julio 10, 2012

Discurso de Fidel Castro en la Asamblea Extraordinaria celebrada por los empleados y obreros de comercio (1960)

DISCURSO EN LA ASAMBLEA EXTRAORDINARIA CELEBRADA POR LOS EMPLEADOS Y OBREROS DEL COMERCIO, EN LA CTC REVOLUCIONARIA
 Fidel Castro
[4 de Junio de 1960]

― Versión taquigráfica de las oficinas del Primer Ministro ―

Compañeros y compañeras:
Se pierde un poco, en la emoción de estos minutos, hasta ese necesario control elemental que debemos tener nosotros cuando nos dirigimos al público porque, ante la emotividad de instantes como este, podría decirse que las palabras profanan el ambiente.
¿Qué podemos decir nosotros que, en fin, no esté en el sentimiento de todos ustedes? Y es que cada ocasión, cada reunión para tratar cuestiones de gobierno, cuestiones que interesan a un grupo determinado de nuestros trabajadores, es decir, cualquier acto se convierte, para el público, en una oportunidad de expresar su extraordinaria exaltación patriótica.  Y así ha sido este acto de hoy, en que nos habíamos reunido para tratar de la jornada de verano y de las medidas que el Ministerio del Trabajo ha dictado sobre esa cuestión.
¿De qué hablar? ¿De qué hablar si los temas de que veníamos a hablar, o esos temas, pierden su vigencia ante el gran tema de la patria, ante el gran sentimiento nacional y revolucionario de todos ustedes? Y así, para nosotros se convierte en un dilema. Quisiéramos siempre estar hablando de la Revolución y de la patria, y siempre aprovechamos una parte de nuestro tiempo con el pueblo para tratar esos temas de orden general; pero también de otros temas, de los que pueden referirse a un sector determinado, que son también parte de la obra general de la Revolución.
Así, la cuestión que hoy nos reunía interesaba no solo al sector del comercio, sino que interesaba también a un sector muy amplio del pueblo, a ese sector de los que no tienen trabajo, y que es para el país un problema más importante y más vital, y que requiere la atención y el esfuerzo de todos, no solo del gobierno, sino del pueblo, porque —como les decía a los obreros de la construcción hace algunos días— los que no tienen trabajo no son precisamente los hijos de las familias acomodadas. Cuando los hijos de las familias acomodadas no trabajan, es por otra causa; es porque tienen en abundancia, y porque en algunos casos son poco apegados al trabajo, ya que han tenido quienes trabajen para ellos.
El problema es verdaderamente un problema para los otros, los que no tienen trabajo y carecen de todo no porque sean hijos de familias afortunadas, sino porque son hijos de familias humildes, como ustedes, los hermanos de ustedes, los padres, los hijos. Es decir que son hijos de las familias humildes, los hijos del trabajador, del campesino, de las familias pobres, los que sufren el azote del desempleo; son los hijos de las familias de los trabajadores los que merecen la atención del gobierno y de los trabajadores, para conquistar esa meta de darles trabajo a todos los cubanos, y que no lo tienen por causas que son de todos conocidas.
No hay trabajo en un país tan rico como este; no hay trabajo para todos en un país donde se pueden obtener hasta dos y tres cosechas al año, cuya riqueza mineral es enorme, cuyos recursos naturales todos son abundantísimos; no hay trabajo para cientos de miles de cubanos después de 50 años de república. ¿Dónde está el capital que debió ser invertido en fábricas y en el desarrollo de nuestras riquezas?  ¿Dónde está el producto de los trabajadores de nuestro país durante más de 50 años? ¿Dónde están esas riquezas? ¿Por qué no están desarrolladas? ¿Por qué no hay trabajo para todos? Si otros pueblos con menos riquezas, con mucha más población que la nuestra, tienen empleo para todos los ciudadanos, ¿por qué, en cambio, hay aquí un pueblo en que, a pesar de ser un pueblo tan rico en recursos naturales, no hay empleo para todos?
El dinero lo despilfarraron, el dinero se lo llevaron; el dinero que pudo ser ahorrado e invertido durante medio siglo, fue a parar a manos extranjeras, o fue a parar a los bolsillos de los aprovechados de siempre, o fue a parar a los bolsillos de los explotadores, que en buena parte de los casos se lo llevaban también a gastar o a guardar en los bancos extranjeros.  Y esa es la causa de que cientos de miles de cubanos, de hijos de familias humildes, no tengan trabajo. Por eso, esta cuestión de la jornada de verano interesaba no solo al sector; interesaba a todo el país, como todo paso que se de para buscarles empleo a los que hoy no lo tienen.
Ustedes saben que hemos hecho el censo laboral, y que nos arrojará las cifras de personas desempleadas y de personas que, aunque no se pueden considerar desempleadas, como amas de casa, pues también han expresado, en las planillas del censo, su deseo de trabajar.  Porque no hay que contar solamente a los cientos de miles que no tienen empleo, que son realmente desempleados; hay que contar también cientos de miles que, aunque no se puedan considerar desempleados, es decir carentes de recursos, desean también trabajar.
Y así, algún día, cuando hayamos alcanzado la meta de darles empleo a todos los que son desempleados, iremos a otra meta: a darles empleo a aquellos que no se puedan considerar sin recursos, porque son esposas de obreros, por ejemplo, que quieran trabajar también para aumentar el ingreso familiar.
Así que por este camino tenemos un largo trecho que recorrer, y de ahí nuestra satisfacción y nuestra alegría —puede decirse— de poder dictar una disposición como la que se va a dictar en el Ministerio del Trabajo, para darles empleo aproximadamente a 20 000 personas en estos tres meses de verano (DEL PUBLICO LE DICEN ALGO).  Ya vendrá, ya vendrá.
Eso será algún día el premio de nuestro esfuerzo. Ya llegará el día en que podamos no solo aumentar los ingresos, sino reducir también la jornada de trabajo, cuando nuestro país haya alcanzado el grado de capacidad productiva que tendrá cuando hayamos desarrollado todos sus recursos y estén produciendo todos los brazos. Porque ahora vive toda la población de la parte del pueblo que trabaja, de los obreros que trabajan, del miembro de la familia que trabaja, o del producto del trabajo a través de las recaudaciones del Estado, como en los casos de asistencia a todos los que no pueden valerse por su propio esfuerzo. Es decir que una mayoría de la población vive de la parte relativamente pequeña de la población que trabaja.  Si somos algo más de 6 millones entre jóvenes, ancianos, niños y personas adultas, esos 6 millones y pico viven y se sostienen del trabajo de los 2 millones de personas que trabajan aproximadamente; y aun en los 2 millones de personas que trabajan, hay una parte considerable que ha estado prestando servicios no de la manera económica más útil. Podemos citar un ejemplo, que es un caso típico: el centro de trabajo de “El País” y “Excelsior”. Allí trabajaban varios centenares de obreros. Se dedicaban a imprimir un periódico que pudo irse costeando durante algún tiempo en virtud de esos métodos de premios; muchas personas, por ejemplo, se inscribían por la cuestión del premio.
En realidad ese periódico no se portó, ante una situación de crisis, como se portaron otros, y afrontó la realidad de que no era costeable sin tratar de presentar ese caso como un acto de agresión por parte de la Revolución. Pero era el caso de cientos de obreros que gastaban cientos de miles de toneladas de papel, que invertían sus horas de trabajo en una actividad que no se traducía realmente en un beneficio, porque las noticias era algo que podía obtener por otros muchos medios de divulgación el pueblo, y lo mismo la cuestión de la propaganda. En fin, eran 400 obreros que estaban invirtiendo sus horas de trabajo, consumiendo determinada cantidad de alimentos, gastando determinada cantidad de maquinarias y de papel, en un servicio que no era útil; y ahora esos mismos 400 obreros van a producir todos los años millones de ejemplares de libros escogidos, que permitirán que cualquier ciudadano pueda tener al alcance de sus manos un libro interesante y útil, de donde tenemos el caso de 400 obreros que con lo mismo que consumían, con lo mismo que gastaban, están produciendo ahora un servicio extraordinariamente útil.
Habrá, entre los que se consideran empleados, gran cantidad de personas que por razones de tipo económico y social, de la anarquía que había en nuestro país en el orden económico y de todos los vicios de nuestra economía, estaban empleados, sí, pero no produciendo el máximo, es decir, no produciendo cosas útiles a toda la nación. Con esto quiero decir que de la parte que ha estado produciendo servicios útiles indispensables —que es menos todavía que el total de los que trabajan— se viene sosteniendo toda la población. Y un simple cálculo aritmético demuestra que el estándar de vida no puede ser muy alto cuando solo una parte pequeña de la población trabaja; el estándar de vida de todo el pueblo será mucho más alto cuando sea el doble el número de personas que trabajen, y que al mismo tiempo todo el mundo esté rindiendo su esfuerzo de la manera más útil. A esto habría que añadirle el perfeccionamiento técnico, en lo cual también nuestro país está atrasado, por carencia de equipos, de hombres preparados para un alto desarrollo técnico, y que es otro de los problemas que vamos a resolver a través de las miles de pensiones para estudiantes pobres que el Gobierno Revolucionario va a costear, a fin de disponer dentro de breves años de miles y miles de técnicos que nos permitan a nosotros progresar en ese orden, de manera que algún día estará trabajando todo el que quiera trabajar, y estará trabajando en condiciones técnicas mejores, y en medio de una organización de la producción muy superior a la que hemos tenido hasta ahora.
Por eso les decía que algún día llegará la oportunidad en que podamos no solamente elevar los ingresos, es decir el estándar de vida de todo el pueblo, de manera considerable, sino que podremos hacerlo con menos esfuerzo del que hace hoy un obrero o un empleado, porque ese obrero y ese empleado que trabaja lleva sobre sus hombros una parte proporcional de una mayoría que no tiene trabajo, de una mayoría que podría trabajar, y yo estoy seguro de que decenas de miles, cientos de miles de esposas de obreros, quisieran también tener la oportunidad de trabajar para aportar un ingreso a su casa, a su hogar.
Y por lo tanto, es un cálculo aritmético elemental, como son todos los cálculos de la Revolución, porque las medidas de la Revolución son así de claras y son así de inobjetables. A los que quieren objetar las medidas de la Revolución, nosotros les ponemos enfrente el cuadro de los 50 años de república, y el resultado de esos 50 años de república , y les presentamos el cuadro de lo que puede llegar a ser nuestro país.  De manera que nadie puede dudarlo, porque son cosas que hasta las pueden comprender los muchachos cuando empiezan a tener uso de razón, que en mi tiempo decían que era a los siete años, pero que ahora debe ser a los tres o a los cuatro, porque los niños están aprendiendo mucho.
Y la medida que, en este caso de la jornada de verano, ha tomado el Gobierno Revolucionario, es la de que se ponga a trabajar en las oficinas, en los comercios, un empleado más por cada cinco.  Algo parecido también a lo que se hizo en las Navidades, y que permitió ingresar en el trabajo a un número considerable de empleados en este sector del comercio. Y que, además, puedan ustedes —aunque no pretendemos atribuirnos este beneficio— asegurar su día de descanso semanal en los meses de verano, es decir, un día extra en estos meses calurosos, y que demuestra el número extraordinario de abanicos que hay aquí esta noche, justifican muy bien que tengan ese día para ir a las playas, porque lo que sí podemos decir los miembros del gobierno es que ahora podrán disfrutar bien y cabalmente de ese día extra que van a recibir todas las semanas. Y esto mismo que estamos haciendo con respecto a las vacaciones de verano, o al descanso de verano, algo similar pensamos aplicar como sistema de descanso en general para todos los que trabajan.
Hay que distinguir entre el caso del comercio y la industria, porque en el comercio no afecta la producción; en la industria podría afectar la producción, podría elevar considerablemente los costos. Pero hay, sin embargo, una institución que debe aplicarse correctamente: es la institución del descanso retribuido, es decir de las vacaciones anuales de todos los que trabajan; una institución humana y además socialmente muy útil, porque no se concibe que una persona esté trabajando todo el año seguido, transcurra el año y vuelva otro año de trabajo continuo, y así sucesivamente. Ese trabajador no estará en las mejores condiciones de producir. Es imprescindible el descanso anual, tanto para la salud física como para la salud mental de los que trabajan. Pero en realidad no se ha cumplido. Hay un mes de descanso anual, que si todos tomasen su mes de descanso, habría trabajo para decenas de miles de personas más todos los años.  Pero estamos proyectando un cambio en el sistema.
En casi todo el mundo existe ese mes de descanso anual, en ocasiones menos de un mes; pero un año, cuando se trabaja duro, es un período de tiempo largo. Y estamos estudiando la posibilidad de una legislación que fuese aplicable tanto a los trabajadores en todas las ramas de la producción, como también a los trabajadores de las oficinas públicas, los empleados de las oficinas públicas, y es el establecer no un mes por año, sino 20 días cada 7 meses.
Ocurre con el obrero de nuestro país que tiene ingresos limitados y recursos escasos, que cuando se toma ese mes de vacaciones, sus recursos no le alcanzan para disfrutar un mes; puede salir una semana, puede salir 15 días, y el resto, en ocasiones, ninguna, aunque van a tener cada día más oportunidades, porque para eso estamos organizando los centros de veraneo y de descanso en todo el país, y vamos a perfeccionar también el sistema de costos, para que puedan disfrutar todos.  Pero en general, los que podían disfrutaban de una parte de su tiempo, y el resto tenían que invertirlo en su casa ociosamente, porque no les alcanzaba su economía, ni mucho menos, para un mes, y entonces tenía que esperar un año completo para volver a tener descanso.
Y hemos pensado que sería mucho más provechoso el que tuvieran 20 días cada 7 meses. Y con eso, como esas medidas convencionales siempre nos parecen largas —cuando nos hablan de un año, pues nos parece mucho; cuando nos hablan de un mes, nos puede parecer mucho; y hasta cuando nos hablan de horas, nos puede parecer mucho cuando hay que esperar para resolver alguna gestión—, en realidad un año no solo puede parecer extenso, sino cuando se trabaja un período de tiempo largo.  Y así, quien tuviera, por ejemplo, sus vacaciones en noviembre, podría volverlas a tener no en noviembre sino en junio, por ejemplo; y quien las tuviera sobre esa fecha, en junio, en el verano, pudiera volverlas a tener en marzo. Y así pensamos establecer una división del tiempo por año, para que efectivamente se disfrute de las vacaciones, se cumpla con la ley del descanso, y que además puedan ingresar en el trabajo decenas de miles de personas que hoy no tienen trabajo. Y ese proyecto está en estudio, y es lo que puedo adelantarles sobre el particular, y estoy seguro de que si podemos llevarlo a cabo, es decir, si se pueden obviar los inconvenientes que puedan presentarse, será un avance de orden social y una innovación en estas cuestiones del descanso.
Hay otra cosa: actualmente las posibilidades de disfrutar del descanso se hacen cada vez mayores para todo el pueblo. Y, efectivamente, el pueblo empieza a viajar, el pueblo empieza a conocer las cosas de su propio país y disfrutar de las maravillas de la nación, que no tendría que envidiarle nada a ningún otro lugar del mundo. Y ustedes han visto, por ejemplo, las playas, a donde antiguamente no podía el pueblo acudir; hay actualmente 28 centros de recreo y playas públicas, que por supuesto no tienen que envidiarle absolutamente nada, en nada, y sobre todo en los precios y en las comodidades, a los que fueron clubes de grupos minoritarios en aquella época en que la playa y el mar eran privilegios de unos cuantos.
Todavía quedan cosas por perfeccionar: la cuestión del transporte, el abaratamiento del transporte a esos sitios. Y algunas ideas más, que vamos a tratar de ensayar este año en algunos sitios, de que se pague, por ejemplo, por las habitaciones, de acuerdo con el ingreso; porque, habiendo un gran desnivel de ingresos, no es justo que pague lo mismo por una habitación, por una casa, por una cabaña en un centro de recreo, un empleado que gane 100 pesos y una persona cuyos ingresos sean superiores a 500 pesos, porque están pagando lo mismo y disfrutando en forma igual de una obra que ha costado una cantidad de dinero del Estado, y es lógico que esos gastos que hace la nación se encaminen a beneficiar primordialmente a los que más lo necesitan, porque siempre debemos tomar las cosas por ese orden, es decir, siempre debemos tomar las cosas con espíritu de justicia; y si hay un gran desnivel en los ingresos, hay oportunidades de brindar servicios de forma tal que los que tienen ingresos más altos compensen lo que deba pagar quien tiene ingresos más bajos.  Y eso, naturalmente, no se podría poner en los artículos de consumo, pero en un centro turístico sí se puede establecer, cuando menos, en lo que deba pagar por la casa o la cabaña. De manera que quien no quiera ir al restaurante, o no tenga recursos —aunque sean precios módicos—- puede en su propia instalación preparar los alimentos. Y en definitiva nuestro ideal es que cualquier familia, por humilde que sea, tenga la oportunidad de asistir a aquellos lugares a los que hasta ahora no asistían más que los millonarios.
Porque así estaba organizado todo en Cuba. ¿Hoteles cómodos? Para millonarios. ¿Playas atractivas? ¿Oportunidades de ir a ellas? Para los millonarios nada más, o para los que sin ser millonarios tenían un ingreso muy grande.  En realidad, para el pueblo no se hacía nada.  Es que el pueblo no entraba en los cálculos de quien organizaba cualquier cosa. Hoy, lo primero que entra en nuestros cálculos es el pueblo; y si se hace una playa pública, o se trabaja en un parque zoológico a donde puedan ir los niños, o se hace un centro como el de Río Cristal, o las márgenes del Almendares, o cualquiera de los centros de recreo que se están haciendo, como el de la Gran Piedra, en Santiago de Cuba, y las playas públicas en aquella ciudad, o la de Guardalabarca, cerca de Banes, o la de Santa Lucía, al norte de Camagüey, o la de Trinidad, o la de Isla de Pinos, o la de Bailén, que fue construida por el Ministerio de Obras Públicas en un tiempo récord de treinta y tantos días, empleando procedimientos modernos de construcción, lo primero que hemos tenido en cuenta es el pueblo, que en realidad no contaba. Porque cuando se hace un centro, como se hacían antes, y ese centro está al alcance solamente de un 10% de la población, el resto, que debe contar —¡y que debe contar con mucha más razón, por cuanto es precisamente el que suda la camisa y el que trabaja y produce!—, ese 90% de la población no contaba para nada. De modo que todos estos planes de vacaciones van coordinados con la oportunidad para el pueblo de disfrutar lo que antes era solamente privilegio de millonarios.
Otro tanto va a ser con las casas del INAV, por orientación del Gobierno Revolucionario de que se de preferencia a las familias que tienen ingresos más bajos; porque si la nación está construyendo decenas de miles de casas, si no se cobran intereses por esa inversión, si incluso la nación tiene que pagar intereses por los Certificados de Ahorro o por los bonos con que se construyen esas casas; es decir que se paga un interés por ese capital invertido, y que en cambio, quien disfruta de esa casa va a pagar lo que vale sin interés cuando gana menos de 150 pesos, o con el 1% solamente si gana de 150 a 200 pesos; si la nación, de sus recursos, subvenciona esos intereses que hay que pagar por los Certificados de Ahorro que en 10 años duplican su valor, mientras el que recibe ese beneficio por la casa paga en 10 años solamente el valor, mientras el gobierno va a pagar el doble de su valor por el Certificado de Ahorro, lo justo es que esas casas vayan a beneficiar a las familias más humildes, que ese es otro criterio de justicia.
De esta forma vamos perfeccionando nuestras propias instituciones, y vamos siguiendo una política cada vez más justa, en la misma medida en que vamos estudiando mejor la situación real del pueblo, y vamos estudiando mejor todos los problemas, ya que la misión fundamental del gobierno debe ser ayudar a la parte del pueblo que más lo necesita.  Y eso lo ha hecho el Gobierno Revolucionario con espíritu de equidad, sin hacerle la vida imposible a nadie, porque de eso no se pueden quejar nuestros soberbios impugnadores, no se pueden quejar los privilegiados, no se pueden quejar aquellos afectados por las leyes revolucionarias, ya que el gobierno no le ha hecho la vida imposible a nadie; el gobierno tiene apoyo de pueblo suficiente, tiene respaldo de pueblo y fuerza en el pueblo suficientes para aplicar cuantas medidas de justicia estime necesarias .
Podíamos haber sacrificado más todavía a una serie de señores aquí. Ni siquiera se dan cuenta, en su ceguera egoísta de que la Revolución ha sido generosa y no le ha querido hacer imposible la vida a nadie.  No es para que viajen con esas caras de disgusto con que a veces tratan de exteriorizar su descontento (RISAS); porque los hay tan envanecidos y tan engreídos, los hay tan ridículos  y los hay tan equivocados, que hasta el saludo nos niegan, cuando debieran hacerlo por cortesía, ya que lo cortés no quita lo valiente.  Como si al fin y al cabo a nosotros nos faltaran afectos, como si fuesen a hacernos alguna mella con eso, como si fuesen a hacerles alguna mella a los hombres de la Revolución, que por encima de esas actitudes absurdas sentimos la satisfacción de que aquellos que sin razón o sin otra razón que sus irritantes privilegios afectados nos odian, hasta ese derecho tienen de exhibir su descontento, de poner mala cara y de mostrarse descorteses con los hombres de la Revolución, que no vivimos en palacios, que no nos hemos confinado en torres de marfil, que vivimos en medio del pueblo, que frecuentamos y compartimos constantemente con el pueblo, que llevamos la misma vida que lleva o puede llevar el más modesto de los ciudadanos. ¡Ah!, qué actitud tan distinta en aquellos tiempos en que se doblegaban y en que se partían el espinazo en genuflexiones  cuando algún personaje de aquellos, aunque fuese un corrompido o un vil ladrón, les concedía el honor de darles los buenos días.
Y así son esas reacciones absurdas, como si los hombres de la Revolución no tuviésemos filosofía más que suficiente para comprender esas cosas y darnos cuenta de dónde está la verdadera decencia, de dónde está el verdadero sentimiento, de quiénes son realmente capaces de querer, de quiénes son realmente capaces de darse a sí mismos, de quiénes son realmente capaces de la generosidad y del sacrificio, de con quiénes se puede contar en las grandes horas de las naciones, de quiénes son los que lo dan todo y están dispuestos a dar más todavía, están dispuestos a dar su vida ; de quiénes son los que experimentan verdadero entusiasmo, de quiénes son los que en verdad pueden inspirarse en el amor a una causa, de quiénes son los que verdaderamente son capaces de querer a su patria, de quiénes son los que verdaderamente son capaces de concebir la justicia, y de quiénes son los egoístas y los frívolos, los que llevan el alma helada, porque no pueden albergar ese calor que se alberga en el corazón de los humildes , que se alberga en el corazón de los que trabajan, en el corazón de los que saben lo que es el sacrificio, de los que saben qué es sudar, qué es esforzarse, qué es carecer de muchas cosas que se desean; quienes saben lo que es la vida y los trabajos que en la vida se pasan; quienes son los que pueden comprender a los que sufren porque han sufrido; a los que trabajan porque trabajan como ellos; quienes son en el pueblo los que pueden comprender a los demás, con profundo sentimiento humano, porque son los que han vivido lo mismo que los demás y que han experimentado los mismos sentimientos que los demás.  Son los que ayer no tenían esperanza en medio de los grandes privilegios; los que ayer no podían tener fe, porque todo iba a contrapelo de sus ilusiones más caras.
¿Y quiénes son los que hoy arden de fe? ¿Quiénes son los que hoy arden de entusiasmo?  ¿Quiénes son los que pudiéramos llamar hoy los privilegiados, si no de la riqueza, del sentimiento?  Porque el sentimiento también es una gran riqueza , el sentimiento es una riqueza mayor que las otras riquezas de orden material; el sentimiento, quien pueda tenerlo, quien pueda experimentarlo, sobre todo si son sentimientos como estos, de puro amor a algo, de puro amor a nobles propósitos, de puro amor a su patria; los que hoy experimentan esos sentimientos son los únicos con derecho a llamarse privilegiados, porque tienen lo que otros no son capaces de tener ; viven horas de triunfo y de alegría, horas de triunfo y de alegría, en medio de sentimientos que no cambiarían por todo el oro del mundo , que no cambiarían por todos los beneficios materiales del mundo. Y no porque haya que renunciar a los beneficios materiales, porque el hombre tiene que vivir también de pan; pero en primer lugar aquello que ennoblece al ser humano, aquello que lo hace más feliz que ninguna otra cosa y aquello que es requisito indispensable para progresar también en el otro orden, porque gracias a este espíritu patriótico, a este noble sentimiento de nuestro pueblo, estamos rompiendo las cadenas que nos impedían el acceso al otro bienestar (APLAUSOS Y EXCLAMACIONES DE: “¡Fidel, Fidel!”); gracias a que hay un sentimiento que se llama amor a la patria, somos fuertes; gracias a que hay un sentimiento de amor a los semejantes y de solidaridad de todos para con todos, somos fuertes ; gracias a que hay un estado mental que se llama conciencia revolucionaria, somos fuertes. ¡No somos fuertes porque tengamos milicias, sino que tenemos milicias porque hay espíritu revolucionario y unión en el pueblo!; somos fuertes no porque tengamos fusiles, sino porque hay hombres y mujeres dispuestos a manejar esos fusiles, porque hay un pueblo que está dispuesto a usarlos en defensa de sus derechos sagrados y de sus grandes aspiraciones.
¡Y ese pueblo no tenía antes fusiles; los tiene ahora, y no porque se los regalaron, sino porque supo quitárselos a los que los tenían para mantener a ese pueblo en la miseria y en la opresión!   Somos fuertes porque hay sentimientos de entrañable unión; somos fuertes porque nos hemos dado cuenta y hemos aprendido en qué consiste la verdadera fuerza de los pueblos; somos fuertes porque hay sentimientos; somos fuertes en el sentimiento.  ¡Y por eso podemos tener fe en el mañana!  Y esa es la base de la fuerza de la Revolución, esa es la fuerza indestructible de la Revolución.
¿Qué era nuestro pueblo ayer, cuando lo habían minado con la frustración, y el espíritu escéptico se había apoderado de él? ¿Qué era ayer nuestro pueblo cuando no existía este sentimiento de hoy?  ¿Qué era sino una masa de ciudadanos indiferentes en muchos casos? ¿Y quién es indiferente hoy? No faltó por ahí uno de esos que en estos días habló de masa neutra.  ¡Qué ardid! Qué ardid más sutil para pregonar lo que ni existe ni puede existir, porque lo que hoy no hay en nuestra patria son neutros, lo que hoy no existe es un solo ciudadano que no esté con lo bueno —que constituyen la mayoría—, o contra lo bueno; con la Revolución o contra la Revolución. Los que alzan esas banderitas absurdas sobre masas neutras, creen que se le pueda imputar a algún ciudadano el calificativo de neutro en esta contienda tremenda entre la idea del bien y la idea del mal; porque ser neutro, es decir, indiferente ante las cosas de la patria, ya no sería neutralidad, sería complicidad con los enemigos de la patria. Y hoy lo que tenemos son millones de cubanos firmemente adheridos a la causa revolucionaria; y de tal manera firmes que ante esa fuerza tremenda han de temblar los que quieran volvernos al pasado.
Y hay que estar ciertamente llenos de musarañas (RISAS) para cerrar los ojos a la realidad y ponerse a profetizar, como hacen algunos ingenuos —y no tan ingenuos, porque no eran tan ingenuos cuando se trataba de explotar al pueblo—, que se creen que la Revolución no podrá perdurar porque hay un vecino poderoso, cuya última palabra sería la palabra definitiva. Eso que, olvidándose de los tiempos que vivimos y cerrando los ojos ante las realidades, creen que puede ser posible cambiar el destino de nuestra patria, y viven como en los días aquellos de los generales interventores, en que el criterio o la decisión del vecino poderoso era lo que decidía las cuestiones de nuestro país.  Y todavía los hay, todavía los hay que de veras quieren creer que tienen el más remoto chance, que tienen la más remota posibilidad. Y en realidad, si se lo quieren creer como piadoso remedio a las cicatrices de sus privilegios desaparecidos, pues como piadoso remedio se lo podemos perdonar.  Si es que necesitan de esas ilusiones, que sigan durmiendo de ese lado. Lo malo está en que se pongan a actuar de acuerdo con esa creencia, y que de acuerdo con esa creencia se pongan a estorbar a la Revolución; porque en ese caso ya no sería un recurso psicológico, sino sería un verdadero caso patológico para la sociedad, ya que creerlo no afecta a nadie, el que se consuelen en sus conciliábulos no afecta a nadie; lo que sí afecta e interesa al pueblo es cuando actúan de acuerdo con esas creencias y se ponen en plan de servirles como quinta columna a los enemigos de Cuba, y se tratan de convertir en instrumentos de los enemigos de la nación.
Sin embargo, para el pueblo estas cosas son claras. Y el pueblo está consciente de su propia fuerza, y está cada día más consciente de su propia fuerza, y está cada día más consciente de su destino, y está cada día más consciente de la honradez con que la Revolución actúa. ¡Y qué curioso, qué gran diferencia hay entre los hechos cuando las intenciones son distintas!  Muchos de esos señores se pasaron toda la vida pidiendo congelación de salarios, es decir que eran los más decididos partidarios de la congelación de salarios.  Y ocurre una cosa extraña: los propios revolucionarios hablan de congelación.¡Qué cosa tan extraña! ¡Qué coincidencia tan extraordinaria, que revolucionarios planteen cuestiones que antes planteaban los reaccionarios!  ¿Por qué? Porque unos lo planteaban por una razón y los revolucionarios lo plantean por otra; ellos lo planteaban para echarse más dinero en los bolsillos, y los revolucionarios lo plantean para echar más dinero en los bolsillos del pueblo; los revolucionarios lo plantean pensando en los bolsillos de los que no tienen trabajo , pensando en la necesidad del ahorro para la inversión, pensando que no sería correcto que se actuara elevando el nivel de los que tienen ingresos, sino con preferencia el ingreso para los que no tienen ingreso actualmente.
Es decir que unos lo planteaban por causas egoístas, y los revolucionarios lo planteamos por causas justas, la más justa de todas. ¿Y a quiénes se lo planteamos? Se lo planteamos a los trabajadores. Y he ahí la prueba más completa de la identificación de los trabajadores con la Revolución, que renuncian a esas ventajas parciales, a esas ventajas que tanto atraían, para hacer y llevar adelante una política económica consciente y correcta, para forjar un verdadero porvenir para la nación, para empezar a hacer lo que es correcto hacer.
Y congelación no quiere decir desaparición de las posibilidades de mejoras de ingresos, no; quiere decir que hay una actitud por parte de los obreros de confiar en el gobierno que dirija la política económica , que dirija y establezca las normas de los ingresos, que gobierne de acuerdo con datos reales y realidades estadísticas, que decida el gobierno de la nación sobre estas cuestiones fundamentales, y que algo tan fundamental como el ingreso no siga siendo, como ayer, el resultado de mil batallas —la batalla de cada sector, la batalla de cada sindicato, la lucha de individuos, es decir, de agrupaciones—, cuando la batalla por el mejoramiento del estándar de vida debe ser la batalla de todos, el esfuerzo ordenado de todos, el esfuerzo grande de todos para lograr frutos de equidad y frutos de verdaderos mejoramientos. Porque ustedes, los obreros, han vivido ya otras épocas de demagogia, en que se caía en un círculo vicioso y engañoso de aumentos de ingresos seguidos, de aumentos de costo de la vida, que muchas veces sobrepasaban el costo a los aumentos de ingreso. Han vivido esa etapa. Y un gobierno demagógico, un gobierno irresponsable se dejaría arrastrar por la tentación de esa mentira; pero un gobierno honesto, un gobierno que hace pensar y analizar al pueblo, no se deja arrastrar por mentiras demagógicas; va tras la realidad, va tras la verdad, hace que el pueblo las comprenda y lucha por verdaderas soluciones.
Congelación no quiere decir, ni mucho menos, que ya no habría más mejoras. No. Siembre habrá mejoras, constantes mejoras, unas veces por la vía indirecta de los servicios que el gobierno brinda a la nación como servicios de viviendas, servicios de educación, servicios de asistencia médica, servicios a la salud, servicios en el orden recreativo y en muchos órdenes; y además, tampoco desaparece la oportunidad del mejoramiento en el orden de los ingresos. Lo que quiere decir que esta debe ser batalla de la nación entera, y ordenadamente, para que haya equidad y para que las mejoras se vayan obteniendo de acuerdo con las realidades y de acuerdo con las posibilidades.
Constantemente, de una forma o de otra, irá mejorando el estándar de vida del pueblo; y hay cosas tan elementales en este orden, que fácilmente las comprende cualquier ciudadano.  Y tenemos, por ejemplo, el caso de un sector, que es el sector obrero más numeroso, que vive de la producción de un artículo cuyos precios dependen del mercado mundial: el azúcar. Ahí tenemos nosotros un tope, el tope del precio en los mercados externos.  No es un artículo al que nosotros le podamos poner precio; se lo ponen las condiciones del mercado exterior. El gobierno sí puede hacer lo que está haciendo: abrir nuevos mercados, vender más azúcar, y ya por esa vía se irá logrando un mejoramiento constante de ese sector, y permitirá, además, que mejoren los demás sectores. Pero nadie puede dudar que la política correcta es aumentar el ingreso nacional con la apertura de nuevos mercados en ese producto, y que permitan un mejoramiento de ese sector que está dependiendo de un precio exterior.  Si nosotros le aumentamos los costos a ese sector, si mejoramos la situación de otros sectores y le gravamos el costo a ese sector, estaríamos cometiendo una gran injusticia. Luego, esa es la tarea del gobierno:  velar por los intereses de cada sector, porque el gobierno es el primer obligado a velar por esos intereses, y sobre todo procurar constantemente que las mejoras vayan siempre de abajo hacia arriba, es decir, primero para los que nada tienen; después para los que tienen menos, y así sucesivamente. Esa es la política equitativa y justa.
Aquí se habló de congelación, pero es muy conveniente hablar de otra cuestión: costo de la vida.  Que no se imaginen los eternos especuladores, los eternos aprovechados, que mientras el pueblo adopta una actitud revolucionaria se van a aprovechar ellos para enriquecerse especulando con los precios y encareciéndole el costo de la vida al pueblo. Congelación quiere decir, por otro lado, mantenimiento de las condiciones actuales de vida; quiere decir que el acto de enriquecerse encareciendo la vida del pueblo, enriquecerse a costa del pueblo, es uno de los actos más despreciables y más dignos de castigo que puedan cometerse en estos momentos.  Y hay que saber distinguir bien, hay que saber distinguir qué encarecimiento puede obedecer a medidas imprescindibles de la Revolución y qué encarecimiento es consecuencia de la especulación.
Y cuando el gobierno dictó medidas restrictivas, no se las dictó a artículos de consumo popular; porque el gobierno no ha puesto restricción, por ejemplo, a los alimentos, no les ha puesto restricción a la manteca, al aceite, a la harina de trigo, a todos esos artículos que son del consumo de las clases humildes.  Las restricciones se han hecho para aquellos artículos que no consumen las familias humildes.  ¿Por qué, por ejemplo, no afecta al pueblo la restricción sobre los Cadillacs? ¿Qué obrero compraba Cadillacs?  (EXCLAMACIONES DE: “¡Ninguno!”) Las restricciones sobre el dinero que puede gastar en los viajes al extranjero: ¿Qué obrero se iba de vacaciones a París? (EXCLAMACIONES DE: “¡Ninguno!”) Y así hay artículos de lujo, de puro lujo, que al pueblo no le importa que se encarezcan; lo que al pueblo le interesa son los artículos que consume: al pueblo le interesan los alimentos, las medicinas, la vivienda, las escuelas para sus hijos, la ropa, el calzado.
Con el calzado hubo un problema, que iba a traer un encarecimiento; pero actualmente se está trabajando intensamente en el ministerio para resolver ese problema, de manera que no haya encarecimiento del calzado, y de manera que los casos de los obreros que tenían ingresos bajos en el sector del calzado puedan ser mejorados, pero sin encarecimientos.  Y la medida que haya que tomar en ese sector, la tomará el Gobierno Revolucionario para garantizar al pueblo los precios adecuados a ese artículo tan indispensable.
En cuanto a los tejidos, no solamente se está fomentando la producción nacional, sino que, en virtud de los convenios de intercambio comercial con todos los países del mundo, podemos garantizar el abastecimiento de tejidos a buenos precios para el pueblo.
Y si al pueblo le podemos mantener precios buenos en los alimentos, en la vivienda, en el calzado, en la ropa, en las medicinas, en la educación, en los centros de recreo; si, además, mediante nuestros tratados internacionales, en virtud de los cuales vendemos grandes cantidades de azúcar y debemos adquirir determinadas cantidades de artículos manufacturados, podemos servir determinados artículos como radios, televisores, refrigeradores, de manera que las familias que por el ahorro puedan o tengan deseos de adquirirlos, los tengan también al alcance de sus manos, a buenos precios.
Es decir que trataremos de que el pueblo no carezca de aquellas cosas que constituyen el conjunto de artículos y de bienes que aumentan su confort, su comodidad y su estándar de vida.  Por ejemplo, nosotros no privamos al pueblo de una buena película, nosotros no privamos al pueblo de esos entretenimientos; nosotros, en todo lo que es de consumo del pueblo, tenemos primordial interés que siga estando al alcance del pueblo, y en algunos casos abaratarlo, como se está abaratando la vivienda, como se están abaratando muchos servicios, como se han abaratado las medicinas, como se han abaratado los centros de recreo, como se ha abaratado la educación al crear grandes centros de educación de primera calidad y con todas las comodidades para los hijos de las familias humildes del pueblo, que implica un mejoramiento del estándar de vida de las familias.
Es decir que el gobierno tiene una política consciente de los gastos que debe hacer en divisas, de los esfuerzos que debe hacer para que al pueblo las medidas económicas lo beneficien y no lo afecten, para que el encarecimiento llegue —si se quiere— a aquellos artículos que no están al alcance del pueblo. Que valga menos el peso del rico, eso no importa; ¡pero que el peso del pueblo valga un peso, y valga más de un peso si es necesario!  
¿Y por qué hay dos clases de pesos, si tienen el mismo color y tienen las mismas cifras?  Porque el que tiene fortuna gasta lo mismo que las familias humildes, desde luego, tienen ciertos gastos de alimentación inevitable; clara que tratan de adquirir el filete, en vez de la carne de primera, pero en fin, tienen un gasto en alimento. Pero, además viene el gasto superfluo; para gastos superfluos, que se pongan las cosas caras no importa.  Pero el pueblo no gasta en cosas superfluas; el pueblo gasta en lo indispensable, en lo que necesita: gasta sus pesos, su salario en esos artículos, y ese valor de ese peso es el que debemos mantener a través del costo de los artículos en que el pueblo gasta sus pesos.
Los otros, los que tienen un poco más de lo que necesitan, todavía incluso reciben beneficios, como cuando ven la misma película buena que ve el pueblo —claro que tienen sus cines (RISAS)—, o pueden ir a las mismas playas a que va el pueblo, solo que, naturalmente, de acuerdo con lo que decía anteriormente y los planes que estamos proyectando, al ir a alquilar una cabaña tendrán que pagar más (RISAS Y APLAUSOS).  Porque no es el mismo sacrificio el que hace, por ejemplo, un maestro de escuela si va a pasarse una semana en el mar y paga seis pesos, que el sacrificio que hace el dueño de un central azucarero. De ninguna manera le está costando lo mismo; le está costando mucho más, infinitamente más al maestro que al dueño del central, porque el sacrificio que hace uno, no es el sacrificio que hace el otro para pasarse una semana a la orilla del mar.
Luego, nosotros tenemos que velar porque el peso del maestro, cuando se va de vacaciones, valga de verdad un peso, y el peso del otro valga una peseta (RISAS Y APLAUSOS). Porque, aunque sean iguales esos billetes, no es lo mismo el sacrificio, no es lo mismo el valor que tiene para cada uno, lo que le cuesta obtenerlo a cada uno, que a unos les cuesta trabajar de verdad, y otros viven de sus rentas, de sus rentas; es decir, del trabajo de los demás (RISAS).  Por hache o por be, porque lo hicieron —según dicen— con el sudor de su frente, que fue el sudor de la frente de los trabajadores; o porque lo heredaron, heredaron de lo que se amasó con el sudor de la frente de los que trabajan. Y viven de sus rentas, cuando en realidad los únicos que tienen derecho a vivir del trabajo de los demás son los niños, o los ancianos, o los inválidos.  Para esos sí debemos dar siempre gustosos una parte de nuestra producción, una parte de nuestro trabajo, porque el niño no puede trabajar.
Algún día, cuando los que hoy trabajan por los niños sean ancianos, esos niños trabajarán para ellos; porque el anciano no puede trabajar, o no debe trabajar. Es muy justo que quien se pasó 30, 35 o 40 años trabajando, tenga derecho a descansar los últimos años de su vida y que no le falte nada. Y así tendrá que ser algún día, no solo para los que estén dentro de determinados requisitos, sino que debe ser obligación fundamental de todo pueblo hacerles feliz los últimos años de la vida a los ancianos, de la misma manera que es preocupación y debe ser preocupación de todo pueblo hacerles feliz la vida a los niños; y debe ser preocupación de todo pueblo mitigar la pena del inválido, mitigar la amargura del que no puede valerse por sí mismo, para que no se sienta una carga, sino un hermano de sus hermanos.
Y ahí tenemos la cacareada bondad que predicaban los que impugnan las medidas de la Revolución; ahí tenemos las calles antes llenas —y cada vez menos ahora— de inválidos, de ancianos pordioseros, de niños pidiendo limosnas, de seres humanos durmiendo en los portales.  Ahí tenemos la cacareada generosidad, ahí tenemos los sentimientos humanitarios que pregonaban, ahí tenemos las bondades de que nos hablaban; ahí tenemos las mentirosas libertades de que querían hacer gala, en medio de esa ignominia de egoísmo y de olvido para con el semejante:  la libertad de morirse de hambre, la libertad de pasar miseria, la libertad de dormir en un portal, la libertad de ser limosnero, la libertad de ser inválido sin ayuda, la libertad de ser anciano sin sustento, mientras unos cuantos acumulaban más millones que los que podían tener tiempo para contar .
Esa era la libertad de que hablaban: la libertad de explotar el dolor, de explotar la miseria, de vivir en medio del privilegio, indiferente al dolor de millones de seres. Esa es la libertad de que hablaban.  Y por lo visto, para ellos lo que la Revolución hace no es noble, no es humano, no es un concepto de verdadera libertad, sino aquella libertad que era la ignominia, la opresión, el disfrute exclusivo de los bienes de este mundo, el disfrute exclusivo del esfuerzo de la inteligencia y del trabajo del ser humano. ¡Ah!, por eso es malo para ellos la reforma agraria, por eso es malo para ellos abrir las playas, por eso es malo convertir los cuarteles en escuelas, por eso son malas todas las medidas que la Revolución toma , por eso es malo que la Revolución cree 10 000 escuelas en un solo año, por eso es malo que lleve la luz de la enseñanza a los rincones más apartados, donde cientos de miles de niños no serán mañana instrumento fácil, victima propicia de todas aquellas injusticias, sino hombres cultos y útiles, conscientes de su derecho, miembros reales no ficticios, no marginados de la sociedad en que todos tenemos derecho a vivir.
Y eso es lo que la Revolución hace: establecer un verdadero y justo concepto del derecho humano, un verdadero y justo concepto de la libertad humana y de la dignidad humana, y crear una nación cuyas instituciones la sitúen en el lugar que le corresponde, sin que tenga que lamentarse de aquellas cosas, de aquel mundo en que todavía viven muchos pueblos hermanos del continente, por ejemplo, en que la tragedia es esta de que hablábamos; un mundo sin justicia, donde el egoísmo es la norma primera y no la dignidad, como quería nuestro Apóstol; no la justicia, no el reunir la fuerza —como la reunimos nosotros—para ayudar a los débiles, sino reunir la fuerza, como la reunían antes, la fuerza de las armas, la fuerza del dinero, para aplastar a los débiles.
Nosotros estamos creando una fuerza del pueblo, y estamos haciendo a cada ciudadano beneficiario de la fuerza unida de todos los ciudadanos, porque individualmente somos demasiado débiles, individualmente somos impotentes. Cualquiera puede ser víctima de una enfermedad inesperada, de un accidente, de una desgracia, y él solo, por sí mismo, sería demasiado débil para afrontarla; cualquiera podía ser víctima antes de muchas injusticias, y él solo era demasiado débil para afrontarlas. Nosotros estamos haciendo una gran fuerza, para que cada ciudadano sea acreedor a sus frutos, para que cada ciudadano sea beneficiario de esa fuerza de todos los ciudadanos, para que la libertad y el derecho de cada ciudadano estén garantizados por esa fuerza unida de todos. Y el pueblo dividido de ayer, el pueblo al que por todos los medios se le debilitaba, ese es el pueblo fuerte y unido de hoy, y esa es la sensación de seguridad que cada ciudadano tiene, la sensación de tranquilidad y la esperanza que cada ciudadano tiene. Esta es la razón de esa emoción, de la emoción que cada ciudadano siente cuando experimenta que ya no es él débil y desamparado, sino que él tiene consigo la solidaridad y la ayuda de todos los demás.
Y así estamos creando una conciencia nueva y un mundo nuevo, distinto del mundo egoísta y miserable de ayer; porque lo de ayer era miserable, y su norma era miserable; la norma egoísta, la ley absurda de todos contra todos, la ley absurda de lo de uno por encima de todos, por la ley justa de todo para todos, que ya vislumbraba nuestro Apóstol cuando hablaba de que la patria era de todos y para el bien de todos.
Y así, no pararemos hasta que cada familia y cada ciudadano tenga al alcance de sus manos lo que ayer fue privilegio de unos pocos, hasta que cada familia pueda mandar a su hijo a un centro de enseñanza verdaderamente bueno, hasta que cada familia pueda llevar a su ser querido a un hospital que sea verdaderamente bueno, hasta que pueda ir a aquellos sitios de recreo que sean verdaderamente buenos, y que pueda disfrutar de todas aquellas cosas que antes eran solo para unos pocos.
Porque lo que no pueda el trabajo unido de todos, lo que no pueda el esfuerzo ordenado y conjunto de todos, lo que no pueda un espíritu como este, no lo podrá nada en el mundo. Y nosotros con orgullo, y en medio de la emoción de actos como este, en medio de la satisfacción de pruebas como estas, en medio de esa emoción —que no puede nacer de la idea vanidosa de que se trate de un mérito particular de nadie, sino del reconocimiento a lo que es la obra de todos—, en medio de emociones como esta, nuestra fe, nuestro optimismo y nuestra seguridad en que el gran destino de la patria, se acrecienta. Y podemos sentir el orgullo de ser ciudadanos e hijos de un pueblo como este, de una generación como esta, que tan gloriosa página está escribiendo en la historia de su patria, que tan heroica página está escribiendo en la historia del mundo; porque este es el primer caso de una gran revolución en un pueblo pequeño, porque habían existido antes grandes revoluciones en grandes pueblos, que a pesar de ser grandes tuvieron que luchar contra el odio de la reacción en todo el mundo. Nosotros somos el caso de la primera gran revolución en un país pequeño. Y eso convierte a esta generación en una generación también privilegiada, en una generación de cubanos que contará no solo en la historia propia, sino en la historia de todos los pueblos del mundo.
FIDEL CASTRO RUZ

Fuente: http://www.cuba.cu/gobierno/discursos

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