DEFENSA
ANTE LA CORTE SUPREMA
QUINTO
ESCRITO
Hipólito
Yrigoyen
[8
de Septiembre de 1932]
Buenos
Aires, 8 de Setiembre de 1932.
Excelentísima Suprema Corte:
He
sido enterado por mi defensor, Dr. elle, de la resolución de Vuestra
Honorabilidad desestimando el indulto que tan inopinadamente surgió en este
proceso y lo califico así, dado los antecedentes al respecto.
Es público y notorio que el General Uriburu, en un discurso pronunciado, expresó que, si los partidos políticos le exigían la legalidad, se vería en el caso de traer nuevamente al gobierno al ex-presidente, que era la legalidad misma. Más tarde, en las oportunidades en que recibió a mi sobrino, le manifestó que se había visto obligado a disponer mi detención por motivos puramente de orden político, y al observarle que, no obstante esa afirmación, me había agraviado con las investigaciones hechas, le respondió que ésas eran imposiciones de la hora por que se pasaba; pero que él me conocía bien, y que, por otra parte, no se me había encontrado absolutamente nada que pudiera dar motivo al menor cargo en sentido alguno.
Es público y notorio que el General Uriburu, en un discurso pronunciado, expresó que, si los partidos políticos le exigían la legalidad, se vería en el caso de traer nuevamente al gobierno al ex-presidente, que era la legalidad misma. Más tarde, en las oportunidades en que recibió a mi sobrino, le manifestó que se había visto obligado a disponer mi detención por motivos puramente de orden político, y al observarle que, no obstante esa afirmación, me había agraviado con las investigaciones hechas, le respondió que ésas eran imposiciones de la hora por que se pasaba; pero que él me conocía bien, y que, por otra parte, no se me había encontrado absolutamente nada que pudiera dar motivo al menor cargo en sentido alguno.
El
31 de Diciembre lo citó por última vez, y, en presencia de su hijo, doctor
Alberto Uriburu, le notificó, para mi conocimiento, que estaba resuelta mi
libertad, sin restricción alguna, esperando el momento más oportuno para evitar
demostraciones públicas.
A
todo lo que guardé silencio completo, sin dar la menor contestación, hasta que,
dos meses después, una tarde se me comunicó que, en el término de dos horas,
debía embarcarme en uno de los buques que me vigilaban, saliendo el viernes 19
de febrero, a las 15 horas, y llegando a la Capital recién
el sábado a las 22 horas, por las razones que dejo referidas.
Recién
entonces conocí por los diarios, el decreto de indulto, cuyos móviles yo no
entraré a analizar, tanto más que nunca ventilé cuestión alguna con el general
Uriburu, sino las referentes a las mortificaciones de que era víctima mi familia y yo, y dado que,
sean cuales fueren los móviles que lo indujeron a esa determinación, siempre
concluiría por el vacío de la nada; absolutamente nada.
La
no aceptación por mi parte de ese indulto y el pronunciamiento de Vuestra Honorabilidad,
reconociendo la facultad que me asiste de rechazarlo, importa el derecho, a la
defensa, pero V. Honorabilidad resuelve -a la vez todo lo contrario en forma
contraproducente que lo confirma en sus efectos, mucho más que el indulto
mismo, puesto que concluye su dictamen con un párrafo inconcebible, cerrando la
posibilidad de todos los esclarecimientos, sobre lo cual no me detendré jamás e
insistiré siempre, con todos los medios apropiados y conducentes para llegar a
la sabida solución, dejando bien establecida, como consta en autos, que esta
osada acusación se inició después de haber rechazado la incitación de que me
ausentara a Europa, previo compromiso escrito, de que no volvería hasta después
de la organización de los poderes, y que surgió con todos los caracteres más
oprobiosos de un juicio preconcebido de antemano, cuyas irregularidades en todo
sentido he puesto consecutivamente en conocimiento de V. Honorabilidad, sin que
jamás me oyera ni tuviera a bien hacerme llegar el menor indicio que ni
siquiera en apariencia salvaguardara el precepto humano de «que es inviolable la defensa en juicio de la
persona y de los derechos» sabiendo también Vuestra Honorabilidad, como
digo, que la tramitación de este juicio se ha hecho contra procedimiento legal,
y con la manifiesta intención de imputarme cualquier suposición delictuosa,
para tenerme en 'aquel cautiverio con las más severas vigilancias, en una
prisión incalificable, ante el más elemental don de gente, de civilidad y de
cultura y de las disposiciones constitucionales al respecto, en la que he
permanecido 18 meses incomunicado, por haber asumido la actitud más augusta que
conoce la historia humana en el ejercicio de la representación pública.
Encontrándome realmente indefenso; puesto que a la vez se le mantenía preso e
incomunicado a mi defensor, cuando era justamente primordial que V.
Honorabilidad me llevara a sus estrados, a fin de que tuviera la posibilidad de
ser atendido respecto a cualquiera gestión que hiciera en la situación por que
pasaba, y poder revisar y analizar los expedientes a que aludía la infame
acusación.
Es
muy fácil desfigurar los hechos y los juicios y hacerlos irreverentes, cuando
aquél a quien se refieren, se le tiene sojuzgado, encarcelado sistemáticamente
en forma tan extremada —como he dicho— careciendo de todos los elementos,
medios y resortes apropiados, con dificultades impositivas tales que aún para
presentar la defensa, he tenido que esperar hasta meses, a fin de hacerla
llegar hasta Vuestra Honorabilidad.
Pero
Vuestra Honorabilidad, desoyó todo, y nada tomó en consideración, ni siquiera
el recurso de habeas corpus presentado en dos oportunidades, quedando como un
recuerdo perdurable la sorpresa de su negativa, al vulnerar ese divino recurso
humano.
Y
sólo mandó el ujier cuando ya se había propuesto hacer su pronunciamiento,
apresurándose a resolver al margen de todas las cuestiones que he planteado,
sin siquiera tomar en cuenta los fundamentos de ellas, que los envié a vuestra
consideración, con todos los razonamientos correspondientes. Vuestra
Honorabilidad ha procedido con una contradicción y desacuerdo jurídico tal, que
las propias actitudes asumidas lo han puesto en evidencia, defraudando y
quebrantando toda estructura constitucional y colocándose fuera de ella, hasta
sobre los juicios que V. Honorabilidad ha omitido al analizar y juzgar al
Gobierno Provisional diciendo «que ello
no obstante, si normalizada la situación en el desenvolvimiento de la acción
del gobierno de «facto», los
funcionarios que lo integran desconocieron las garantías individuales o las que
de la propiedad u otras de las aseguradas por la Constitución , la
administración de la justicia, encargada de hacer cumplir ésta, las
restablecería en las mismas condiciones y con el mismo alcance que lo habría
hecho con el Poder Ejecutivo de derecho».
Y
bien, ¿un gobierno de hecho puede acusar y juzgar, vejando todas las majestades
de los respetos humanos, haciéndola pasar por todos los martirios a otra
situación del más puro derecho, y hasta despojarla de los jueces establecidos
en la estructura del gobierno que sigue a la Nación , y V. Honorabilidad hacerse solidario y
juez de esa iniquidad? La fuerza puede determinar un imperio de hecho, pero
jamás desnaturalizar en sentido alguno los más puros atributos del derecho.
Pero
aun suponiendo que fuera exacta la conclusión de V. Honorabilidad de que he
presentado reclamaciones extemporáneamente cuando es absolutamente inexacto,
como consta en las actuaciones, que tiene en su poder desde la primera que me
puso en comunicación con Vuestra Honorabilidad en la que están testimoniadas
todas las proposiciones que he sostenido, ¿ignora acaso V. Honorabilidad que el
fundamento inmanente de la justicia y la razón del derecho fija en la ciencia
correspondiente a sus aplicaciones, que puede agregarse a la secuela del juicio
todos los elementos constitutivos especialmente respecto de la cuestión que se
debate, y aun rever las causas para reparar o evitar pronunciamientos injustos
e indebidos en todo sentido?
Vuestra
Honorabilidad incurre en la temeridad de afirmar que he planteado fuera de
tiempo las cuestiones previas, desconociendo la evidencia contraria, por la
cual consta en la documentación que tiene en su poder, cuyas observaciones
correspondientes, que las he presentado desde que pude llegar a V.
Honorabilidad, en todas sus fases, requiriendo su pronunciamiento antes de
entrar al fondo de la cuestión misma.
Y
así he recordado y analizado el art. 95 de la Constitución , que
establece la prohibición más terminante para que el Poder Ejecutivo intervenga
en cuestiones judiciales y en consecuencia la incompetencia de V. Honorabilidad
para entender en ellas, dado que sólo puede hacerlo en asuntos revestidos de
las formas legales. He sostenido al mismo tiempo la ilegalidad de la Cámara Judicial ,
por las razones que he dejado claramente fundadas, aunque esa observación era
innecesaria desde que V. Honorabilidad sabe cómo debe estar constituido un
tribunal para sentirse caracterizado con el emblema de la justicia, tanto más
que V. Honorabilidad ha fijado ya la jurisprudencia al respecto —como se lo ha
recordado mi defensor.
Lo
que debió hacer era resolver la cuestión y no sustraerse a ella, porque nunca
tendrá explicación satisfactoria ni moral ni jurídica, sino todo lo contrario,
el juez o el tribunal que rehúye una cuestión de incompatibilidad que se
plantea, sobre todo, por la falta de integridad en su cuerpo homogéneo, y los
sucesos que se han hecho públicos posteriormente dan toda la medida de la
connivencia de esa Cámara.
Vuestra
Honorabilidad, en vez de dar por resuelto que las cuestiones presentadas son
extemporáneas, deduciéndose que pudiera entenderse que, haciendo alguna argucia
leguleya, absolutamente extraña a todas mis modalidades, ha debido reconocer el
fundamental carácter de esas cuestiones que entrañan todo el derecho público en
el vital desenvolvimiento institucional de la Nación , tanto
más que no están dilucidándose intereses personales sino las más altas
representaciones y culminaciones del Estado, que por primera vez se han
planteado, impulsados por sucesos jamás vistos. En cambio V. Honorabilidad,
entregó a la malevolencia de los diarios, lo que por primera vez ha sucedido en
los anales judiciales, el expediente que contenía la presentación directa ante
V. Honorabilidad, y que con lógica ruindad truncaron, pretendiendo como única
aspiración el sarcasmo de disminuirme o desfigurarme de cualquier manera y a
todo trance.
Vuestra
Honorabilidad ha pasado por alto las excepciones previas que he planteado desde
el primer momento, como he dicho, que no pueden eludirse en ningún caso, porque
ellas afectan categóricamente el fondo mismo de la cuestión. Sobre lo que los
jueces han hecho, caso omiso, contando con la impunidad, pero que no creí nunca
posible que la superioridad judicial pudiera nunca incurrir en la misma
contravención.
Vuestra
Honorabilidad, no ha podido, pues, entender en un asunto que venía fuera de las
reglas legales que le están fijadas y que asume en sí la transgresión más
palmaria de las prohibiciones y prevenciones constitucionales, comprometiendo
la independencia del Poder Judicial. Si ello pudiera predominar, cardinales; y
V. Honorabilidad habría incurrido, en resumen, en el atentado más flagrante
contra todo lo estatuido en los mandatos de la potestad constitutiva.
En
cumplimiento pues, de mi deber de hombre público y de gobierno a que los
acontecimientos políticos que debía asumir como argentino, me llevaron, me
siento inducido a hacer cuanto esté a mi alcance, cualquiera que sea la
situación en que me encuentre, para no admitir ni dejar consentida ninguna
claudicación al derecho público, consagrado con tantos y tan enormes
sacrificios por el pueblo argentino, por lo que, en consecuencia, reitero a V.
Honorabilidad en mérito de todos los elementos de juicios patentizados en la
forma más acabada concebible, que obran en vuestro poder, la improcedencia y la
insubsistencia de este proceso que constituye la violación a sabiendas, de las
más imperativas prohibiciones de los mandatos públicos.
Dejo
así subsistentes las excepciones previas que he tratado en sus aspectos
esenciales, y ello, no obstante, por puro deber, repito, deseo hacerme cargo de
los juicios de V. Honorabilidad con los cuales he creído dejar resuelta la
cuestión.
En
la excepción de incompetencia formulada, tuvo la oportunidad de resolverla en
principio, confirmando que solo el Congreso puede ser juez de los poderes del
gobierno, y que jamás el Poder Judicial puede juzgarlos, sin el pronunciamiento
previo de aquél.
Ello
tampoco puede desconocerlo V. Honorabilidad, porque el precepto está tan
grabado en la
Constitución , que no hay posibilidad alguna de la menor duda,
siendo la base primordial de toda la estabilidad judicial correlativa. Tiene en
sí tanta trascendencia, que es ya jurisprudencia universal.
De
modo que no hay contrasentido mayor que el derivar esa potestad a la sanción de
cualquier juez ordinario, cuando está resguardado tan a justo título y en
mérito de todas las razones aducidas por el poder que, por sus orígenes
representativos y su organización constitutiva, ofrece mayor suma de
condiciones apropiadas para ejercerla, tal como lo dejo demostrado y de pública
notoriedad.
Pero,
aunque nuestra organización constitutiva no fuera tan expresiva en sus mandatos
y en sus aplicaciones, siempre sería un ultraje y un avasallamiento a las
majestades representativas de la
Nación y el más irritante de los absurdos jurídicos el de dar
por establecido que el Presidente pueda ser juzgado por cualquier miembro de la
justicia ordinaria o inferior, y éstos no tengan más juez que el Congreso.
Y
si llegara a consentirse en que un juez pueda procesar al Presidente de la República no
excluye el derecho a las prescripciones fundamentales, ni puede trastrocar
nunca, las facultades inherentes a los efectos de las garantías, y los respetos
debidos al cargo.
Por
otra parte, es una regla inconcusa que la justicia vive y perdura en el
resguardo de las disposiciones y conceptos del tiempo en que la función se ha
realizado, y ahí está la constatación de que todos somos iguales ante la ley.
Ese
es el principio generador básico por el cual podemos desempeñar los cargos
públicos con arreglo a las condiciones establecidas para ello; pero eso no
quiere decir que todos debamos pasar por la justicia ordinaria necesariamente,
sino en el concepto y en la forma fijada por los preceptos constitucionales.
Ese
es el fundamento de justa y acertada razón humana que se aplica lo mismo en el
orden de la justicia ordinaria y es bien sabido también que el que ha cometido
algún acto punible, aunque reciba la condenación de la justicia posteriormente,
la ley que regía en el tiempo en que el acto fijé cometido es la aplicable,
salvo el caso en que una nueva ley haya surgido atenuando la culpabilidad.
Porque
si los resguardos de una función pública desaparecieran con la terminación del
período, y el ciudadano que la ha desempeñado estuviere expuesto a demandas
judiciales con ese motivo, no habría gestionantes con respecto a los beneficios
que hubieran solicitado del gobierno y que les hubieran sido denegados que por
despecho, no buscaran recursos en los jueces, y aun las agrupaciones políticas
por mero antagonismo.
Y
dése cuenta V. H., el espectáculo que ofrecería ante el rango de la Nación , ver al
Presidente que ha terminado su período, acometido por demandas de todo orden o
tentativas de desautorización ante los tribunales ordinarios.
Y
apercíbese V. Honorabilidad que esta recordación basta para comprender que los
Constituyentes jamás soñaron con semejante derivación, sino todo lo contrario,
y bajo todas las fases tiene su explicación satisfactoria, porque aun
suponiendo que las disposiciones del derecho público no fuesen terminantes,
como lo son, bastaría recordar que, cuando se establece un fuero institucional
de cualquier naturaleza que sea, en caso de dudas sobre, facultades y términos,
debe resolverse su interpretación en favor de la facultad conferida.
Esta
afirmación se robustece tanto más teniendo presente que la Constitución
asegura con garantías tales a los funcionarios aludidos, estableciendo que es
indispensable para la acusación, la mayoría de dos tercios de votos e igual
proporción de votos para que el Senado pueda hacer su pronunciamiento
correlativo, y sólo por simple mayoría para denegar la acusación; y son bien
lógicas esas condiciones por la alta caracterización de que en realidad deben
estar revestidos los poderes.
Porque
si fuera admisible que el Presidente pudiera ser juzgado indistintamente por
los otros poderes, sin llenar debidamente los requisitos y formalidades
establecidas, las agrupaciones antagónicas que no tuvieron los dos tercios
exigidos para la acusación ante la Cámara , esperarían ansiosos para cualquier
acusación ante los Tribunales, la terminación del período, incurriendo en una
verdadera descomposición de la forma constitucional del gobierno y de la
división de los poderes.
Por
consiguiente ¿de dónde y de qué punto de partida deduce V. Honorabilidad, la
facultad para que el P. Judicial pueda juzgar los actos del Presidente de la República , realizados en
el desempeño de su cometido, cuando todas las disposiciones se identifican en
el concepto que jamás puede el Presidente ser juzgado por la justicia
ordinaria, sino cuando el Senado haya sancionado su desafuero?
Lo
que afirma Calvo, en «Decisiones Constitucionales» al referirse a un fallo de
los tribunales de Norteamérica de 1881, que dice: «El Presidente está exento del acto de habeas corpus, no porque esté
encima de la ley o porque no pueda hacer mal, sino porque no puede
responsabilizársele, sino por medio de la acusación y juicio político y
permitir que el acto de hábeas corpus vaya a él encerraría la necesidad de
castigarlo si rehusara obedecerlo, y semejante poder no lo tiene el Judicial.»
Y
es el caso preguntarse ¿si el Congreso, que es juez único de los poderes del
gobierno, no juzgare alguno de los representantes públicos que están bajo su
órbita, porque no encontrare motivo para ello, podría hacerlo el Poder
Judicial? Nunca jamás, como ya lo he dejado comprobado. Y ¿no existiendo el
Congreso, podría creerse autorizado el Poder Judicial para arrogarse sus
facultades o substituirlo al respecto, como es el caso presente? Nunca tampoco.
Y
V. Honorabilidad no podrá justificar la derivación de facultades del poder del
Congreso a las que corresponde al Poder Judicial, porque son dos entidades, dos
proposiciones absolutamente distintas en la naturaleza originaria de su
creación, estando bien trazado y definido el cometido de cada uno, como lo dejo
superabundantemente demostrado en estas actuaciones, concluyendo con esa síntesis
de Story: «Si hay un caso en que la
uniformidad de interpretación deba parecer una cosa necesaria, seguramente es
cuando se trata de la ley fundamental de un gobierno; de otra manera sucedería
que al mismo tiempo un individuo estuviese ligado a ciertas reglas como
magistrado y a otras diferentes como particular.»
Y
sabe bien ese tribunal lo que consagra el axioma universal y perdurable de la
comprensión humana de que lo que no dice nunca debemos entender que dice, así
como lo que la ley dice no debemos interpretar en sentido contrario. Y agregaré
también para los otros casos referidos, el principio de la razón moral y sus
aplicaciones en el derecho penal, por el cual la santidad de los móviles y la
sinceridad de las acciones se supone siempre, mientras no se demuestre lo
contrario.
Pero
imaginando la posibilidad de que pudiera haber juicios distintos en la
apreciación de las medidas de gobierno, ¿es justo o apropiado resolver que
hayan sido deliberadamente intencionadas en vez de ser un criterio distinto de apreciación
o de concepto? Los funcionarios que hayan llenado ese cometido, ¿tienen por su
notabilidad en la vida, la presunción en su favor o en contra de la vanidad y
puridad que los haya inducido?
¿Y
quién sería la autoridad que se creyera con poderes superiores morales, legales
y jurídicos para resolver el caso?
Si la Nación ha investido a los
magistrados de los tres poderes con el más alto grado de su majestad
representativa, de tal manera que no hay otra autoridad, sino la Nación misma, para juzgar
el desempeño de su funcionamiento ¿de dónde deduce V. Honorabilidad la
pretensión de supremacía por la cual el Poder Ejecutivo está expuesto, por las
más lógicas medidas de sus atribuciones a ser procesado?
Si
la facultad constituye el derecho para hacer una cosa y no hay facultad
superior a ella en el orden correlativo, es indudable que tiene en sí la razón
determinante para ejercerla, tal como en forma tan convincente lo dilucida
Story, cuyos juicios al respectó ya he dejado referidos, y como toda la civilización
humana lo tiene bien establecido.
Si
el Presidente de la
República , en ejercicio del Poder Ejecutivo, con todas las
atribuciones inherentes a su misión puede merecer el título de procesado por
las lógicas actitudes asumidas en el desempeño del cargo, surge a mi espíritu
como la más justa de las protestas, decir a Vuestra Honorabilidad en qué
carácter de reo lo estará colocado V. Honorabilidad habiéndose hecho pasible de
las responsabilidades que dejo anotadas, al entender en una cuestión falseada
en sus orígenes, dándole carácter de delitos a simples medidas políticas y
administrativas, dolosa por la tolerancia con los jueces y muy especialmente
con la Cámara
Judicial , que irremisiblemente está condenada en su actitud
por las elementales nociones de probidad de justicia, fraudulenta en sus
aplicaciones al dejar de lado las prohibiciones tan terminantes en el sentido
de que el Presidente no debe ni puede nunca acusar y de que V. Honorabilidad no
debe ni puede tampoco entender «sino
sobre las controversias que la sean sometidas en las formas legales», y
viciada por la intromisión de comisiones especiales, anónimas de toda función
pública e irresponsables en consecuencia, reprobadas por la Constitución y
anatematizadas universalmente, siendo por lo tanto en sí mismas verdaderos
cuerpos de delitos, menoscabando la administración pública y vejando la
majestad del gobierno, dando así la revelación más decadente y declinativa de
la justicia; todo lo que debe quedar por siempre rotundamente condenado como un
extravío inaudito contra el honor de la Nación.
Y
francamente, no puedo substraerme al desencanto que me produce ver a la
justicia superior de mi patria, ante la cual he vivido magnificando su emblema,
caer en semejantes declinaciones.
Hablo
con la inmutable serenidad que he tenido siempre para juzgar los
acontecimientos públicos, cuando más profundos hayan sido sus aspectos y
caracteres, y con todos los respetos debido a V. Honorabilidad desde que,
sabiendo que allí, en el seno de esa magistratura hay espíritus discordantes
con el mío y con el apostolado político que profeso, siendo así que vuestro ex
presidente al frente del gobierno de la Nación , en su carácter de vicepresidente en
ejercicio, depuso al único gobierno Radical de la República —el de San
Luis— ejercido por el Dr. Esteban Adaro, sin justificación alguna que explicara
semejante medida, de la. misma manera cerró el diario «La República », único órgano
oficial de la Unión
Cívica Radical en la Capital Federal ,
también sin causa alguna, que no fuera la orientación política de su credo y no
sólo no pensé nunca en la recusación de ningún miembro de ese tribunal, sino
que cuando mi abogado me habló al respecto, contestele que no creía que tuviese
prevenciones y que si las hubiera, gentilmente se excusarían, así como si se
sentían amistosamente vinculados a los acusadores, no tenia duda de que
procederían de la misma manera; y cuya alta caracterización he demostrado
igualmente al entregar a la decisión de V. Honorabilidad por et proyecto de ley
que envié al Congreso, las divergencias sobre las diversas atribuciones del
Poder Ejecutivo y el Legislativo y al llevar ante vuestros juicios una de las
cuestiones más importantes, la de la legislación nacional sobre los intereses
patrimoniales de la soberanía de la
Nación y al nombrar presidente de esa Suprema Corte, al
miembro de ella, Dr. Figueroa Alcorta.
He
dicho y demostrado de la manera más explícita y superabundante que la insólita
pretensión de establecer que el Poder Judicial en cualquier caso y forma pueda
juzgar a los poderes, importa desvirtuar la esencialidad originaria de la
naturaleza misma de esos poderes y las condiciones únicas y más apropiadas que
la inteligencia humana aplicó siempre como la más alta y justa comprensión.
Todo
ello no obstante Vuestra Honorabilidad sin el pertinente raciocinio y a puro
predominio del hecho, quiere dejar resuelta la tesis contraria.
En
vez de analizar con estricto juicio los mandatos superiores de la Nación , asumiendo las
actitudes que le correspondían y resolviéndolas como preceptos y conceptos
constitutivos que es el radio de sus facultades, ha incurrido, en su acordada
de fecha 14 de septiembre de 1931, en un superficial análisis de las mías, que
las asumí precisamente con tanta elevación de miras y sentimientos, como jamás
se han producido, actitud tan generosa y tan plausible en todo sentido para no
exponer a la Nación
a una contienda cuyas proporciones quién sabe hasta dónde habrían llegado,
teniendo que batirse el pueblo argentino contra sus propios armamentos, que
constituyen el resguardo natural de su defensa permanente, e impulsado por
todas las consideraciones que he dejado expuestas y que la Nación recibió con pleno y
sereno dominio en sí misma para afrontar en todo momento la situación Que los
supremos deberes de su derecho le señalaron. Quise colocarla en una lógica
igual a la que en nombre de ella había llevado al mundo. Y pensando que, aunque
hubiera que realizar nuevas comprobaciones democráticas en sus legales
ejercicios, era un rasgo excelso en el sentido de evitar los sacrificios
irreparables, para convertirlos en acontecimientos de meritorias y honrosas
enseñanzas en los escenarios de la vida pública.
Si
V. Honorabilidad en vez de diluirse en todo sentido y en forma en el gobierno
provisional, hubiera hecho que su Presidente asumiera el P. Ejecutivo tal como
lo dispone la ley del año 68, que interpretando con tanto acierto, el mandato
constitucional y el verdadero significado de los sucesos, dice así:
«Artículo 1° —En caso de acefalía de la República , por falta de
presidente y vicepresidente de la
Nación , el Poder Ejecutivo será desempeñado en primer lugar
por el presidente provisorio del Senado, en segundo lugar por el presidente de la Cámara de Diputados, y a
falta de éstos por el presidente de la Suprema Corte.
Artículo 2°—Treinta
días antes de terminar el período de las sesiones ordinarias, cada Cámara
nombrará su presidente para los efectos de esta ley.
Artículo 3° — El
funcionario llamado a ejercer el Poder Ejecutivo Nacional, en los casos del
artículo 1° convocará al pueblo de la República , a una nueva elección de presidente y
vicepresidente, dentro de los 30 días siguientes a su instalación en el mando,
siempre que la inhabilidad de aquéllos sea perpetua.
Artículo 4° — El
funcionario que haya de ejercer el Poder Ejecutivo en los casos del artículo 1°
de esta ley, al tomar posesión del cargo; ante el Congreso, y en su ausencia
ante la Corte Suprema
de Justicia, prestará el juramento que prescribe el artículo 80 de la Constitución ».
Artículo 5° — Comuníquese».
Si
vuestro presidente hubiera asumido el poder, cumpliendo con tan sagrado como
imperativo mandato, tal como se lo hice decir con mi abogado insistentemente
desde el primer momento que pude ponerme en comunicación con él, y como lo fija
la ley tan previsora, como estrictamente apropiada al caso, el trance por que
pasaba la Nación
se habría solucionado dentro de las reglas preceptivas, quedando así de
inmediato con sus gobiernos reconstruidos y con su seguridad pública y privada
en completa tranquilidad y desenvolvimiento. Se habrían evitado las
persecuciones, los martirios y suplicios de que ha sido víctima la opinión
nacional que me llevó al gobierno, así como los dolores, angustias y
mortificaciones de sus hogares, y yo no habría sufrido las penas irreparables
en mi familia y los crueles sufrimientos a que he estado sometido y el inicuo
proceso del cual V. Honorabilidad se ha hecho resorte adecuado, no se hubiera
urdido. La Nación
habría demostrado que estaba garantizada por el imperio de sus propios
mandatos, dando una comprobación de sus capacidades para todos los resguardos,
porque la más ala caracterización y espectabilidad de los pueblos consiste en
la honradez política que los rige y en esas rectitudes y probidades es donde
está el honor y la respetable autoridad de los gobiernos.
Por
otra parte, V. Honorabilidad, en vez de examinar la cuestión dentro de su
órbita jurisdiccional, se ha derivado, como ya lo he dicho, en un análisis de
mis actitudes, y ha sacado argumento para las conclusiones de esa acordada, de
que «he deseado, ante los sucesos
producidos, que ellos fueran beneficiosos para el país», confundiendo mis
juicios eminentemente políticos con los suyos, que deben ser únicamente
judiciales.
Desde
luego, que sí, que eso es lo que he deseado, porque mi anhelo es siempre la
paz, la prosperidad y la grandeza de la Nación ; y si yo
hubiera estado libre, lo habría hecho público, tratando de contribuir a la
tranquilidad nacional.
He
dicho más: que si hubiera una entidad política que fuera capaz de sobrepasar
las culminaciones de la
Unión Cívica Radical, bienvenida sea ella porque la
generosidad de la que simbolizamos, tiene su espíritu siempre expandido al
reconocimiento de todos los plausibles concursos nacionales.
Esos
juicios que Vuestra Honorabilidad ha vertido a mi respecto, están no solamente
fuera de la cuestión en sí misma, sino que contienen apreciaciones muy
distintas de los fundamentos de mi vida pública, por lo que V. Honorabilidad
debe guardarme los más pundonorosos y altos respetos, tal como yo los he tenido
por V. Honorabilidad a quien le he dado el mayor rango posible, como a la
suprema autoridad de Justicia de la Nación. Tanto
más que no son las investiduras de los cargos públicos las que caracterizan el
verdadero significado de la personalidad humana, sino que, ante todo, el
concepto debe basarse en las calidades propias de los que la desempeñan y
fundamentan, ni tampoco las circunstancias y las contingencias que se cruzan en
los escenarios de la vida, pueden alterar o variar esa lógica de la
imperturbable razón humana.
Soy
un hombre cabal en todo sentido, que he realizado mi vida en absoluta
identidad, enseñando y ejemplarizando siempre, sin que en ningún caso de ella
se haya cruzado el menor resplandor contrario al respecto y he desempeñado el
gobierno con todos los fervores que me indujeron aceptarlo, de tal manera como
no hubo ni habrá ninguno superior, planeando y proyectando los más complejos e
importantes problemas, porque conozco bien la ciencia del gobierno de las
sociedades y de las instituciones que las rigen. Y aunque de todo ello tengo la
más evidente razón, mi espíritu se subleva cuando una perfidia infame pretende
desvirtuar esas sagradas consagraciones y no me he de substraer jamás en
ninguna de las responsabilidades inherentes a las actitudes asumidas y he de
reclamar siempre su justa solución.
Si
he recordado que al Congreso pertenece todo lo que se refiere al Poder
Ejecutivo, ha sido al sólo objeto de demostrar que la Constitución
acentuadamente no ha querido mezclar la acción concurrente y derivada de nada
que pudiera en definitiva resultar que el Poder Ejecutivo quedara
indistintamente sujeto a los otros poderes, y que todo cuanto se refería al
Presidente, estaba exclusivamente comprendido en las facultades del Congreso.
Hay
tal contraste y discrepancia entre el genio de la Nación , afrontando con la
más notoria elevación de miras, la reparación de todos los desastres que
gravitaron durante tanto tiempo sobre su originaria eminencia en forma, como
nunca se dilucidaron y resolvieron con mayor exactitud en las proposiciones
planteadas y en la rectitud de sus aplicaciones; y la declinación de V.
Honorabilidad al no tener más raciocinio que presentar que el derrumbamiento de
la estructura de la justicia en una organización constitutiva, que me induce
recordarle siquiera sea someramente, la intensidad de la obra realizada.
El
apostolado político que condensó toda una época de denodados esfuerzos hacia la
fundamental reparación que ha realizado, vino a la vida pública en una unidad
de doctrina tan pensada y sentida, que no obstante el maremágnum de sucesos que
debió disipar en su camino, fue siempre el mismo en el llano que en la cumbre,
como lo patentizan las comprobaciones de sus múltiples actividades, sin
variantes ni confusiones algunas, inalterables en el concepto como en la
acción.
Reparador
y reformador ante todo, no fue el resultado de improvisaciones que son de
impresión pasajera y generalmente se derivan a situaciones acomodaticias, o
desaparecen por propia inconsistencia ; sino una reafirmación vivificante de
afinidades nativas, que cuando todas las instituciones morales, políticas,
económicas y financieras cayeron resonantemente, surgió de la vida misma de la Nación , a corregir los
desconciertos, la inmensidad de los desconciertos que la flagelaban y la
llevaron a las extremas crisis sociales y positivas, comprometiendo la ley
superior de sus destinos.
Esa
es la verdad incontrastable, revestida de tal caracterización que no hay
malignidad humana que pueda desvirtuarla.
Dogma
absoluto, de admirable excelencia en los anales de los esfuerzos
reconstituyentes, su enseña debía elevarse por sobre todos los destinos,
señalando siempre la orientación bien definida y las purezas de sus normas, sin
declinaciones algunas, en los más exactos términos de su verdadera
significación y con una autoridad inherente y apropiada hacia la consumación de
su patricio mandato para lo que se requerían sabidurías, abnegaciones,
sacrificios, y sobre todo, integridades y probidades absolutas.
Así
he afrontado la obra con las más clarividentes concepciones y con las más
serenas y elevadas actitudes, manteniéndose instable en sus conceptos y con
pleno estoicismo en sus adversidades, como absolutamente magnánima en sus
triunfos, debía bastarse a sí misma, sobrellevando todas las inclemencias y
todas las impiedades del camino, en una línea de conducta impertérrita hacia
sus luminosas finalidades.
Sufrió
muchas intemperies y pasaron muchas nieblas sobre la frente de los soñadores,
desde que se sintiera el imperioso deber de afrontar la restauración de la
patria, por la que se insumieron vidas, abnegaciones y sacrificios múltiples,
sin miraje de compensación alguna, sino templadas por la belleza de tan sublime
idealidad, manteniéndose siempre incólume en sus credos, perseverando en ellos
hasta alcanzar la más resonante y gloriosa solución, sin la menor sombra en
sentido alguno y sin, rozar con ningún móvil distinto o extraño la excelsitud
de sus propósitos.
Tal
como se planteó en los clásicos manifiestos del 90, 93 y 905, y en la
consecutiva documentación pública de las altas direcciones de la Unión Cívica
Radical, y como lo reiteró ante el señor vicepresidente de la República en
ejercicio de la presidencia, doctor Pellegrini, en la memorable reunión a que convocara
a un número de ciudadanos de las distintas representaciones públicas, a la que
asistí conjuntamente con él doctor Oscar Liliedal, respondiendo a la invitación
que el Señor Presidente hiciera a la Unión Cívica
Radical, y en la que se encontraban el general Mitre, el doctor Aristóbulo del
Valle, Manuel Quintana, más otros señores, y en la cual debí rebatir y refutar
la proposición de concordancia que para evitar la contienda electoral,
propusiera el señor Presidente como solución patriótica, tan nefasta en la vida
representativa de la
Nación , y a la que se adhirió incondicionalmente —dijo—el
General Mitre.
Pero,
ante los opuestos razonamientos con que dilucidé la cuestión, desentendiendo
totalmente sobre ella, no insistieron en la proposición formulada, limitándose
el doctor Pellegrini a expresar que, como podía colocarse en la situación a que
yo me refería, cuando como Presidente estaba sintiendo sobre su rostro el calor
de una revolución y que era precisamente de mi partido, a lo que contesté en síntesis:
que se colocara el Presidente en la línea de conducta que le marcaba la Constitución y
sus leyes correlativas y que estuviera seguro de que tendría en la institución
cívica que representábamos el primer factor de la tranquilidad y de la
seguridad pública.
El
General Mitre no insistió y por el contrario hizo manifestaciones visibles de
asentimiento a los juicios que yo había emitido, formulando después elogiosas
manifestaciones a mi respecto.
El
Dr. del Valle se concretó a decir que coincidía en gran parte con mi
pensamiento, pero que creía que había momentos en la vida de los pueblos, en
que los Presidentes podían y hasta debían consultar a los ciudadanos que
creyeron más capacitados. Le observé que condecía con ese raciocinio y que me
lo explicaba muy bien cuando sucesos de un orden inesperado o extraordinario,
requerían una mayor consulta de juicio superior, pero de ninguna manera cuando
se trataba de elementales reglas de gobierno para garantir y cumplimentar el
ejercicio del derecho electoral.
Como
algunos de los otros señores nos preguntaron si podíamos atender proposiciones,
les hice presente, que nuestra misión estaba definida por las consideraciones
aducidas.
Así
terminó la conferencia, siendo despedidos por el Señor Presidente y demás
señores con toda cordialidad y que dejo referida más o menos en los términos
con que se hizo pública en toda la prensa.
Quedó
así confirmada ante la más alta autoridad del gobierno, que no había ventaja ni
beneficio que pudiera desviar a la Unión Cívica Radical de la suprema idealidad, con
que desde su punto de partida, emprendía la ímproba empresa de la reparación
fundamental de la
Nación.
Concurrió
generosamente a la vida electoral con la legislación del régimen, pero
aleccionada por los sucesos, pudo apercibirse de que por ese camino no iría
sino a todos los desmedros y a todos los desencantos públicos, y entonces
resolvió renunciar a las representaciones oficiales que tenía, reconcentrándose
hacia la abstención, manteniendo su altiva protesta y dando los motivos de su
recogimiento, que duró dos años en una serena contemplación de los sucesos y la
decisión de no salir de ella, sino para afrontar y abordar comicios honorables
y garantizados.
Más
tarde, en el curso de los sucesos, estando en ejercicio del P. Ejecutivo, como
vicepresidente de la
Nación , vuestro ex-presidente, doctor Figueroa Alcorta, fui
invitado por intermedio del señor Francisco Villanueva a conferenciar con el
Señor Presidente. Va reproducida aquí la información que pasé a la Convención Nacional
de la Unión Cívica
Radical, dándole cuenta de las cuestiones dilucidadas con el señor Presidente.
«Buenos Aires, diciembre de 1909 — Honorable
Convención Nacional de la
Unión Cívica Radical.
Tengo el honor de poner en conocimiento de V.
Honorabilidad, que he celebrado dos conferencias con el Sr. Presidente de la República , a su pedido.
En la primera, que fue a principio del aria 1907, me manifestó que era el
objeto de ella, saludarme y cambiar ideas sobre algunos puntos relativos a la
ley de amnistía y de interés general.
Refiriéndose a la gestión que en ese momento hacía el
Comité Popular «Pro Amnistía», para que el gobierno dejara sin efecto la
disposición ministerial por la cual se había suprimido la antigüedad de los
jefes y oficiales y se negaba el alta a los otros —contra todos los términos de
la ley de amnistía y del decreto reglamentario— se expresó diciendo: que al
resolver esa cuestión se le presentaba al gobierno algunos inconvenientes, y
entre ellos, el de que oficiales del ejército, hacían sentir, que habiendo sido
sostenedores, no podían quedar en iguales o peores condiciones de los que lo
habían combatido.
Creí de mi parte, que no debía en forma alguna hacer
una discusión sobre mejor derecho y concretándome a dejar establecido el justo
concepto de la actitud de los jefes y oficiales revolucionarios, le respondí:
que el gobierno podía resolver ese asunto con los elementos de juicio que
creyera más acertados, pero que le recordaba sus espontáneas declaraciones, por
las cuales nos había hecho saber su deseo de que los jefes Y oficiales se
reincorporasen al ejército, asegurándonos que lo harían en sus mismas
jerarquías, sin restricción ni prevención alguna, y en iguales condiciones que
todos los demás, y que ese era el espíritu y la letra de la ley y decretos
respectivos, como una alta medida política de gobierno, según fueron sus
fundamentos.
Agregué: que si el gobierno dejaba subsistente aquella
resolución ministerial, creía interpretar la opinión de la Unión Cívica Radical,
diciéndole también que lo miraría como una declinación de su primer propósito,
de un agravio hecho a designio.
Apercibido el señor Presidente de la importancia del
asunto, quedó en que él mismo se abocaría a la solución, y así lo hizo días
después, restableciendo la antigüedad de los oficiales, pero dejando a algunos
de ellos fuera de los auspicios de la ley.
Pasando en seguida a otro orden de conversación,
recayó ella sobre las vigilancias y persecuciones, y como por indicación del
señor Presidente se me hubieron levantado ostensiblemente las que se tenían
conmigo, le hice presente que haría bien en generalizar esa medida, para todos
los ciudadanos de la Nación ,
evitándoles esas mortificaciones, y con ese motivo el derroche de los dineros
públicos, puesto que la
Unión Cívica Radical, aun cuando estaba dispuesta a ir cien
veces más a la prueba, y al sacrificio, si sus deberes así se lo imponían, no
preparaba en esa hora labor revolucionaria, sino de amplia reorganización,
esperando el cumplimiento de las promesas del señor Presidente para entrar al
ejercicio pacífico de la acción cívica.
Sobre este punto giró entonces el mayor tiempo de la
entrevista, en la que le hice todos los argumentos que creí oportunos para
persuadirlo a la realización de esas empresas en su más alto concepto, como ineludible
necesidad de una reacción general, cierta y eficiente, que produciría
incalculables beneficios a la
República , tan pronto como ella se iniciara.
El señor Presidente me observó que cómo sería posible
esa reacción dentro de las formas legales. Le contesté que notara cuáles habían
sido las formas legales que lo habían llevado a la Presidencia , para
demostrarle que si no se había tenido presente entonces, menos se podían
invocar para sustraerse a las más legítimas y augustas reclamaciones del bien
público.
Dijo entonces el señor Presidente que, por otra parte,
no era tan mala la situación; teniendo en cuenta que se trataba de un país
nuevo y en formación.
Repliqué que si bien no teníamos más de un siglo de
existencia, ella era de tradiciones tan colosales y desenvolvimientos tan
vastos, que a esta hora deberíamos estar en la escena del mundo como factor
concurrente a la obra universal, no ya por asimilación, sino por propia
identificación civilizadora.
Y además, le dije, en lo que convino el señor Presidente,
que uno de los errores más grandes de los gobiernos, era el de pretender
convertirse en tutores de los pueblos.
El señor Presidente, reconociendo y valorando la
sinceridad, el patriotismo y la justicia que animaban nuestros móviles, reiteró
las promesas que públicamente tenía hechas, y así terminó la conferencia.
En la segunda que se realizó en los primeros días de
enero de 1908, comprendí, desde luego, que el señor Presidente había variado en
su tendencia manifestada de buscar la mejor forma de conseguir la reacción,
pues se expresó diciendo: Que su gobierno había hecho cuanto le había sido dado
y que continuando en ese camino, el que le sucediera seguiría mejorando el
estado político de la
República.
Aun cuando mi primera impresión fue la de escucharle,
sin hacerle réplicas, desde que no me llevaba ninguna misión, dándome cuenta de
que el silencio podía ser interpretado como un asentimiento tácito, le
manifesté que, para emitir opiniones en asuntos de interés público, debía
expresarme ampliamente y sin reato alguno y que deseaba saber si así podríamos
hacerlo.
A su Contestación, plenamente afirmativa, le hice
sentir entonces que creía traslucir su pensamiento de inferir a la Nación el nuevo agravio de
su antecesor.
Díjele que tal actitud implicaba en primer término el
olvido de todas sus promesas públicas, reiteradamente hechas, por las cuales
había requerido insistentemente tiempo y espera para poderlas realizar.
Le hice después todas las consideraciones que creí
conducentes y que se desprenden y surgen de la atentatoria situación política
que viene atravesando el país y llegué a la conclusión de que si fuera posible
admitir que faltara a esas promesas y a esos compromisos tan solemnemente
contraídos, por los cuales había conseguido mantener a la opinión pública en la
expectativa, abocaría a la
Nación a nuevos, grandes y dolorosos sacudimientos, pues
debiera tener bien presente —lo que es lógico y evidente y enseña la
experiencia humana— que los pueblos, cuanto más avanzan en la civilización,
menos posible es que vivan tranquilos y en la prosperidad, fuera de los
auspicios de sus instituciones y el ejercicio de sus derechos.
Que no debiera dudar entonces que el país se
desangraría ya en su gobierno o después de su gobierno, tantas veces como fuera
necesario, hasta alcanzar la paz de la normalidad de su vida institucional.
Que tuviera presente que los destinos de la República estaban en sus
manos y en consecuencia, la feliz y gloriosa oportunidad de evitar tan enormes
males, iniciando una era de inmensos bienes.
Que si así no lo hacía podía estar seguro de que
viviría profundamente arrepentido, presenciando el desgarramiento de la patria,
maldecido por la opinión pública y despreciado por las generaciones venideras.
Le dije, además, que, no tenía motivo alguno para
apartarse del cumplimiento de esas reclamaciones, porque la opinión nacional lo
había dejado en completa libertad de acción, sin que pudiera invocar en su
descargo la menor .preocupación de protesta armada, desde que la Unión Cívica Radical,
si bien cada vez más decidida para alcanzar los fines de su convocatoria, no
hacía sino condensar sus fuerzas, esperando la ansiada hora del ejercicio
regular de los derechos políticos.
El señor Presidente aceptó esas aseveraciones,
reconociendo su exactitud; y con ese motivo entró en algunas apreciaciones
respecto del Partido, declarando: Que no había tratado ciudadanos más
altruistas ni patriotas ni de más alto pensamiento, y que no existía en el
mundo un movimiento de opinión con ideales tan elevados y tan dignos de respeto
y consideración.
Pero que era preciso convenir también que entre las
exigencias de la opinión y la realidad del gobierno, había mucha distancia, la
que sin duda alguna conocían bien los hombres de la Unión Cívica Radical,
y suponía que era por ello que no querían formar parte del gobierno.
Repliquéle que estaba en un error, puesto que al
contrario, cada vez que soportábamos una nueva adversidad la lamentábamos,
tanto más cuanto se alejaba la, hora de los gobiernos libres de la República , que
patentizarían la notable y trascendental diferencia de ellos, con esto de
transgresiones a la
Constitución y las leyes, de usurpación del poder público y
de indignidad y de oprobio, que pesan sobre el honor argentino desde hace 30
años y por cuya desaparición clamorean los pueblos y se centuplican los
sacrificios, habiendo llegado a concebir la esperanza de que durante su
gobierno se auspiciaría la reacción tan fervorosamente deseada.
A esto agregó el señor Presidente que haciendo uso de
la franqueza con que estábamos hablando se permitía decirme que había un poco
de lirismo en nosotros.
Le respondí que ese juicio era según desde el punto de
vista en que se miran las distintas actitudes de la vida, y que desde el suyo
era lógico que así pensara.
Pero que estuviese convencido de que todos y cada uno
de nosotros, sabíamos bien que, cuando menos, valíamos tanto como todos y cada
uno de los demás, siéndonos muy fácil comprender, cómo se entraba y salía de
los gobiernos, utilizando todas sus ventajas y beneficios.
Que, cuando a todo eso habíamos declinado en términos
tan irrevocables, debía pensar que estábamos poseídos de sagradas y profundas
convicciones y sentimientos, hacia el bien público, a los intereses generales y
a los destinos permanentes de la
República.
Me preguntó luego el señor Presidente qué era, en
síntesis, lo que entonces yo le pedía: que principie el señor Presidente, le
dije, por hacer quemar en la plaza pública, sí cabe, todos esos registros que
son el cuerpo de delito político y la viva demostración de sus impudicias, como
la primera satisfacción a los anhelos públicos, y después de haber levantado un
nuevo registro verdaderamente puro y legal, dé las garantías inherentes al
ejercicio de la soberanía nacional.
Que más que como Presidente, como argentino, debía
reconocer que cuando el país había pasado treinta años fuera de sus derechos
electorales, no podía volver a ellos sino en condiciones legales y honorables,
so pena de que la calamidad que, únicamente era de los gobiernos, se
convirtiera en fatalidad nacional, y cayéramos entre nosotros mismos y ante el
mundo entero en pleno y total desconcepto. Y que si, desgraciadamente, para la Nación y para él mismo no
se decidía a responder a las legítimas exigencias públicas, como tanto lo había
asegurado, que se recogiese entonces, y dejase que los pueblos mismos
produjesen la reacción; esto es, que se colocara en la misma situación que lo
hizo el doctor del Valle, presidiendo el ministerio de Gobierno del doctor
Sáenz Peña; y cuarenta y ocho horas después tendría ocasión de darse exacta
cuenta de la insensatez de los que acudían a la mesa de su gobierno a descontar
como en una banca los Estados de la República , pero que
luego no procediera como aquel gobierno, haciendo ahogar en sangre, con las
armas de la Nación ,
los esfuerzos libertarios.
A esto le contesté que tenía que recordarle,
nuevamente, que no conocía ningún gobierno de origen constitucional en la República.
Convengo en ello —me dijo el señor Presidente— pero
soy un hombre de ley, y eso me detiene para proceder en aquel sentido.
Olvida el señor Presidente que eso es, precisamente,
lo que somos nosotros, y es en nombre de esa Ley Suprema que requerimos la reparación
nacional, cuya necesidad ha reconocido y prometido satisfacer. Me respondió que
lo pensaría y que daría oportunamente la contestación.
A esto le dije que se apercibiera que jamás un
problema más grande había tenido sobre su frente, y que le pedía que su
contestación fuera terminante, tal como lo requerían la magnitud y la gravedad
del asunto.
Así lo comprendo y así lo haré, concluyó diciéndome el
señor Presidente. Más tarde me remitió copia de las comunicaciones y proyecto
de ley electoral que había enviado al Congreso y que tengo el honor de
acompañar, transmitiéndome todo género de seguridades de que sería ley antes de
que llegara la hora de la elección del Poder Ejecutivo Nacional.
Es éste el resumen de las conferencias tenidas con el
señor Presidente, a las que asistí, como lo he hecho siempre que cualquier
funcionario o, ciudadano me las ha solicitado.
Creo haber interpretado al Partido con las opiniones
vertidas, los juicios formulados y las reclamaciones hechas, asumiendo en este
caso, como en todos, las responsabilidades consiguientes.
Presento a V. Honorabilidad mis mayores respetos y
consideraciones.»
Ante
ella, la Convención
resolvió nombrar una comisión que llegara hasta el señor Presidente, a fin de
conocer el resultado de los proyectos enviados al Congreso. El señor Presidente
contestó a la comisión, que no obstante todas sus insistencias, no había podido
conseguir que el Congreso los sancionara.
Posteriormente,
y ya designado candidato a presidente, el doctor Roque Sáenz Peña me requirió por
intermedio del doctor Manuel Paz, conferenciar respecto a la situación política
de la República ,
que rehusé reiterando lo que ya habíamos conversado en otras oportunidades, la
incompatibilidad de cualquier comunidad política. Al conocer mi contestación díjole
al doctor Paz, que se daba cuenta que yo resistía todo propósito de acción
conjunta, lo que era lamentable, porque él había pensado siempre que juntos
cambiaríamos la faz de la
República.
Pero
ante nuevas insistencias que hiciera, asentí a que conversáramos, y al
ofrecerme participación en el gobierno, sin restricción alguna a los efectos de
que yo pudiera realizar todos los bienes que me proponía para la Nación , pedile que apartara
de su pensamiento toda suposición al respecto, porque eran insalvables mis
determinaciones. Agregándole que lo único que la Unión Cívica
reclamaba, eran comicios honorables y garantidos, sobre la base de la reforma
electoral.
El
doctor Sáenz Peña no había pensado en esa reforma de inmediato, sino en. la
concurrencia de la Unión
Cívica , Radical a la labor del Gobierno que iba a presidir;
pero planteaba la cuestión como indispensable, para que esta poderosa fuerza
saliera de la animada abstención y protesta en que estaba colocada, convino en
ello. Y dándome cuenta de que deseaba hacer públicos sus ofrecimientos, le
insinué que los concretara por escrito si le parecía bien, para llevarlo a las
altas direcciones de la
Unión Cívica Radical, lo que hizo, condensándolo en la forma
siguiente, más o menos: «Que deseando
demostrar la decisión que lo animaba para dar garantías públicas, le ofrecía a la Unión Cívica Radical,
participación en los ministerios e intervención en la reforma electoral que
debía llevarse a cabo».
La
alta dirección contestó sin discrepancia alguna, rehusando participación en el
gobierno, por ser contrario a sus reglas de conducta, y aceptando la
intervención que se le ofrecía en la reforma electoral.
Fue
entonces que entré a dilucidar detenidamente sobre la nueva legislación
indicando todas las disposiciones de que está comprendida, como las más
eficientes contra las inveteradas perversiones en que se realizaba el ejercicio
cívico y democrático de la
Nación , desde gran parte de su vida, y sobre las que ya había
deliberado en términos generales, como lo dejó referido con vuestro ex
Presidente en ejercicio entonces de la Presidencia de la Nación , es decir, en los
años 1907 y 1908; siendo todas ellas aceptadas por el doctor Sáenz Peña,
después de ligeras observaciones.
La
primera fue sobre el uso del padrón militar, y al explicarle que el alcance de
esa medida no tenía más objeto que el de contribuir a la mayor seguridad en la
legalidad de la inscripción, convino en ella desde luego.
En
cuanto a la intervención de los jueces en la legislación electoral, me observó
que no impresionaba bien esa ingerencia, pero haciéndole presente que se
apercibiera de la trascendencia del pensamiento que teníamos por delante, que
constituía el problema primordial acaso de la honra de los pueblos, y mucho más
el de los regidos por instituciones como las nuestras, sin cuya base no habrá
más honestidad ni legalidad porque ésa es la médula de toda índole sana y pura
de la vida común, como estimulante para todas las rectas y benéficas acciones;
y que no habiendo en la vida pública de esa hora ninguna otra entidad oficial
que ofreciera las garantías conducentes al respecto, era presumible pensar al
menos que los jueces, por su alejamiento de las palpitaciones diarias en la
política, eran los únicos que podrían ofrecerlas.
Por
lo que estuvo también de acuerdo, acentuando sus observaciones únicamente, en
lo que se refería a la representación del sistema proporcional, diciéndome que
eso era lo único sobre lo que disentía, porque estaba seguro que el Congreso no
habría de votarlo, y porque él también creía que el pensamiento constitutivo de
la Nación
fue siempre el de que hubiera dos grandes fuerzas nacionales y nada más.
Hícele
presente entonces, que no obstante ese raciocinio, creía que debía darse
representación eleccionaria a las minorías, como una demostración de mayor
cultura; y buscando la mejor forma adaptable recordé que en Inglaterra a través
del tiempo, se había fijado las dos terceras partes para la mayoría y una
tercera parte para la minoría, lo que aceptó sin más observación.
Los
últimos puntos en que también estuvimos de acuerdo, fue el del voto universal y
obligatorio conviniendo en que el voto público era inherente a la condición de
virtual dignidad ciudadana, pero, considerando que establecerlo secretó era una
medida apropiada e indispensable para iniciar la verdadera puridad
representativa democrática definitiva en la Nación y en
resguardo de todos los ciudadanos que por cualquier circunstancia de
predominios o de precios no pudiendo ejercer con verdadera independencia esos
derechos o estuvieran expuestos a medidas perjudiciales de cualquier sentido,
convinimos en que fuera secreto.
Así
terminó la deliberación de los temas principales que debiera comprender la ley,
quedando en que el gobierno le daría la orientación correspondiente, y sobre la
base de que cualquiera que fuera el resultado en el Congreso de las reformas,
el Poder Ejecutivo intervendría todas las provincias en la hora de la
renovación de sus poderes, como la medida lógicamente indispensable a los
efectos de los comicios y la seguridad y tranquilidad de su concurrencia, fuera
con la ley reformada o con la existente
o con la de cada una de las provincias.
Quedó
así la expectativa pública a la mira de lo que resolviera el Congreso, sin
mayores probabilidades desde que los proyectos de reforma enviados por el
doctor Figueroa Alcorta —entonces en ejercicio de la Presidencia de la Nación — no
habían sido ni siquiera atendidos.
En
ese intervalo se produjeron conflictos internos en el gobierno de Santa Fe,
interviniendo la provincia el Poder Ejecutivo de la Nación , ante
cuya medida la Unión
Cívica Radical resolvió concurrir a esos comicios, por las
garantías que le ofrecía la intervención, previo requerimiento al Señor
Presidente, en el sentido de saber si ese acto de gobierno era una simple
medida de complacencia hacia la., Unión Cívica Radical, o realmente el
principio de la política de gobierno prometida a lo que contestó de inmediato
el Señor Presidente, afirmativamente, que era el punto inicial de la
intervención a toda la
República.
Y fue
entonces cuando la
Unión Cívica Radical resolvió afrontar la contienda
triunfando en ella, no obstante todos los inconvenientes que tuvo que soportar,
demostrando que en la abstención como en la acción sus ensueños patricios hacia
las grandes soluciones se mantenían en todo vigor.
Correspondiéndole
a Córdoba en el orden correlativo prefijado la renovación de sus poderes, como
la intervención no se hacía efectiva, no obstante la proximidad de los
comicios, la mesa directiva del Comité Nacional resolvió solicitar audiencia a
fin de oír al Señor Presidente al respecto, quien confirmó la seguridad de que
la intervención iría.
Pero,
como corrieron los días sin aparecer el decreto correspondiente, volvió de
nuevo la dirección a inquirir del señor Presidente el apremia de su resolución,
porque el retardo había creado una expectativa dudosa en la opinión de esa
provincia, reiterando el Señor Presidente la seguridad absoluta de la medida;
que sería tomada de inmediato.
Ante
tan terminantes declaraciones, se trasladó a Córdoba la representación del
Comité Nacional fijada y nos encontramos ya en la tarea de las instrucciones
correspondientes al acto, cuando malhadadamente llegó la inesperada noticia
negativa de que fuimos enterados por la actitud de los adversarios que salieron
a la calle festejando la solución contraria que como es natural, asombró el
ánimo de las direcciones radicales y de la multitud de delegaciones del
interior de la provincia, que se encontraba en los salones del Comité.
No
pudo ser más ingrata la impresión causada en todos, estando tan convencidos de
que asistiríamos a la contienda bajo la garantía de las autoridades nacionales;
pero antes de tomar ninguna medida, resolvimos un momento de meditación,
esperando a la vez que alguna noticia oficial nos llegara sobre tan sorpresivo
cambio, y así se disolvió la asamblea, para volver a congregarse horas más
tarde.
Nuestra
primera impresión fue estampar la protesta pública, pero ante el problema a
cuya solución estábamos congregados de tan vital importancia para la Nación , y bien
compenetrados siempre de que las grandes cuestiones que afectan la vida de los
pueblos no deben resolverse por la incongruencia de trances o percances que se
crucen en el camino, sino por la lógica impertérrita de las leyes naturales y
legítimas que fundamentan la vida de ellos, de acuerdo con esas convicciones,
que fueron siempre nuestro credo de vida, y pensando también en una transición
que me ponía en una disidencia tan inesperada el doctor Sáenz Peña, por las
calidades tan correctas que le reconocía y de las que tantas demostraciones me
había dado a través del tiempo, significándome un aprecio sincero y respetuoso,
pues varias veces en el curso de la vida llegó a mí, siempre con propósitos
sanos, no me quedó duda de que algún suceso de salud, de orden moral o físico,
era la causante de tan inusitada actitud.
Al
volver nuevamente al Comité con algunos miembros de la dirección, sentimos
desde la calle una palpitación de vida muy distinta de aquélla en que lo
habíamos dejado, y efectivamente las delegaciones por acción espontánea, habían
reaccionado de tal manera, que nos recibieron expresándonos el deseo de
afrontar los, comicios cualesquiera que fuera el desamparo a que estuviéramos
expuestos.
Expréseles
que me llenaba de satisfacción oírles, porque ése era mi pensamiento, con el
cual venía dispuesto a exhortarles en este sentido.
Pero
mi determinación tuvo en esos breves momentos de raciocinio, toda el lógico
alcance en el sentido de afrontar de nuevo la contienda electoral hasta
terminarla, cualesquiera que fueran las vicisitudes a que nos viéramos
abocados, y así fijé la ruta que dilucidé detenidamente con todas las
representaciones de la
Unión Cívica Radical, hasta la terminación de la obra.
Referir
las irregularidades que a la sombra de la decepción sufrida y de la impunidad
consiguiente debió soportar la Unión Cívica Radical, no es este limitado espacio
el apropiado para hacerlo, pero todas ellas fueron bien públicas en esa hora y
quedaron consignadas en los documentos correspondientes.
Por
las cuales no solamente sufrió la Unión Cívica Radical en el acto eleccionario las
agresiones y fraudulencias de todo orden, sino que, no obstante ellas, habiendo
triunfado en los comicios, lo que era en el ambiente electoral y público; días
después tomaron presos en la noche a todos los fiscales radicales, que
custodiaban las urnas, sin que razones que expusieran para convencerlos de la
misión que estaban ligando, y por otra parte era bien conocida del gobierno y
propia del acto electoral realizado, fueran óbice para detenerlos en el plan
concertado, siendo libertados al siguiente día, después de haber cometido el
manipuleo de las urnas, en el recinto donde se encontraban —una sección de la Casa de Gobierno— pero que,
en la premura con que debieron proceder, no lo completaron faltándoles un
elector en la asamblea, que nada significó, pues contaba con la impunidad en
todas sus resoluciones.
Como
la policía de Córdoba no les inspirara mayor confianza, llevaron de esta
Capital cien hombres del Escuadrón de Seguridad, que extendieron día y noche
sobre el Comité Radical, tratando de reprimir la indignación que la voz de los
concurrentes hacía pública ante la falsificación seguramente consumada.
Todo
lo que comprobó e hizo público la Unión Cívica Radical, indicando hasta las urnas
de los pueblos que habían sido violadas, adulterando el resultado y quedando
desde ese momento a la expectativa de la nueva renovación del período de
gobierno, que los puso en descubierto, constatando la evidencia de dónde habían
sido los fraudes, y ganando en esa elección por miles de votos, porque ya no fue
posible un atentado tan descarado como el anterior, dado que la Unión Cívica
Radical había avanzado moral y realmente en su acentuación por todos los
ámbitos de la
República y la reforma electoral había sido sancionada .
No
habiendo recibido ninguna comunicación del señor Presidente de la Nación , resolví a mi vez
guardar absoluto silencio, pero un, tiempo después, encontrándose en Rosario
con el doctor Ricardo Caballero, se interesó vivamente por, saber de mí; y con
ese motivo la conversación se refirió a Córdoba, sobre el cual el Sr.
Presidente trató de explicarse diciendo que no había mandado la intervención,
porque el partido adversario al nuestro le imputaba que con esa medida quedaba
entregado a los radicales, pero el doctor Caballero le observó la falta de
fundamento al respecto, puesto que la autoridad nacional iba allí, como estaba
resuelto, a garantizar y asegurar la tranquilidad y el orden del acto comicial
en igualdad de condiciones para todos los concurrentes.
El
señor Presidente concluyó expresándole el deseo de que, al menos, yo supiera
que esa omisión le había causado muchas amarguras y desvelos.
Sobre
lo que no me quedó duda alguna, confirmándose el juicio de que razones del
carácter a que me he referido lo hubieran inducido a obrar de distinta manera
de lo que había prometido con tanta decisión y sanidad de propósitos.
Así
debimos asumir también, en las mismas condiciones de desamparo, la contienda
renovadora del Poder Ejecutivo de Entre Ríos, en donde, justo es decirlo,
fueron respetados por el gobierno, su partido y la prensa sin irreverencias
algunas, y en general también en los comicios, siendo proclamado el mismo día
de la elección el triunfo de la
Unión Cívica Radical, y aceptado por los adversarios sin
hesitación alguna, lo que me es satisfactorio dejarlo confirmado, como lo dije
entonces.
Los
esfuerzos subsiguientes se extendieron luego sobre la elección presidencial,
como la culminación de las pruebas decisivas y concluyentes que debieran de
llenar de claridades infinitas todos los horizontes sin garantías algunas. Así
quedó extinguida toda una época de desdoros y descréditos que tan enormes daños
y perjuicios causaron a la
Nación , por el empuje incontrastable y el impulso poderoso de
una ética política cuyos rasgos de luz vivificante perdurarán mientras la
patria tenga vida en la eternidad.
Intensa
y penosa fue la contienda, porque teniendo un vasto fundamento como
desiderátum, un pensamiento superior y preparado a todas sus dilucidaciones
reclamaba una rígida austeridad para llevarlo a cabo, desde que debía vencer la
poderosa imposición de un régimen adueñado de todos los poderes del gobierno de
la Nación ,
devorado por todas la perversiones públicas y refractario a las legales
concitaciones, más a las agrupaciones conniventes, que merodeaban a su sombra,
que aparecieron y desaparecieron según sus propias contingencias, con sucesivas
denominaciones y valiéndose de todos los viciados resortes que tuvo la vida
electoral pasada, como quedó siempre bien comprobado.
Era
de esperarse que así fuera, porque una fuerza nacional que se levanta para
realizar una acción reconstructiva a base de pura fundamentación moral y
política, en un ambiente lleno de perversiones, tiene siempre la oposición de
todas las agrupaciones militantes y utilitarias.
Requería
un carácter inquebrantable en la contienda, irreductible en la adversidad y
magnánimo en la victoria. Un alma limpia, de virtudes preclaras en las cuales
se estrellarán los dardos de todos los prejuicios, los extravíos y las
perfidias. Una plena conciencia del deber y un gran espíritu de sacrificio, de
forma, que por su identificación poderosa, desprendida y abnegada, no tuviera
nunca que postular fuera de su seno, nada que pudiera comprometerla en
cualquier sentido que fuera.
A
todo lo que respondió gallardamente en el curso de los sucesos, fueran cuales
fuesen las vicisitudes y los infortunios que impusieron sus cruzadas, con una
hidalguía y don de gentes admirable y sin castigos, ni prisiones,
persecuciones, acusaciones o penurias algunas a que fue siempre refractaria.
Simbolizando
los actos de la vida electoral, más puros y austeros de que haya memoria,
inspirándolos siempre con las actitudes apropiadas cualesquiera que fueran las
vicisitudes porque debió pasar para realizarlas. Y con todo el fervor de sus
idealidades pregonó, alcanzó y culminó el cetro de las libertades cívicas que
constituyen el fundamento básico de la normalidad representativa, sin la cual todo
es vano y falsario en la vida de los pueblos.
A
ella se debe las medidas conducentes a la depuración y extinción de los vicios
y perversiones electorales, y de todos los abominables aspectos que ofrecieron
los comicios del pasado, generalmente epilogados en sangre; la aplicación de
conceptos de comicios honorables y garantizados haciendo que ellos sean motivo
de un ambiente de ejercicio plácido de la vida cívica y hasta de atracción
pública en todo sentido, a la inversa del pasado que fueron días tristes y
hasta aciagos, y presagiantes siempre de sombrías soluciones: a ella se debe,
en fin, la eficacia y rectitud para cumplimentarla en él sistema de gobierno
republicano y de sus principios democráticos lealmente ejercitados, de lo que
había carecido la Nación
durante toda su vida.
Tiene
así la inmensa resonancia histórica de haber implantado estrictamente la
legalidad de la vida electoral, que es uno de los títulos más honrosos de la
cultura humana.
En
la determinante de esa poderosa entidad tiene proezas las más deslumbrantes y
esclarecidas en la rectitud cívica y en la austeridad democrática, demostrando
siempre su compenetración y fervoroso patriotismo para asumir la
experimentación concordante con sus soluciones.
La
vida, pues, de solidaridad nacional más absoluta que pueda concebirse, surgió
en la patria con la
Unión Cívica Radical, y fue fervientemente consagrada en una
confusión de actitudes, todas conducentes a la realización del gran concepto,
poniéndose en realidad a la vanguardia de todas las reformas políticas en una
jerarquía de apreciaciones tan importantes que se afianzaron consecutivamente,
siendo una de las más acentuadas exteriorizaciones de la psicología humana,
para demostrar hasta dónde llega la ponderación de las capacidades de los pueblos
cuando están inflamados por profundos credos y se mantienen en la fe sagrada de
sus profecías.
A
ella se debe, como ya lo he dicho, la consolidación definitiva de la unidad y
solidaridad nacional, que no obstante todas las sanciones del pasado en su prosecución
no se había logrado, en realidad, y perduraba en grado latente el antagonismo
entre los pueblos, cuyo último estallido fueron los memorables y dolorosos
sucesos de sangre en la contienda del 80.
Así
es que la vida propiamente propulsora, germinadora de todos los bienes,
extinguidora de todos los males, como la dignificación política en sus
condensaciones generales en el país, fue obra única y exclusivamente de la Unión Cívica
Radical, expandiéndose uniformemente por; todos los ámbitos de la Nación.
No
fueron, en consecuencia, los poderíos y los cargos públicos, ni las
confabulaciones en sentido alguno los que llevaron a las soluciones al credo
político profesado, sino, repítolo, las integridades, probidades, sacrificios,
abnegaciones y desprendimientos.
Porque
no es la política militante instintivamente aprovechadora y de circunstancias
en los escenarios de la vida que propulsa la prosperidad de los pueblos.
Son
las comunidades originarias que fundamentan su vida en los principios de las
leyes inmutables y consagran su acción a todos los beneficios públicos, los
factores que constituyen la base de la ventura y felicidad de las naciones; y
dado que lo que no nace movido por los mismos estímulos no se identifica jamás
y en definitiva incurren en perturbaciones o declinaciones que constituyen
rémoras en el desenvolvimiento progresivo para concluir siempre por chocantes
antagonismos o desapariciones lógicas.
Por
ello todo credo de la ciencia política en la organización y perfeccionamiento
sucesivo de los pueblos debe ser radical en su esencialidad, porque ésta es la
más selecta condición de la vida.
De
manera que siendo radical el concepto más interpretativo de la razón y de la
conciencia superior, las naciones que puedan ostentar su desenvolvimiento y sus
actividades con ese emblema, no hay duda en asegurar que han llegado a la
culminación más alta de la vida.
Sin
esa primordial consistencia no hay nada exacto y duradero sino que todo es
incierto o perturbador, motivando alteraciones consecutivas y haciendo cada vez
más insolubles los problemas correspondientes.
Hemos
venido al escenario político de la Nación , sabiendo bien que nuestra patria había,
sido sacrificada en el pasado de los tiempos, y que corrernos por esa senda
aprovechando sus riquezas importaba la abdicación de todo concepto de
solidaridad de vida tradicional de la posibilidad de reparar por poderosos
esfuerzos la inmensidad de males.
Por
todo ello era indispensable un acontecimiento histórico de inconfundible
significado y éste el que vino en tiempo y razón y si pudiera ser sofocado o
desviado por cualquier causa que fuera, no volverá a .reaparecer, porque las
leyes inmanentes de la vida, han fijado bien ante la razón humana que los
movimientos de opinión que aparecen como mandatos superiores en determinadas
épocas de la existencia y son tronchados o frustrados por el imperio de fatales
o malditas torpezas de cualquier naturaleza que sean, no vuelven más nunca.
Surgen así otros porque esa es la marcha rutinaria y degenerativa, pero
simuladores plagiadores, envueltos en convencionalismos que son los aspectos
más falsarios y negativos del pensamiento justo y recto.
Y
no puede haber nada más atentatorio y revelador de descreimientos que la
pretensión y tendencia de descalificar a esta ilustre y patriótica institución
cívica, que surgió tan conceptuosa como no hubo ninguna superior.
Debía
fundamentarse una política eminentemente científica por su propia consistencia,
democráticamente representativa como la expresión más simbólica del pensamiento
originario.
Había
que reconstruir la Nación
en todas sus fases y en todas sus actitudes con la más señalada acentuación de
esa superior idealidad que llevará en sí la misma todas las calidades
concurrentes a la realización de un concepto tan profundo, que sólo por esa
magnitud de eficiencia pudo incorporar a la nacionalidad a su propia natividad
y a su lógica grandeza, como he dicho poniéndola plenamente encuadrada dentro
de sus estatutos y colocándola ante el mundo con toda la autoridad correlativa
en el desenvolvimiento universal.
De
otra manera, todo hubiera seguido siendo falsario, como menoscabante y la
propia acción del tiempo no hubiera servido sino para alejarla de esa
definitiva finalidad.
Esa
es la histórica reparación que ha alcanzado soluciones de ponderación tal como
nunca se conocieron mayores, llevada a cabo a puro rigor de principios y
austeridad de carácter y a pura conjunción de sacrificios todos, siendo la
única orientación exacta, eficaz y plausible para la consumación de su patricio
mandato.
Su
gravitación fue el impulso poderoso y de absoluta conformidad con la idealidad
profesada, sin que ninguna medida coercitiva pudiera influir para debilitar sus
consagraciones, cuanto mayores fueran las dificultades más decisivos se
hicieron los esfuerzos para contrarrestarlos.
Obra
tan fecunda, culminada en la forma más generosa y noble de las calidades que
dignifican a las entidades humanas, estuvo garantizada siempre por la
excelsitud de sus propios atributos. No la computó en su irradiación ni por las
adversidades, sino en la profecía de una fe omnímoda jurada ante los altares de
la patria y sentida con los fervores de los mandatos inmanentes que en
definitiva son los que iluminan la vida humana hacia los destinos superiores,
que abarcó casi medio siglo, con tan conceptuosa significación que pudo
consolidarse en toda su trayectoria, con una progresión de ética moral y
científica tan armónicas como jamás se había concebido, por lo cual no hay nada
más que la Nación ,
misma en su unidad absoluta, en su probidad plena y en su evidencia absoluta.
Si la Nación no
hubiera alcanzado la reconstrucción política tal como fue planteada, habría
quedado tronchada en su infinita grandeza.
Todo
lo que va justamente condensado, con sintético acierto histórico en el mensaje
siguiente, siendo aprobado por el Congreso el año 24 y que fue el punto de
partida de este incalificable proceso, cuyas referencias quedan ya ampliamente
tratadas. Dice así el mensaje:
«Al Honorable Congreso de la Nación Argentina :
Surgidos a la emancipación por la obra ciclópea de los
creadores de la nacionalidad, organizadas las instituciones tras largas y
sangrientas luchas, el país no obstante, no pudo llegar al verdadero ejercicio
de ellas y como consecuencia de ese estado de anormalidad cayó por fin bajo el
poderío del régimen que ha perturbado durante tan largos años y causado todos
los desastres conocidos. El pueblo de la República se debatió imperturbablemente y sin
desfallecimiento por la reconquista de los derechos conculcados a fin de
recobrar la plenitud de su soberanía. Esa cruzada libertadora constituyó un
acontecimiento de trascendental importancia, que tal como fuera consagrado por
el sentimiento nacional debe serlo hoy por los poderes constituidos. La
magnitud de esa hora está evidenciada por la grandeza de las soluciones
alcanzadas.
Es, pues, llegada la hora de que se caractericen como
la definición de, una época extraordinaria de enseñanzas imperecederas que han
permitido al fin poder presentar a la
Nación este cuadro de contrastes entre ese pasado de
derrumbamientos morales y positivos y el presente lleno de esplendores en todas
las manifestaciones de la vida.
Esa obra registra en su historia los movimientos
armados de 1890, 1893 y 1905, en que tomaron parte jefes, oficiales y soldados
del ejército y de la armada, que en la adversa suerte sufrieron el castigo que
les oponía la opresión y perdieron sus grados o retardaron sus promociones. Hoy
que vivimos bajo los auspicios de la gloriosa culminación de aquellos
esfuerzos, justo es discernir a esos militares el homenaje a que se han hecho
acreedores. El Poder Ejecutivo ha reparado en la medida de sus facultades los
daños de aquel castigo impuesto al patriotismo; pero es necesario que la Nación , libre ya,
reconozca, en el órgano de una ley especial la eminencia de sus servicios.
Consagramos así por este proyecto de ley, lo más puro e inmortal de la vida de
las generaciones para perpetuo ejemplo y definitivo arquetipo de la estirpe
nacional.
Y mientras llegue la hora de las perdurables simbolizaciones
de los gloriosos acontecimientos, sancione desde ya V. Honorabilidad este voto
que palpita en los corazones argentinos como justo tributo a los que todo lo
dieron por la redención de la patria, hoy que la contemplamos en el pleno
ejercicio de su soberanía y cuando a la sombra de la paz ha resuelto felizmente
todos los problemas que tan hondamente gravitaron sobre ella».
Yo
concebí esa magna finalidad patriótica desde los albores de mi vida y durante
toda mi existencia la he nutrido con las experiencias humanas y con los
clásicos pensadores que iluminaron consecutivamente mi frente.
Porque
cuando penetré de lleno a la historia que profundicé y enseñé en la cátedra
durante muchos años, pude apercibirme de que la Nación no se realizaba con
su nativa expansibilidad ni en sus irradiaciones y tomando el sentido verdadero
de la responsabilidad de los sucesos, ya en su propia psicología como en la
legislación comparada, se acentuó mi convencimiento que los retardos de su
constitución orgánica y de su general desenvolvimiento no eran la resultante
natural y lógica, con arreglo a sus capacidades, impuesta a la labor de los
pueblos en sus distintas etapas, sino la perturbación de ellos por las causas
que son bien conocidas.
De
los tres períodos en que se concreta la vida de las naciones, el primero su
independencia y emancipación, es tan luminoso que, sin duda alguna, no habrá
otro con mayores esplendores.
El
segundo, o sea la organización y constitución, lleno de contratiempos,
vicisitudes y contrastes dolorosos más que todo por la sangre vertida y justo
es reconocer que por ella han pasado otras naciones en ese período, por más que
la nuestra tuvo que soportarlo, sin duda, muy cruentamente, pero que debemos
mirar —como lo ha dicho Estrada— con profundo respeto, porque está escrita con
la sangre de nuestros hermanos y porque, como lo dice la filosofía política,
uno de los errores del espíritu humano es el de detenerse y estancarse a
recriminar los hechos ya producidos, cuando lo que debe hacerse es examinarlos
al solo objeto de la reparación indispensable para seguir adelante. Esa fue
siempre mi manera de pensar y sentir con que me incorporé a la acción pública
definitivamente y llevando en mi espíritu una impresión generosa para juzgar
los acontecimiento los que consideré como lógicos de las tareas de la
organización y así lo enseñé en la cátedra y lo he hecho impertérritamente como
consta en todas mis actividades públicas.
Y
el tercero, la reparación fundamental que consideré siempre como imperioso
deber para la reivindicación y restauración de la nacionalidad.
Así,
cuando la descomposición estalló con todos los descreimientos y sin reatos
algunos, constituyéndose en régimen y volcándose en él las agrupaciones y todas
las tendencias partidarias en una unidad usufructuaria, sin reparo alguno me
recogí a meditar sobre el problema que tan inaudita atentado presentaba a la
consideración del juicio supremo de la patria, profundizando e ilustrando mi
espíritu en todo cuanto debiera en su hora dar la solución.
Esa
tarea abarcó todo el tiempo corrido desde el 80 al 90 y al aparecer las
concitaciones públicas que sobrevinieron, e incorporarme a ellas dije a la alta
dirección de la que formaba parte, que no concurriría a la acción pública para
cambiar un gobierno por otro, sino en pos de una primordial transformación que
consideraba indispensable. La reivindicación moral y política de los fueros de la Nación y la
declinación por mi parte de toda función de gobierno fue el objetivo sustancial
y la síntesis definitiva de mi credo; con -ese postulado fundamental y con esa
definición personal, tracé el rumbo de actividades, de todo lo que
oportunamente hizo pública -manifestación el Dr. Aristóbulo del Valle, en la
siguiente relación de sucesos:
«Sr. Director de «La Prensa »: Deliberadamente he guardado silencio algunos días sobre la alusión
hecha a mi amigo Dr. Hipólito Yrigoyen, en una discusión del Comité de la Unión Cívica Radical,
esperando que él mismo desautorizara la equivocada versión; pero el tiempo
transcurrido me induce a pensar que la gentileza de su carácter le habrá
aconsejado reserva, y yo, por mi parte, entiendo que le debo testimonio público
de todo lo sucedido. Con tal objeto, le ruego quiera facilitar el espacio que
requiere la publicación de estas líneas en las columnas de «La Prensa ».
Cuando escribí una breve narración de los sucesos en
que había intervenido personalmente y que se relacionaban con la revolución de
julio, para el libro titulado: «Origen,
organización y tendencia de la
Unión Cívica », dije lo
siguiente:
Nos habíamos preocupado en sesiones anteriores de la
designación del jefe de policía. Al principio pensamos en el Sr. don Emilio
Castro, pero después decidimos unánimemente, por indicaciones del General
Campos, que ocupara ese puesto el Dr. H. Yrigoyen, cuyas condiciones personales
y conocimientos de la policía, le indicaba con ventaja sobre cualquier otro
para desempeñarla en los primeros momentos. Cuando el doctor Yrigoyen supo su
designación, manifestó que aceptaba, como una imposición de su deber, y sólo
para permanecer al frente de esa repartición los días que durase el movimiento
revolucionario.
Ahora voy a agregar algunos detalles, ya que me vuelvo
a ocupar de este asunto, que si no toca el honor, puede lastimar en la
susceptibilidad legítima de un caballero, que es severamente escrupuloso en los
asuntos que atañen a su decoro
El doctor H. Yrigoyen se entendió directamente conmigo
cuando se incorporó al movimiento revolucionario y al hacerlo me pidió con
insistencia que no le economizara peligros, pero que tuviera siempre presente
que no aceptaría cargos públicos algunos, y más tarde, al saber que había sido
designada por la junta revolucionaria para ponerse al frente de la policía, no
solamente me manifestó la resolución de no aceptar ese puesto, sino que me hizo
un cargo amistoso por haber consentido su designación, diciéndome: “No quiero ocupar puestos públicos de ninguna especie, pero aun cuando
fuera otro mi deseo, siento incompatibilidad de corazón y de cabeza con el Jefe
de policía, y ustedes deben de imponerme su aceptación”.
Como el nombramiento había sido hecho después de
madura reflexión, teniendo en cuenta la situación delicadísima en que íbamos a
entrar, que reclamaba al frente de esa institución un hombre de energías y de
levantado carácter, que pudiera garantizar la tranquilidad social durante el
período revolucionario la junta insistió en su nombramiento y fue entonces que
Yrigoyen declaró que aceptaría el puesto, por aquellas consideraciones, como
una imposición del deber y con la condición expresa y terminante de que
únicamente se le impondría ese sacrificio durante los días de la revolución.
Poco después la junta revolucionaria llamó a su seno al Dr. Yrigoyen para que
tomara parte en sus deliberaciones.
Así se produjeron los hechos, y cumplí mi deber
despejando definitivamente una alusión que cualquiera que sea la circunstancia
que se le atribuya, es contraria a la verdad, sin olvidar por eso, que en
circunstancias semejantes los cargos públicos no significan beneficios, sino
responsabilidades y convencido de que Yrigoyen había aceptado ese puesto, u
otro, con la serena independencia de su espíritu, según el propio criterio de
su deber, en una situación suprema por la patria, fuera quien fuere el que
refrendase su nombramiento. Esa es mi convicción íntima y lo afirmo en el
conocimiento que tengo de su carácter tan austero como altivo. Su amiga affmo.
A. del Valle, enero 15 de 1892».
Yo
vine así al movimiento nacional con el cerebro caldeado en la inculcación de un
ensueño infinitamente superior e irreductible y con mi alma inflamada hacia
todas las justas y legítimas grandezas de mi patria, y en ese propósito santo y
puro, que he mantenido incólume, está toda la savia de mi vida.
He
vivido las horas de mi destino con la conciencia plena de los deberes que me
deparaba.
Quise
condensar en una síntesis reparadora todas las desgracias públicas orientando
la redención de mi patria en los principios inmanentes que vislumbra el
espíritu humano.
En
la realidad pública argentina había que salvar en su esencia todos los
atributos de los valores morales, debiendo enaltecerlas en razón inversa del
descenso que acusaba el culpable desdén de sus postulados, simbolizándola en
una, conceptuosa idealidad, que tremolara bien alto la enseña redentora,
definiendo la pauta y fijando la línea. Mantener la austera conciencia nacional
en la vigilia constante para salvaguardar por el esfuerzo supremo en progresión
ascendente la restauración de todos los fueros y prerrogativas de la Nación. Con este
concepto afronté en toda la amplitud de sus comprensiones y en toda la medida
de sus energías, la patriótica tarea, orientando y vivificando el sentimiento
nacional, con mis juicios y mis actitudes, con la noción clara de la hora
histórica y la visión de la ruta que señalaban los acontecimientos que dilucidé
amplia y persistentemente en todas las direcciones dé la Unión Cívica Radical
y con los hombres más notables del régimen político contra el cual debíamos
asumir la vasta tarea; llegando a las conclusiones más satisfactorias que
pensamiento superior humano alguno haya alcanzado y a las soluciones más
benéficas en el desenvolvimiento político, sociológico, económico y financiero
de la Nación.
De
manera que mi labor política mi ha sido una acción común cualquiera, no
motivada por tendencias algunas, sino que mis consagraciones han sido
únicamente hacia la Nación
sin que en ningún momento me haya desviado esa orientación permanente y
definitiva, ni haya tenido la menor vacilación al respecto, cuya labor he
realizado en todos los casos, con la mayor altura y la más absoluta unidad de
acción en una nitidez de rectitudes lógicas y concordantes, por más que como es
público y notorio tuve consecuentemente todos los ofrecimientos que los hombres
más notables del régimen en el gobierno o fuera de él me hicieron
reiteradamente, como es de pública notoriedad.
El
primer ofrecimiento que se me hizo, fue el del presidente doctor Luis Sáenz
Peña, por intermedio del doctor Aristóbulo del Valle, de todo el ministerio,
sobre la base de que yo formaría parte de él —que rehusé—, contestándole que no
habíamos venido al escenario político de la Nación bus,-
cando ministerios ni gobiernos, como bien lo sabían ellos, así como no acepté
los ofrecimientos que los doctores Ugarte, Sáenz Peña y Pellegrini, alternativamente
me hicieron del gobierno de Buenos Aires.
En
otra ocasión; cuando el doctor Figueroa Alcorta, al frente entonces del Poder
Ejecutivo Nacional, me hizo ofrecer por intermedio del doctor Benito
Villanueva, el predominio electoral de las provincias de Córdoba y Buenos
Aires, con el propósito —según manifestó— de destruir la influencia política
del doctor Ugarte en Buenos Aires, y del general Roca en Córdoba, lo rehusé
terminantemente no obstante todas sus insistencias, a objeto de demostrar que
con esas provincias, cuya opinión era de la Unión Cívica
Radical, quedaría imperando ésta —en toda la República — lo
que era realmente exacto.
Así
también cuando el general Roca me hizo ofrecer insistentemente la Presidencia de la Nación , sobre la
base de que haría deponer al Dr. Figueroa Alcorta, rehusé de la misma manera el
ofrecimiento.
Tampoco
acepté, por razones de otro orden, la candidatura a gobernador, cuando la Unión Cívica
Radical llegó al gobierno de la provincia de Buenos Aires, después de una solemne
contienda revolucionaria, para lo que fui elegido unánimemente por la Convención ,
porque he creído siempre que es incompatible con los principios democráticos,
el caso, en que el mismo ciudadano que organiza las fuerzas revolucionarias y
las lleva a la acción, concluye por ser el gobernante del pueblo en cuyo seno
se han producido esos acontecimientos. Igual actitud asumí más tarde cuando fui
proclamado candidato a senador.
Conformando
estos juicios de ética política, el manifiesto con que la Unión Cívica
Radical fue a la revolución del 4 de febrero declaró que ninguno de los que
firmaban ese documento ocuparía cargo alguno en el gobierno.
Todo
lo que fue notorio y está asentado en los diarios correspondientes, de esas
horas, y en los documentos que oportunamente di a la publicidad.
Tuve,
como, dejo dicho, los ofrecimientos más amplios de los adversarios políticos,
que rehusé inalterablemente porque iba hacia una finalidad infinitamente
superior, y porque no hubiera aceptado jamás un gobierno que adoleciera del
fundamento y de la razón determinante de su existencia, ni por esas sendas
habría llegado la Nación
a las solemnes y grandes soluciones que se han alcanzado, sino que habría
incurrido en sorprendentes des-vados del sublime apostolado que ha tenido
magnificencias tales y tantas, que la han transformado evidentemente en todas
sus fases, fijando impertérritamente la legalidad representativa y la exactitud
del sistema que nos rige, por lo que ante todo había que producir la
reconstrucción política sobre la base originaría de las justas y legales
representaciones democráticas.
Del
mismo modo, nunca acepté composiciones de lugar, para ninguno de los
componentes de la Unión
Cívica Radical, no obstante que me fueron ofrecidos cargos
públicos para ellos por los gobiernos, y especialmente por el doctor Roque
Sáenz Peña.
Ningún
radical, asimismo, me hizo jamás la menor insinuación en el sentido de ocupar
puesto alguno.
Si
ésa hubiera sido la tendencia de mi espíritu, la misma composición de la Suprema Corte , sería
de una comunidad armónica con mis credos.
Pero,
repito, refractario mi espíritu a esas modalidades, jamás me habrá sentido V.
Honorabilidad, con esa tendencia, sino con la de darle, como he dicho, ante la Nación , por mis
actitudes, el mayor rango posible, como la suprema autoridad de justicia de
nuestra patria, y llevando a la austeridad de sus juicios las cuestiones más
importantes de la vida del Estado.
Ese
monumento cívico de trascendencia tan definida en la marcha del
perfeccionamiento de la vida de la Nación ; esta reconstrucción fundamental de todo
su organismo, esta escala de lineamientos ascendentes siempre, que constituye
la demostración de la intensa labor que ha debido llevarse a cabo para la
normalización de la vida en todas sus irradiaciones, esta magistral obra en
fin, de interpretación meridiana en su magno significado, que ha condensado
todos los esplendores de la espiritualidad nacional, es la que ha sido
vilipendiada y defraudada por Vuestra Honorabilidad, con un proceso a todas
luces inaudito.
Sobre
esta enorme suma de consagraciones y realizaciones superiores, es que V.
Honorabilidad, ha pretendido hacer su pronunciamiento, sin considerar la
cuestión en su verdadero concepto institucional, ni en su estructura orgánica,
y cerrando en cuanto ha podido hacerlo toda dilucidación, desnaturalizando las
reglas del derecho público, con juicios e irreverencias a mi respecto, tan
falsarias en su razón de ser como abusivas por el predominio de la fuerza y el
sometimiento y la abdicación de V. Honorabilidad, llegando a afirmar que he
Presentado las cuestiones, fuera de tiempo, lo que es absolutamente incierto,
como lo testimonia toda Mi documentación que V. Honorabilidad tiene en su
poder.
Piense
V. Honorabilidad que sólo es eminente de entidad que, con las propias calidades
con la Divina
Providencia la ha invertido, va marcando jalones en su
trayectoria e iluminándola en un orden siempre ascensional hacia todas las
cumbres, y respetable es la entidad que en ningún momento de la vida ha dejado
de serlo sino que en su marcha, acentúa cada vez más ese concepto, con
integridad, probidades, y magnanimidades absolutas, y ésa es la lumbre que
ilumina todo el tránsito de mi desenvolvimiento en cualquiera de las esferas de
las actividades que he asumido.
Piense
también que el imperio del hecho, está siempre vencido por la razón del derecho
y en definitiva condenado por la sanción de la virtud y la justicia.
No
me cierre V. Honorabilidad, sus estrados como lo ha hecho hasta hoy y déme
todas las justas amplitudes para esclarecer en todas sus lucideces la cuestión
suscitada tan intencionada como malévola, contra el gobierno que he ejercido; y
hágase cargo de las cuestiones que le he planteado rebatiéndolas como le
parezca, pero no eludiéndolas, tal como lo ha hecho.
Y
permítame el más primordial derecho de defensa, que, en este caso es la
investigación documentativa de toda la administración del gobierno que he
desempeñado, sobre los puntos que han servido de pretexto para mantener al
«procesado» dos años, hasta ahora, en un encierro, el más indigno y vituperable
en que haya sido colocado un ciudadano que jamás tuvo nada que hacer con las
demandas de la justicia, y que no ha tenido los cargos públicos como refugio o
recurso propio para nada ni nadie, sino que fue al gobierno a llenar un
cometido histórico, a consolidar la obra legendaria realizada por la Nación a culminar uno de
sus más grandiosos y nobles gestos, con la visión genial de sus destinos.
A
enseñar las austeras comprensiones de las éticas políticas, a ejemplarizar con
sus actitudes el respeto de todas las instituciones de la ciencia del gobierno,
y a trabajar, haciéndole cuantiosos bienes, así como a restaurar en la medida
de lo posible, gran parte de su patrimonio defraudado durante tanto tiempo, y
que, por la sanción de V. Honorabilidad, ha dado respecto de una de sus fuentes
de riquezas, cuya gestión la presentó oportunamente a V. Honorabilidad lo pone
de nuevo en pleno desamparo de las garantías del Estado.
Mi
labor de gobierno, en medio de hondas perturbaciones, fue enorme como idealidad
infinita y como eficiencia múltiple en todas las esferas, por lo que no hay un
solo paraje de la
Nación que no tenga recordaciones gratas y saludables dé
acción reparadora y benéfica, ni un solo acontecimiento internacional en el
cual no haya dejado recuerdos imperecederos, por las actitudes asumidas, ora en
el orden general, ora en los sucesos de nuestra América, en comunidad con
nuestra madre patria, y en la unidad por siempre de la raza.
Y a
más de todas las funciones que afronté y abordé, hice también un gobierno
protector para todas las pobrezas o indigencias.
He
desempeñado el cargo, pues, como las circunstancias de la hora en que lo asumí,
reclamaba la Nación ,
sin prevenciones algunas, pero con una definición de conceptos inconfundibles
en su esencia y aplicación; sin afinidades en ningún caso; pero con una
ecuanimidad y circunspección inalterables en la línea de conducta trazada, con
un solo punto de mira: la nacionalidad en faz culminante y grandiosa.
Y
termino contestando a las irreverencias de V. Honorabilidad, sean cuales fueren
los eventos de sus definitivas soluciones, que la Nación no tuvo
jamás hijo más patriota que yo, ni más augusto en las idealidades de ese
concepto, y que afrontara con más consagraciones los acontecimientos de su vida
y lo, esclareciera con más esplendores y fulguraciones.
Reitero,
pues, la gestión de nulidad de este juicio, por las justísimas razones que dejo
expuestas en, cuanto a la incompatibilidad de V. Honorabilidad para atender en
él, y como cuestión previa la de haberse substraído a las prohibiciones
terminantes fijadas en la
Constitución que he dejado examinadas, haciendo extensiva,
por puro deber, esta observación respecto a la constitución de esa Corte, con
motivo de las dos últimas designaciones con que fue integrada.
Dios
guarde a Vuestra Honorabilidad.
YRIGOYEN
Fuente:
“Ley 12839. Documentos de Hipólito Yrigoyen. Apostolado Cívico – Obra de
Gobierno – Defensa ante la
Corte ”, Talleres Gráficos de la Dirección General
de Institutos Penales, Bs. As 1949.-
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