CONTESTACIÓN A UNA
PUBLICACIÓN DEL INGENIERO DUHAU
Lisandro de la Torre
[1934]
[3/12]
«LA
NOCHE DEL SABADO»
El señor Duhau, mal aconsejado, se empeña en
agravar su situación y me obliga a contestarle. Lo haré de buen humor.
La incidencia es conocida: un desplante suyo en el Senado, en la inolvidable “noche del sábado”. No encontró mejor manera de escapar a los efectos demoledores de mi discurso que personalizar el debate y balbuceó, para su desdicha, una injuria recogida en los pasquines que, para honor mío —como lo dije en el Senado—, me atacan permanentemente. Fue aquello del impuesto a la cerveza.
La incidencia es conocida: un desplante suyo en el Senado, en la inolvidable “noche del sábado”. No encontró mejor manera de escapar a los efectos demoledores de mi discurso que personalizar el debate y balbuceó, para su desdicha, una injuria recogida en los pasquines que, para honor mío —como lo dije en el Senado—, me atacan permanentemente. Fue aquello del impuesto a la cerveza.
EL IMPUESTO A LA CERVEZA
Casi inoficioso parece que refiera el caso,
pues pocos lo ignoran. Los diputados doctores Roberto M. Ortiz, Obdulio Siri,
Luciano F. Molinas, Diógenes Taboada, yo y otros miembros de la comisión de
presupuesto de 1923, sorprendidos por informes inexactos, firmamos a última
hora, sin leerlo, un despacho donde se había introducido clandestinamente una
rebaja en el impuesto a la cerveza.
El primero en advertirlo fui yo, y de
acuerdo con los colegas que he nombrado, hicimos anular el despacho por la
comisión. Yo expuse después en la
Cámara lo ocurrido, explicando el motivo del retiro.
Esa actitud clara y honrosa sirvió de
pretexto para difamarme, ocho años después, durante la campaña presidencial de
1931, y con tal motivo, los que ignoraban el asunto se enteraron de la falsedad
de la imputación y de la perfidia de los ataques. Es inadmisible, pues, que el
señor Duhau pueda ser el único habitante del país que permaneciera en la
ignorancia de los hechos. Júzguese entonces de su altura ministerial al recoger
la calumnia. Recogió lo que le constaba ser falso.
Yo le contesté como debía contestarle, y a
fin de que recibiera una provechosa lección objetiva, le recordé lo que se dijo
de él cuando los señores Posadas y Achával renunciaron a la comisión de
desagües de la provincia de Buenos Aires, presidida por él, condenando sus
procedimientos, y cuando el gobernador Vergara lo devolvió a la tranquilidad
del hogar, después de intervenir la comisión de desagües y de retirarle el
manejo de los fondos.
He ahí la cuestión, y, por lo tanto, si el
señor Duhau lograra demostrar que las versiones circulantes eran inexactas, más
oportuno que nunca resultaría lo que yo le recordé o sea, que en su caso no era
admisible recoger inconscientemente cualquier injuria para esgrimirla desde una
banca ministerial acéfala, sin comprometer el decoro del cargo y sin perjuicio
de retractarse en seguida.
Yo tendría pleno derecho entonces a no dar
curso a aclaración alguna respecto de la versión que recogí, bastándome no
haberla inventado yo. Si el ingeniero Posadas y el señor Achával renunciaron en
1923 y no en 1928, y si el gobernador a quien expusieron los motivos de su
renuncia fue el señor Camilo y no el señor Vergara, son cuestiones secundarias.
En 1923 presidía también la comisión de desagües el señor Duhau, y los
renunciantes le imputaron a él actos de tal naturaleza que los inducían a no
continuar bajo su presidencia.
¿QUIEN REABRIO EL
INCIDENTE?
Aclarado de este modo lo que se refiere al
incidente parlamentario, entraré a la polémica periodística, no menos curiosa.
Pretende el escrito que firma el señor
Duhau, que yo he reabierto un incidente cuatro días después de terminado,
publicando una carta. No es verdad; fue él quien hizo publicar una carta
improcedente por los cinco ex vocales de la comisión a quienes yo no había
aludido, puesto que no renunciaron, y de ese modo me impuso la necesidad de
contestar. Después es él quien aparece con su escrito en varios “Campos Neutrales”.
Su actitud reclama un comentario aparte,
pues no hay memoria de que ministro ni legislador alguno haya sacado del
Parlamento una incidencia originada en él. El ministro de Agricultura debió
renovar el debate en el Senado si no lo consideraba concluido; pero lejos de
proceder así sale a los diarios, y olvidando los intereses públicos intenta
vengar con ataques personales el cargo que lo anonada, de haber servido en el
Ministerio los intereses del monopolio de las carnes y lesionado los de la
ganadería nacional. Y ni siquiera logra su objeto, porque todo lo que le han
hecho decir a ese efecto es ridículo.
En segundo término atribuye “a una derrota parlamentaria, para mí
inesperada, la pasión irrefrenada que me llevó a lanzarle cargos”. Demostré
ya que fue él quien lanzó los cargos, y en cuanto al debate en sí, nadie ignora
su desenlace: el señor Duhau parecía la estatua del infortunio, y hasta los
senadores de su filiación lo abandonaron en su descalabro, a los solícitos
cuidados de la falange de funcionarios ministeriales que lo asistían y le
mandaban papelitos con indicaciones. Es imposible que el señor Duhau tan
contrito y compungido la noche del sábado, haya escrito esa frase de su puño y
letra. Cualquiera que entienda algo del oficio de escribir, reconstruiría la
escena en que le hicieron el parrafito y la cita de Aristófanes. Tratándose de
un ministro, el asunto tiene gravedad.
Mi vida pública y mis rasgos personales caen
después bajo los primores literarios del adlátere, y me, define, de entrada,
como un ideólogo impetuoso, pero a las pocas líneas se olvida de la definición
y me presenta como un “evolucionista” reflexivo. ¿En qué quedamos? Si soy un
ideólogo no puedo ser al mismo tiempo un oportunista, puesto que lo uno es lo
contrario de lo otro. Es un lapsus parecido al del Senado cuando el señor Duhau
me dijo que estaba “enervado”, queriendo decirme “excitado” y al hacérselo
notar, sostuvo que “era lo mismo”.
Señala después mis contradicciones en la
vida pública, creyendo verme unas veces al lado de conservadores y otra al lado
de socialistas, y esto lo dice él, “el
estanciero radical” que habiendo sido candidato a diputado irigoyenista en
la provincia de Buenos Aires y director del Banco de la Nación en el gobierno del
doctor Alvear, se alistó entre los vencedores del 6 de septiembre al día
siguiente de su victoria.
Mi línea política no ofrece contradicciones.
Radical de ideas, jamás me he apartado de mis orientaciones iniciales. Mi
separación del partido radical, por no aceptar la dirección revolucionaria que
le imprimía el señor Yrigoyen, no implicó cambio alguno en mi manera de pensar,
ni me alejé del partido para aproximarme a ninguna situación, a diferencia de
lo que han hecho el señor Duhau y centenares de otros políticos prácticos. En
1914 acepté la presidencia de un partido que recién se formaba, con un programa
más democrático que el programa radical —el Partido Demócrata Progresista:- y
no averigüé de dónde venían los demás adherentes. A poco andar los
conservadores pretendieron imponer su ideología y sus métodos al Partido
Demócrata Progresista y los dejé que se fueran, sin hacer nada por detenerlos: “sin pena y sin remordimiento”, dije en la Cámara de Diputados y
me sometí en adelante a una casi absoluta pasividad política antes que aceptar
orientaciones contrarias a mis sentimientos. En 1930 el general Uriburu me
ofreció el Ministerio del Interior de la revolución que preparaba, pero como se
proponía establecer una dictadura militar, decliné el ofrecimiento, no obstante
la vieja amistad que manteníamos y las perspectivas políticas extraordinarias
que semejante situación podía abrirme. No son muchos los que habrían procedido
en esa forma por no servir a una dictadura.
Este punto lo aclaré en vida del general
Uriburu en respuesta a su manifiesto al descender del mando provisional. En
1931 acepté por segunda vez mi candidatura. a la
presidencia de la República
proclamada por la Alianza
Demócrata Socialista y obtuve en la
Capital ,
donde se votó libremente, la más alta cifra de votos que jamás se ha visto, no
obstante las diatribas de la jauría que me persigue. Acepté la candidatura
sabiendo que mi triunfo era imposible porque no habría libertad electoral en el
resto de la República ,
y esa aceptación de una candidatura de alianza no implicaba contradicción
alguna, pues coincidía el programa de la Alianza con mis más viejas y arraigadas ideas.
He ahí las pretendidas mutaciones de mi vida
pública que en ningún momento se aparta de la línea recta y me proporciona una
satisfacción curiosa: la de no haber formado parte de ningún gobierno por no
apartarme de mis convicciones.
Me inventa después el escrito que firma el
señor Duhau, amarguras que jamás he sentido, rencores que nunca han corroído mi
corazón, rupturas violentas con mis mejores amigos y el haber “abominado” del
general Uriburu.
Es la misma cantinela de los pasquines
aludidos que nunca me ha inquietado, y la reedición sugestiva de los discursos
de los socialistas independientes en la campaña presidencial de 1931. Hay
párrafos que parecen copiados y dados a firmar al inocente señor Duhau. No
contienen una palabra de verdad.
En ningún momento, ni a raíz de derrotas que
no me preocupaban, cuando el fraude decidía la suerte de las elecciones, he
sentido amargura por causas políticas, y eso se explica, porque jamás me han
perturbado ambiciones de mando, ni propósitos obstinados de figuración, como a
otros. Habrá muchos que no lo crean al observar mi tenacidad en la lucha, pero
yo invito a que se recorra toda mi vida y se busque un solo acto del que
resulte que yo haya sacrificado alguna cosa por acercarme al poder. No se le
encontrará. Esa es mi fuerza y mi debilidad.
SI HAY ALGO NOTORIO
Igual falsedad hay en la referencia a mi
alejamiento, en actitud airada, de mis mejores amigos. Si hay algo notorio en
mi vida es la persistencia de mis vinculaciones amistosas, personales y
políticas. Podrá existir, alguna excepción que no me sea imputable. Permanezco
amigo de mis más viejos amigos, y hasta prolongo mi amistad en sus hijos. Me
emociona a veces la adhesión que me demuestran. Más de uno ha sacrificado un
porvenir brillante en la vida pública por seguirme en lo que llamaré, si
énfasis, mi ostracismo.
UNA ACLARACION
En cuanto a los ataques abominables al
general Uriburu, es otra falsedad. En vida de él lo aclaré, como acabo de
recordarlo. De una frase de su manifiesto parecía deducirse que él creía
también en mis ataques, dando crédito al círculo que lo rodeaba, y yo le pedí
que me señalara la palabra o la línea donde yo lo hubiera atacado
personalmente. “Lea mis discursos”, le dije, “no encontrará un solo ataque
personal”. Y el general Uriburu calló, porque, en estricta verdad, yo me había
limitado a la crítica de sus actos, que dieron por resultado el triunfo del
fraude del 8 de noviembre, como expresión definitiva de la revolución de
septiembre.
No podía faltar, lógicamente, la imprecación
airada contra mi pretendido espíritu destructor, que el señor Duhau encuentra
especialmente injusto tratándose de él, que se considera “pura acción”.
Lo dice con incontenible comicidad, después
de no haber distribuido la cuota de carnes del convenio de Londres en dieciséis
meses de espera funesta para la ganadería nacional y altamente provechosa para
las empresas monopolizadoras; y reivindica, con motivo de la comisión de
desagües que presidiera, el record de la inacción al admitir que en los seis
años de su actuación en el cargo no se efectuó obra alguna. Se envanece también
de la no construcción de los elevadores de granos oficiales y de la destrucción
de los cooperativos, y ostenta como un triunfo la difusión de la septicemia
hemorrágica, por obra de la indolencia e insuficiencia de la división de
ganadería y de su propio desconocimiento del asunto.
Considera “patriótico” ocultar las
enfermedades del ganado y dejarlo que se muera a millares, pudiendo salvarlo,
pero no retrocede ante el recurso antipatriótico de desprestigiar en el Senado
el “chilled beef” de los frigoríficos argentinos y elogiar el de los
extranjeros. Ignora las disposiciones sanitarias que hacen obligatoria la
denuncia de las enfermedades contagiosas de los animales y de los hombres, y
procede a la inversa de los ministros de todos los países civilizados que no
niegan las enfermedades existentes. Ignora también, ¡ignora tanto!, que la
septicemia hemorrágica sólo es temible cuando no se vacuna.
SIN ALARDES
Y para terminar la borroneada plana en que
le han llevado la mano con muy escasa compasión, agravando así su descalabro de
la noche del sábado, niega todo lo que yo hago en defensa de los bien
entendidos intereses de la
Nación. El control eficaz que ejercito, sin alardes, en
cumplimiento de mis deberes de senador por Santa Fe, lo enfurece, y todo el
escrito que le han hecho subscribir destila irritación. En eso consiste la
amenidad del caso.
Lejos, pues, de afligirme el señor Duhau, me
ha dado la oportunidad de decir cosas que me son gratas y convenientes, y que
ponen en mayor evidencia que nunca su impotencia dolorosa y su pequeñez.
Diga todo lo que quiera después de su
ruidoso triunfo parlamentario, que no destruirá la consideración que merezco a
mis conciudadanos. Eso me basta y me sobra.
LISANDRO DE LA TORRE
Fuente: Lisandro de la Torre , Escritos y Discursos
– Las Carnes Argentinas y el Monopolio Extranjero, T° IV, Págs. 143/150, 1947,
Colegio Libre de Estudios Superiores – Buenos Aires.
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