julio 15, 2012

Discurso de Fidel Castro a los miembros del Partido Unido de la Revolución Socialista de Matanzas (1963)

DISCURSO PRONUNCIADO A LOS MIEMBROS DEL PARTIDO UNIDO DE LA REVOLUCION SOCIALISTA DE MATANZAS, EFECTUADO EN EL CAMPO DEPORTIVO “RENE FRAGA “
Fidel Castro
[30 de Marzo de 1963]

― Departamento de versiones taquigráficas del Gobierno revolucionario ―

Compañeros y compañeras del Partido Unido de la Revolución Socialista; Pueblo de Matanzas:
En días recientes, en ocasión de una visita a las oficinas de nuestro Partido en la provincia de Matanzas, a la salida de las oficinas nos encontramos con gran número de matanceros que habitan acudido a aquel sitio, y que con un gran entusiasmo nos pidieron que les hablara. Pero no había micrófono, y entonces yo les prometí que vendría a hablarles a ellos y a todo el pueblo de Matanzas, y a Jovellanos, y a Cárdenas, y a Unión de Reyes y a todos los pueblos.
Y así acordamos con los compañeros dirigentes del Partido en la provincia esta reunión con los militantes de nuestra vanguardia revolucionaria y con el pueblo; y así en unos días —tres días— se organizó este acto. Hacía falta el acto.
Desde luego que no es simplemente con palabras que se resuelven los problemas, ni es simplemente con palabras que se hacen revoluciones. Pero esta reunión era necesaria, entre otras cosas para que los enemigos de la Revolución no se hicieran ilusiones. Esta provincia pequeña, pero entusiasta, es la provincia que geográficamente queda más próxima a Cayo Hueso y a la zona esa del territorio de Estados Unidos. Esta provincia también es la provincia donde más penetran las estaciones de radio de Estados Unidos, debido a esas razones; y a otras razones del pasado, que ellos no ignoran, como era el hecho de que en esta provincia una de las principales industrias del pasado fue la politiquería. Y en esta provincia, en esta provincia los partidos tradicionales tenían bien organizadas maquinarias electorales, porque en virtud del sistema existente había un gran número de senadores y de representantes y de políticos de todos los matices que tenían una determinada influencia, sobre todo en nuestros campos.
Por toda una serie de esas circunstancias, ellos llegaron a hacerse la ilusión de que Matanzas era un terreno propicio para la contrarrevolución (EXCLAMACIONES DE: “¡No“!) Desde luego que los hechos, la presencia de ustedes, la organización de este acto, la enorme multitud que se ha reunido aquí en la noche de hoy, es una buena respuesta a los enemigos. Y es una buena prueba de que los matanceros están claros.
Claro está que los actos de hoy no son como en el pasado; claro está que estamos ya muy lejos de aquellos tiempos en que obligaban a los empleados públicos, a los trabajadores de obras públicas y a cuanta persona tenía alguna relación con el gobierno a asistir a los actos. Están lejos ya aquellos tiempos en que se pagaban cinco pesos por venir a un acto, porque es que hoy no existen en nuestro país ciudadanos en la necesidad de andar mendigando ni andar vendiendo su presencia por dinero; dinero que era robado descaradamente al tesoro de la República.
Aquellos tiempos han ido quedando atrás. No es esa ya la atmósfera que se respira en nuestro país. Aquellos vicios repugnantes van quedando atrás; los politiqueros fueron quedando atrás, los esbirros fueron quedando atrás, los discriminadores fueron quedando atrás, los explotadores fueron quedando atrás, los explotadores del juego y del vicio también fueron quedando atrás. Cuando nosotros decimos fueron quedando atrás, no creemos que todos fueron quedando atrás. He empezado por recordar esto, porque los revolucionarios debemos tener siempre un punto de comparación, y ese punto de comparación es el pasado. Siempre debemos tener presente ese punto de comparación para adquirir conciencia de lo que hemos cambiado. Los revolucionarios debemos tener conciencia de los cambios que hemos hecho, de los logros que hemos alcanzado y de lo que nos falta por alcanzar. Los revolucionarios debemos tener conciencia de nuestros éxitos y de nuestros errores; debemos tener conciencia de nuestros triunfos y de nuestros reveses; debemos tener conciencia de nuestra fuerza y de nuestras dificultades.
Y los revolucionarios debemos saber qué es la Revolución. Tener una idea de sus causas y de su trayectoria; y, sobre todo, los revolucionarios debemos recordar que la Revolución es obra del propio pueblo. Y que este pueblo de ahora, este pueblo aquí reunido, no está en la misma situación, ni mira la vida de la misma manera como la miraba ayer. Y cada uno de los hombres y mujeres, mayores o menores, como individuos, como ciudadanos, tiene acerca de sí mismo, de sus derechos a la vida, un concepto y una manera de ver las cosas muy diferentes de ayer.
Porque hoy aquí cada hombre y cada mujer se siente algo, y en el pasado sentía que no era nada, que no significaba nada, y era como si no valiera nada. Y cada hombre y cada mujer hoy ve las cosas de forma distinta, sabe que es algo, sabe que tiene derechos, sabe que puede mirar hacia la vida de una forma distinta.
Y no hay joven hoy, no hay hombre o mujer hoy, casi pudiera decirse que no hay viejo hoy que no mire hacia el porvenir, que no sienta que el porvenir es suyo. Pero, sobre todo, jóvenes. No hay joven hoy que no piense estudiar, no hay joven que no piense en aprender algo, en superarse, en llegar a realizar en su vida una misión, una tarea, a vivir de una manera decorosa y útil dentro de su patria.
Y aun entre los obreros, ya con familias constituidas, con un trabajo determinado, es extraordinario el espíritu de superación, el deseo de aprender, el deseo de estudiar. Es todo un pueblo mirando hacia adelante.
Claro está que en el pasado existían minorías sin preocupaciones materiales de ninguna índole, existían minorías que todo lo tenían. De esas minorías no hablamos porque esas minorías nunca fueron el pueblo, porque esas minorías nunca sintieron los dolores y las necesidades del pueblo, porque esas minorías nunca pensaron si una familia se acostaba con hambre, si un enfermo carecía de una medicina o de un médico, si no tenía trabajo, si sus hijos no podían estudiar. Esa minoría que lo poseía todo no sentía dolor alguno por el resto del pueblo, por las necesidades del pueblo.
Y si una mujer no tenía trabajo, no iba a encontrar precisamente una escuela donde la enseñaran, no iba a encontrar precisamente un taller. Y las hijas de los campesinos no iban a encontrar una beca para adquirir un conocimiento útil. No, porque aquella sociedad expoliadora y egoísta, para los hombres y mujeres humildes del pueblo, reservaba lo peor.
Y ese es el pueblo, aquel pueblo olvidado de ayer que no tenía escuela, aquel pueblo olvidado de ayer que no tenía oportunidad de ir a los centros de enseñanza superior y a las universidades, aquel pueblo que no era dueño de fábricas, que no era dueño de grandes fincas, aquel pueblo pobre y humilde, ese es el pueblo que hace la Revolución.
Nosotros debemos combatir contra nuestros errores, nosotros debemos combatir contra nuestras deficiencias. Pero no se olvide nunca nadie que esos errores y esas deficiencias son los errores y las deficiencias de un pueblo, de un pueblo humilde, de un pueblo pobre haciendo su Revolución.
Porque los sabios, los inteligentes, los que sabían mucho, los vivos, esos no iban a trabajar para el pueblo. Los vivos, los que sabían mucho, se fueron. Y siempre se fueron creyendo que el pueblo sin ellos no podría marchar, que el pueblo sin ellos no podría organizar, que el pueblo sin ellos no podría producir. Esos que emigraron creyeron que el pueblo fracasaría, que el pueblo sería incapaz, que como ellos tenían la cultura, como ellos tenían la experiencia, al faltar ellos, todo se derrumbaría.
Y desde luego que hemos tenido que aprender. El pueblo ha tenido que aprender y al pueblo le falta mucho por aprender.
Y en muchos sitios nos encontramos un compañero, hombre o mujer humilde del pueblo, que se equivoca, que comete errores, que hace las cosas mal hechas. Y, efectivamente, contra las cosas mal hechas, contra las equivocaciones, el pueblo tiene que luchar incesantemente. Pero no hay que olvidar que esos hombres y mujeres humildes del pueblo, cometiendo errores, muchas veces tratando de hacer las cosas a su entender lo mejor posible, no es el latifundista, no es el millonario, no es el graduado en una universidad americana o en un high school; es un obrero, un campesino, un hombre humilde del pueblo.
¿Quiere decir esto que nosotros debemos justificar los errores? No. Quiere decir que este hecho explica los errores de un pueblo que tiene que aprender a marchar, que tiene que aprender a administrar sus riquezas, y que tiene que aprender a adquirir los conocimientos para poder, de pueblo humilde y de pueblo pobre, de pueblo explotado y de pueblo oprimido, construir su futuro. Y eso no debemos olvidarlo.
Siempre tener presente que la Revolución es la obra del pueblo, es la tarea del pueblo, y que solo del pueblo, solo de su fuerza, solo de su inteligencia vendrán las soluciones de los problemas. Y el pueblo debe estar consciente de sus dificultades, el pueblo debe estar consciente de los obstáculos, el pueblo debe estar consciente de la lucha que está librando contra el pasado, contra fuerzas poderosas, reaccionarias, que tratan de crearle al país todas las dificultades posibles. El pueblo debe estar consciente de que la Revolución no es una tarea fácil, de que la Revolución no es un problema de unos pocos días o meses, o de unos pocos años, que la Revolución es una tarea de muchos años.
En la Revolución el pueblo empieza por abrir los ojos. Abre los ojos a una serie de realidades, abre los ojos a una serie de verdades.
Y esas verdades no las enseñaban los politiqueros de ayer, esas verdades no las enseñaban los explotadores de ayer, esas verdades no las enseñaban los ladrones de ayer.
Aquellos que se robaban el dinero de las escuelas, aquellos que se robaban el dinero de los hospitales, aquellos que se robaban el dinero de las obras públicas, aquellos que se hacían millonarios de la noche a la mañana y luego los veíamos en una boleta electoral, ¿qué podían enseñarle al pueblo, qué podían decirle al pueblo?
Y si aquí, en una noche como hoy, trajéramos a cualquiera de aquellos politiqueros, ¿de qué hablarían?, ¿qué le dirían al pueblo?, ¿qué le prometerían al pueblo? Si a cualquiera de aquellos ladrones y corrompidos lo trajéramos aquí, ¿es que acaso podría discutir con uno solo de los ciudadanos aquí presentes? (EXCLAMACIONES DE: “¡No!”), ¿con uno solo de los ciudadanos que ha abierto los ojos? Porque, ¿qué nos iban a prometer: el pasado? (EXCLAMACIONES.)
Claro, no hay la menor duda de que empezarían aquí a hablar de Martí y de Maceo, porque no había discursos de politiqueros en que no empezaran hablando de Martí y de Maceo, invocando falsamente, cínicamente, hipócritamente, el nombre de nuestros apóstoles de la independencia. Pero como no tenían nada que decir en concreto, excepto el “concreto “ que llevaban en la cara, tenían que irse por las nubes, engatusar a la gente y después mandar sus pandillas de politiqueros a comprar votos, a decirle a un campesino que si votaba por él iba a poder tener entrada en el hospital tal, hospital donde por cierto lo ponían a dormir en el suelo; o que si quería un empleíto cualquiera en Obras Públicas que le entregara la cédula; y si le podía conseguir tantos votos le iba a conseguir una botellita o en el gobierno provincial, o en el gobierno municipal, o en cualquier sitio.
El pasado, que era el pasado del país sin industrias, el pasado del país subdesarrollado, el pasado del país con un millón de analfabetos, el pasado del país con 600 000 niños sin escuelas, el pasado de un país donde toda la población rural carecía de asistencia médica, donde los hospitales eran una miseria, donde en el parque los blancos tenían que ir por un lado y los negros tenían que ir por otro lado (EXCLAMACIONES). El pasado donde a los clubs aristocráticos solo podían entrar sus encumbrados socios.
¿A dónde iba el pueblo? ¿Dónde estudiaba el pueblo? ¿A qué hospital iba el pueblo? ¿Cuál era el porvenir del pueblo? ¿Dónde vivía el pueblo?
Y así, a medida que crecía la población, se multiplicaban los barrios de indigentes, se multiplicaban los bohíos de piso de tierra, se multiplicaba el vicio, se multiplicaba la politiquería y se multiplicaban todos aquellos males que la Revolución ha erradicado. Eso es lo que pueden prometer los enemigos de la Revolución.
Pero más concretamente, ¿qué podían ofrecer al pueblo estos asesinos de niños, estos asesinos de mujeres, estos asesinos de obreros y de campesinos? (EXCLAMACIONES.) ¿Qué podían ofrecer al pueblo esas bandas de criminales que un día asesinan prácticamente a una familia completa, que otro día asesinan cobardemente a un miliciano, que otro día asesinan a un administrador, que otro día asesinan a un militante revolucionario? ¡Ah!, todos hombres humildes del pueblo víctimas de los criminales, todos hombres honestos del pueblo víctimas de los criminales, para sembrar el horror, para hacer vacilar a los cobardes y a los tímidos; sembrar el terror para hacer fracasar las campañas de educación, para hacer fracasar las campañas de producción, para hacer fracasar el esfuerzo del pueblo humilde.
¿Quién sostiene esas manos asesinas? ¿Quién paga esas manos asesinas? Los explotadores de ayer, los imperialistas, en cuyo seno se cobijan.
¿En nombre de quién actúan?, ¿en nombre de quién asesinan a un obrero humilde que vive de un modesto salario, sosteniendo honradamente a su familia? En nombre de los millonarios de Wall Street, en nombre de la United Fruit Company, en nombre de los ladrones, en nombre de los terratenientes, en nombre de los especuladores, en nombre de los dueños de centrales azucareros y en nombre de los ricos. En nombre de los enemigos extranjeros de la patria privan de la vida a un niño, privan de la vida a un honesto padre de familia, privan de la vida a un trabajador honrado que de la vida no ha conocido más que el trabajo, que de la vida no ha conocido más que las luchas, que de la vida no ha conocido más que el sacrificio, que de la vida no ha conocido más que el deber.
Y ellos asesinan no al cobarde que se entrega, no al cobarde que colabora con los asesinos; asesinan al patriota, asesinan al valiente, asesinan al que cumple con el deber, asesinan al revolucionario. Y así, esas plagas de criminales y de parásitos tratan de obstruir el esfuerzo del pueblo.
Un día recibimos nosotros una impresión profunda, porque visitábamos un albergue de becados y entonces una joven llorando desconsoladamente nos explicaba que su hermano había sido asesinado por una banda contrarrevolucionaria; lloraba y nos imploraba que utilizáramos todos los medios y todos los efectivos para combatir a los asesinos.
No son estos asesinos hombres dispuestos al combate. Su mentalidad es la mentalidad de los que quieren sembrar el terror mediante el crimen, no de combatir. Siguen las instrucciones que les da la CIA: sembrar el terror. ¿Salirle al paso a una tropa? ¡Jamás! ¿Combatir contra hombres armados? ¡Jamás! Encuevarse, enterrarse, y desde allí perpetrar sus fechorías y perpetrar sus crímenes.
Y en esta provincia de Matanzas los imperialistas se empeñaron en crear y organizar y sostener varias de esas bandas. Y recibieron la orden de comenzar sus actividades al principio de la zafra. Se sabe que durante la zafra es necesario movilizar el esfuerzo del pueblo, es necesario movilizar decenas y decenas de miles de hombres para cortar las cañas; se sabe que esa es nuestra tarea fundamental, se sabe que durante la zafra no es posible ni conveniente dedicar grandes fuerzas a combatir a esos enemigos, puesto que la tarea fundamental de la nación es la zafra.
Y ellos, valiéndose de esa circunstancia, comenzaron sus actividades al principio de la zafra.
Se sabe perfectamente —porque ya lo demostramos una vez en el Escambray— que cuando queremos no queda ni una aguja sin que la encontremos, se sabe perfectamente que cuando la
Revolución moviliza sus batallones de proletarios y de campesinos “limpia“, se sabe perfectamente que solo una Revolución puede resistir esas tácticas.
Claro está que cuando los revolucionarios se levantan en armas, los burgueses y los oligarcas no podrán jamás contrarrestar la acción de los revolucionarios. Pero aquí resulta que los imperialistas quieren emplear las tácticas que los revolucionarios han empleado para liberarse, las tácticas que emplearon en Argelia, las tácticas que emplearon también los revolucionarios en Vietnam del Sur, las tácticas que empleamos nosotros, las tácticas que usan los revolucionarios venezolanos, las tácticas que usan los revolucionarios guatemaltecos; tácticas de la Revolución que el imperialismo ha copiado para que las emplee la contrarrevolución.
Pero, ¿de qué manera, por ejemplo, en la Ciénaga de Zapata puede prosperar esa táctica, si allí la Revolución tiene 1500 carboneros que son milicianos?, ¿cómo pueden aspirar a tener éxito? Ellos, contra los revolucionarios de Vietnam, por ejemplo, emplean, incluso, la guerra química, concentran las poblaciones en aldeas para privar a los revolucionarios del apoyo de la población, desolan y devastan grandes regiones a base de productos químicos para privar a los revolucionarios de la protección de los árboles.
Pero todas esas tácticas resultan inútiles, todas esas tácticas fracasan, porque los revolucionarios representan una causa justa, porque los revolucionarios sí están a la ofensiva en el combate revolucionario, porque los revolucionarios no se ponen a esperar que invadan el país desde fuera, porque saben que ellos y solo ellos tienen que obtener la victoria, no asesinan, no siembran el terror.
Y los imperialistas han querido copiar esas tácticas de revolucionarios, pero la mentalidad de un contrarrevolucionario nunca será la del revolucionario. La del contrarrevolucionario será el crimen, el terror, la espera de que el extranjero venga e invada.
Y así, aquí en esta provincia, entre fines del mes de enero y principios de febrero, dos obreros de la COR fueron asesinados, una familia, entre ellos dos niños, fue acribillada a balazos. Y así se cometieron varios crímenes.
La Revolución no movilizó muchas fuerzas, la Revolución movilizó unas pocas fuerzas pero bien disciplinadas, bien dirigidas, y coordinó su acción con las fuerzas políticas, las fuerzas de Seguridad, y el resultado es que en poco más de 30 días han barrido con más del 60% de los elementos contrarrevolucionarios, y en unas pocas semanas más, van a “limpiar “.
Las fuerzas revolucionarias ya pusieron fuera de combate a las principales bandas de asesinos, a los que asesinaron aquellos dos niños. Y los que asesinaron a los dos miembros de la Comisión de Orientación Revolucionaria cayeron ayer. Cayó ayer la banda completa y su cabecilla, un tal Enrique Infante, soldado que estuvo al servicio de Batista (EXCLAMACIONES).
Los criminales siempre caen. Los que asesinaron —recordarán ustedes— a Conrado Benítez cayeron, los que asesinaron a Manuel Ascunce cayeron, los que asesinaron a Delfín Sen cayeron. Y ese es el destino de los criminales, ese es el destino de los asesinos de niños y de maestros y de trabajadores que quisieron hacer mérito ante el imperialismo cometiendo esas fechorías, pero que antes que el imperialismo con cuyo triunfo soñaron, con cuya invasión soñaron, llegó la justicia, llegó el castigo. Y a pesar de las tácticas y de las instrucciones que les ha dado la CIA, la Revolución está barriendo con ellos, sacándolos de sus cuevas.
Y no ha sido extraño encontrar algunas de esas bandas radicando en la casa de una “batiblanca“ (EXCLAMACIONES), de donde resulta que una de esa gente que predicaba no usar las armas, no trabajar los sábados, no ir a la escuela los viernes para no jurar la bandera, tenía en un sótano construido en la casa toda una banda de asesinos, precisamente la banda que asesinó a los niños. Crean ustedes ahora en las profecías de esos señores y en las palabras de esos señores.
Y claro, esos son los señores que ofrecen maravillas en el otro mundo. No van y le dicen a los ricos: “Deja tus millones, deja tus comodidades y sufre en esta vida para que vivas bien en la otra “; si no que van y le dicen al obrero explotado: “Sufre, trabaja y sacrifícate “.
Llegan al campesino que no tuvo una escuela, que aprendió a leer recientemente y entonces le llevan un librito. Ellos no fueron a enseñarlos a leer, porque, qué casualidad, antes, cuando había más de medio millón de niños sin escuelas y un millón de analfabetos, no se aparecía ninguno de esos señores con una cartilla de enseñar a leer y a escribir. No, esperó que la Revolución enseñara a leer y a escribir a todos los analfabetos, esperó que la Revolución enviara más de 15 000 maestros a los campos y entonces detrás fueron ellos con sus libritos y con sus mentiras, y desplegando una actividad inusitada.
Hay que aprender a conocer a los enemigos, hay que aprender a conocer a los enemigos de clase. No olvide nunca el pueblo que las clases ricas, las clases acomodadas, era gente culta, era gente “leída y escribida “—como diría un campesino—, era gente pilla, era gente de mucha trastienda y de mucha malicia y que tenía una cierta psicología para tratar a la gente y para engañar a la gente.
Y no olvide nunca el pueblo humilde que esas clases, unas partes están afuera y otras están todavía dentro; no olvide el pueblo humilde que esas clases subsisten todavía, y que en sus manos quedan numerosos recursos; y que en la Isla, sobre todo en el interior, hay todavía terratenientes y hay muchos burgueses con mucho dinero que saben, que hablan, que se confabulan con los de su clase, que se alían a todas esas sectas contrarrevolucionarias, que les dan dinero, que movilizan su plata.
Porque esos burgueses no se resignarán jamás al triunfo de los proletarios, no, aspiran a establecer de nuevo su régimen, aspiran a que vuelvan a existir las condiciones donde ellos puedan enriquecerse ilimitadamente a costa de la explotación del proletario. Y no se olviden nunca, un hombre o mujer humilde del pueblo, de esta verdad: que alguien solo puede enriquecerse explotando a otros, porque nadie se enriquece con el producto de su solo esfuerzo. Muchas veces han oído ustedes decir a los burgueses que ellos tienen, pero que eso se debe a su trabajo. Sí, trabajaron duro como burgueses, trabajaron duro como explotadores, igual que el mayoral trabaja con el látigo, igual que el antiguo dueño de esclavos, o el colonizador de los tiempos primeros de la colonia en nuestro país, que sudaba mucho haciendo trabajar a los indios. Y así hay burgueses que han hecho un gran esfuerzo explotando a los demás, y dicen: lo que tengo es producto de mi trabajo; de su trabajo como explotador.
Desde luego, no hay que considerar a los individuos individualmente culpables, cada sociedad produce un tipo determinado de hombre, y el capitalismo es la lucha feroz del hombre contra el hombre. Produce explotadores, y muchos hombres, en medio de aquella sociedad, se hacían explotadores.
Y no olviden que el enemigo de clase está presente, habla, intriga, trata de sembrar el desaliento, trata de sembrar la desconfianza, trata de destruir la fe del revolucionario. No lo olvide el pueblo humilde, que quedan por ahí los ricos con recursos. Esos son los que van por la carretera y pagan 20 pesos por un guanajo; esos son los que no dejan que el campesino llegue al pueblo, o cuando el campesino llega ya lo tiene vendido. ¿Para quién es esa gallina? Para Don Fulano. ¿Y para quién son esos huevos? Para Don Mengano.
Y entonces, con su dinero tratan de corromper, de corromper al campesino, llenarlo de ambición, y hacer que ese campesino en vez de vender aquel pollo a un precio razonable, al alcance de una familia humilde, quiera 10 pesos por el pollo, y el burgués pague encantado. No olviden que a los burgueses no les falta nada, no olviden eso. Y ustedes dirán: ¿Cómo no se pone fin a eso? Y es que a eso no se le puede poner fin así, simplemente con comprender el mal y tomar medidas. Porque una revolución no es tarea de un día, no es fácil una revolución. Porque incluso, cuando las grandes industrias son nacionalizadas, empieza una enorme tarea para organizarlas bien, para administrarlas bien, para abastecerlas de todas las piezas que necesitan, para racionalizar el trabajo. Y empieza entonces un enorme esfuerzo de organización y de producción, y eso no se hace en un día. La creación de un orden social nuevo no se puede hacer en un día.
Y el campesino, ese campesino que antes pagaba rentas y era explotado, ese campesino a cuya casa llegaba el guardia rural, el sargento, y se llevaba la gallina, y se llevaba el puerquito, y si el guajiro tenía gallo fino se llevaba el gallo fino también, y que no respetaba ni la familia. Ese campesino liberado por la Revolución, víctima de la ignorancia, ese campesino es un aliado de los obreros.
Si se toman medidas y se prohíbe esa venta, los problemas que se crean son mucho mayores, y por eso, ¿qué hizo la Revolución? Estableció un límite de lo que se podía transportar en automóviles, porque llegaban todos los señores que tenían flamantes automóviles; y muchos casquitos que tienen sus carritos de alquiler que algunos burgueses al marcharse les dejaron , iban por los campos comprando y vendiendo, y ganando mucha plata además, 20 o 30 pesos todos los días, cobrando lo que les daba la gana y trabajando unas horas, y además, hablando contra la Revolución.
Y todos esos males existen, esos son nuestros enemigos presentes, los enemigos de clase, que estorban, que crean problemas, son los que obligan a tomar medidas, a establecer los racionamientos; porque si no se establecen no es el obrero que gana un sueldo, un salario, quien va a acaparar a las tiendas. Si fuera por los obreros no habría problemas, son los burgueses los que van a comprarlo todo, a llevárselo todo y a dejar al trabajador sin artículos. Es decir que los que producen, los que trabajan, los que crean bienes materiales, no recibirían las cosas, y en cambio los vagos, los parásitos, tendrían de todo.
Sin embargo, el pueblo debe saber que la lucha contra sus enemigos de clase no se libra en un día, ni se gana en un día. La historia de las revoluciones enseña que esa lucha dura muchos años, y que es una lucha larga, y que los pueblos tienen que luchar mucho y esforzarse mucho en esa batalla.
Y los enemigos están ahí, ustedes los conocen, los ven, saben quiénes son, en cada barrio, en cada sitio. Preguntadles qué quieren, y quieren el capitalismo, quieren la explotación del hombre por el hombre, quieren el privilegio, quieren el parasitismo. Y hay una cosa muy lógica, una cuenta muy clara: mientras más tengan unos pocos, menos tendrán las masas.
Y claro está que cuando se gobierna en bien de las masas, cuando cada hombre tiene derecho a recibir algo, mucho dividido entre muchos da poco, y para que mucho dividido entre mucho de mucho, hay que multiplicar ese mucho con el trabajo y con la producción.
El capitalismo es mucho dividido entre pocos, y para los más el mínimo posible, para que subsistan y tengan hijos que trabajen en las fábricas y en los negocios de los burgueses. La misión de la gran masa trabajadora obrera y campesina era trabajar para los burgueses y tener hijos para los burgueses, para trabajar para los burgueses, y tener hijas para los prostíbulos de los burgueses y para la diversión de los burgueses. Eso es el capitalismo, y los gusanos quieren eso, quieren el capitalismo, quieren la fórmula de “muchos para pocos “. Y nosotros queremos “mucho para muchos “ .
Es lógico que al repartir lo que tenemos entre muchos toque poco, porque nuestro país era un país sin industrias, porque nuestro país era un país sin desarrollo, sin desarrollo económico. Y cuando el pueblo tomó el poder y tomó esas riquezas, no le dejaron una herencia abundante en fábricas.
Todo había que importarlo; ¡caro que nos cobraban todo lo que traíamos! Y, desde luego, cuando el pueblo tomó sus riquezas en sus manos tuvo que enfrentarse a muchos problemas. Primero, el odio de una clase desalojada de sus privilegios; segundo, el odio de un imperialismo del cual se había liberado la nación explotada; tercero, la inexperiencia del pueblo, porque al tener que sustituir a los burgueses en la administración, en las fábricas, en la organización del Estado, iban hombres y mujeres llenos de buena voluntad, llenos de entusiasmo, pero que nunca habían hecho eso antes.
Y esas dificultades son las que tiene que vencer el pueblo. El enemigo de clase, el enemigo imperialista; la inexperiencia; y, como decía en la universidad el 13 de marzo, el pasado y sus vicios, el pasado y su ignorancia: contra eso tiene que luchar el pueblo. Y a la vanguardia de ese pueblo debe ir el Partido. Y el Partido es eso: la vanguardia que reúne a los más entusiastas, a los más decididos, a los más firmes, a lo mejor de la patria, a lo mejor de cada centro de trabajo, a lo mejor de nuestros campos y de nuestras ciudades.
El Partido es la organización que tiene que dirigir esa gran batalla contra esos males; el Partido es la organización que debe estar en todos los frentes, rectificando todo lo que esté mal hecho, arreglando todo lo que pueda arreglarse, o explicando todo lo que no pueda resolverse. Hay que luchar por arreglar todo lo que no ande bien — y es lógico que muchas cosas no anden bien por las razones que nosotros les explicábamos—, y hay que luchar para arreglar todo lo que ande mal, y por explicar lo que no pueda resolverse.
Y en esta provincia, la Revolución ha tenido deficiencias; en esta provincia nuestras organizaciones de masa han tenido deficiencias; nuestra administración revolucionaria ha tenido grandes deficiencias; y nuestro aparato político ha tenido grandes deficiencias. Y el enemigo, el enemigo se vale de los errores, se vale de las deficiencias, y trata de sacar partido de eso, debilitar la fe revolucionaria.
¿Cómo han de reaccionar los revolucionarios? Como han reaccionado ustedes hoy aquí, diciendo presente, expresando la fe en la Revolución, llenando este estadio, y de tal manera, que muchos no han podido entrar; para decir, antes que nada: “Esta es nuestra Revolución, estamos con la Revolución “ .
Nosotros tenemos derecho para decir, tenemos derecho a actuar en la Revolución: nosotros, los revolucionarios. ¡Los contrarrevolucionarios no! Esos quieren no arreglar lo que ande mal, sino destruir la Revolución. El revolucionario quiere superar lo que no ande bien, pero siempre defendiendo a la Revolución, y poniendo a la Revolución por delante de la vida misma, porque la Revolución es nuestra dignidad, la Revolución es nuestro futuro, la Revolución es nuestra vida.
Y por parte de los compañeros dirigentes, el esfuerzo tenaz que han venido haciendo en las últimas semanas, explicando los problemas, dirigiéndose al gobierno central para explicar cualquier problema, cualquier necesidad, para preguntar qué problema puede resolverse o saber cuál es el que no puede resolverse, y a su vez explicarlo al pueblo, para que no haya nadie creyendo que algo no se resuelve porque no se quiera, sino en todo caso porque no pueda de momento resolverse.
El esfuerzo que han ido haciendo nuestros compañeros de la dirección provincial de nuestro Partido; los compañeros de la seguridad y los compañeros del ejército, combatiendo a los enemigos. Pero detrás del combate, detrás de la lucha frente a los enemigos, el avance político, la movilización de los cuadros políticos; adentrarse en los campos de la provincia para hablar con los aliados del proletariado, con los campesinos, con los pequeños agricultores de la provincia ; preguntarles por sus problemas, explicarles las cosas, exhortarlos a producir, a mejorar la producción en todos los órdenes; al mismo tiempo que los organismos destinados a la atención de los campesinos, distribución de abonos, de semillas, de materiales que necesitan para el trabajo, de créditos, de mercancías y del acopio de los productos, se coordinen, superen sus deficiencias, de manera que no se quede una malanga sin recoger, una sola naranja — aunque sea chiquita— sin recoger, porque el pueblo tiene poder adquisitivo y hay que recoger todo lo que se produzca y brindar medios fáciles y procedimientos fáciles, para que los campesinos lleven sus productos, y tengan interés en llevar sus productos.
Y explicarle al campesino los problemas de la Revolución, el interés que la Revolución ha puesto en ellos y pone en ellos; el respeto que la Revolución tiene a sus intereses de pequeño agricultor, del que trabaja con su esfuerzo, del que no explota a nadie. Y contrarrestar las mentiras de los contrarrevolucionarios y de los farsantes.
Ir al campo, hablar con ellos, conocerlos, trabar amistad con ellos, y estrechar la alianza de nuestros obreros con nuestros campesinos. Esa ha de ser tarea fundamental del Partido: impulsar la producción en todos los órdenes, en los campos y en las fábricas; estudiar todas las deficiencias administrativas; coordinar, resolver los problemas, solicitar el apoyo del gobierno central.
Porque es lo cierto que a la Revolución — y de eso hablábamos nosotros recientemente— le faltan una serie de organismos de conexión. Tiene que haber el Partido, en primer lugar, pendiente de todo, con la pupila alerta para luchar en todo y en favor de todo, de la solución de los problemas.
Pero, además, tenemos que llegar a organizar el poder local, que atienda los intereses locales, que resuelva los problemas locales. Y ya por eso estamos haciendo un experimento en la provincia de La Habana, en el término municipal de Güines. Y hay que establecer los organismos provinciales, porque a veces no hay conexión entre la localidad y el gobierno central; a veces hay un problema en un lugar, y no lo sabe nadie que pueda resolverlo; que con el Partido constituido en cada municipio, en cada sitio, con las organizaciones locales, siempre habrá alguien luchando por rectificar lo que esté mal, coordinar, explicar. Y de manera que el pueblo vea cómo su vanguardia está atenta luchando contra el enemigo, dando ánimo, alentando, y al mismo tiempo resolviendo. Y ya que el enemigo se quiso empeñar en querer hacer de esta provincia una provincia contrarrevolucionaria, vamos a empeñarnos todos en hacer de esta provincia una provincia muy revolucionaria. Vamos a enseñarles a nuestros enemigos cómo trabaja la Revolución, vamos a enseñarles a los burgueses, a los imperialistas, cómo trabaja la Revolución, y cómo les gana la batalla la Revolución. Vamos a desarrollar la conciencia revolucionaria. Y hay que desarrollar la conciencia revolucionaria para que cada hombre y mujer comprenda, para que cada hombre y mujer tenga fe en su Revolución; porque esta es su Revolución, esta es su oportunidad, su gran oportunidad.
La oportunidad que no tuvo nuestro pueblo después de 30 años de lucha por su independencia, la oportunidad que no tuvo nuestro pueblo en 60 años anteriores, porque si la hubiese tenido años antes, si el pueblo hubiese tenido esta oportunidad, ¡cuánto no habría creado, cuánto no habría hecho, cuántos recursos tendríamos para todo! No habríamos tenido que empezar desde el principio mismo a preparar, a liquidar la ignorancia, a movilizar decenas y decenas de miles de jóvenes que serán nuestros futuros técnicos, magníficos técnicos, incomparablemente más capacitados que los que ayer salían de nuestros centros de enseñanza, porque hoy nuestros jóvenes sí estudian, y estudian el doble, y el triple, y el cuádruple de lo que se estudiaba ayer. Y hasta los adultos están capacitándose, están estudiando, porque hemos tenido que empezar por lo más elemental.
Claro está que nuestro país recogerá sus frutos, los frutos de su esfuerzo, de lo que está haciendo hoy. Nadie lo va a hacer por nosotros, no nos va a caer del cielo. Tenemos que hacerlo nosotros, tenemos que crearlo nosotros. Y aprovechar esta oportunidad de nuestro pueblo, esta oportunidad de nuestra historia, que ya ha significado mucho no solo para nosotros; ha significado para toda la América, porque muchos de los problemas que la Revolución ha resuelto ya —analfabetismo, por ejemplo—, es lo que los imperialistas dicen que van a resolver con su Alianza para el Progreso en 10, 15 o 20 años. Los problemas del desempleo, los problemas de la salud, que la Revolución ha resuelto, es lo que ellos hablan de resolver en 10 y 15 años.
Eso de enviar médicos a los campos fue una de las primeras cosas que hizo la Revolución; eso de enviar maestros hasta los últimos rincones del país, eso fue lo que hizo la Revolución; eso de acabar con la explotación de los campesinos, la Reforma Agraria, fue una de las primeras cosas que hizo la Revolución. Y acabar con los abusos que en la vivienda y en todos los órdenes padecía el pueblo.
La Revolución ha hecho en cuatro años lo que ellos hablan de hacer en 20. Pero, ¿cómo? ¿Qué maestros encontrarán para las selvas? ¿Qué médicos encontrarán para las selvas, si no son hombres del pueblo, extraídos de los propios campos?, como hace la Revolución hoy, que le da a todo joven, obrero o campesino —aunque viva en el más apartado lugar de la sierra—, la oportunidad de estudiar, la oportunidad de convertirse en un técnico, en un médico, en un maestro, en un profesor, en un ingeniero.
¿Qué niño en nuestra Patria...? (EL COMANDANTE CASTRO ES INTERRUMPIDO, CANTANDOSE UN HIMNO REVOLUCIONARIO). (APLAUSOS Y EXCLAMACIONES DE: “¡Fidel, Fidel!”)
Y nosotros nos alegramos profundamente de ver aquí la nutrida presencia de los maestros, porque los maestros tienen una tarea fundamentalísima en la Revolución. Puede decirse que la más importante tarea en la Revolución. Los maestros son los que tienen que librar esa batalla contra la ignorancia, ir forjando, ir modelando la inteligencia clara de los hijos de este país.
Porque qué niño hoy — les decía—, qué niño no tiene hoy la oportunidad de aprender en nuestra patria. Y tiene que ser un orgullo muy grande para nosotros, todos los cubanos, poder afirmar esto, esto que no se puede afirmar hoy en ningún otro pueblo de nuestra América. Qué niño no tiene la oportunidad, sea cual fuere el lugar donde viva, no importa el número de sus hermanitos, si quiere tiene el maestro, tiene las oportunidades, de manera que ni una sola inteligencia se pierda. ¡Y grande ha de ser el porvenir de un país que no perderá una sola de las inteligencias de sus hijos!
Y eso es algo fundamental que le interesa a la Revolución extraordinariamente, porque es la inteligencia humana y el trabajo humano lo que crea, lo que produce. Y, por eso, en las montañas de Oriente, en la escuela prevocacional, hay en este momento cerca de 4 000 alumnos, entre los que ya están estudiando la primera fase, y entre los que se están nivelando. Y el año que viene tendremos 6 000 en las escuelas de Minas del Frío , que irán satisfaciendo cada vez más las necesidades futuras. Y los planes de superación de nuestros actuales maestros, que año por año se irán capacitando cada vez más para cumplir la sagrada misión que tienen.
Y, por eso, debemos mirar hacia el mañana, porque el mañana nos pertenece por entero. ¡No importa lo que los enemigos digan! Los enemigos no piensan en el mañana, los enemigos piensan en el ayer.
¡Para nosotros amaneció; para ellos anocheció y anocheció para siempre! A nosotros nos iluminan los primeros rayos de la aurora, a nosotros un sol brillante nos alumbrará el camino. ¡En nuestras manos está ese camino, saberlo recorrer, saberlo defender!
No ha sido fácil el camino, nunca fue fácil el camino para nuestra patria. Largo y duro fue para nuestros primeros luchadores, para nuestros mambises, larga y dura lucha, decenas de años combatiendo. Para nosotros ese camino no será ni mucho menos fácil; largo y duro. Pero en eso está el mérito de nuestro pueblo, en eso está la grandeza de nuestro pueblo. Y eso es lo que ha de quedar consignado en la historia de este pueblo, historia que escriben hoy, historia que escriben no los parásitos sino los humildes; mundo que crean los humildes; no los pillos, no los inteligentes, sino los inteligentes en otro sentido, aquellos que llevando en sus pechos los mejores corazones y en sus cerebros las mejores inteligencias no pudieron desarrollarlas, y empiezan a desarrollarlas ahora.
Lo que tiene de más emocionante la Revolución es que no es la Revolución de los poderosos, no la de los ricos, no la historia de ellos y para ellos, sino de los humildes contra los poderosos, los humildes enfrentándose y venciendo.
¿Quién le habría dicho a nadie en nuestra patria que este pueblo habría podido erguirse y mantenerse frente a los imperialistas yanquis? ¿Quién le habría dicho a nadie en nuestra patria que este país pequeño habría podido hacer una revolución como esta frente a la voluntad de los gobernantes yanquis, y que con todo su oro, todo su poderío, todas sus armas, no hayan podido derrocar la Revolución, no hayan podido debilitarla siquiera; y que con el apoyo y la solidaridad de los proletarios, de los humildes que en otras partes del mundo hicieron también su revolución, los humildes de Cuba, los proletarios y los campesinos de Cuba, pudieran un día erguirse y resistir, y al cabo de cuatro años, decir: “La Revolución está en pie pese a las agresiones, pese a los bloqueos, pese al esfuerzo desesperado de los imperialistas “. ¡Está en pie y fuerte, está en pie y militante, está en pie y combativa! Y este acto de hoy significa eso.
¿Qué importan las dificultades de hoy, qué importan los sacrificios de hoy, qué importan las cosas que nos falten hoy? Hoy nos faltan algunas cosas. No podemos dar a todos, todo, porque entre todos tenemos que repartir lo que tenemos. Y repartimos lo que tenemos entre todos . Y entre todos hemos repartido mucho en algunas cosas. ¡Entre todos y a todos nos ha tocado mucho honor, mucha gloria, mucha dignidad, mucha vergüenza! Y a todos nos ha tocado el derecho al futuro, a todos nos alumbran los rayos de la aurora.
Matanceros: es la segunda vez que me reúno con ustedes después del triunfo de la Revolución. La primera: aquella vez el 7 de enero. Entonces todavía la Revolución no había profundizado, la conciencia revolucionaria no había avanzado; éramos un pueblo entusiasta, pero todavía no podíamos ver con la profundidad que vemos hoy, con el alcance que vemos hoy; no habíamos pasado por las pruebas que hemos pasado hoy.
Pero hay algo importante, hay algo significativo. En tres días se organizó este acto, y hay hoy aquí más hombres y mujeres que los que me recibieron el 7 de enero de 1959 (APLAUSOS Y EXCLAMACIONES DE: “¡Fidel, Fidel!”). Y con una diferencia: hombres y mujeres conscientes, hombres y mujeres que saben lo que hacen, hombres y mujeres que comprenden, hombres y mujeres que serán leales hasta la muerte, a la patria y a la Revolución.
Por eso, matanceros, ¡hoy aquí podemos decir que venceremos, que le ganaremos la batalla a la contrarrevolución, que le ganaremos la batalla a los imperialistas, que mejoraremos en todos los frentes de trabajo, y que en Matanzas la bandera de la Revolución se erguirá cada vez más, y que esta lección no la olvidarán jamás los enemigos de la patria, y que esta noche, este acto, tampoco nosotros, los revolucionarios, lo olvidaremos jamás!
Por eso, matanceros, gritemos más alto que nunca:
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
FIDEL CASTRO RUZ

Fuente: http://www.cuba.cu/gobierno/discursos

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