agosto 28, 2012

Debate Carnes Argentinas y Monopolio Extranjero: Contestación de Lisandro de la Torre a una publicación del Ministro de Agricultura, Ing. Duhau (1934) -3/12-

CONTESTACIÓN A UNA PUBLICACIÓN DEL INGENIERO DUHAU
Lisandro de la Torre
[1934]

[3/12]
«LA NOCHE DEL SABADO»
El señor Duhau, mal aconsejado, se empeña en agravar su situación y me obliga a contestarle. Lo haré de buen humor.
La incidencia es conocida: un desplante suyo en el Senado, en la inolvidable “noche del sábado”. No encontró mejor manera de escapar a los efectos demoledores de mi discurso que personalizar el debate y balbuceó, para su desdicha, una injuria recogida en los pasquines que, para honor mío —como lo dije en el Senado—, me atacan permanentemente. Fue aquello del impuesto a la cerveza.
EL IMPUESTO A LA CERVEZA
Casi inoficioso parece que refiera el caso, pues pocos lo ignoran. Los diputados doctores Roberto M. Ortiz, Obdulio Siri, Luciano F. Molinas, Diógenes Taboada, yo y otros miembros de la comisión de presupuesto de 1923, sorprendidos por informes inexactos, firmamos a última hora, sin leerlo, un despacho donde se había introducido clandestinamente una rebaja en el impuesto a la cerveza.
El primero en advertirlo fui yo, y de acuerdo con los colegas que he nombrado, hicimos anular el despacho por la comisión. Yo expuse después en la Cámara lo ocurrido, explicando el motivo del retiro.
Esa actitud clara y honrosa sirvió de pretexto para difamarme, ocho años después, durante la campaña presidencial de 1931, y con tal motivo, los que ignoraban el asunto se enteraron de la falsedad de la imputación y de la perfidia de los ataques. Es inadmisible, pues, que el señor Duhau pueda ser el único habitante del país que permaneciera en la ignorancia de los hechos. Júzguese entonces de su altura ministerial al recoger la calumnia. Recogió lo que le constaba ser falso.
LA RENUNCIA DE LOS SEÑORES POSADAS Y ACHAVAL
Yo le contesté como debía contestarle, y a fin de que recibiera una provechosa lección objetiva, le recordé lo que se dijo de él cuando los señores Posadas y Achával renunciaron a la comisión de desagües de la provincia de Buenos Aires, presidida por él, condenando sus procedimientos, y cuando el gobernador Vergara lo devolvió a la tranquilidad del hogar, después de intervenir la comisión de desagües y de retirarle el manejo de los fondos.
He ahí la cuestión, y, por lo tanto, si el señor Duhau lograra demostrar que las versiones circulantes eran inexactas, más oportuno que nunca resultaría lo que yo le recordé o sea, que en su caso no era admisible recoger inconscientemente cualquier injuria para esgrimirla desde una banca ministerial acéfala, sin comprometer el decoro del cargo y sin perjuicio de retractarse en seguida.
Yo tendría pleno derecho entonces a no dar curso a aclaración alguna respecto de la versión que recogí, bastándome no haberla inventado yo. Si el ingeniero Posadas y el señor Achával renunciaron en 1923 y no en 1928, y si el gobernador a quien expusieron los motivos de su renuncia fue el señor Camilo y no el señor Vergara, son cuestiones secundarias. En 1923 presidía también la comisión de desagües el señor Duhau, y los renunciantes le imputaron a él actos de tal naturaleza que los inducían a no continuar bajo su presidencia.
¿QUIEN REABRIO EL INCIDENTE?
Aclarado de este modo lo que se refiere al incidente parlamentario, entraré a la polémica periodística, no menos curiosa.
Pretende el escrito que firma el señor Duhau, que yo he reabierto un incidente cuatro días después de terminado, publicando una carta. No es verdad; fue él quien hizo publicar una carta improcedente por los cinco ex vocales de la comisión a quienes yo no había aludido, puesto que no renunciaron, y de ese modo me impuso la necesidad de contestar. Después es él quien aparece con su escrito en varios “Campos Neutrales”.
Su actitud reclama un comentario aparte, pues no hay memoria de que ministro ni legislador alguno haya sacado del Parlamento una incidencia originada en él. El ministro de Agricultura debió renovar el debate en el Senado si no lo consideraba concluido; pero lejos de proceder así sale a los diarios, y olvidando los intereses públicos intenta vengar con ataques personales el cargo que lo anonada, de haber servido en el Ministerio los intereses del monopolio de las carnes y lesionado los de la ganadería nacional. Y ni siquiera logra su objeto, porque todo lo que le han hecho decir a ese efecto es ridículo.
En segundo término atribuye “a una derrota parlamentaria, para mí inesperada, la pasión irrefrenada que me llevó a lanzarle cargos”. Demostré ya que fue él quien lanzó los cargos, y en cuanto al debate en sí, nadie ignora su desenlace: el señor Duhau parecía la estatua del infortunio, y hasta los senadores de su filiación lo abandonaron en su descalabro, a los solícitos cuidados de la falange de funcionarios ministeriales que lo asistían y le mandaban papelitos con indicaciones. Es imposible que el señor Duhau tan contrito y compungido la noche del sábado, haya escrito esa frase de su puño y letra. Cualquiera que entienda algo del oficio de escribir, reconstruiría la escena en que le hicieron el parrafito y la cita de Aristófanes. Tratándose de un ministro, el asunto tiene gravedad.
LA VIDA POLITICA
Mi vida pública y mis rasgos personales caen después bajo los primores literarios del adlátere, y me, define, de entrada, como un ideólogo impetuoso, pero a las pocas líneas se olvida de la definición y me presenta como un “evolucionista” reflexivo. ¿En qué quedamos? Si soy un ideólogo no puedo ser al mismo tiempo un oportunista, puesto que lo uno es lo contrario de lo otro. Es un lapsus parecido al del Senado cuando el señor Duhau me dijo que estaba “enervado”, queriendo decirme “excitado” y al hacérselo notar, sostuvo que “era lo mismo”.
Señala después mis contradicciones en la vida pública, creyendo verme unas veces al lado de conservadores y otra al lado de socialistas, y esto lo dice él, “el estanciero radical” que habiendo sido candidato a diputado irigoyenista en la provincia de Buenos Aires y director del Banco de la Nación en el gobierno del doctor Alvear, se alistó entre los vencedores del 6 de septiembre al día siguiente de su victoria.
Mi línea política no ofrece contradicciones. Radical de ideas, jamás me he apartado de mis orientaciones iniciales. Mi separación del partido radical, por no aceptar la dirección revolucionaria que le imprimía el señor Yrigoyen, no implicó cambio alguno en mi manera de pensar, ni me alejé del partido para aproximarme a ninguna situación, a diferencia de lo que han hecho el señor Duhau y centenares de otros políticos prácticos. En 1914 acepté la presidencia de un partido que recién se formaba, con un programa más democrático que el programa radical —el Partido Demócrata Progresista:- y no averigüé de dónde venían los demás adherentes. A poco andar los conservadores pretendieron imponer su ideología y sus métodos al Partido Demócrata Progresista y los dejé que se fueran, sin hacer nada por detenerlos: “sin pena y sin remordimiento”, dije en la Cámara de Diputados y me sometí en adelante a una casi absoluta pasividad política antes que aceptar orientaciones contrarias a mis sentimientos. En 1930 el general Uriburu me ofreció el Ministerio del Interior de la revolución que preparaba, pero como se proponía establecer una dictadura militar, decliné el ofrecimiento, no obstante la vieja amistad que manteníamos y las perspectivas políticas extraordinarias que semejante situación podía abrirme. No son muchos los que habrían procedido en esa forma por no servir a una dictadura.
LA MÁS ALTA CIFRA DE VOTOS
Este punto lo aclaré en vida del general Uriburu en respuesta a su manifiesto al descender del mando provisional. En 1931 acepté por segunda vez mi candidatura. a la presidencia de la República proclamada por la Alianza Demócrata Socialista y obtuve en la Capital, donde se votó libremente, la más alta cifra de votos que jamás se ha visto, no obstante las diatribas de la jauría que me persigue. Acepté la candidatura sabiendo que mi triunfo era imposible porque no habría libertad electoral en el resto de la República, y esa aceptación de una candidatura de alianza no implicaba contradicción alguna, pues coincidía el programa de la Alianza con mis más viejas y arraigadas ideas.
He ahí las pretendidas mutaciones de mi vida pública que en ningún momento se aparta de la línea recta y me proporciona una satisfacción curiosa: la de no haber formado parte de ningún gobierno por no apartarme de mis convicciones.
LA MISMA CANTINELA
Me inventa después el escrito que firma el señor Duhau, amarguras que jamás he sentido, rencores que nunca han corroído mi corazón, rupturas violentas con mis mejores amigos y el haber “abominado” del general Uriburu.
Es la misma cantinela de los pasquines aludidos que nunca me ha inquietado, y la reedición sugestiva de los discursos de los socialistas independientes en la campaña presidencial de 1931. Hay párrafos que parecen copiados y dados a firmar al inocente señor Duhau. No contienen una palabra de verdad.
En ningún momento, ni a raíz de derrotas que no me preocupaban, cuando el fraude decidía la suerte de las elecciones, he sentido amargura por causas políticas, y eso se explica, porque jamás me han perturbado ambiciones de mando, ni propósitos obstinados de figuración, como a otros. Habrá muchos que no lo crean al observar mi tenacidad en la lucha, pero yo invito a que se recorra toda mi vida y se busque un solo acto del que resulte que yo haya sacrificado alguna cosa por acercarme al poder. No se le encontrará. Esa es mi fuerza y mi debilidad.
SI HAY ALGO NOTORIO
Igual falsedad hay en la referencia a mi alejamiento, en actitud airada, de mis mejores amigos. Si hay algo notorio en mi vida es la persistencia de mis vinculaciones amistosas, personales y políticas. Podrá existir, alguna excepción que no me sea imputable. Permanezco amigo de mis más viejos amigos, y hasta prolongo mi amistad en sus hijos. Me emociona a veces la adhesión que me demuestran. Más de uno ha sacrificado un porvenir brillante en la vida pública por seguirme en lo que llamaré, si énfasis, mi ostracismo.
UNA ACLARACION
En cuanto a los ataques abominables al general Uriburu, es otra falsedad. En vida de él lo aclaré, como acabo de recordarlo. De una frase de su manifiesto parecía deducirse que él creía también en mis ataques, dando crédito al círculo que lo rodeaba, y yo le pedí que me señalara la palabra o la línea donde yo lo hubiera atacado personalmente. “Lea mis discursos”, le dije, “no encontrará un solo ataque personal”. Y el general Uriburu calló, porque, en estricta verdad, yo me había limitado a la crítica de sus actos, que dieron por resultado el triunfo del fraude del 8 de noviembre, como expresión definitiva de la revolución de septiembre.
LA ACCION MINISTERIAL
No podía faltar, lógicamente, la imprecación airada contra mi pretendido espíritu destructor, que el señor Duhau encuentra especialmente injusto tratándose de él, que se considera “pura acción”.
Lo dice con incontenible comicidad, después de no haber distribuido la cuota de carnes del convenio de Londres en dieciséis meses de espera funesta para la ganadería nacional y altamente provechosa para las empresas monopolizadoras; y reivindica, con motivo de la comisión de desagües que presidiera, el record de la inacción al admitir que en los seis años de su actuación en el cargo no se efectuó obra alguna. Se envanece también de la no construcción de los elevadores de granos oficiales y de la destrucción de los cooperativos, y ostenta como un triunfo la difusión de la septicemia hemorrágica, por obra de la indolencia e insuficiencia de la división de ganadería y de su propio desconocimiento del asunto.
Considera “patriótico” ocultar las enfermedades del ganado y dejarlo que se muera a millares, pudiendo salvarlo, pero no retrocede ante el recurso antipatriótico de desprestigiar en el Senado el “chilled beef” de los frigoríficos argentinos y elogiar el de los extranjeros. Ignora las disposiciones sanitarias que hacen obligatoria la denuncia de las enfermedades contagiosas de los animales y de los hombres, y procede a la inversa de los ministros de todos los países civilizados que no niegan las enfermedades existentes. Ignora también, ¡ignora tanto!, que la septicemia hemorrágica sólo es temible cuando no se vacuna.
SIN ALARDES
Y para terminar la borroneada plana en que le han llevado la mano con muy escasa compasión, agravando así su descalabro de la noche del sábado, niega todo lo que yo hago en defensa de los bien entendidos intereses de la Nación. El control eficaz que ejercito, sin alardes, en cumplimiento de mis deberes de senador por Santa Fe, lo enfurece, y todo el escrito que le han hecho subscribir destila irritación. En eso consiste la amenidad del caso.
Lejos, pues, de afligirme el señor Duhau, me ha dado la oportunidad de decir cosas que me son gratas y convenientes, y que ponen en mayor evidencia que nunca su impotencia dolorosa y su pequeñez.
Diga todo lo que quiera después de su ruidoso triunfo parlamentario, que no destruirá la consideración que merezco a mis conciudadanos. Eso me basta y me sobra.
LISANDRO DE LA TORRE

Fuente: Lisandro de la Torre, Escritos y Discursos – Las Carnes Argentinas y el Monopolio Extranjero, T° IV, Págs. 143/150, 1947, Colegio Libre de Estudios Superiores – Buenos Aires.

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