueblo, y
abriremos en nuestro admirable y opulento territorio ancho cauce a las ondas de
ese río fecundante que se llama la civilización, que, llevando en su seno las
ideas de las generaciones y el aliento de Dios, ha venido fecundando el mundo,
nacido en la región misteriosa del infinito o del Creador, para perderse en la
eternidad de la creación o del progreso.
Fuente:
Sociedad de la Sociedad Americana
de Santiago de Chile, “Union i Confederacion de los pueblos Hispano-Americanos,
pág. 344 y sgtes., Imprenta Chilena-1862. Ortografía modernizada.
* Publicada
en el Ferrocarril, diario de Santiago de Chile en enero de 1859.
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