Mensaje al Congreso, vetando la Ley de Intervención a la Provincia de San Luis
Hipólito Yrigoyen
[15 de Octubre de 1921]
Buenos
Aires, octubre 15 de 1921.
Al Honorable Congreso de la Nación :
El
P. E., ha tomado en consideración el proyecto de ley declarando intervenida la Provincia de San Luis y
por los esclarecimientos que se harán en este mensaje, ha resuelto hacer uso de
las facultades que le confieren los arts. 69 y 72 de la Constitución Nacional ,
observando la sanción de V. H. lo que ella dispone en la primera parte del Art.
2° que «el interventor federal que designe
el P. E. convocará al pueblo de la provincia a elecciones dentro de treinta
días, a contar desde que esta ley de intervención entre en vigencia».
Ninguna observación puede hacerse respecto a las finalidades de la ley, dada la situación de anormalidad institucional en que se encuentra ese Estado, ni tampoco al establecer V. H., que las funciones conferidas por las leyes provinciales vigentes a la junta electoral serán desempeñadas por la junta de la ley nacional de elecciones, lo que comprueba que V. H., ha reconocido expresamente el acierto del Poder Ejecutivo, en casos análogos.
Ninguna observación puede hacerse respecto a las finalidades de la ley, dada la situación de anormalidad institucional en que se encuentra ese Estado, ni tampoco al establecer V. H., que las funciones conferidas por las leyes provinciales vigentes a la junta electoral serán desempeñadas por la junta de la ley nacional de elecciones, lo que comprueba que V. H., ha reconocido expresamente el acierto del Poder Ejecutivo, en casos análogos.
Pero
sí objeta el enunciado referente a la imposición de término para la
convocatoria a elecciones por ser contrario a todo razonamiento legal e improcedente
en su determinación.
En
reiterados mensajes ha sostenido el P. E., esta doctrina, que es la verdadera
interpretación del principio básico de la división de los poderes y no hay, por
lo tanto, necesidad de reproducir en esta ocasión los irrefutables raciocinios
que lo fundamentan. Pero debo, sí, agregar, que tratándose de cumplimentar el
ejercicio del sufragio para constituir poderes de gobierno a base de justicia
institucional y de probidad democrática, menos habrá de consentir en la menor
sombra sobre los inmaculados prestigios con que llevo a cabo la misión
histórica que me confiara la
Nación.
Por
eso no puedo dejar pasar en silencio, la nueva irreverencia que implica esa
imposición en el proyecto de ley, más que todo, por su sentido deliberativo y
por los juicios que indujeron su sanción, que provocan en mi espíritu una
repulsa a que no puedo substraerme.
V. H.,
me pone en el caso de tener que replicarle con todo el fervor de la justicia
que me asiste, que las ilustres eficiencias que han venido, por fin, a asegurar
las libertades y garantías, el derecho público representativo y la restauración
de sus preceptos constitucionales, llevan la savia de mi vida toda, por el
poder de mis concepciones y la integridad para sustentarlas con los más
absolutos renunciamientos, sin lo cual las conculcaciones y las transgresiones
habrían perdurado con todos los desdoros y desmedros consiguientes, y la
mayoría contingente conglomerada que ha llegado a inferirme esa irreverencia,
no habría tenido entrada legítima en el Congreso Argentino.
Si
he vivido, como nada es más evidente, declinando todos los poderes oficiales
que siempre tuve ofrecidos, y desechado todos los halagos y comodidades que de
igual modo estuvieron siempre en mis manos, para juzgar mi existencia por
entero en cuanto he podido, tenido y valido por la dignidad pública y por el
honor de la patria, nada hay más absurdo que la suposición de cualquier actitud
o modalidad contraria a esa fe sagrada y a esa decisión absoluta para
mantenerla.
No
hay disparidades en el orden de las idealidades superiores y desde luego, los
que saben imponer prodigiosas reparaciones, saben lógicamente realizar
gobiernos ejemplares. Y si hemos sido suficientemente magnánimos para no
castigar, nos sentimos poderosamente inflexibles para no dejar de transformar
el régimen imperante que fue vencido por la más formidable de las cruzadas
regeneradoras.
Porque
siempre fui símbolo de las proposiciones planteadas, es que he tenido toda la
autoridad para, desde el llano, sin artificio alguno, sin el menor aparato ni
ostentación, derribar y vencer a la montaña de las más formidables
conjuraciones.
Así
como desde las gradas de la opinión he contribuido a levantar, constituir y
culminar un grandioso fundamento de moral política, desde las esferas del
gobierno no hago sino aplicar exactamente sus efectividades. Y así como nadie
exteriorizó conceptos más vastos, ni integridades más absolutas, tampoco nadie
asumirá actitudes más austeras para la reivindicación de todos los atributos y
valores fundamentales.
¿Qué
valdría sino la suma ingente de tan abnegados sacrificios consumados a la luz
de los severos interrogantes de la patria; qué valdría haberse tallado al
cincel de todos los holocaustos, alcanzando tan altas ejecutorias, si ellas no
habrían de terminar en grandiosos pedestales nacionales?
Sólo
en un ambiente de inauditas perversiones se puede llegar a la blasfemia de
imaginar que desde la altura en que estuve siempre colocado haya de caer en las
sombrías prevalencias que son descrédito, desacierto y ruina, porque todo lo
que se posa sobre lo inestable y movedizo del imperio del abuso, es fatal que
se derrumbe, ya que tales situaciones no fundan ni consolidan potencias
estables de acción fecunda en ninguno de los órdenes de la vida.
He
llegado al Gobierno a cumplir un fundamento sociológico de tales proyecciones,
como todo lo que comprende el concepto de la justicia humana en la vida pública
y ¿qué interés puedo tener en que se prolonguen las intervenciones sino el de
los bienes consagrados en la restauración y reconstrucción de las bases primordiales
de la nacionalidad?
La
historia está llena de experiencias demostrativas por las cuales cuantas veces
se han comprometido los mandatos supremos de los pueblos con vanas apariencias
o con simuladas actitudes, han fracasado las más legítimas esperanzas y se han
malogrado las más justas y esforzadas contiendas.
Además
¡cómo no ha de requerir tiempo razonado, por la propia lógica de los sucesos,
una tarea que debe extinguir todas las subversiones que arraigaron, sin reato
alguno, los fenómenos de las descomposiciones públicas y que constantemente
pugnan por reaparecer!
Medidas
de gobierno que enseñar y virtudes en su aplicación que demuestren, afirmando
la entereza de los postulados sostenidos, deben ser los emblemas de las
reparaciones para que ellas esparzan y difundan todos los beneficios que se prometieron
y la historia los registre entre los fastos más fulgurantes en la consecutiva
irradiación de la patria.
Todas
las actividades políticas tendrán así, como ha sucedido desde el primer día de
la nueva vida nacional, garantizados los amplios escenarios electorales y
podrán libremente actuar con la rectitud y el decoro que reclaman las
impositivas y justas exigencias de la cultura y la civilización argentinas.
Por
ello debemos mantener el verdadero carácter de los acontecimientos, avanzando
derechamente a sus fines, conservando en su mayor grado el espíritu y las ideas
que los determinaron sin prejuicios tendenciosos algunos, sino como
consecuencia de una solidaria unidad nacional. Ellos fueron sugeridos por los
más altruistas móviles patrióticos que impusieron la exterminación de una época
nefanda y deben ser realizados con la mayor elevación de miras, sin
aminoramientos que contrastarían con la severa rigidez del pensamiento
germinador y darían la apariencia reveladora de declinaciones.
La
labor debe realizarse posponiendo los intereses particulares a los sagrados de
los pueblos, desmontando el artificial mecanismo de las absorciones y de los
predominios, para franquear la amplia ruta que ha de llevarlos a resolver los
problemas de cuya solución lógica y armónica depende el cumplimiento de sus
destinos.
Cada
vez es más imperioso hacer del ejercicio cívico, una religión política, un
fuero inmune, al abrigo de toda contaminación, hasta dejar bien cimentadas las
prerrogativas inalienables e imprescriptibles de la nacionalidad.
Por
eso es indispensable fijar como condición irreductible que la moral política es
la base de todos los progresos y de todas sus formas eficientes, restableciendo
el poder siempre vivificante de sus principios.
Cuando
se abarcan en una condensación tan poderosa las solemnes expectativas de la Nación , los que tenemos
puestos en ella los fervores más altos de la vida, no podemos menos que pensar
sino en soluciones acordes con los imperiosos deberes que impone, abrigando el
convencimiento de que las tendencias más perniciosas y sacrificadoras de la República no podrán
substraerse al resplandor intenso que esparce la actitud del Gobierno,
incitando a meditar sobre el grandioso problema de las reivindicaciones
históricas.
Sé
bien que no soy un gobernante de orden común, porque en ese carácter no habría
habido poder humano que me hiciera asumir el cargo. Soy un mandatario supremo
de la Nación
para cumplir las más justas y legítimas aspiraciones del pueblo argentino.
No
hay, pues, mayor profanación a la majestad de una obra sublime y eminente, que
la de pretender envolver en desconceptos propios de los causantes de todos los
males de la República ,
a los que consiguieron extinguirlos con la más profunda fe en el alma y con
total desprendimiento de los beneficios de la vida positiva.
Pero
cualesquiera que sean las maquinaciones y las malevolencias no conseguirán
desvirtuar la esencialidad de sus calidades. Sé bien que he venido a cumplir un
destino admirablemente conquistado: la reintegración de la nacionalidad sobre
sus bases fundamentales. No obedezco a tendencias, ni intereses encontrados,
porque no tengo más ensueño que la
Nación , como síntesis del bien de todos. Tal es la tarea que
realizo desde el gobierno, perfectamente idéntica a la que sostuve desde la
opinión.
El
país, que ha reafirmado con expresiones tan acentuadas la alta investidura que
ejerzo, me, robustece en ella por sus consecutivas demostraciones. Así,
patrióticamente confortado, proseguiré la obra hasta terminarla, abriendo en
todas partes donde los poderes no hayan sido legítimamente renovados,
escenarios completamente libres para que las representaciones públicas sean la
expresión genuina de su verdadero significado.
En
tal virtud, el Poder Ejecutivo, procederá a organizar los poderes Legislativo y
Ejecutivo de San Luis tan pronto como la provincia se encuentre en condiciones
electorales, en la seguridad de saber interpretar con acierto los anhelos del
sentimiento nacional, presidiendo comicios honorables que sean la fiel expresión
de su voluntad soberana.
H.
YRIGOYEN
Fuente:
“Ley 12839. Documentos de Hipólito Yrigoyen. Apostolado Cívico – Obra de
Gobierno – Defensa ante la Corte ”,
Talleres Gráficos de la
Dirección General de Institutos Penales, Bs. As 1949.-
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