DEFENSA ANTE LA CORTE SUPREMA
CUARTO ESCRITO
Hipólito Yrigoyen
[24 de Agosto de 1931]
Martín García, agosto 24 de 1931.
Entraré ahora al examen y al análisis de todas las medidas de gobierno a que se refieren lo acusadores y no obstante el íntimo desdén con que los miro, no debo ocultar que mi imaginación se exalta ante tamaña villanía porque no llegué a soñar nunca que hubiera quienes se permitieran semejantes osadías a mi respecto, y ni como hombre público y de gobierno puedo consentir en dejarlas impunes, sin hacer la debida calificación de ellas, y lo haré por el orden de tiempo en que han sido formuladas.
El primer interrogatorio que se me hizo, por un oficial de marina, se refería a saber si en mi carácter de Presidente de la República había autorizado la extracción de armas del arsenal.
Respondí que me hubiera sido muy satisfactorio responder a esa pregunta, pero creía que no debía hacerlo en resguardo del cargo que había desempeñado.
Dejo constancia ahora de que la extracción de armas del Arsenal no la he autorizado en ningún, caso, siendo así que cuando el Ministro del Interior me pidió el consentimiento para utilizar algunas, a fin de armar la policía de la intervención de Corrientes, le contesté negativamente dándole la ingrata impresión que tenía al respecto desde tantos años antes por las sustracciones de armas del Arsenal, que se hacían con todo desenfado por los gobiernos para distribuirlas en las agrupaciones políticas, como sucedió en Corrientes en que fueron llevadas por un buque de guerra de la Nación y allí desparramadas a granel con el propósito de derrocar al Gobernador Martínez. Y otras que, fueron cargadas con destino a Montevideo en, un buque oficial también, al mando del coronel Oliveros Escola y que por protesta pública que surgió en el caso de retroceder cuando ya iba en marcha y tirar al menos una parte de ellas al agua. Por lo que si era necesario proveer de armas a esa policía, que comprara las indispensables y adecuadas, nada más, en las casas del ramo.
El segundo interrogatorio; también hecho por oficiales de la marina, cumpliendo, un exhorto del juez del Crimen de la Capital, se refería a saber si tres acciones de la Sociedad Alchourrón y Hnos., que se habían vendido y se suponía que habían sido substraídas cuando se produjo el salteamiento de mi casa, eran de mi propiedad.
Como se trataba de una investigación de juez competente, no tuve inconveniente en contestar que esas acciones me las había llevado mi amigo el señor Luis P. Burgos, a nombre de los señores Alchourrón, amigos también, los cuales me merecen el mejor concepto, que deseaban tener el honor de que yo figurara como accionista privilegiado de la sociedad. Le contesté lo que en seguida ratifiqué al mismo señor Bautista Alchourrón: que apreciaba debidamente esa deferencia, pero que creía que los hombres públicos no debían tener títulos cotizables en la Bolsa, por sano y puro que fuera su origen, por lo que no podía aceptarlos, quedando entonces en que los retiraría en cualquier momento. Debo decir que si no hubiera sido ese motivo, tampoco los hubiera recibido, porque no he aceptado obsequio alguno de nadie, y a mi casa sólo tenían entrada las flores y nada más como es notorio.
En seguida de esto surgió el fraguado proceso y la inhibición de mis bienes en la insólita forma que ya he dejado dicho y con los perjuicios consiguientes.
El pretexto es el de la mala interpretación de una ley de ascensos a algunos militares, cuyo mensaje y proyecto que acompaño, envié al Congreso en el primer período de Gobierno y que de su simple lectura surge la turpitud de la confabulación concertada.
Esa ley y mensaje correspondiente, es una síntesis verdadera de la historia de la Nación a partir de su ordenación institucional, de carácter justamente político e indiscutiblemente exacta en sus juicios históricos, noble y generosa en todos sus significados y alcances, comprendiendo los esclarecidos y radiantes acontecimientos en ella revistados, como la sanción definitiva de una época precursora de soluciones eminentes hacia el bien común y solidario de la Nación. Esos documentos exteriorizan tan expresivamente los altos y patrióticos sentimientos que la inspiraron; que no tengo nada más que agregar, sino lo que se consigna en ellos, como la más evidente realidad.
Los mil y tantos militares de mar y tierra que aparecieron visiblemente comprometidos en la revolución del año 1905, que se jugaron por la imperiosa solución nacional, que estuvo siempre planteada y que así como los del 90 y 93 debieron soportar la adversa suerte, ora en la penitenciaría en Ushuaia y en Martín García, como en las naciones vecinas de América donde se refugiaron, con una altura y dignidad tal que fueron elogiados en todas partes, siendo atendidos con todo esmero por las altas direcciones del movimiento, cualesquiera que fueran las situaciones porque pasaban ellos y sus familiares, de forma que no se vieron nunca desprovistos de los recursos y medio convenientes. Cuando el gobierno decretó la amnistía, fueron recibidos todos juntos en la Capital por una gran demostración pública.
Todos ellos estaban comprendidos en la ley, pero dado el tiempo transcurrido desde el año 1905 al año 1924, en que recién fue sancionada, muchos fueron, reincorporados y otros tomaron orientaciones civiles, y pocos en proporción se acogieron a ella; siendo reglamentada y aplicada en su mayor parte por el gobierno que me sucedió.
De modo que cuando por segunda vez fui al gobierno, fueron reducidos los expedientes sobre los que debí resolver, y no obstante de que ellos venían despachados con todas las formalidades de las oficinas respectivas, observé, algunos por distintos motivos.
El primero fue el de mi hermano, el Coronel Yrigoyen, que no ofrecía duda alguna, porque en todo, el tiempo corrido no había recibido ascensos, perdiendo su carrera en el sentido de los grados ulteriores. Y al efecto dije a su señora que por el decoro de mi hermano y el mío, el expediente de su familia no sería despachado por mí. Me preguntó si había que esperar entonces algún momento en que ya pusiese en posesión del mando al vicepresidente, contestándole que mientras yo lo presidiera no se firmaría ese expediente; con lo que estuvo conteste, agregando que ya mi hermano se lo había anticipado, diciéndole que si se sancionaba alguna ley de reparación durante mi gobierno, habría que esperar por su parte o su familia al gobierno que me sucediese para acogerse a sus beneficios.
El segundo fue el expediente del Comandante Nicolás Menéndez, con cuya familia tenía amistad desde tiempo anterior a la revolución del 90, y que estuvo a mi lado entonces, así como el 93 en la provincia de Buenos Aires, y posteriormente, después de su retiro, en las elecciones de Entre Ríos y Córdoba, y no lo despaché porque creía que no le correspondían los beneficios de la ley, dado que por la perturbación que se cruzó en el instante mismo de estallar el movimiento del 4 de febrero, por el cual muchas fuerzas no pudieron exteriorizarse, no apareció ostensiblemente, como le ocurrió a otros militares y fueron ascendidos por el gobierno.
No despaché, tampoco, los expedientes del Coronel Cebollas, Tristany, Greco y otros oficiales que no recuerdo en este momento, porque habiendo sido observados por la Contaduría debían ser nuevamente examinados.
He entrado en estas referencias y pormenores para dejar bien demostrada la austeridad con que fue concebida y aplicada la ley, a pesar de toda la intensa justificación contenida en su espíritu, y tanto más indicada desde que a los militares .que resistieron la, revolución, no se les perjudicó en ningún momento en su carrera, siendo ascendidos por mí en los dos gobiernos sin observación alguna, subalternos y superiores, tal como fueron propuestos por las reparticiones correspondientes.
Si el propósito del gobierno hubiera sido retribuir a esos militares siquiera fuera en la prosecución de su carrera, habría proyectado en la ley la nivelación de los grados, con los de los que estuvieron con los gobiernos, contra los cuales se realizaron los movimientos revolucionarios, colocándolos en igualdad de condiciones desde el punto de partida de los sucesos, o sea reparándoles todo el retardo en los ascensos correspondientes, pero era una ley de caracterización histórica más que de compensación y acordándoles al menos un grado más en la actividad, en el retiro y en la pensión militar de sus familias, poniéndome en el caso de la privación en que habían pasado durante tantos años, mientras que los que estuvieron con los gobiernos hicieron plena carrera que yo — como ya he dicho — confirmé sin exclusiones algunas, terminando con los métodos del pasado de premios para unos y castigos para otros. Y habría sido hasta una -mengua nacional el que no les correspondiera a sus familias lo que les acordaba a ellos mismos, en virtud de esos acontecimientos históricos que en su unidad de acción perduraron hasta alcanzar la feliz y gloriosa solución para todos; es decir, que los que fueron vencidos ante la prueba electoral, que es la única legal y justa para establecer la verdadera representación pública, hubieron gozado de todos los beneficios y que los que alcanzaron tan amplia y esplendentemente la lógica de los sucesos quedaran en la vida fuera del amparo de la justicia inmanente de la Nación, más que ellos, sus propios hijos y esposas.
Esos militares, haciendo causa común con el pueblo argentino, resolvieron el problema de la reparación soportando las prolongadas persecuciones y penurias con una elevación de carácter reveladora de las patrióticas idealidades que los impulsaron; pero, como digo, no fue ese el pensamiento, ni antes ni después de los hechos producidos, como consta en los documentos públicos y en los manifiestos revolucionarios mismos, sino el de dar sanción definitiva a los acontecimientos que fueron impuestos por el imperio del honor de la Nación.
Todos soportaron los perjuicios de las actitudes asumidas, tal como les ocurrió a los civiles, sin que pueda presentarse un solo caso en que en la larga brega haya salido de ella un solo beneficiado siquiera, sino que, por el contrario, así en el orden civil como en el militar quedaron generaciones sin llegar a la culminación de sus carreras unos, y perdiéndola en parte o toda los demás. La historia, al cerrar este período, dejará anotado para siempre que unos llenaron todo su cometido en la vida que les pareció más conveniente y otros lo frustraron por el supremo deber patriótico.
Todo el contenido de esa ley, pude resolverlo con un decreto con las mismas consideraciones aducidas en el mensaje, pero pensando que las causas determinantes debieran quedar impresas en ley, por su significado, como la sanción de soluciones grandiosas y benéficas para todo el pueblo argentino, lo envié al Congreso con el proyecto correspondiente. Así también, de acuerdo a las facultades del Poder Ejecutivo, he podido interpretar la ley con mi propio criterio, sabiendo bien como sé, que corresponde al Ejecutivo reglamentar las leyes y hacer que se cumplan en la mayor efectividad de sus conceptos y de sus alcances; y teniendo como confirmación el Art. 86, inciso 2, que advierte al Presidente que no vaya con medidas distintas o extrañas a alterar el espíritu de ellas; y el espíritu de esta ley, bajo todos sus significados, lleva impresa la psicología del alma nacional que la inspiró para todos, sin exclusiones algunas, como la terminación histórica de supremos acontecimientos que motivaron amarguras, perturbaciones y dolores irreparables por más de un tercio de vida y retardaron la poderosa expansión nativa y étnica en todo el territorio.
Todo ello no obstante, reitero que ni un sólo expediente se despachó por indicación mía, sino que vinieron por el orden normal hasta mi firma, y asimismo hice las salvedades que dejo anotadas. Y termino este asunto, acentuando que procedí con el celo escrupuloso que tiene en sus entrañas todo cuanto ha correspondido al movimiento de opinión que me llevó al gobierno, y no habrá malignidad por ruin que fuera en sus intentos y medios que pueda desfigurarla jamás.
El doctor Arturo H. Massa, a quien conozco desde los primeros tiempos de la vida, pero sin ningún género de vinculaciones políticas ni de otro carácter, fue designado Cónsul General en Holanda, y después de estar un tiempo allí en el desempeño de su cargo, teniendo resuelto nombrar en todos los países de América representantes diplomáticos, fue uno de los funcionarios en quien pensé, y mientras esperaba la apertura del Congreso para el acuerdo correspondiente resolví nombrarlo de conformidad con el Art. 86, inciso 22, de la Constitución, que dice: «el Presidente tendrá facultad para, llenar las vacantes de los empleos que, requieran el acuerdo del Senado y que ocurran durante su receso, por medio de nombramientos en comisión que expirarán al fin de la primera legislatura»; y como me comunicara sus juicios sobre la posibilidad de que Holanda fuera una plaza consecutiva para nuestros productos agropecuarios, asunto, por otra parte, de que yo ya le había hablado al partir de Cónsul para que se preocupase al respecto, ante esa información, que me la demostró con aspectos realmente muy posibles de realizarse, es que resolví que volviera a esa nación de Ministro.
No sé cómo la malicia haya podido inventar alguna connivencia en asunto tan sencillo, claro y lógico.
Tenía oportunidad de poder realizar ese intercambio que consideré siempre como el mejor medio para la comunidad universal de nuestra Nación en todo sentido y la expansión de su desenvolvimiento, y conforme a las atribuciones y facultades sugeridas, no debía retardarlo esperando el acuerdo del Senado, donde suministraría los datos consiguientes en su debida oportunidad. Di, en consecuencia, la orden de que se extendiera su nombramiento de Ministro, disponiendo que permaneciese, mientras tanto, en el Ministerio de Relaciones Exteriores a objeto de colaborar con el Ministro en la preparación de una mejor distribución en el servicio consular del exterior, dentro de las directivas del carácter científico y orgánico que debe reunir y que al efecto les dictara y que, comprendiendo todos los países del mundo, quedó completamente lista después de un trabajo prolijo y laborioso en el Ministerio de Relaciones Exteriores.
Agregaré que le había encomendado, igualmente, la recopilación y compilación de toda la legislación social y sociológica de la administración pública en todas sus ramificaciones, que yo había redactado y enviado al Congreso y a las distintas reparticiones correspondientes, y de cuya legislación había carecido la administración pública hasta entonces, condensada toda esa labor y la acción que ella había suscitado, en cuarenta volúmenes escritos a máquina y que igualmente quedaron en el Ministerio.
El doctor Corvalán Mendilaharzu, fue nombrado Cónsul por pedido del Ministro de Relaciones Exteriores en razón del recargo de tareas de ese Ministerio, para que por un tiempo se desempeñara en las oficinas de conformidad con las facultades directas del Presidente, inciso 10 del Art. 86, que dice: «por sí solo nombra y remueve los agentes consulares», y los ocupa como es de práctica, en las tareas más conducentes, sea en inspecciones como en trabajos del Ministerio, y a cuyo Cónsul, doctorado en diplomacia, yo he visto laborar diariamente, razón por la cual al extenderse su nombramiento se hizo con antigüedad correspondiente a la fecha desde la cual había prestado sus servicios.
Respecto al expediente de sus haberes, habiendo sido observado por la Contaduría, no fue firmado por mí hasta nuevo examen, y en cuanto a lo que le haya sido abonado por el Ministro para gastos, tiene por el Art. 89 de la Constitución, y el inciso 1° del art. 33 de la ley de contabilidad, facultades propias en lo concerniente al régimen económico de sus dependencias.
Fue a bordo una comisión especial con el objeto de tomarme declaración sobre la compra de desnaturalizantes de alcoholes por el Ministerio de Hacienda; y aunque parecía que se hubiera desistido de esa inculpación después de las declaraciones prestadas por el Ministro, deseo no obstante dejar constancia de la forma como procedí en ese caso.
Habiendo llegado un señor hasta mi despacho me comunicó que él se hallaba en condiciones de poder ofrecer ventajosamente los desnaturalizantes al gobierno pero que el Ministerio sin licitación había comprado ya una partida de ellos. Le hice presente que no estaba enterado del asunto, indicándole que presentara su queja por escrito al Ministerio y que yo tomaría las medidas del caso. Y llamando en seguida al señor Ministro me informó que ante la urgente necesidad de ese elemento, había tenido que comprar una cantidad dada, de inmediato. Asimismo le ordené que suspendiera el mayor recibo, y no abonara lo adquirido hasta que me trajera la información sumaria correspondiente.
Posteriormente el Comandante de esta isla, cumpliendo instrucciones, me interrogó sobre la autenticidad de mi firma puesta al pie de un decreto de ascenso común a un militar por el Ministerio de Guerra.
No obstante de que parecióme inverosímil la suposición de que pudiera falsificarse mi firma en el ambiente del gobierno que yo presidía, no entré a calificarlo, limitándome a observar la incompetencia nada más.
En seguida llegó una comisión investigadora de la Administración de la Lotería Nacional, con el fin de que prestara declaración, sobre si había autorizado al Presidente de la Lotería para que hiciera donaciones a algunas personas.
Contesté desconociéndole autoridad para ello por las razones de incompetencia que he fundado, pero me sentí dispuesto a orientarla en algunos puntos de que parecía no se hubiera hecho cargo.
Díjeles, en síntesis, que en esa repartición con legislación especial, había sentido impropiedades en su aplicación, que traté de corregir ya en mi primer gobierno, por medio de cambios directivos y que me proponía ahora completar esa tarea llegando a una reorganización general tan pronto como me lo permitiera la multiplicidad de las labores apremiantes del gobierno, y que a ese objeto no había llenado las numerosas vacantes existentes desde gerente, inspectores, etc., limitándome a nombrar algunos indispensables.
Que esa administración había estado absorbida por una centralización en gran parte de favoritismo en la distribución de las agencias como en las correspondientes a Beneficencia. Por lo que había indicado que las decenas de Beneficencia se limitaran a tres cuando más, extendiendo así sus beneficios, y que pasado ese número fueran adjudicadas como reparto de cuatro a doce como máximo, para en esa forma descentralizar la circulación de la lotería en todo el país y que pudieran así ganarse modestamente la vide los hogares privados de otros recursos.
Disminuyendo a la vez paulatinamente los grandes repartos en proporción de 50 a 30 y así sucesivamente hasta llegar a la nivelación fijada.
Concordantes con ese pensamiento fueron las instrucciones que dí al Presidente para ambos casos.
Tampoco había designado todavía la comisión correspondiente por la dificultad en hallar personas representativas que se dispusieran a aceptar esos cargos, como había ocurrido en mi anterior gobierno, que sólo por deferencia habían formado parte de ella personas caracterizadas en las distintas esferas de la vida, por lo que me inclinaba a la reforma de la ley en ese sentido, para que fuera una comisión rentada y de competencia adecuada a la peculiaridad de esa administración.
Deseando también evitar la explotación del público con el aumento en el precio de los billetes, había indicado que se vendieran en la Administración y en otros distintos puntos por empleados de la misma y por su, valor escrito, con lo que se había conseguido reprimir ese abuso, cuando menos en parte, a la vez que los beneficios de la comisión de venta ingresaron en la caja, con cuya medida se habrían acumulado unos cientos de miles de pesos, suficientes para la adquisición de un local propio, pero tampoco autoricé esa compra por más oferta que se hicieron, esperando la reorganización a que he aludido.
El ferrocarril a Huaytiquina parece que también se hubiera querido tomar como medio de culpabilidad, y aunque no he podido saberlo bien, dada la incomunicación en que se me tiene, en el supuesto caso de que así fuera, deseo hacerme cargo de ella, para decir que en esa obra pensé siempre en el sentido del retraso en que se hacía vivir a todo el norte de la República manteniéndolo inactivo e improductivo, deteniéndolo en gran parte en su natural expansión y desenvolvimiento progresivo con los perjuicios generales consiguientes a la Nación, por lo que al ir al gobierno fue una de mis preocupaciones la de llevarla a cabo, siendo ella emprendida con tal perfección científica, no obstante las inmensas dificultades que se han debido vencer sobre el terreno, con una regularidad de procedimientos admirables y sin recursos extraordinarios algunos sino los normales. Única obra de esa trascendencia hecha sin empréstitos y sin necesidad de traer técnicos extranjeros, despertando de tal manera la atención por tan poderoso impulso, que de todas partes llegaron turistas, regresando admirados de tan prodigiosa obra efectuada por ingenieros, obreros y trabajadores nacionales en toda su extensión con la más irreprochable técnica que demuestra la capacidad y la potencialidad del país para realizarse en actitudes y amplitudes infinitamente superiores al pasado, de todo lo que estuve siempre convencido.
Reabriendo por fin la comunidad natural con el Pacífico y todos los pueblos que convergen con esta vasta zona, comunicación que como narra la historia, existía desde tiempos inmemoriales desde el Perú, por la cual caravanas incásicas venían al Río de la Plata.
Otro de los interrogatorios a que he sido sometido, y el que ya he referido, es el de un juez militar de instrucción «ad-hoc», autorizado por el juez federal, para saber si yo, en mi carácter de Presidente, le había hecho presente al Coronel Baldassarre, director general de Administración, que integraría la comisión que se encontraba desintegrada y por qué causa y motivo no lo había hecho. Si había autorizado al Ministro de Guerra, General Dellepiane, a que proveyera de un automóvil al teniente Raúl Speroni para el desempeño de funciones especiales encomendadas por la Presidencia. Y si siendo Presidente de la Nación, el Poder Ejecutivo había resuelto el envío de tropas a la frontera Sud. Ya he comentado las declinaciones, que revelan estas verdaderas licencias, detentando todos los respetos públicos, por la que pasaré a esclarecer los puntos tal como los anteriores.
No recuerdo si le había prometido al Coronel Baldassarre la integración de la comisión administrativa, pero es posible que así haya sido por la lógica misma del asunto, y si no había procedido de inmediato habría sido sin duda alguna o porque me faltó tiempo, o porque no tuve al momento y a la vista las personas indicadas para hacer esa designación.
Tampoco recuerdo si había autorizado al General Dellepiane a proveer de un automóvil al teniente Speroni, ni si le había dado comisión especial a ese oficial.
Lo que tengo bien presente sí es que no había autorizado la compra de automóviles, ni siquiera para el uso de la Presidencia, pues en los dos períodos de gobierno anduve en los viejos que encontré en servicio. Pero creo, sin estar bien seguro de ello, que el teniente Speroni llegó hasta mí haciéndome saber qué estaba muy enfermo, debido a haber sido estropeado por el caballo que montaba en el desempeño de sus servicios, y en ese caso, sea que yo le encomendase alguna comisión que no tengo presente, o que pudiera hacer uso de un automóvil para atenderse de sus males, lo habré consentido desde luego, como lo hubiera hecho con el más modesto servidor, llegando a prestarle el mío si hubiera sido necesario.
En cuanto al tercer punto relativo al envío de tropas a la frontera Sur, si ello quiere decir a los territorios, eso sí tengo bien presente por la importancia del asunto y porque fue una de mis preocupaciones de gobierno desde el primer período, dado todo el descuido y abandono en que durante tanto tiempo se encontraban, expuestos nada más que a las grandes explotaciones en todo sentido, que ahí están bien visibles.
La primera medida que tomé fue la de crear cuerpos de gendarmería para el servicio policial, con el pensamiento de proseguir proveyéndolos de todos los apropiados elementos de civilización y de progreso, a la vez que recuperar la tierra dilapidada en todo cuanto fuera posible. Así como hacer que palpitara la vida nacional en los mares territoriales, dando estímulo a todos los habitantes de esos parajes y garantías y protección en casos de accidentes a los navegantes como ha sucedido.
Fue así que en el primer período de gobierno, por medio de buques auxiliares de la escuadra se llenaron esos cometidos y se restauraron de seis a siete millones de hectáreas de tierra, que fueron mensuradas por los jefes y oficiales de ella con toda exactitud y regularidad, como se comprobó por el departamento de ingenieros.
En este período tenía resuelta la continuación de esa comunidad con los territorios, haciéndola más viable, franca, cómoda y posible, estableciendo un ambiente y una vida de sociabilidad múltiple en igualdad de condiciones en todo el país, continuando a la vez con las investigaciones de las tierras del Estado, indebidamente apropiadas por particulares, y regularizando la vida administrativa en todas sus fases, a cuyo objeto estaba resuelto que fuera parte de la escuadra y algunos regimientos de caballería, en una movilidad consecutiva, o sea poniendo en desenvolvimiento armónico y progresivo a todos los puntos, parajes y zonas de la soberanía de la Nación.
Creo haber concluido con el análisis de los asuntos, sobre los que ha sido tramada la acusación, cuyo examen me permite exteriorizar también la audacia de los jueces, al basarse en ellos para imputarme delito, y no puedo menos de hacerlo bajo la conmoción del asombro que me causa esta falacia que, como he dicho, jamás soñé a que pudiera estar expuesto.
Y cabe preguntar, ¿dónde está la suposición de los delitos? ¿tienen esos asuntos por su móvil, su índole y su entraña, ese tinte o ese aspecto en algún sentido? ¿o está en la confabulación de comisiones especiales, reprobadas por la Constitución, como execradas por la justicia humana, y en los jueces que se prestaron a ello violando todas las garantías que la Nación fijó con caracteres terminantes en nuestra carta fundamental, contraviniendo toda la serena estabilidad de ella, y arrasando cada una de sus disposiciones?
Siendo facultad propia de la naturaleza del poder, ¿no es un absurdo, no es un sarcasmo pretender que la interpretación del Presidente sobre medidas ingénitas e inherentes al ejercicio de su mandato, puedan calificarse en otro sentido?
No es un desvarío revelador de una ansiedad de culpable imputación —que es el caso preguntar— ¿qué ofrece más visos de delito, si el presidente planteando y desenvolviendo los complejos problemas del gobierno, o los jueces atentando contra todo lo estatuido? ¿no implica ello una felonía contra la Nación, un agravio a los preceptos constitucionales y una iniquidad contra mis respetos públicos y personales?
No es un desvarío revelador de una ansiedad de culpable imputación que la pretensión de escudarse en los artículos del Código Penal y de Procedimientos buscando cohonestar el más auténtico prevaricato contra los sagrados conceptos constitucionales que, como es sabido, están siempre más arriba de todo y son la norma ineludible y superior que debe cumplirse, con tanto más imperio, cuanto más imponentes y extraordinarias sean las situaciones que la reclaman.
¿Responde ese espectáculo a los prestigios universales que ha alcanzado la Nación en los imponentes acontecimientos de que ha sido actora, por el esfuerzo de esa grandiosa idealidad, que se ha realizado con todas sus capacidades, sacrificios y abnegaciones, durante más de medio siglo y con las más notorias integridades, sin que jamás en todo el cúmulo de pruebas asumidas haya asomado en ningún momento la menor sospecha en contrario?
¿De qué fundamentos parten para asumir semejantes facultades, tan monstruosas y avasalladoras de todos los resguardos, que no sólo derriban todo lo constituido, sino que transgreden todos los preceptos básicos de la justicia, como las garantías consiguientes, y atentan también contra la cultura y la civilización humana?
¿Por el imperio de qué justicia, de qué derecho, de qué legalidad, en fin, puede haberse visto a la Nación en el caso de ser presentada al mundo como absolutamente distinta de lo que ella ha comprobado ser de la manera más resonante?
No hay que abusar jamás de ninguna situación de la vida, porque en definitiva resulta contraproducente, y es siempre meritoria la condición que tiene el debido respeto por la honestidad y probidad donde quiera que se realice. Y no hay nada más despreciable que pretender menoscabar la honra de nuestros semejantes.
Al terminar, no debo sustraerme a la justa y legítima satisfacción de evocar siquiera sea someramente, la grandiosa simbolización histórica asumiendo esa actitud para tener la plenitud de acción de que fuere capaz en la realización de ese apostolado porque mi espíritu tendiente a todas las amplitudes, reclamaba esa lógica libertad. Y lo primordial, era constituir una fuerza de opinión nacional, poderosa y bien compenetrada de su misión, para alcanzar los vastos propósitos de su convocatoria.
Pero los imprevistos acontecimientos que sorprendieron al universo, cuando se había llegado a suponer que los adelantos, los progresos y las culturas generales, habrían terminado con los estragos de la guerra, también influyeron en mi ánimo y sentí dictados de razón y de conciencia que me condujeron a asumir actitudes distintas.
Fui, pues, al gobierno con la más alta autoridad moral, legal y representativa, con todas las facultades inherentes a su funcionamiento y con una ética completamente distinta a todos los convencionalismos, y es por ello y en su mérito que me decidí a aceptar el poder público, que siempre había rehusado, lo repito —no como un mandamiento común, sino como exponente de una hora suprema— como lo dije entonces, para llenar todos los cometidos de ese carácter.
Fui a imprimirle a la vida pública otra actividad y otro desenvolvimiento que el que le era común, con un dogma de gobierno, como he dicho, que está bien señalado en la Constitución con los mejores aciertos de la sabiduría humana, siendo el código político más armoniosamente concertado, porque todo lo estudió y amparó, debidamente, sin dejar ningún vacío que pueda dar motivo a duda alguna; y con la comprensión de que los gobiernos deben estar siempre a la altura de la situación por que atraviesan los pueblos que representan, y que el gobierno ante todo y en todo sentido, no es un mecanismo, sino un tecnicismo en la vasticidad de las ciencias políticas y sociales; y que Story sintetiza así:
«La interpretación restrictiva, es contraria a la regla admitida generalmente, de que los poderes contenidos en una misma Constitución y en particular los concernientes a la administración de los asuntos del país, como sus finanzas, su comercio y su defensa, deben ser interpretados con amplitud para el adelanto y el bien público. Esta regla no depende de la forma particular de un gobierno o de la diferente demarcación de sus poderes, sino de la naturaleza y el objeto del mismo gobierno.
Los medios de satisfacer las necesidades del país, de evitar los peligros de aumentar la prosperidad nacional, son tan sumamente variados y complejos, que debe dejarse una gran latitud para la elección y empleo de esos medios. De aquí resulta la necesidad y la conveniencia de interpretar ampliamente los poderes constitucionales. De lo contrario el Poder Ejecutivo caería en la inercia, en vez de ser su acción general de acuerdo con la naturaleza del poder que inviste. Todo poder debe ser proporcionado a su objeto y tener en sí mismo las facultades necesarias para el cumplimiento de los objetos o de la misión confiada a su cuidado y para la ejecución de las obligaciones de que es responsable, por lo que debe estar libre de toda traba y no tener otra regla que la que se deriva de su mandato, por lo que no debe tener más límite que el de las exigencias debidas y en sí mismo los medios naturales a su cumplimiento.
¿Cómo esperar que un poder mal provisto de elementos adecuados pueda llenar el objeto de su institución?
¿Cómo tendría la estabilidad y la compostura de la propia dignidad de su confianza, si está expuesto a cualquier ataque inusitado y contrario a sus propios deberes y oneroso al bien público?
Fundado en razones de la ciencia del gobierno y en las seguridades del Estado, debemos rechazar todas las suposiciones contrarias».
Se ha creído siempre que los países nuevos deben inspirarse en los más viejos cuando menos en las circunstancias análogas y especialmente en todo lo referente a la disciplina mental, pero esta afirmación constituye un palmario error del juicio, puesto que la sabiduría fundamental humana, que impertérritamente deberá seguir el universo, la conciben igual o mejor los pueblos nuevos, ansiosos de verdad superior y envueltos o saturados en sus propias purezas.
Con esos convencimientos sentidos y profesados siempre, es que hemos ido a la intensidad misma de las leyes de la creación humana para derivar de allí al principio generador de las orientaciones inmanentes.
Fui pues, a desempeñar el Poder Ejecutivo con mi frente bien nutrida de la preparación suficiente para interpretar y apreciar todas las múltiples actividades del trabajo humano y con el corazón vigorosamente templado a todos los bienes, para tangibilizarlos en toda la intensidad de sus benéficos alcances eminentemente nacionales y en patricia solidaridad.
Debía salvar a la Nación de todo el desastre moral y positivo que la había llevado al más intenso derrumbe; no hay nada más evidente que la he transformado no solamente dentro de la irradiación de toda su soberanía, sino ante el universo entero por una mutación tan vasta y tan eficiente, que no hay precedente mayor algún en la historia de la vida Universal.
Asumí el gobierno en la situación más difícil porque jamás hubiera pasado la Nación, exhausto el tesoro, sin medios ni siquiera para abonar la administración y las obligaciones y vencimientos inmediatos de los compromisos públicos, disminuidas las entradas de importación y con la cosecha anual casi en totalidad fracasada; y en muchas partes la indigencia llegando hasta el hambre.
A la vez que tenía al frente las crisis extremas entre el capital y el trabajo, entre patrones y obreros. Más todas las imponencias de la guerra mundial de tan sorprendentes proporciones.
Existían en la Capital, centenares de familias que, habiendo sido arrojadas a la calle con todos sus enseres por los propietarios, se encontraban sin alojamiento llegando en petición hasta la Casa de Gobierno. Y en algunos puntos de la República, especialmente los niños pobres de las provincias del Norte, sucumbían por falta de alimentos y vestuarios. Haciéndose sentir en tal forma la miseria en los hogares más desvalidos, que se había llegado a la situación de que a la luz del día entraba la gente a los establecimientos ganaderos, carneaban los animales llevándoselos para alimentarse. En esas horas, realmente desesperantes y extremas, en que las solicitaciones al Gobierno se sucedían consecutivamente, sin perspectivas algunas de reacción, en las que no habían recursos para nada, y miles de hogares, como he dicho, se debatían en la miseria, atendí sus demandas sin sacar un solo centavo del erario público, respondiendo a ellas con mi sueldo, que entregué a la Sociedad de Beneficencia, y con mis propios recursos, más la cooperación de los ministros, y de, algunos funcionarios de la Administración como los señores Nereo Croveto, Alejandro Ocampo y Luis P. Burgos. Auxilié también, a la sociedad de San Vicente de Paúl de la Capital, más la multitud de hogares de todo el país, cuyas palpitaciones llegaron hasta el gobierno.
Medidas de amparo por otra parte las que siempre atendí de donde quiera que viniesen sus demandas, habiendo en los establecimientos ganaderos de mi trabajo, suministro para todos los hogares y gente desvalida —pues la indigencia se venía haciendo sentir desde años, con irritante desigualdad entre la riqueza deslumbrante frente a la pobreza y a la miseria extrema. De igual modo que a los pequeños propietarios de haciendas que les era difícil abonar arrendamientos de campo di siempre asiento en los míos sin remuneración alguna, como lo hice toda mi vida, lo mismo en Buenos Aires, que en Córdoba, que en San Luis, donde hasta hoy en los dos establecimientos de campo que me restan de todo lo que he tenido allí —adquirido con mi trabajo— están totalmente ocupados por esos modestos ganaderos.
Doné también al ejército y a la policía las caballadas de que estaban careciendo, a lo que contribuyeron los señores nombrados, más el señor Güiraldes, ex intendente de la Capital, la señorita Victoria Aguirre y tantas otras personas, lo que se hizo público entonces.
De manera que no he utilizado nunca el erario del Gobierno, ni directa ni indirectamente, puesto que hasta la remuneración de las cátedras que por largos años desempeñé fueron entregadas a mitigar las dolencias humanas y para becas a las alumnas pobres que no tenían medios para seguir sus carreras, todo lo que es de pública notoriedad, pero que yo por primera vez lo digo, porque surge desde lo íntimo de mi alma ante las iniquidades de que estoy siendo víctima.
Esa crisis era tan extrema y angustiosa que tampoco tenían los modestos agricultores los recursos y medios indispensables para continuar laborando, por lo que fueron habilitados con semillas por el Gobierno y esperados por los bancos para atender sus compromisos vencidos, comprendiendo en esta medida todos los deudores sin mirar siquiera quiénes eran, sino estableciendo como base la honradez y probidad con que eran considerados por los bancos acreedores, todo lo que fue una verdadera respiración general y un aliento para seguir trabajando.
En medio de esas preocupaciones, tuve sistemáticamente la resistencia conjurada de todas las agrupaciones, sin que los juicios antagónicos al Gobierno ilustraran la difícil hora con razonamientos algunos que pudieran inducirlo a mejores orientaciones. Por lo que todo cuanto se realizó surgió de la mentalidad del Poder Ejecutivo, alcanzando soluciones tan satisfactorias que dieron la tranquilidad pública y la seguridad de que había en la Nación elementos constitutivos suficientes para salvar la situación y bastarse a sí mismo.
Pero, por más que la reparación hiciera prodigiosos bienes, tuvo en general la perturbación de los resabios del pasado y la negación de su concurso a gran parte de los beneficios públicos.
Sin embargo, la situación de apremio fue desvaneciéndose, hasta mejorar en una gran producción siguiente, que se encontró también estancada, porque no sólo no había suficientes compradores, ni tampoco buques de transportes.
Fue entonces como el Gobierno llegó a realizar el convenio con las naciones aliadas, no negociando con ellas, sino autorizando el uso del crédito para que pudieran comprar con toda independencia directamente a los productores y vendedores, pero sí con un precio mínimo muy satisfactorio y efectuado en las más correctas condiciones, facilitando la salida de toda la cosecha, puesto que entonces hubo así compradores y. buques disponibles para llevar el resto de la producción.
Esta operación reanimó y estimuló todas las actividades del trabajo y entre ellas el comercio de importación y exportación, y vivificó toda la tendencia a las labores productivas, ya en el orden agrícola como en el ganadero, por lo que muchos propietarios de tierra las gravaron, para poder trabajar con mayor holgura y así se expandió tanto más amplio y vigoroso el esfuerzo, sobre la suposición de que se consideraba seguro que las naciones aliadas volverían a ser compradores, tal como fue el convencimiento del Gobierno que llegó a pensar que esa medida se convertiría en un intercambio permanente, no sólo con esas naciones, sino con todas las demás, con las cuales habría entrado en comunidad en la prosecución de ese propósito.
Pero infaustamente el Congreso, que había votado el primer convenio, sin duda alguna sintiendo la situación en extremo precaria; le negó la segunda vez su sanción en la forma más inconsulta en todo sentido, no obstante los mensajes demostrando toda la importancia y eficiencia de ese nuevo convenio.
El Senado que a todo trance había querido llevar a la :guerra al país en favor de las naciones aliadas, en el período de mayores promesas de bienestar y seguridad en la vida del trabajo le negó su concurso a ese nuevo crédito, tan laudablemente concertado, precipitándola, por ese desahucio de gobierno una crisis tan angustiosa, más que todo en la depreciación de los bienes semientes, causando en ellos una verdadera ruina y paralizando la continua progresión del mejoramiento de esas fuentes cardinales de la riqueza nacional, con tal intensidad que hasta ahora verdaderamente no se ha repuesto, y por lo que se fundieron tantos trabajadores, cuyo vacío se experimenta todavía.
En esa situación tan inesperada, se llevó a cabo la realización de la cosecha con las dificultades consiguientes, pero a pesar de los contratiempos la vida de la Nación, se desenvolvió normalmente; aunque no la expansión de su natural potencialidad. Y el Gobierno pudo llenar sus cometidos en todas las actividades del funcionamiento público sin exacciones algunas, y hasta afrontar una serie de obras, que constantemente se venían reclamando para el adelanto de los pueblos; sin hacer uso del crédito, sino con las únicas entradas del presupuesto, cuyas obras ahí están demostrando capacidades administrativas en la calidad de ellas y en el manejo de los dineros públicos, pues jamás se hicieron labores de tal carácter con menos recursos y con más exigüidad en los gastos por ellas demandados. Desde el primer momento tuvo el Gobierno ofrecimientos de dinero de las plazas comerciales más pudientes del mundo llegando a proyectar un considerable empréstito, no para utilizarlo internamente, sino para mejorar el gravamen de las deudas externas, en condiciones tan favorables como ningún otro hasta ahora se haya hecho, el que tampoco fue tomado en consideración por el Congreso.
Pero no obstante las perturbaciones de todo orden que se cruzaron en la marcha del Gobierno, muy especialmente por las agrupaciones que preponderaban en el Congreso, pude realizar en gran parte el plan que, como he dicho, llevaba impreso en mi pensamiento y del que iba bien sabido para cumplimentarlo. Así resolví todos los problemas políticos, económicos y financieros, más las cuestiones entre el capital y el trabajo, entre patrones y obreros, cuyas disidencias se había convertido en agudas crisis como digo — perturbando en todo el país la tarea regular de las actividades del trabajo.
Por primera vez hubo tribunales compuestos de todos los intereses en acción justa de trabajo común, cuyas soluciones aplicaron de inmediato las naciones más adelantadas, de las que recibí los más generosos mensajes por las benéficas soluciones alcanzadas y la forma de encarar esas eternas cuestiones. Al llegar al Gobierno no se sentía sino el eco de las protestas y no se veían por todas partes sino las banderolas coloradas, que se tornaron en seguida de las soluciones dadas en una gran manifestación de todos los componentes, flameando al frente nada más que la bandera argentina y desapareciendo las huelgas, que tanto gravitaban sobre la labor de la Nación.
Hice un gobierno de la más alta razón de Estado, con toda circunspección debida, pero sin ostentaciones ni aparatos algunos, de justicia distributiva, y lleno de cuidados para remediar todos los males, sobrio y sencillo al alcance de todos, desde los más modestos hasta los más encumbrados elementos, sin exclusiones algunas, saturado de bondades para todos; y dije que bajo la bóveda del cielo argentino no habría desamparo para nadie, como así sucedió.
Mejoré en los dos períodos, la salud nacional y la condición moral y económica de los hogares, que son los elementos primordiales y los factores constitutivos del bienestar de las sociedades y la grandeza de los pueblos.
Difundí la educación pública primaria, que tan atrasada se encontraba, siendo ostensible el porcentaje de analfabetos, y haciéndolas más eficientes en todas las actividades, creando, a la vez, las escuelas complementarias y nocturnas para adultos, facilitando así cierta instrucción indispensable para todo trabajo, por modesto que fuere, y al alcance de todas aquellas personas que por sus tareas se veían privadas de concurrir a las diurnas y las que, de inmediato, sobrepasaron de concurrencia de todas las edades. Expandiendo y acentuando también la enseñanza secundaria, como la superior, fundando nuevas universidades y dándoles a éstas una comprensión más progresiva y científica, en todas sus esferas a la vez que democratizándolas en su mayor extensión por medio de reformas conducentes, todo lo que condensé en un proyecto de ley de instrucción pública, comprendiendo desde la base hasta la cumbre, que el Congreso tampoco tomó en consideración.
Las medidas de seguridad a la vida, a la propiedad y al desenvolvimiento todo de la personalidad humana, se ejercitaron tranquilamente, de la misma manera que las de higiene y salubridad fueron tan eficaces que salvaron al país de las pestes que posteriormente a la guerra invadieron a América.
Estimuló así el Gobierno, todas las actividades que llegaron a realizarse en completa armonía de conjunto, para ser motores conducentes con el mismo diapasón hacia todos los progresos, por actitudes y medidas tan justas y eficientes para llegar a las mejores soluciones de la vida humana, tal como la sentimos dentro del fuero íntimo, que nos está mandado por las leyes inmanentes que felizmente nos rigen.
Así también cuando Alemania advirtió al mundo que no podría respetar la neutralidad porque la actitud de sus adversarios la ponía en ese caso, el Gobierno contestó diciendo que lamentaba que se creyera inducida a esa medida, pero que nuestra Nación se ajustaba en todo a los principios del derecho internacional que consideraba definitivamente consagrado, dando con esa contestación, el sentido de las actitudes que habría de asumir. Y tan pronto como se exteriorizaron esas medidas sobre nuestro país, tomó de inmediato la debida intervención, sosteniendo proposiciones -correlativas, tan fundadas que fueron reconocidas sin restricciones algunas.
Sobre el desastre general, alcanzó la Nación soluciones tan justas e importantes que no es posible condensar por razonamientos y efectividades, pero al menos, evocarlas para contemplar la transición alcanzada y la fulgurante transformación que ha llevado a cabo —como es de pública evidencia y lo sabe el mundo todo que nos mira— restaurando su fama que, había vívido envuelta en infamaciones y difamaciones que la tuvieron casi substraída a las dilucidaciones universales, afrontando la más difícil situación porque haya pasado en sí mismo y como parte integrante del mundo.
Por lo cual llegó a ser tan noblemente respetada y juzgada en sus actitudes, que los beligerantes no se acometieron, dentro de la jurisdicción de su soberanía, Y todos los intereses de ambos Contendientes que residían en ella, fueron de la misma manera respetados, dejando confirmada, en todo sentido, una nueva faz de civilidad humana, orientada e impulsada por nuestro país, que perdurará a través de todos los tiempos y servirá de recordación para los casos emergentes que pudieran ocurrir.
Afrontó el Gobierno, todos los cometidos que los sucesos de la guerra le había deparado en su entrenamiento, sosteniendo fundamentos de neutralidad activa incontrastables y asumiendo todas las responsabilidades inherentes, alcanzando con ellos notorios reconocimientos y conquistando la más eminente autoridad, que se destacará siempre como imperecederas enseñanzas y que, como digo, no es posible referirla en su multiplicidad y extensión, pero que fueron de pública notoriedad, quedando definitivamente incorporados a la historia como la más alta significación humana contenida en una epilogación de valores movidos al compás y al ritmo de las más elevadas aspiraciones patrióticas, que fueron tan generosamente juzgadas por la generalidad de las naciones en tributos de admiración y de distinciones tan señaladas, que la colmaron de honores, tanto como ninguna otra nación haya alcanzado mayormente en los anales de la vida y que se sintetizan en haber sido el emblema de la paz; porque nadie llevó más allá ni aplicó con más unción las doctrinas del Evangelio, ni extendió en el horizonte universal idealidades más nobles y más fraternales interpretando los mandatos de la Divina Providencia en las horas más difíciles de la prueba, proclamando la paz universal sobre la base de la igualdad y la solidaridad humana, cuya justísima proposición vivirá por siempre siendo la Argentina, la Nación que la reclamó, la afrontó y la sostuvo en la hora más dolorosa y de mayor desventura conocida.
Así en ese esplendor de lucideces terminó la tarea del primer gobierno que ejercí, habiendo podido colmar toda la amplitud de idealidades, que, como digo, llevaba impresas en mi frente, al decidirme por la aceptación del Gobierno.
Deseaba, impulsado por ellas, condensarlas en conceptos y estructuras no tan sólo indispensables para llegar a las debidas soluciones sino también como acentos de divinas enseñanzas humanas ante el mundo y a fe que por las actitudes asumidas la había ya colocado en las vislumbraciones de las idealidades infinitas. En virtud de las cuales en todas las actitudes que he asumido ora desde el más desamparado llano, como desde la cumbre superior de los gobiernos, al entregar plena mí existencia a la obra reparadora, afrontando todas las vicisitudes, he fijado jalones tan destacados y deslumbrantes que irradiarán en toda culminación de mi patria sobre la cima del universo.
Dejé el poder con la inefable congratulación patriótica de haber llenado el cometido tal como lo concebí a través -de la larga trayectoria por una mutación tan transparente en sus conceptos, métodos y procedimientos, como todo lo que había idealizado mi imaginación, puesto que la nacionalidad en su faz culminante y grandiosa fue, desde los albores de mi vida, mi ley profunda y mi credo orientador.
Me había propuesto, con todos los lógicos entusiasmos, volver a mis actividades de trabajo sobre la vitalidad de la naturaleza para rehacer mis intereses, dado que mientras ejercí el poder, por la absorción de sus tareas, viví casi substraído a ellos y porque creo que es incompatible amalgamar las funciones del gobierno con los trabajos particulares.
Pero una sorpresiva reacción, amenazando desviar la legítima cimentación pública tan esplendentemente implantada y destruir la fulgurante enseña de sus postulados que no miré impasible porque no podía renunciar jamás a los luminosos panoramas de las orientaciones con que se había reconstruido y caracterizado propiamente a la Nación en todas sus irradiaciones internas como externas, me impuse la resolución para contrarrestarla de no substraerme a las labores cívicas.
Debiendo afrontar la Unión Cívica Radical la contienda nuevamente desde el llano, contra toda la acción oficial de los gobiernos y contra un «frente único» compuesto de todas las agrupaciones políticas, teniendo que soportar agresiones consecutivas sin garantías algunas, que la llevaran a suspender su propaganda electoral para comprometerse en sucesos a que constantemente era provocada, víctima siempre de todo y jamás victimaria de nada.
Acontecimiento electoral tan resonante, en los escenarios de las representaciones públicas que por la corrección y amplitud de sus actividades como por la importancia de su resultado numérico, dio una nueva comprobación, verdaderamente magistral, de las capacidades de la vida cívica que la Nación había alcanzado, quedando vencidas a la luz del día todas las representaciones de los gobiernos y las agrupaciones concernientes que se titularon «frente único» y siendo presididos los actos electorales por gobiernos adversarios en toda la República.
Fui así elegido Presidente con las más plenas y amplias facultades para serlo, y sin la menor objeción en ningún sentido, por la unanimidad de todos los pueblos, inclusive la Capital, como jamás se alcanzó un acontecimiento más expectable y que constituyó la culminación de todos los actos democráticos de puridad absoluta durante tan largo tiempo, que tanto confortan y significan en las exteriorizaciones humanas porque son, sin duda, las culturas civilizadoras más manifiestas qué tienen los pueblos, y que los clásicos propulsores de ella dejaron en sus obras bien esclarecidas y definidas.
Así dos veces, ante la realidad de los sucesos y la justa imposición, de ellos, he debido ir al Gobierno, al que había podido substraerme durante seis años consecutivos, por las razones que ya he expresado.
De manera que, impulsado por el sentimiento nacional, demostrado en su expresión más poderosa y en la forma más culta y esclarecida de los principios democráticos, me vi en el caso de volver al poder, pero desde el primer momento pude experimentar la contumaz y recalcitrante resistencia de las agrupaciones adversarias, para perturbarme en la acción de todas las actividades concernientes al regular funcionamiento del gobierno, sin que esa actitud pudiera tener explicación alguna, porque en medio de los grandes acontecimientos y sucesos no tuve nunca una palabra de reproche en ningún sentido, sino de las más altas concitaciones para el bien de la Nación; y nunca tomé medidas, ni envié al Congreso proyectos o mensajes que no llevaran impreso el sentimiento de la solidaridad nacional.
De forma que mucha parte de la labor del Poder Ejecutivo quedó sin sanción porque teniendo en mi mente bien impresa la ciencia del gobierno y el respeto debido a su estructura orgánica, nunca me sentí inducido a invadir las esferas de los otros poderes, ni a buscar su concurso por medios artificiosos, prefiriendo acaso el vacío o la negativa en la labor común, porque toda mi acción fue siempre de enseñanzas en principios y doctrinas.
Perturbada también con ese estancamiento la intensificación del intercambio con que algunas naciones se aprestaban a hacerlo más expansivo de lo que hasta entonces se venía produciendo.
Fue así como Inglaterra envió una representación de aspectos comerciales, altamente caracterizada, presidida por Lord D’Abernon, quien en su mensaje de recepción tuvo las más sentidas y generosas apreciaciones para nuestro país, proyectando un convenio por cien millones de pesos como punto inicial, con la más gentil cortesía, modelado en brevísimas palabras, por el cual Inglaterra invertiría su importe en comprar en nuestras plazas de cereales, en las mismas condiciones en que se realizó el convenio con las naciones aliadas, a la vez que nuestro país podría comprar útiles y maquinarias de trabajo por esta cantidad o mayores o menor como lo prefiriera en las fábricas de ese país
Expresando a la vez el deseo de concurrir con una importantísima exposición general de sus productos, tal como se ha llevado a cabo, viniendo también empresas dispuestas a la construcción de todos los elevadores de granos que fueran necesarios y otras para la continuación de las líneas férreas, más la construcción de edificios públicos.
Pero el Congreso tampoco sancionó este convenio, dejando de lado la franca comunidad con que esa Nación, como siempre, llegaba hasta nosotros y los beneficios que comportaba a la producción del país, puesto que así habría salido el resto de la cosecha en las mejores condiciones.
De igual modo no despachó ningún proyecto de ley benéfica, ni siquiera el de la nivelación de la ciudad de la Capital, que la Municipalidad tenía listo con los recursos suficientes, y el personal necesario para llevarlo a cabo, sobre el cual el Poder Ejecutivo insistió, con igual resultado negativo.
En cambio, retardó la apertura del período de sus sesiones ordinarias, convirtiendo la tarea que los anhelos públicos en todo orden de labores reclamaban en una larga, inusitada y estéril discusión política, en términos tan inapropiados como nunca se produjeron en el Congreso argentino, para resolver la subsistencia o la insubsistencia de los títulos de Senadores de San Juan y Mendoza, cuyos gobiernos habían sido intervenidos por ley surgida del Congreso mismo.
Con cuyas actitudes y la propaganda de la prensa connivente se buscaba exacerbar e irritar a todos sus elementos para comprometer la señalada decisión del gobierno de no verse expuesto por medidas de ordenación pública o actitudes represivas o de violencias, y para evitar iguales tentativas hubo que suspender también la actuación de las intervenciones hasta la resolución definitiva del Senado.
Por lo que entre la licencia contenida violentamente o la licencia con todas sus procacidades y entre la prensa reprimida por justas medidas o la prensa desenfrenada contra el gobierno — preferí como siempre la impunidad.
Así he dejado que el abuso de la libertad se derivara en lo arbitrario, en lo insultante y agresivo, tanto más que lo que se quería y se notaba visiblemente —como digo— era llevarme al ejercicio de un gobierno de sangre y fuego, como desgraciadamente fueron los hábitos del pasado, en lo cual no incurriré jamás, por mis propias modalidades y por el deseo de inculcar e inducir a esos elementos a una mejor cultura y civilidad, como lo he pregonado siempre y es tributo de la Nación.
Y nunca se anobló esta ansiedad con el menor consentimiento al respecto, y di siempre órdenes a la policía que rodara por el suelo si era necesario con los causantes, antes que contenerlos por medio de violencia.
Fue así que nunca ni en ningún caso o circunstancia alguna se arrestó a nadie ni se suspendió un diario, ni se estableció estado de sitio, ni se tomó la menor medida coercitiva no obstante el maremágnum de rebeldías, diatribas y procacidades conjuradas contra el gobierno, como calculadas medidas para desfigurar la psicología fundamental de sus capacidades y orientaciones en el legítimo y legal desempeño de su más alta cultura y civilización humana.
De manera que la misma índole y los mismos métodos y procedimientos perniciosos que exteriorizaron en el primer periodo de gobierno que ejercí, se renovaron con más acentuada tendencia, si cabe, en el actual, y a su, sombra el atentado contra mi vida, que desde antes de asumir el poder, la autoridad policial estaba interiorizada de que eso se tramitaba y que por mi parte no creí nunca por la tranquilidad absoluta de mi conciencia y porque no podía convencerme que tuviera a mi frente adversarios de esa entraña, tanto más que jamás he inferido daño en sentido alguno que fuere a nadie, absolutamente a nadie.
He sido siempre, por una propensión natural de mi espíritu, un bienhechor y un benefactor para todas las desgracias o pobrezas de la vida, sin distinción alguna de colores políticos, haciendo bien a todos cuantos llegaron hasta mí, individual o colectivamente. De modo que no sólo soy magnánimo sino misericordioso en todo y para todos, porque esa fue la inspiración sensitiva con que vine a la vida.
Tampoco he tenido prevenciones, ni he vertido palabras de desconceptos para nadie, siendo mis juicios siempre impersonales, y he llevado mis credos con actitudes tan intangibles y generosas que nunca me he creído vencedor ni vencido, ni me he sentado en una mesa para festejar triunfos, como es, de evidente notoriedad.
El punto de la agresividad fueron los ministros a quienes se les atribuyó incompetencia e improbidad en el desempeño de sus cargos.
En el primer periodo fue principalmente con motivo de las compras que el gobierno hizo de bolsas e hilo sisal para defender a los agricultores de los trusts y la licencia sobre embarque de azúcar en general, quedando completamente demostrada la absoluta falsedad de las imputaciones en la investigación y debate realizado en el Congreso.
En el actual no ha habido imputaciones de ese aspecto, porque el Gobierno no se vio en el caso de hacer defensa de ese carácter a la producción ni realizó negocio alguno, y en consecuencia las imputaciones se refirieron a los asuntos que ya he dejado analizados.
Fijé como condiciones indispensables para el desempeño del cargo de ministro la de no utilizar sus influencias en ningún sentido ni intervenir para nada en las actividades políticas ni ejercer la profesión fuera la que fuese, ni resolver ningún asunto sin mi conocimiento.
Si ha habido quien haya procedido a la inversa —lo que no creo— significaría ello una inconducta conmigo mismo sobre lo que no he autorizado ni consentido jamás.
Todos los ministros fueron designados, por su concepto, su capacidad y su representación pública y bien calificados en el sentido de la unidad del fundamento del apostolado político a que pertenecían.
Por otra parte, nunca he necesitado sabidurías a mi lado, pues siempre me he creído poseyéndolas por mi mismo, de tal manera que jamás he tenido que consultar a nadie en el desempeño de todas mis labores públicas pero sí he requerido honorabilidades ante todo y sobre todo.
Tuve siempre confianza segura y serena en mí mismo, fortificando mis juicios en las más clásicas ilustraciones humanas para llegar al conocimiento, de que las actitudes asumidas eran la verdad superior de la justicia suprema que fue siempre mi punto de mira y que me dieron la razón y la conciencia para aceptar los cargos que he desempeñado, porque de no ser así los hubiera rehusado francamente.
Por lo que no fui nunca intérprete de juicios o problemas ajenos a mi propio pensar y sentir, ni tuve jamás camaraderías ni concomitancias con nadie ni en el gobierno ni en ningún caso de la vida, lo que no contrastó con la digna y afectiva comunidad pero con reglas fijas e inalterables por las cuales jamás recomendé ni hice indicación alguna ni a los ministros ni a los funcionarios de ninguna institución ni les hablé de otras cuestiones que las del mejoramiento y perfeccionamiento correspondiente de las mismas, pero guardando el rango y la investidura inherentes en su orden correlativo, y así no resolví nunca ningún asunto sino por medio de los ministros y previo el juicio de ellos.
Dejo, cuando menos esbozada, la constatación de cómo y de qué manera he sido perturbado por elementos prevenidos al respecto en el desempeño del cargo de Jefe del Poder Ejecutivo, de donde puede deducirse, tanto más, cuanto ha sido la labor y cuanto he tenido que contrarrestar para llegar al efectivo y notable restablecimiento de la Nación, ya que toda esa tarea de transición tan fundamental, la he llevado a cabo interna como externamente contra la mayoría del Congreso, más que todo la inveterada del Senado y de la prensa confabulada, sin dilucidar nada que diera la revelación de conceptos susceptibles de acierto en cualquier sentido que fuese, sino envueltos en augurios tan intencionados y fuera de toda cordura, como aquéllos por los cuales la Nación quedaría sola en el mundo por no haber ido a la guerra y desdeñada por todas las naciones que tuvo a su frente en el Congreso de Ginebra, juicios que quedaron de pleno desautorizados por evidencias completamente distintas, y que colmaron de prestigios a la Nación.
En los dos períodos he impreso al Gobierno las características de la situación en que lo asumía, con una seguridad en sus conceptos y en sus eficiencias, como ha quedado bien comprobado, entregándome pleno a la labor del cargo, trabajando día y noche con el abandono de todos mis intereses que, como es bien notorio, sufrieron los perjuicios consiguientes absorbido en la vasticidad de los asuntos de toda naturaleza, y dadas las comprensiones del cumplimiento de mi deber como Presidente de la Nación, tal como lo he dejado dicho.
Y en medio de esa ímproba y proficua labor, en la diversidad simultánea de asuntos que debía atender diariamente; fue también una preocupación de purificación administrativa, de tal manera que hasta tuve que intervenir por Secretaría de la Presidencia, haciendo que el tesorero estuviera en esas oficinas para que llevara directamente a los interesados a la Tesorería y les abonara los expedientes, previa seguridad de que los dueños de ellos, no daban comisión a nadie, para que esos pagos se efectuaran, ni tenían connivencia alguna con los empleados públicos, como así se verificó.
Debí intervenir también insistentemente en el gobierno comunal, sobre todo en este período, en que tuve que aconsejar al intendente municipal medidas sobre reparo de incorrecciones, porque allí había un ambiente de venalidad tal, que se difundía hasta en ofrecimientos de dinero a los empleados cuyas denuncias llegaban hasta mí, requiriéndole que hiciera las investigaciones necesarias y hasta que vetara sanciones del Concejo Deliberante, resueltas propiamente en contra de las ordenanzas establecidas.
Así pudo evitarse que no se realizara la tendencia persistente de alterar el precio de los pasajes de tranvías, aumentándolos, lo que en toda forma se procuraba y que no recayera una sanción de cualquier índole en contra de los justos, sanos y vitales intereses de la comuna en la construcción de los nuevos subterráneos.
El Gobierno no hizo ningún negocio, ni vendió tierras, sino que restauró todas las que fue posible —como queda dicho—, ni abonó comisión a nadie por ningún concepto, ni hizo arrendamientos de propiedades para oficinas públicas, sino que fueron desocupadas las que estaban tomadas para este objeto, y reconcentradas en las propias del Estado.
No se invirtió dinero alguno en viajes a ninguna parte, y los que realicé fueron hechos con mis propios recursos.
No nombré, a ningún miembro de mi familia en puesto alguno, ni se aumentó el personal administrativo, sino por el contrario, en los dos períodos dejé de llenar más o menos cerca de diez mil vacantes, desde la más alta categoría, hasta las de sueldo mínimo, porque el desempeño público podía realizarse sin llenar cargos hasta mejor oportunidad sino en los casos indispensables, lo que dio un alivio al erario, de considerables millones de pesos, y a la vez que se reflejaba en bien de la Caja de Jubilaciones.
Así que teniendo en toda la administración empleos vacantes por miles, la susceptibilidad de un sentimiento nacional, realizado con los escrúpulos más celosos de la dignidad pública y un patriotismo que fue la visión inmanente y sagrada durante la larga trayectoria, no se sintió una sola voz de discordancia por esa prudente medida.
En esa diaria labor, que reclamaba todos los concursos del gobierno, porque a más de las deficiencias de la producción había encontrado el país en este período en estado mucho más enfermizo que el anterior y en situación más indigente, también debía atender la creación de nuevos elementos e instituciones higiénicas que eran indispensablemente requeridos, como los cuerpos odontológicos escolares y del Consejo de Higiene, extendiendo su acción benéfica hasta los obreros a quienes se los atendía en los dispensarios establecidos, y los de primeros auxilios esparcidos éstos por los extremos del país, y a la vez que mejorando la situación de los hogares en los cuales las enfermedades y la pobreza los hacía más penosos.
No aumentó el gobierno la circulación fiduciaria, ni sacó un solo peso de la Caja de Conversión, porque es bien sabido que la confianza que deben inspirar los pueblos en sus rectitudes y probidades, consiste también en la estabilidad y valorización de su moneda, y de acuerdo con las leyes que la rigen, y es indudable que los que las aplican estrictamente revelan un estado moral uniforme en todas las demás actividades de la vida múltiple.
Los dos únicos préstamos que se autorizaron y se hicieron en las mejores condiciones conocidas, fueron entregados íntegros al Banco de la Nación para disminuir el descubierto con que me recibí del gobierno y abonar los giros que sucesivamente llegaban sobre armamentos que, cuidando ante todo el crédito del país, se abonaron de inmediato, más todos los expedientes atrasados sobre proveedurías a la Administración cuyos pagos gestionaban diariamente los acreedores, porque de no realizarse serían concursados.
He realizado así el Gobierno con seguridades tales, que no tenga la menor duda de ninguna incorrección, y que son bien notorias las medidas de ética moral y política, económicas y administrativas tomadas.
Había que reconstruir produciendo un renacimiento superior que acabara con todo lo que venía soportando nuestra nacionalidad, consumiéndose a sí misma y con desmedro universal.
Felizmente estaba bien poseído, como he dicho, de la preparación suficiente para afrontarlo en la diversidad de sucesos y gestiones que sin tregua me asediaban; y cuanto he resuelto ha sido con arreglo al derecho público y con la más estricta justicia para todos.
Esta es la enorme concepción de labores múltiples y de todos los órdenes que hemos realizado, y sobre la cual estoy absolutamente convencido que nadie ni nada podrá desvirtuarla, bajo ninguna faz de ella, porque se cimenta sobre comprobaciones incontrastables.
Le he dado a mi patria toda la savia moral y positiva de mi vida, sin haberla utilizado ni comprometido jamás en ningún sentido. He vivido custodiando sus altares con la más ferviente devoción desde la base hasta la cúspide, tributándole todos mis homenajes y holocaustos y ofrendándole cuanto el hombre trae a la vida y de todo lo que alcanza a su realización. Ora meditando e ilustrándome en las mejores fuentes de la sabiduría humana, que tuve siempre en mis bibliotecas, y que en el trance por que paso me han sido substraídas, así como trabajando en la vivificante labor de la naturaleza, siendo ésa la única fuente de todos los bienes reales que he tenido en la vida y no tampoco mandando hacer sino orientando, estimulando y yendo a la cabeza tal como lo hice en la vida cívica y cuyos beneficios fueron al seno de la Nación junto con todas mis calorías.
Estoy plenamente convencido de que la transformación alcanzada tiene todo el significado y la trascendencia de las obras de ese carácter, impulsada por causas siempre imperativas de supremos deberes, y que si la fatalidad no la troncha, la frustra o la aniquila, perdurará profundizándose mientras la patria tenga vida en la eternidad.
Es una conquista obtenida tan a justo título y de tanto valor, que debe ser perdurable, como la imagen más expresiva de la vida pública y representativa de la Nación, y por lo que pudo decirse a sí misma y ante la faz del mundo, que había alcanzado plenamente la idealización y restauración de todos sus anhelos, de todas sus tradiciones y de toda la fundamentación de su vida constitutiva y orgánica, realizada con las más absolutas probidades, y así con esa magna caracterización es como recién pudo incorporarse al Universo, haciéndose sentir de tal manera que no se registra en ningún tiempo una culminación de más fulgurante espectabilidad y dado que fue ella en gran parte alcanzada en las horas más extraordinarias por que haya pasado la humanidad.
La realización, pues, del Gobierno, relevante y selecto en todo sentido, altísimamente caracterizado en sus más austeras expresiones, tuvo proporciones tales y tan prominentes en ideales y concepciones tan profundas, que sin duda constituirá en los anales nacionales, una época bien definida con sus propias peculiaridades y lineamientos.
Había alcanzado ponderación tal y tan inmensa, que debía modelarse con definiciones cada vez de mayores ascensiones y perfeccionamientos, pero como he dicho con la protesta siempre de los elementos cuya vida consiste en desconocer la evidencia de todo, como una de las modalidades del espíritu humano, cuando no tiene por sí mismo razón de ser y fundamento representativo en la vida de los pueblos.
Pero no obstante sus amenazas agresivas, tampoco llegué ni siquiera a suponerlas, porque tengo demasiada comprensión para estar seguro de que la tranquilidad de la Nación era inconmovible e inexpugnable, del punto de vista de la legalidad del Gobierno y de la vivificación poderosa de la más caracterizada simbolización pública, como de la absoluta probidad en su ejercicio y funcionamiento.
Pero, por una gripe, descuidada en la labor que sin tregua me absorbía, habría agravado mi salud llevándome al borde de la vida, por lo que tuve que delegar el gobierno, y al día siguiente, cuando me encontraba en el más el febril estado congestivo, llegó a mi casa el ministro de Guerra interino, Dr. González, quien me hizo comunicar que habiéndose levantado el jefe y los cadetes de la Escuela Militar, más una parte del cuerpo de comunicaciones, viniendo en marcha hacia la ciudad, había tomado las medidas para reducirlos, pero, que al saber esto el Vicepresidente en ejercicio del Gobierno, lo había llamado, y delante de varias personas que se encontraban con él le había comunicado que no haría fuego sobre esas fuerzas, ni consentiría en que se hiciera, ni se tomara ninguna medida sobre ellas, y al efecto había, dado contraorden terminante a los cuerpos de la Capital levantando bandera de parlamento al mismo tiempo, lo que había causado en esas fuerzas un verdadero desconcierto.
La impresión que me causó esa noticia, sólo Dios, que me dio vida para sobrellevarla, lo sabe.
Le hice decir al ministro que fuera, de inmediato al Arsenal y que allí me esperase —y levantándome en seguida como pude, me dirigí a La Plata contra la opinión de los médicos que me pronosticaron que me moriría en el camino—; y en el momento de tomar las medidas para trasladarme con las fuerzas de La Plata al Arsenal a imponer desde allí el desarme, me comunicó el ministro que, habiendo llegado los generales Justo y Arroyo a nombre del general Uriburu, haciéndole saber que el Vicepresidente había entregado el Gobierno, le intimaba que él hiciera lo propio con el Arsenal, porque de lo contrario procedería inmediatamente a bombardearlo; y que ante semejante amenaza de aspectos, tan fatales, que veía inminente, pues los aviadores ya evolucionaban por encima, y sintiendo tan inmensa responsabilidad, había resuelto entregarlo, dejando que el jefe del Arsenal lo hiciera y antes de retirarse con los jefes y oficiales que lo acompañaban, había reunido ante el director general a todos los jefes y oficiales de las fuerzas que resguardaban el Arsenal, quienes acataron en todo momento las ordenes dadas, manifestándoles que se complacía en dejar constancia de ello y guardaría siempre el mejor recuerdo.
En tal caso, ante el cual sé cambiaba la faz de los elementos de resistencia y antes del infortunio a que de improviso se veía impelida la Nación exponiéndose a una contienda que sorprendería al mundo que nos mira, cualesquiera fuera su resultado, con las desastrosas consecuencias y los desmedros consiguientes, estando felizmente en mi mano el evitarlo, así lo hice, porque a Dios infinitas gracias, conservé todas las claridades de mi espíritu para hacer lo que debía en el momento decisivo sin perder ni convenir nada, y con la inmensa satisfacción de no haber hecho derramar sangre humana, que fue siempre mi primera preocupación en las vicisitudes de la vida, y para no sombrear con esos horrores las divinas y celestiales fulguraciones que había expandido por todos los ámbitos del mundo.
No podía ser mi resolución ni vacilante ni condicional en ningún sentido, para darle toda la significación propia de los móviles que me determinaron a asumirla, y pensando que, aunque hubiera que realizar nuevas comprobaciones democráticas en sus legales ejercicios, era un rasgo generoso e hidalga evitar los sacrificios irreparables, para convertirlos en acontecimientos de honrosa enseñanza, en los escenarios de la vida pública.
Me sentí inclinado hacia la augusta medida, como confirmación y coronamiento de las proposiciones que había sustentado durante toda mi existencia, y me apresuré a hacerlo público para que los gobiernos y los pueblos no se levantaran en armas.
Tenía impresas en mi frente, magnitudes de visiones hacia fecundos e intensos bienes nacionales, la llevaba con tal seguridad en la irradiación de ellas así como ya las había expandido en el orden interno como externo, habiendo colocado a la Nación en un entrenamiento tan destacado que nuestra prosperidad moral y positiva estaba tan señalada como la del país más prodigioso del mundo que parecióme una herejía y un profundo sacrilegio el de afrontar los dolores de una perspectiva desastrosa, dando la revelación de una dudosa lógica, respecto de los grandes acontecimientos realizados.
Mi resolución, pues, fue de sacrificio único en mí, bien pensado y sentido, divinamente ideal y sublimemente lógico en sus fundamentos; y ante los sucesos ya producidos, he deseado que ellos resultaran beneficiosos, tanto más que lo que anhelo es la paz nacional y a su impulso, la prosperidad y grandeza de la Nación por el esfuerzo de todos, —como tantas veces he dicho.
La Nación no quiere sangre ni turbulencias, ni desmedros, ni menoscabos, algunos. Quiere realizarse en el ejercicio de todos los derechos humanos tan justamente conquistados. Quiere vivir la vida de la solidaridad nacional, y de la fraternidad universal a la que ha contribuido en horas supremas para implantar, por fin, después de tantos sacrificios, la regularización de su vida, por los principios de las leyes inmanentes y las reglas más conducentes a esa finalidad.
La Nación tiene derecho a vivir la paz común, santa y pura como a través de tantos y tan prolongados esfuerzos ha logrado alcanzarla.
De alma noble y generosa, quiere la paz interna como externa y yo, fiel intérprete de esa humana aspiración, así he procedido en todas las fases de su vida, asumiendo las actitudes lógicas y concordantes al respecto, aplicándolas en el país sin el menor desvío en sentido alguno y llevando al Universa las sensaciones de su psicología moral y sensitiva.
Quiere la paz universal, en la igualdad de deberes y derechos comunes a todas las naciones, por lo que asumió la actitud bien conocida durante la guerra, llevándola al Congreso de Ginebra ,en las expresiones, más terminantes, dejando bien establecida la fundamentación de su justísima y evangélica tesis, que si no alcanzó la, sanción de inmediato, detuvo a la Asamblea en el contrario sentir de que estaba saturada, y al retirarse, dijo que la hacía con el convencimiento de que la proposición sostenida obtendría sin duda alguna el pronunciamiento definitivo, lo que dio y sigue dando sus armónicas consecuencias, en las medidas que a posteriori empezaron a tomarse, y continúan como augurios tranquilizadores hacia venturosas, soluciones, en las que seguramente la Nación habría intervenido en la forma más amplia y esplendente, si me hubiera sido dado estar al frente del Gobierno, porque había alcanzado por sus juicios, en las supremas decisiones de la vida, la espectabilidad soñada, quedando en la historia con el inmarcesible título de haber sido, por sus actitudes durante la guerra el emblema de la paz universal, tal como lo dejó expresado en el último mensaje dirigido al Congreso de Ginebra, declarando que la Nación Argentina no estaba con nadie ni contra nadie, sino con todos y para bien de todos.
Y la confirmación de mis juicios en ese sentido los concreté en la conferencia a que fui invitado por el señor presidente Hoover con motivo de la inauguración del servicio telefónico entre nuestros dos países, quien me expresó el deseo de continuar conferenciando; de manera que ésos fueron mis últimos ecos al respecto con que vine al confinamiento en que estoy soterrado.
Que un pueblo contienda —como dicen los profundos pensadores de todos los tiempos—, impertérritamente por su honor y por su soberanía, por sus intereses todos, a cuales más sagrados, que habían sido mancillados por inauditas declinaciones, fue siempre un acontecimiento propio de todos los siglos, modelado en la acción según las comprensiones más o menos civiles y civilizadoras de su época, y sobre lo cual el juicio humano tiene sus pronunciamientos hechos. Pero, cuando ha llegado a las debidas soluciones con carácter, tan evidentes como los propósitos que lo indujeron, dilucidándolos en los escenarios públicos en la plena luz, con razonamientos tan justos y tan altos y ha cerrado con tan generosas conclusiones la trayectoria de los esfuerzos y sacrificios que demandaron, entrando de lleno a la efectividad de todas las idealidades propulsoras en el tercer período de su desenvolvimiento, por una condensación fundamental de valores que le dieron su prominente puesto en el escenario del mundo, alcanzando un señalado entrenamiento en todos los ámbitos, verse de pronto expuesto a una encrucijada de sangre, es una disparidad, una discordancia, una desemejanza tal, por lo que debe substraerse a ella, para llegar a todas las confrontaciones, haciendo que las opiniones representativas se demuestren nuevamente en legítimos certámenes, cada vez de mayores comprobaciones, y no por los horrores de la sangre que ni aun los triunfos son felices con ellos.
Esos son los escenarios de la más alta cultura humana, de enseñanzas, ejemplarizaciones, perfeccionamientos, en fin, todo lo que yo he predicado, sin que en la afanosa marcha de mi vida hacia supremos deberes, haya con-Sentido en la menor gota de sangre mal derramada, sin haber hecho jamás daño a nadie sino bienes comunes sobre la Nación que a todos nos cobija por igual.
En la actual situación, tan extremadamente anormal, creo más que nunca, si cabe, que para volver al pleno ejercicio, de la culminante normalidad constitucional, sólo podrá llegarse a ella por una nueva prueba electoral de la más absoluta puridad, en la aplicación del derecho público representativo y sus leyes correspondientes.
La suposición de tener que volver a las tragedias del pasado significaría el retroceso más triste, desconsolador y menguado de las idealidades tan justas y sublimemente sentidas y experimentadas.
De modo que no hay otra solución reparadora que la que surge del mandato de las leyes supremas que rigen la Nación. Ahí está la visión inmanente de la reafirmación de todas las ideologías de que la Nación se sabe revestida.
No debo tampoco omitir la reconciliación de esa esencialidad eminentemente nacional, numen y fuente originaria de todos los bienes, surgidas para cumplir sacrosantos deberes de virtuosas demostraciones siempre, en las que no hay nada que deplorar por indebido en sentido alguno, sin sustraerlo al conjunto de sus emblemas y de sus lucideces, sin incurrir jamás en ninguna inversa actitud, guardando la más idéntica y armoniosa lógica entre el punto de partida supremo y la terminación culminante de todos sus objetivos fundamentales.
Asumió siempre todas las pruebas consiguientes, en la acción armada, como el los actos electorales y en las asambleas legislativas, dilucidando todo el significado de las cuestiones suscitadas, para llevar adelante su cometido con igual actitud en las adversidades como en los triunfos; planteando y desenvolviendo sus principios con los acentos y expresiones conducentes con su convocatoria, sin retraimiento alguno, con los más esclarecidos razonamientos uniformemente sostenidos para llegar siempre a la conclusión de requerir los organismos indispensables, sintetizándolos en comicios honorables y garantidos como el verdadero escenario, para solucionar sin sangrientas ni retrógradas agresiones, el gran y definitivo problema, que propiamente estaba planteado como un interrogante, desde que la Nación entró al ejercicio normal y armónico de su estructura constitucional, que técnicamente se había alcanzado en su organización, pero no en su funcionamiento legal, porque las falsificaciones y los vicios de los partidos políticos militantes gravitaban menoscabando su lógica regularidad.
A ello vino la Unión Cívica Radical, como la entidad simbólica que aparece generalmente en la vida de los pueblos, impulsada por las más altas orientaciones para realizar tan arduos como ilustres cometidos, que son los que verdaderamente han fijado jalones perdurables, civilizadores y progresivos, en la marcha de la humanidad.
Esta inmensa y vivificante gravitación nacional, fijó su ruta marcando modalidades antagónicas irreductibles entre épocas y tendencias, con tales visiones, que una sola faz de su imaginación profética, un solo gesto de los tantos que condensara y llevara a la efectividad sus sanciones habría bastado para merecer los mejores títulos de las glorificaciones humanas en ese sentido.
Porque para alcanzar las justas soluciones de los mandatos superiores de la vida, es indispensable colocar la línea de conducta a la altura de sus concepciones, cualesquiera que sean las vicisitudes y los sacrificios que ellas demanden en su prosecución, y así como no era posible seguir adelante sin reparar el pasado, muchos más hondos habrían sido los males, si la opinión que surgió para llenar ese indispensable cometido, se hubiera desviada malográndolo o incurriendo en las deficiencias e irregularidades que se proponían extinguir.
El mayor desencanto que experimentan los pueblos, es aquél por el cual van a las pruebas y en definitiva el resultado es contrario a las causas mismas que la impusieron.
Las acciones que no reposan sobre bases consistentes, hacia fundamentos perdurables, son siempre movedizas y concluyen por resultados contraproducentes desde que la unidad de la psicología humana es indiscutible y no es concebible desprender los efectos de las causas.
Se ha realizado en una trayectoria de lucideces tan radiantes, en que todas las abnegaciones y desprendimientos se colmaron, como ninguna otra mayor se haya producido en la vida con acatamiento a todo cuanto fue justo y legalmente constituido, dando a la razón y a la conciencia nacional en todas sus fases la seguridad de su capacidad y su circunspección.
Reveló así, desde los primeros momentos, que era una fuerza poderosa, representativa y exteriorizadora de las más destacantes calidades, nacida y constituida por la requisitoria de las imperiosas demandas, cuando causas múltiples y de todo orden que se infiltran en el seno de la patria la exigieron y formada, no al calor de beneficios ni aprovechamientos, sino al conjuro de los más sublimes sentimientos, con una integridad en los propósitos y una perseverancia hacia los fines de que no hay mayor ejemplo. Vino a realizarse al escenario absolutamente extraño y libre de toda contaminación y así se ha mantenido con leal perseverancia y por consiguiente con plena autoridad, afrontando siempre los prolongados martirologios que hicieron vivir a gran parte de los hogares argentinos en las inquietudes, zozobras, angustias y sinsabores consiguientes y en cuya cruenta labor sucumbieron tantos meritorios ciudadanos y desaparecieron generaciones enteras.
¡Maravillosa idealidad que supo siempre sostener sus credos en esfuerzos cada vez más prodigiosos hasta llegar a la culminación de las más relevantes soluciones, sin tener ni la menor sombra siquiera que opacara el brillo fulgurante de su grandeza!
Asumió todas las pruebas compatibles con la elevación de sus idealidades, se identificó con sus luminosos conceptos y los acentuó en una multiplicidad de juicios y actividades concordantes, que constituyen un verdadero código de moral política y sus escenarios, cátedras de enseñanzas cívicas en toda su irradiación.
Ella ha sido la única institución política que desde el llano sin base alguna de gobierno, planteó fecundas y categóricas soluciones reparadoras alcanzándolas en los anales, restaurando para la nacionalidad una apreciación tan culminante que la ha, llevado a los más altos escenarios y a merecer el título de la gran Nación Argentina.
No fue un accidente imprevisto, ni una circunstancia dada de mirajes convencionales, ni una composición de lugar buscada para tomar asiento en los gobiernos, ni un impulso movedizo, ni un miraje utilitario, sino una solemne y vasta concitación, rimada por definiciones siempre armónicas y concordantes con el punto de mira, hacia la orientadora finalidad comprendida por el sentimiento argentino como el más impositivo mandato patriótico, terminando desde el primer instante de su aparición con los antagonismos en que habían vivido los pueblos desangrándose y retardando todos sus progresos y desenvolvimiento, para consolidarse definitivamente en la identificación de su nativa solidaridad nacional, lo que por sí solo constituyó un glorioso acontecimiento y un punto de partida hacia todas las solidarias y patrióticas expansiones.
Todo ello perdurará como la excelencia de una meditación superior que ha tenido el poder de transformar a la nacionalidad incorporándola al universo en su verdadera significación originaria, en la que plugo al Creador conjuntar todos sus dones, revistiéndola de un espíritu tan admirable para interpretar y cumplir las leyes inmanentes en la realización de todos los bienes humanos y nadie podrá negarle el mérito de haber concebido esta grandiosa espectabilidad.
Ha fijado una jornada histórica de tanto aliento y empuje como la intensidad de los males que tenía que corregir y de los bienes que debía realizar en un espacio de tiempo que abarcó casi la tercera parte de la vida de la Nación y sin lo cual ésta habría quedado malograda en la realidad de sus destinos. Soportó, altiva y serena, todos los contrastes, sin desfallecer jamás, vigorizándose en la adversidad y dando la revelación de que era invencible.
Así se ha expandido, gestando e irradiando ejemplarizaciones cada vez con más acentuadas vigorías para identificarse en la armonía de los tres básicos acontecimientos: la independencia, la organización política y la reparación fundamental.
Su unidad de conducta; calcada siempre en integérrima concepción, ha sido la determinante en la realización y cumplimiento de todos los actos de su vida, por que la integridad en política —como ya he dicho— es la condición más resaltarte de la moral pública de los pueblos.
La historia humana no registra otro modelo superior, puesto que todo cuanto tiene de noble y grande la existencia, todo cuanto sabe la razón ilustrada y todo cuanto haya podido irradiar su acción en las reformas y mejoramientos políticos y sociales a base de una justicia igual y común para todos, lo ha llevado a cabo culminándolo en la forma más expresiva. Es un apostolado que, para realizarse y llegar a sus soluciones, debía estar revestido de condiciones tan eminentes y propulsoras como la extensión de los mirajes que tenía por delante, sin odios, sin rencores, ni prevenciones algunas, y con sus filas abiertas a todos los que quisieran profesar sus credos. Por eso, la Unión Cívica Radical, será así por sus majestuosas enseñanzas, la religión cívica de la Nación a donde las generaciones sucesivas puedan acudir en busca de notables inspiraciones.
Es una fuerza de opinión tan robusta en sus conceptos y eficiencias, que en la adversidad es siempre más poderosa que en el Gobierno mismo, y si llegara a detenerse o desviarse, la fatalidad sería incalculable e incontenida, no sólo porque toda reparación que se detiene retrocede, sino porque los descreimientos se arraigan indefinidamente con todas sus consecuencias. Pero las relevantes culminaciones de la vida de los pueblos que se mantienen con la fe pública prometida, no concluyen jamás por desenlaces negativos de sus inspiraciones y hay siempre savia fecundante en ellos para seguir adelante.
Y es de esperarse que ninguna, propensión de extravíos pueda llegar a mancillarla, porque no hay nada más inaudito que la tentativa de su extinción o descomposición en los escenarios del país y nada más lamentablemente perjudicial a su consecutivo desenvolvimiento.
No se forman por simples resoluciones ni por circunstancias accidentales, las organizaciones de las colectividades humanas, sino por entidades sociológicas nacidas al calor de idénticas y solidarias atracciones, ideologías y propósitos conducentes. Tienen ellas tanta y tan gran significación en la vida de los pueblos, que su desaparición produce siempre consecuencias perturbadoras y hasta desastrosas por el vacío desorientador que dejan en los escenarios públicos por la ausencia de sus enseñanzas y fiscalizaciones.
Si desde el llano y la adversidad, la reparación no cometió un solo acto que pudiera sombrearla, triunfante y rigiendo los destinos de la Nación, no hizo sino ser garantía y resguardo para todos; y así como fue una consigna, de honor de los patriotas llamados al cumplimiento de tan supremos deberes la de no consumar penurias, sino las indispensables a la prueba misma, así desde el Gobierno fue todo su celo para evitarlas a todo trance.
Es una entidad nacional tan admirable y homogénea con la idealidad concebida, que en todo el curso de su laboración, como en todo el derrotero de su marcha, no tiene siquiera una pulsación de vida que explicar y sus hábitos y, costumbres, por la propia moralidad de todos y cada uno, son siempre rectos en sus actividades. Ni colectiva ni individualmente, ha sido nunca sindicada con la menor imputación de desdoros, ni de crímenes, ni de delitos, ni atropellos, ni desórdenes siquiera, que es cuanto se puede decir de una condensación tan numerosa y de tanta compenetración en los -escenarios nacionales.
Tampoco tiene un negociado, ni un aprovechamiento ni un beneficio surgido del Gobierno ni una ventaja siquiera para sí pero sí sacrificios a raudales a través de cuarenta años de lucha.
Porque las fuerzas públicas, para ser eficientes no deben consistir en beneficios para sí sino para la Nación en la cual viven y realizan su existencia. Y bastaría esta afirmación tan real y tan evidente para testimoniar cuánta savia de vida moral tiene en su ser, y todo el caudal de eficiencias nacionales que representa y cuánto sería el vacío que causaría su desaparición.
En el espíritu de esa fuerza, que es la verdadera y genuina expresión nacional, no hubo aspiración bastarda alguna, ni postuló jamás nada fuera de su seno, más digno, ni aceptó siquiera el concurso de nadie.
Tampoco nunca consintió la alteración de su nombre en sentido alguno, ni tuvo en su seno otro concepto, que el de fuerza y garantía legendaria de la Nación, como una poderosa entidad representativa y como un vital exponente en todas sus actividades y desenvolvimientos en la psicología y modalidad de ella, sin que jamás haya vislumbrado siquiera la posibilidad de concomitancias ni composiciones.
Cuánta savia, cuánta abnegación, cuánto desprendimiento representa este momento de absoluta identificación para todos los resguardos y magnificencias de la vida de que constantemente han demostrado sus más notorias capacidades.
Sin el más leve matiz distinto siquiera y con una transparencia de hidalguía, de ética moral y de hábitos comunes, nacida de sí misma, de su propio seno, y con una unidad de conducta tal, que no tiene ni un resplandor de discordancia donde quiera que fuere.
Así sin prevenciones contra nadie, quiere justamente que la Nación sea emblema de la vida obtenida bajo los principios consagrados de la civilización y de la cultura humana.
Porque no son las fuerzas adventicias o circunstanciales, cualquiera que sea el móvil que las impulsa, las que fijan senderos progresivos; sino cauces perturbadores siempre y acaso retrocesivos.
Pero, si hay alguna entidad que sea capaz de sobrepasar sus culminaciones, bienvenida sea ella porque la generosidad que simbolizamos tiene su alma abierta al reconocimiento de todos los plausibles beneficios hacia los bienes públicos.
Cincuenta largos años —como he dicho— la contemplan sin un desvío en la integridad absoluta del crédito con que nació a la vida, y es el caso preguntar, qué ha buscado y qué pretende para sí, sino el rendimiento de todos sus fervores, el sacrificio único y extremo ante el santuario de la patria, y extendiendo el pensamiento, qué no hubiera tenido si así lo hubiera deseado.
Su obra vasta y plena de enseñanzas todas en el desenvolvimiento de los pueblos es un verdadero código de justicia social, sociológica y política, en la que figura toda la reforma electoral por ella en su fondo y en su forma y, planteada ante todos los gobiernos y muy especialmente ante los Sres. presidentes Figueroa Alcorta y Sáenz Peña, como condición indispensable para llegar a las normales y regulares soluciones de la vida representativa de la Nación.
Es el apostolado humano de la más vasta trascendencia. No tiende a una proposición dada, sino que reasume -en su concepción toda la nacionalidad en la aplicabilidad de su organización pública y en las más esplendentes idealidades progresivas y con la esencialidad verdadera de su concepto radical, siendo la primera demostración humana que se ha realizado en ese carácter.
Tiene en su sagrario la imagen de los hombres políticos más notables del país y de los militares de mar y tierra que en todas las graduaciones y categorías se jugaron por ella, y en las calorías de su seno el fervor de todos los más importantes hombres públicos que fueron sus adversarios y que como es sabido quisieron ser sus adeptos.
A esta insigne entidad de la patria, a esta radiante ruta hacia todas las ascensiones es a la que se ha querido injuriar en toda forma.
Todo lo demás de la atroz injusticia que soportó va también referida en cuanto me ha sido posible hacerlo, en las páginas de exposición, y no puedo retraerme al justísimo impulso que me lleva a acentuar la enormidad del contraste por el cual, después de haber llevado a mi patria a las culminaciones más grandiosas —repito— interna como externamente y haber sido laureado con los más notables homenajes que haya recibido un hombre en la vida pública por las personalidades más culminantes del mundo en todas las esferas; y antes de ir al Gobierno, desde que aparecía la vida pública por los hombres más representativos del país, que fueron mis adversarios políticos y los cuales insistentemente concluyeron por ofrecerme la presidencia de la República sin condición alguna, sino al contrario, meritando los móviles que me inducían en la labor de reparación a que he estado consagrado toda mi vida, y más que eso, inclinándose reverentes a todos mis juicios, lo que ha quedado bien y públicamente testimoniado.
Es a todo este punto de mira, toda esa orientación, toda esa finalidad, en fin, tan grandiosa como armónica y lógica de la sublime idealidad que la inspiró siempre, a la que los jueces han pretendido profanar con las herejías consiguientes, con blasfemias tan ruines, que no puedo calificarlas sino como una verdadera apostasía en todo sentido al derecho público.
Al terminar, ruego a V. Honorabilidad, su indulgencia en el sentido de la falta de composición y de coordinación en que sin duda habré incurrido en esta condensación de juicios, que he debido hacer a pura memoria y con mi cabeza debilitada por los martirios morales y físicos que estoy soportando y dado que no he podido tener los elementos necesarios, ni siquiera la consulta de mi defensor, con quien de nuevo estoy en completa incomunicación.
Renuevo, en consecuencia, ante Vuestra Honorabilidad la apelación de incompetencia formulada, y exprésole mi reconocimiento por haber concedido los términos indispensables para hacer mi defensa con las dificultades de todo orden que —como he dicho— he sabido afrontar para llevarlo a cabo.
Dios guarde a Vuestra Honorabilidad.
H. YRIGOYEN
Fuente: “Ley 12839. Documentos de Hipólito Yrigoyen. Apostolado Cívico – Obra de Gobierno – Defensa ante la Corte”, Talleres Gráficos de la Dirección General de Institutos Penales, Bs. As 1949.-
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