Admonición al Dr. Emilio Giménez
Zapiola
Hipólito Yrigoyen
[15 de Julio de 1918]
Buenos
Aires, julio 15 de 1918.
Señor Dr. Emilio Giménez Zapiola:
SALTA
Esperaba
la anunciada ampliación de sus desafueros, para asumir la actitud que según
ello correspondiera, cuando me llega su telegrama anunciándome que parte para
esta Capital abandonando el gobierno de esa provincia.
Si no fuera que no puedo, ni debo dejar subsistentes las insidiosas afirmaciones con que intenta cohonestar sus extravíos, reveladores de la inquietud de su conciencia, habría guardado completo silencio, cubriéndolo con todo el desdén propio de la inmutabilidad de mi respeto.
Si no fuera que no puedo, ni debo dejar subsistentes las insidiosas afirmaciones con que intenta cohonestar sus extravíos, reveladores de la inquietud de su conciencia, habría guardado completo silencio, cubriéndolo con todo el desdén propio de la inmutabilidad de mi respeto.
Es
completamente inexacto que yo haya consentido en forma alguna la enorme lesión
que usted infirió a los principios de la reparación en el avasallamiento de los
preceptos que garantizan la independencia del Poder Judicial y las
inconcebibles herejías jurídicas en que usted incurriera al querer explicarlas
satisfactoriamente. Así como —Dios mediante— no habría habido poder humano que
me hiciera desistir de la reorganización de todos los gobiernos ilegítimos,
detentadores de la soberanía de los pueblos, así tampoco en la reconstitución
de los gobiernos toleraré el menor menoscabo de sus bases constitutivas.
Por
eso fue que desde el primer momento en que me llegó la noticia de su resolución
le hice saber la desagradable impresión que ella me causaba, pidiéndole el
envío de todos los antecedentes para formar mi juicio definitivo, en cuya
remisión hubo que insistir, porque usted la retardaba, a percibido sin duda de
su temeridad y buscando desvanecerla por la acción del tiempo. Esto quedará
plenamente comprobado en los documentos oficiales, con los mismos testimonios
escritos por usted y sus secretarios, así como las requisitorias del Señor
Ministro del Interior, quedando de manifiesto que intencionadamente usted ha
querido hacerme solidario de lo que sabía bien y de la manera más acabada y
terminante que no había aceptado; pues para asumir todas las responsabilidades
que he afrontado en la realización de la obra que estoy culminando, he debido
siempre tener la seguridad de mi razón y la tranquilidad de mi conciencia.
Conozco
todas las instituciones políticas que rigen a la humanidad; sus orígenes y en
su desenvolvimiento. A su estudio, a sus enseñanzas y a la probidad de sus
aplicaciones dediqué mis fervores y bien sé, por nuestra propia y dolorosa
experiencia, toda la extensión de los males que sus conculcaciones producen y
la insólita anomalía que implica su consentimiento, por los que tienen en sus
manos los medios de repararlos y que para ello, le fueron otorgados.
No
obstante esto, en el conflicto entre los imperativos de mi deber y la afectuosa
estima que tenía por usted, yo mismo traté de atenuar el carácter de las
comunicaciones que se proyectaban dirigirle, en forma de resolución, desconociendo
y dejando sin efecto sus decretos referentes al Poder Judicial y acordando el
plazo requerido para la depuración del padrón; yo mismo, digo, me esmeré en
atenuar el sentido y la forma de esa resolución, expresándole tan sólo las
consideraciones de ella, a fin de que usted, en un leal gesto, reconociera su
error y lo modificara; generosidades de mi espíritu que usted no ha sabido
comprender ni valorar.
En
cuanto a los móviles que usted me atribuye como determinantes de mis actitudes,
su osadía se confundirá con todas las difamaciones que sé estrellan contra la
más nítida y pura probidad de que haya mención en los anales de la vida
pública.
Por
eso todos los agravios que recibo, los he mirado siempre como lógicos de la
posición que los sucesos me señalaron y, en su profunda caracterización, he
tenido el poder de conjurar todas las decisiones nacionales y de vencer tan
poderosas resistencias. Así como defendía ayer los sagrados atributos de la Nación , los resguardo hoy
elevando la representación pública al más alto magisterio político y señalando
las funciones superiores que corresponde desenvolver conforme con los
fundamentos de la reparación impuesta por el pueblo argentino y dando todas las
satisfacciones públicas a las exigencias de sus mandatos.
Yo
alcanzaré el supremo ideal para fijarlo con caracteres indelebles en las
páginas de la historia, como la culminación de un destino en las infinitas
fases de la existencia de la patria. Le imprimiré a la obra todo el signo del
honor nacional, cuya luminosa imagen llevo bien grabada en mi pensamiento.
Ahora,
y como una justísima vibración de mi alma serena, permítame tener un acento de
protesta y decirle «Que ha de haberse
equivocado usted conmigo, si mi vida es de una unilateralidad absoluta, tallada
al cincel de los más nobles holocaustos y las más austeras idealidades». ¡Hay
existencias a cuyo través fulguran todas las calidades y condiciones de una
época, y esa es la mía!
Es
usted el que se ha descubierto, tan pronto como tuvo un escenario de visibles
exteriorizaciones, y como sé de los dictados del fuero interno, estoy seguro
que habrá de vivir arrepentido de sus desplantes. Si no fuera tan magnánimo le
diría que bien lo merece, por su inversión al concepto superior del cometido
histórico que le había encomendado y por su ingratitud a una consagración
amistosa de selectas delicadezas que le dio a usted la figuración pública que
ha tenido, y que hoy, no siendo ya necesaria, pretende desautorizar. No lo
conseguirá jamás, ni usted ni nadie, porque en todo y para todo me sobran
integridades.
Dios
lo guarde.
H.
YRIGOYEN
Fuente:
“Ley 12839. Documentos de Hipólito Yrigoyen. Apostolado Cívico – Obra de
Gobierno – Defensa ante la Corte ”,
Talleres Gráficos de la
Dirección General de Institutos Penales, Bs. As 1949.-
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