DECLARACION GENERAL DE LA PRIMERA CONFERENCIA LATINOAMERICANA DE SOLIDARIDAD
Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS)
[1967]
La primera Conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad se reunió en La Habana, capital de la República, desde el 31 de julio hasta el 10 de agosto de 1967.
La Conferencia constituye un luminoso jalón en la lucha revolucionaria que libran en las montañas y en las ciudades los pueblos de nuestro continente por su definitiva y total liberación nacional y social. Por primera vez en la historia de América Latina, se congregan los representantes genuinos de sus masas explotadas, hambreadas y oprimidas para discutir, organizar e impulsar la solidaridad revolucionaria, intercambiar sus experiencias, unificar sus acciones sobre una firme base ideológica y a la luz de las enseñanzas de su pasado revolucionario y de las condiciones presentes, enfrentarse los pueblos a la estrategia global contrarrevolucionario del imperialismo y las oligarquías nacionales.
El objetivo central de la Conferencia ha sido, en suma, estrechar los lazos de la solidaridad militante entre los combatientes antimperialistas de América Latina y elaborar las líneas fundamentales para el desarrollo de la revolución continental. Esta magna reunión ha abierto posibilidades de una amplia y profunda discusión sobre viejos problemas de estrategia y táctica revolucionarias así como un intercambio de opiniones en relación con el papel de las diferentes clases y capas sociales en el actual proceso histórico del continente. El intercambio de opiniones, la elaboración de línea común y la creación de un organismo permanente de solidaridad constituye un paso importante de aliento y de impulso a la lucha revolucionaria en América Latina. La lucha revolucionaria armada triunfante en Cuba y ya iniciada en Venezuela, Colombia, Guatemala y Bolivia no terminará hasta destruir el aparato burocrático y militar de la burguesía y de los terratenientes e instaurar un poder revolucionario del pueblo trabajador enfrentado, parejamente, a la contrarrevolución interna y a la intervención yanqui y segar implacablemente las raíces de la dominación imperialista.
La batalla emprendida sólo terminará con la victoria de los legítimos descendientes de aquellos que nutrieron las heroicas y abnegadas huestes de los libertadores. Vivimos ya bajo el signo promisorio de la segunda guerra de independencia.
Siglo y medio hace que los pueblos de nuestra América empuñaron decididamente las armas para abatir el poder colonial que los sojuzgaba, exprimía y afrentaba, sacudiendo todo el continente con sus proezas y sacrificios; La gesta revolucionaria que culminó con el derrocamiento de la dominación ibérica en casi toda América fue dirigida por hombres capaces, resueltos e indomables provenientes en su mayoría de los grupos de intelectuales pudientes educados en el liberalismo burgués y en los ideales de la Revolución Francesa, con una clara perspectiva de carácter continental de la lucha y, por ende, con una comprensión cabal de sus deberes de revolucionarios latinoamericanos. “Para nosotros —postuló Simón Bolívar, la más alta personificación de los libertadores de la época— la patria es América”. Estos hombres, que constituían la vanguardia revolucionaria del movimiento emancipador, no sólo se percataron de que la lucha era una desde el Río Grande hasta el Río de la Plata, sino que, conjuntamente, se dispusieron a liberar la patria común con acciones también comunes que desbordaran las fronteras de los Virreinatos y de las Capitanías hasta privar al enemigo de toda base territorial para ulteriores ataques a los pueblos independizados. Consecuentemente con sus concepciones, objetivos y métodos, la vanguardia de los libertadores fraguó desde los albores de la contienda la unidad de la dirección política y militar y marchó siempre a la cabeza de los ejércitos revolucionarios, organizando y guiando a los pueblos por el único camino que los conduciría a la victoria: la insurrección armada. Los objetivos perseguidos determinaban el carácter de la lucha. Frente a la violencia reaccionaria, que era la esencia misma del régimen colonial, no había otra alternativa para conquistar la independencia, la soberanía y la dignidad, que la violencia revolucionaria. La historia no registra un solo caso de clase dominante que haya abdicado graciosamente su poder. La historia demuestra, por el contrario, que los oprimidos y explotados tienen que arrebatarlo a sus opresores y explotadores. En aquella ocasión, como ahora, como siempre, hubo gente de poca fe que negaron la eficacia del camino emprendido, replegándose en posiciones procolonialistas o pasándose abiertamente al enemigo. Eran, obviamente, seudo revolucionarios incapaces de afrontar la prueba de los hechos, aptos sólo para enmascarar con espesa retórica seudo revolucionaria sus tendencias a la conciliación, al apoltronamiento y a la traición; los típicos sietemesinos a que aludiera José Martí. En ostensible contraste con los conformistas, claudicantes y cobardes, los combatientes de la vanguardia libertadora albergaron siempre encendida confianza y absoluta seguridad en el coronamiento victorioso de su magna empresa. La más fecunda lección que legó esta aguerrida vanguardia a la posteridad es que cuando los pueblos se deciden a vencer o morir y los encabeza una dirección lúcida, audaz y firme, el fruto de su determinación es siempre la victoria, a despecho del tamaño y del poderío del enemigo. Pero esa vanguardia fue aún más lejos al tratar de incluir en el Congreso de Panamá, convocado a instancia de Bolívar, su decisión solidaria de contribuir a la emancipación de Cuba y Puerto Rico, rezagos de la dominación española en el continente. La conjura del gobierno de Estados Unidos contra ese designio delata su temprana ambición de apoderarse de Cuba y Puerto Rico y de ejercer su dominio sobre nuestra América, contenido ya en la -Doctrina Monroe, formulada cuando los ejércitos de los pueblos del continente señoreaban en los Andes y despuntaba en el horizonte el fulgor glorioso de Ayacucho.
La primera guerra de independencia librada por los pueblos de nuestra América se redujo, en los hechos, a un traspaso formal de soberanía política y a un desplazamiento de los jefes del movimiento revolucionario por la exigua minoría criolla que detentaba la propiedad territorial y sus caudillos. Las banderas coloniales habían sido arriadas; pero la débil y atrasada estructura económica de la sociedad colonial, caracterizada por su escaso grado de desarrollo técnico y capitalista, permaneció intacta y sobreviviente, por tanto, el régimen de opresión y explotación contra el cual se habían rebelado las masas de campesinos, esclavos, indios y trabajadores manuales. Nunca epopeya alguna tuvo tan pobres resultados para sus verdaderos, heroicos y anónimos protagonistas, ni han sido tan desconocidas sus hazañas.
Los factores condicionantes del régimen colonial —feudalismo, monopolio comercial, misoneísmo ideológico, atraso científico, estratificación social, yugo religioso, opresión política— explican el moroso desarrollo de las futuras naciones de América Latina y, así mismo, la frustración poco después de independizarse de la Metrópoli de un desarrollo capitalista libre de trabas y de la formación de una burguesía nacional. Era patente la radical discordancia entre las ideas que inspiraron la lucha por la independencia y la realidad que sirvió de sustento a las nuevas repúblicas. La resultante de la gigantesca batalla no fue el régimen burgués capitalista en su forma plena de desarrollo. Fue un proceso a la inversa, del que aconteció en Estados Unidos, que sería rápidamente, la más dinámica, pujante y agresiva expresión del capitalismo, primero, y después, del imperialismo agresor y criminal.
Al avivarse el ritmo del crecimiento económico durante los años subsiguientes a la independencia, se crean en América Latina ciertas condiciones propicias para el desarrollo independiente del capitalismo y de la burguesía; pero este desarrollo se vio paralizado, desviado y deformado al irrumpir en escena la penetración imperialista. Por otra parte, la debilidad orgánica de la burguesía latinoamericana para romper el latifundio —supuesto indispensable de la ampliación de la producción agrícola y del mercado interno— y el entrelazamiento de sus intereses de clase con los intereses de clases de los latifundistas, la forzaría a integrar con los dueños de la tierra una compacta oligarquía, directamente ligada a la casta que domina el ejército profesional, y en cuyas manos se concentran las posiciones decisivas del poder político.
Sería absurdo suponer que, en tales condiciones, la llamada burguesía latinoamericana pueda desarrollar una acción política independiente de la oligarquía y del imperialismo en defensa de los intereses y aspiraciones de la nación. La contradicción en que está objetivamente atrapada es, por naturaleza, insuperable. La endebles de semejante estructura explica, con entera nitidez, su incapacidad para encararse a la embestida brutal que significa el hecho universal de la expansión imperialista. Y, explica, asimismo, su inmediata subordinación a los intereses extranjeros y el marco de subdesarrollo en que se estanca, con sus correspondientes relaciones de clase, privilegios y jerarquías y sus corolarios económicos, políticos, sociales y culturales.
La influencia económica de las potencias coloniales europeas fue desplazada aceleradamente a partir de la guerra hispano-cubano-norteamericana —primera guerra imperialista que recuerda la historia— y sustituida por el dominio neocolonial cada vez más voraz, férreo y lampante de Estados Unidos, apuntalado por las oligarquías y los aparatos de fuerza de los gobiernos títeres, que durante muchos años representaron ante el mundo la tragicomedia de un continente apócrifamente libre, que exhibía la bandera, el himno y un color en el mapa como atributos formales de su soberanía intervenida y de su economía secuestrada.
Es harto sabido que el imperialismo yanqui controla casi totalmente en América Latina los mecanismos del comercio exterior, el sistema bancario, las tierras más fértiles, las minas, los servicios públicos, las principales industrias y los medios de publicidad. Los vastos recursos naturales de este continente —estaño, zinc, plomo, manganeso, cobalto, grafito, hierro, cobre, níquel, vanadio, berilio, azufre, petróleo, lana—, están sometidos a una sistemática succión, en detrimento del desarrollo de los pueblos que, con su fatiga y sudor, arrancan esa riqueza a las entrañas de una tierra que es suya sólo de nombre. América Latina figura a la cabeza de las regiones subdesarrolladas del mundo en el renglón de las inversiones de capitales norteamericanos, que se concentran especialmente en la minería, el petróleo, el comercio y la industria. En el período de 1956 a 1965, esas inversiones alcanzaron la suma de 2.893 millones de dólares, obteniendo por concepto de ganancias 7.441 millones. Por cada dólar, invertido, el imperialismo yanqui ha rapiñado casi tres dólares a nuestros pueblos. Estas cifras claves no incluyen, desde luego, los intereses y beneficios obtenidos por los préstamos, por el capital asociados, por las diferentes formas de penetración que emplea, el robo y el saqueo que se realiza al margen de la seudo-legalidad burguesa. Su objetivo, ya logrado, es apoderarse de nuestro mercado interno y convertir la economía latinoamericana en una economía completamente de la yanqui, condenando a la desaparición y, en el mejor de los casos, a la vida vegetativa, a aquellas ramas de la industria nacional que pueden competir con los productos norteamericanos. El radio de acción del capital nacional queda compulsoriamente enmarcado en el comercio y en la manufactura dependiente de los monopolios extranjeros. Las consecuencias de este proceso de absorción y hegemonía están a la vista: saqueo de los recursos, ruina de las industrias nacionales, deformación de la economía, déficit permanente en el balance de pagos, bajos salarios, desempleo crónico, desigualdad creciente, atraso tecnológico, subalimentación popular, analfabetismo masivo, insalubridad en gran escala, tasa elevadísima de mortalidad, servidumbre social, discriminación racial, inestabilidad política, contradicciones de clase cada vez más agudas, violencia criminal como esencia del poder. A esas formas de penetración económica del imperialismo, añádanse las mil formas de su penetración ideológica y los índices comparativos de la expansión demográfica con el crecimiento del producto bruto interno per cápita y la desigual redistribución del ingreso bruto nacional, y se tendrá un cuadro vivido de la dramática situación que afrontan nuestros pueblos.
La tremenda gravitación política que ello entraña es demasiado evidente para insistir. Las mismas contradicciones de la burguesía latinoamericana con el imperialismo yanqui se desarrollan en tales condiciones subordinación y vasallaje que jamás afloran adquieren un carácter antagónico: su impotencia es absoluta.
No ha habido un sólo acto de intervención directa o indirecta del imperialismo en nuestros países —desde el siglo pasado hasta la fecha— que no haya justificado y apoyado. Está intrínsecamente invalidada para enfrentarse a los imperialistas. Más aún: es su obsecuente servidora y su aprovechada intermediaria. Los problemas que plantea esta compleja y coagulada estructura de intereses antipopulares, antinacionales y antihistóricos, fundada en la explotación del hombre por el hombre, mantenida por la fuerza y usufructuada principalmente por el imperialismo yanqui, que la genera y condiciona, no pueden resolverse mediante académicas “reformas de estructura” y “el ejercicio efectivo de la democracia representativa”. La única vía real para resolverlos en la lucha revolucionaria de los pueblos.
La política intervencionista norteamericana en América Latina, que despunta con la Doctrina Monroe, se acentúa y define con las “doctrinas” de la “fruta madura” y del “destino manifiesto” con el despojo de gran parte del territorio de México, las aventuras filibusteras de William Walker en América Central, la imposición a Cuba de la Enmienda Platt y del arrendamiento del territorio que ocupa la Base Naval de Guantánamo, la desvergonzada ocupación de Puerto Rico, las sucias maniobras en torno al control del Canal de Panamá, el cinco Corolario Roosevelt a la Doctrina Monroe, los empréstitos leoninos, las intervenciones descaradas en Nicaragua, Panamá, México, Haití, Colombia, Guatemala y Santo Domingo y la creación en Bogotá de la sedicente Organización de Estados Americanos, mera cobertura de la vieja desacreditada Unión Panamericana, cuyos torvos designios había denunciado y combatido José Martí, quien avizoró antes nadie con genial penetración política, el fenómeno imperialista que se gestaba en Estados Unidos, llamándole por su nombre en carta a Manuel Mercado, escrita en las vísperas de su muerte heroica.
Los dispositivos pseudojurídicos establecidos en la OEA por el imperialismo yanqui para “legitimar” su expansión económica, dominio político y agresiones militares en América Latina se completan con el titulado Tratado de Asistencia Recíproca, órgano de aplicación de su política represiva en el continente.
Los pueblos de América Latina no han permanecido cruzados de brazos ante sus verdugos y explotadores. Se han erguido numerosas veces y presentado batalla desigual a las oligarquías y al imperialismo, conquistando a veces determinados beneficios y el respeto temporal de elementales derechos. Han apelado a todas las formas de lucha, desde las demostraciones populares y las huelgas políticas hasta los alzamientos esporádicos y no pocas veces han sido víctimas, por la desesperación en que viven, del espejismo de movimientos demagógicos encabezados por partidos al servicio de las oligarquías y del imperialismo. Pero lo más importante ha sido, sin duda, su actitud constante de resistencia y rebelión contra la opresión, la miseria, el despojo y la humillación, sin otro sostén por lo común que la fuerza moral que dimana de los principios, de la conciencia y de la dignidad.
En el curso de sus luchas contra las oligarquías y el imperialismo yanqui, los pueblos latinoamericanos han acumulado energías revolucionarias, han acrecentado su nivel político, han fortalecido sus cuadros y han promovido la solidaridad militante más allá de sus fronteras. No obtuvieron ventaja política o económica alguna que no fuera arrancada a los explotadores por la fuerza y, por eso, cobraron cada vez más clara noción de que sólo la derrota de las oligarquías de los gobiernos títeres y del dominio imperialista podría liberarlos definitiva y totalmente y poner en sus manos el derecho a labrar su propia vida.
El triunfo y consolidación de la Revolución Cubana puso de manifiesto que la insurrección armada es el verdadero camino para la toma del poder por el pueblo trabajador, y a la vez, que los ejércitos profesionales pueden ser destruidos, las oligarquías vencidas, el imperialismo yanqui derrotado y el socialismo como vía nacional de desarrollo establecido y avanzar, desarrollarse y fortalecerse no obstante el bloqueo económico, la subversión, la agresión, el chantaje, el hostigamiento, la presión y la contrarrevolución. La primera consecuencia fundamental de la Revolución Cubana fue el ascenso del movimiento antimperialista y la consiguiente radicalización y deslinde de las fuerzas en choque. La polarización de estas es cada vez más clara y tajante: de un lado, la clase obrera urbana, los trabajadores agrícolas, los campesinos, los estudiantes, las capas medias más progresistas, los subempleados, los desempleados, los indios y los negros en apretado haz militante defendiendo con acciones concretas la Revolución Cubana; del otro, las oligarquías, los gobiernos títeres y el imperialismo yanqui, tratando de ahogarla y destruirla.
Los imperialistas yanqui han pretendido aislar a Cuba de América para que su ejemplo no cunda en todo el continente. Sin embargo, nunca Cuba ha estado más unida al resto de los pueblos de América. Los imperialistas han levantado las consignas de que Cuba quiere imponer en el continente una ideología extracontinental. Los pueblos de América, sin embargo han sentido la Revolución Cubana estrechamente hermanada a su propia revolución.
Extraños a América Latina son los imperialistas yanquis y su ideología reaccionaria. En Cuba se concretan y se sintetizan las aspiraciones e ideales de todos los pueblos de América Latina. Pretendieron aislarla y han logrado con esta actitud estrechar más los lazos de indestructible unidad entre el pueblo cubano y los restantes pueblos de América, que constituyen una sola gran familia humana enfrentada a un adversario común, el principal enemigo de toda la Humanidad: el imperialismo yanqui.
La sumisión y el entreguismo de las oligarquías y los gobiernos títeres adquirió notorios tintes a partir de las Conferencias de la OEA efectuadas en Punta del Este en 1961 y 1962, en que se confabularon abiertamente bajo los dictados de Washington para aislar a Cuba diplomática y económicamente del resto de América Latina, desatando, parejamente, una represión implacable contra sus pueblos, que exhibe crudamente el carácter contrarrevolucionario y proimperialista, tanto de los regímenes “gorilas” como de los “reformistas” o “demócratas representativos”. Incapaces de resolver los problemas planteados por el subdesarrollo y la penetración imperialista, acosados cada vez más por las crecientes demandas de los trabajadores, campesinos, estudiantes y desempleados, aterrorizados ante la marea creciente de la guerra revolucionaria, ven en el apoyo, la alianza y la intervención del imperialismo con sus centros antiguerrilleros, sus “boinas verdes”, sus “marines” y su tuerza Interamericana de Paz, la única garantía de su supervivencia y la única fuerza capaz de defender sus intereses. El imperialismo yanqui, a su vez, en un esfuerzo baldío por frenar el impulso revolucionario y ensombrecer la imagen de la Revolución Cubana en la mente de las masas latinoamericanas, urdió el fraude de la Alianza para el Progreso, enderezada a uncirlas aún más a su política de medro, explotación y represión. Su fracaso ha sido tan ruidoso que el propio Comité Interamericano a su cargo se ha visto compelido a señalar el engaño contenido en esta real Alianza para el Retroceso.
En las actuales circunstancias, en América Latina, existen condiciones para el desarrollo y triunfo de la Revolución que la emancipe de la estructura de poder oligárquico-imperialista que coarta su independencia. Progreso y bienestar. Y existen esas condiciones porque en las regiones rurales hay millones de campesinos y trabajadores agrícolas sometidos a condiciones de vida personal y a un régimen inaudito de explotación del trabajo y una concentración increíble de la propiedad de la tierra: porque en las ciudades contrasta dramáticamente el lujo y dispendio de la burguesía comercial y de los latifundistas con el nacimiento, la sordidez y la pobreza en que viven millones de obreros y desempleados, evidenciándose así el carácter antagónico de los intereses de las clases explotadoras y los explotados; por la cada vez más diáfana y firme conciencia de clase creada por el desarrollo del capitalismo en ciertas regiones del continente y la existencia de una intelectualidad progresista y, particularmente, de un estudiantado con grandes tradiciones de lucha adscriptos a idearios de izquierda; la posición de fuerza de las oligarquías, los gobiernos títeres y el imperialismo yanqui que apelan a la tortura y al asesinato para oponerse a toda reclamación popular y recurren a los métodos más crueles y torpes en su guerra contra las masas y sus vanguardias revolucionarias, contribuyendo a desarrollar la conciencia combatiente y la clara comprensión del camino de las transformaciones políticas, económicas, sociales y culturales; oponer la violencia revolucionaria a la violencia contrarrevolucionaria, legitimado ya por la Revolución Cubana y por los triunfos de las fuerzas guerrilleras.
Las condiciones revolucionarias existentes en la mayoría de los países de América Latina son similares a las prevalecientes en Rusia y en China en los años anteriores a la revolución. Estas condiciones están vigentes también en otros países subdesarrollados de África y Asia, continentes que con América Latina forman parte de una misma corriente histórica antimperialista. Dichas condiciones, en la mayoría de los países de América Latina permiten iniciar o desarrollar la tarea con una vanguardia revolucionaria audaz, decidida y valiente. forjada en las montañas e íntimamente ligada a las masas campesinas y proletarias y que, unificando la dirección política y militar, puede y debe convertirse en el centro de acción político, ideológico y revolucionario que enfrentándose y derrotando a los ejércitos profesionales de al traste con las oligarquías, los gobiernos títeres y la dominación imperialista. En América Latina la Revolución antifeudal y antimperialista del pueblo trabajador es el primer punto de la orden del día. Las condiciones están maduras para emprenderla con confianza, seguridad, decisión y éxito. Vietnam enseña que la victoria de los pueblos latinoamericanos es posible.
La Conferencia, luego de analizar con profundidad y dedicación las condiciones existentes en el continente y haber esclarecido en el terreno ideológico esenciales problemas del movimiento revolucionario, concluye que:
En América Latina existe una situación convulsiva, caracterizada por la existencia de una débil burguesía, que fundida de manera indisoluble con los terratenientes constituye la oligarquía dominante en nuestros países. Un mayor sometimiento y una dependencia casi absoluta de estas oligarquías al imperialismo determinan la intensa polarización de fuerzas en el continente; por un lado, la alianza oligarca imperialista y por otro, los pueblos.
Los pueblos con enorme potencial revolucionario que sólo espera ser canalizado por una dirección consecuente, por una vanguardia revolucionaria, para desarrollar o emprender la lucha.
Ese potencial es el de las masas proletarias de obreros urbanos y trabajadores agrícolas, de un campesinado pobre superexplotado, de una intelectualidad joven, de un estudiantado con hermosas tradiciones de lucha y de las capas medias, unidos todos por el común denominador de la explotación a que son sometidos.
Ante la crisis estructural del sistema económico social y político del Continente y la creciente insurgencia de los pueblos, el imperialismo ha formulado y desarrollado una estrategia continental represiva que pretende, infructuosamente, detener el curso de la historia.
La supervivencia del sistema colonial y neocolonial, de la explotación y el dominio, son objetivos del imperialismo norteamericano.
Esta situación determina y exige que se desate y desarrolle la violencia revolucionaria, en respuesta a la violencia reaccionaria.
La violencia revolucionaria, como expresión más alta de la lucha del pueblo no es sólo la vía, sino también la posibilidad más concreta y manifiesta para derrotar al imperialismo.
Los pueblos y los revolucionarios han constatado esta realidad y se plantean, consecuentemente, la necesidad de que se inicie, desarrolle y culmine la lucha armada con el fin de destruir la máquina burocrática militar de las oligarquías y el poder del imperialismo.
En muchos países las especiales condiciones del campo, una topografía favorable y una base social potencialmente revolucionaria, unido a la especial adaptación de los medios técnicos y de los ejércitos profesionales para reprimir al pueblo en las ciudades, e incapaces en cambio de adaptarse a la guerra irregular, hacen de la guerrilla la fundamental expresión de la lucha armada, la escuela más formidable de revolucionarios y su vanguardia indiscutible.
La revolución que marcha ya en algunos países, es demanda inmediata en otros, y futura perspectiva en el resto, tiene un carácter definido antimperialista dentro de sus objetivos antioligárquicos.
El primer objetivo de la revolución popular en el continente es la toma del poder mediante la destrucción del aparato burocrático-militar del Estado y su reemplazo por el pueblo armado para cambiar el régimen social y económico existente: dicho objetivo sólo es alcanzable a través de la lucha armada.
El desarrollo y organización de la lucha dependen de la justa selección del escenario donde librarla y del medio organizativo más idóneo.
Las enseñanzas de la Revolución Cubana y las experiencias acumuladas por el movimiento revolucionario en los últimos años en el mundo y la presencia en Bolivia, Venezuela, Colombia y Guatemala de un creciente movimiento revolucionario armado, demuestran que la guerra de guerrillas, como genuina expresión de la lucha armada popular, es el método más eficaz y la forma más adecuada para librar y desarrollar la guerra revolucionaria en la mayoría de nuestros países y consiguientemente en escala continental.
En esta particular situación la unidad de los pueblos la identidad de objetivos, la unificación de criterios, y la disposición conjunta de librar la lucha son los elementos caracterizadores de la estrategia común que ha de oponerse a la que con carácter continental desarrolla el imperialismo.
Esta estrategia requiere una nítida y clara expresión de solidaridad cuyo carácter es la propia lucha, cuya extensión, es el continente, y su forma, la guerrilla y los ejércitos de liberación.
NOSOTROS, representantes de los pueblos de nuestra América, conscientes de las condiciones que existen en el continente, sabedores de la existencia de una estrategia común contrarrevolucionaria que dirige el imperialismo yanqui.
PROCLAMAMOS:
1. Que constituye un derecho y un deber de los pueblos de América Latina hacer la revolución.
2. Que la revolución en América Latina tiene sus más profundas raíces históricas en el movimiento de liberación contra el colonialismo europeo del siglo XIX y contra el imperialismo en este siglo. La epopeya de los pueblos de América y las grandes batallas de clase contra el imperialismo que han librado nuestros pueblos en las décadas anteriores constituyen la fuente de inspiración histórica del movimiento revolucionario latinoamericano.
3. Que el contenido esencial de la revolución en América Latina está dado por su enfrentamiento al imperialismo y a las oligarquías de burgueses y terratenientes. Consiguientemente, el carácter de la revolución es de la lucha por la independencia nacional, emancipación de las oligarquías y el camino socialista para su pleno desarrollo económico y social.
4. Que los principios del marxismo leninismo orientan al movimiento revolucionario de América Latina.
5. Que la lucha revolucionaria armada constituye la línea fundamental de la Revolución en América Latina.
6. Que todas las demás formas de lucha deben servir y no retrasar el desarrollo de la línea fundamental que es la lucha armada.
7. Que para la mayoría de los países del continente el problema de organizar, iniciar, desarrollar y culminar la lucha armada constituye hoy la tarea inmediata y fundamental del movimiento revolucionario.
8. Que aquellos países en que esta tarea no está planteada de modo inmediato de todas formas han de considerarla como una perspectiva inevitable en el desarrollo de la lucha revolucionaria en su país.
9. Que a los pueblos de cada país y a sus vanguardias revolucionarias corresponderá la responsabilidad histórica de echar hacia adelante la revolución en cada uno de ellos.
10. Que la guerrilla como embrión de los ejércitos de liberación, constituye el método más eficaz para iniciar y desarrollar la lucha revolucionaria en la gran mayoría de nuestros países.
11. Que la dirección de la revolución exige como un principio organizativo la existencia del mando unificado político y militar como garantía para su éxito.
12. Que la solidaridad más efectiva que pueden prestarse los movimientos revolucionarios, entre sí, la constituye el desarrollo y culminación de la propia lucha en el seno de cada país.
13. Que la solidaridad con Cuba y la colaboración y cooperación con el movimiento revolucionario en armas constituyen un deber insoslayable de tipo internacional de todas las organizaciones antimperialistas del continente.
14. Que la Revolución Cubana como símbolo del triunfo del movimiento revolucionario armado y los países donde se llevan a cabo las acciones revolucionarias armadas, constituyen la vanguardia del movimiento antimperialista latinoamericano.
15. Que los pueblos directamente colonizados por las metrópolis europeas en su camino para la liberación tienen como objetivo inmediato y fundamental, el luchar por la independencia y mantenerse vinculados a la lucha general del continente como única forma de evitar ser absorbidos por el neocolonialismo norteamericano.
16. Que la Segunda Declaración de La Habana, recogiendo la hermosa y gloriosa tradición revolucionaria de los últimos 150 años de la historia de América, constituye un documento programático de la Revolución Latinoamericana que los pueblos de este continente durante los últimos cinco años han confirmado, profundizado, enriquecido y radicalizado.
17. Que los pueblos de América Latina no tienen antagonismos con ningún otro pueblo del mundo y le extienden su mano fraternal al propio pueblo de los Estados Unidos, al que exhorta a luchar contra la política represiva de los monopolios imperialistas.
18. Que la lucha en América Latina estrecha sus vínculos de solidaridad con los pueblos de Asia y África y de los países socialistas y progresistas, los trabajadores de los países capitalistas y, en especial, con la población negra de los Estados Unidos que sufre a la vez la explotación de clase, la miseria, desempleo, la discriminación racial y la negación de los más elementales derechos humanos y constituye una importante fuerza a considerar en el contexto de la lucha revolucionaria.
19. Que la lucha heroica del pueblo de Vietnam presta a todos los pueblos revolucionarios que combaten al imperialismo, una inestimable ayuda y constituye un ejemplo inspirador a los pueblos de América Latina.
20. Que hemos aprobado los Estatutos y creado el Comité Permanente con sede en La Habana, de la Organización Latinoamericana de Solidaridad, la que constituye la genuina representación de los pueblos de América Latina.
NOSOTROS, revolucionarios de nuestra América, la América al sur del Río Grande, sucesores de los hombres que nos dieron la primera independencia, armados de una voluntad inquebrantable de luchar y de una orientación revolucionaria y científica y sin más que perder que las cadenas que nos oprimen.
AFIRMAMOS:
Que nuestra lucha constituye un aporte decisivo a la lucha histórica de la humanidad por librarse de la esclavitud y de la explotación.
EL DEBER DE TODO REVOLUCIONARIO ES HACER LA REVOLUCION
Notas:
El triunfo de la Revolución Cubana en 1959 tuvo profundas repercusiones para América Latina, especialmente en los años inmediatamente posteriores y para su izquierda política. Una de las más importantes, fue la polarización que comenzó a darse desde principios de los sesenta entre una izquierda pro castrista que, con variaciones, optó por una acción revolucionaria; y otra izquierda que, representada generalmente por los partidos comunistas —aunque con excepciones— era reacia al apoyo a la acción directa de tipo castrista y apostaba por una actividad más moderada, relacionada con la estrategia internacional y línea política marcada por la Unión Soviética. La primera fue conocida en su momento como izquierda revolucionaria o castrista, y la segunda como izquierda reformista.
En ese marco incipiente, mientras tanto, paralelamente se celebraría en la ciudad de Bandung, entre el 10 y el 14 de abril de 1961, una reunión del Comité de Solidaridad Afro-Asiático, correspondiente a la Organización de Solidaridad Afro-Asiática (OSPAA), a la cual asistiera como observador un delegado cubano. Fue allí que numerosos delegados plantearon la necesidad de extender también este movimiento a los pueblos de América Latina, lo que luego fue acordado en la Conferencia del Ejecutivo en Gaza, del mes de diciembre de 1961, en la que se resolvió celebrar una conferencia para aunar las organizaciones populares antiimperialistas de los tres continentes.
Recordemos, que la Organización de Solidaridad Afro-Asiática (OSPAA), había surgido de otra Conferencia en Bandung, pero, celebrada entre el 18 y el 24 de abril de 1955, organizada por los líderes independentistas: Jawähärlal Nehru de la India y Achmed Sukarno y los Jefes de Estado de Pakistán y Birmania y Sri Lanka, cuyo principal objetivo fue favorecer la cooperación económica y cultural afroasiática, en oposición al colonialismo y al neocolonialismo de las antiguas metrópolis y al imperialismo norteamericano, así como el establecimiento de una alianza de Estados independientes y la instauración de una corriente de no alineamiento con la política internacional. Y justamente, sus principios de acción de sus relaciones internacionales terminan por constituir el espíritu fundacional del Movimiento de Países No Alineados que sería fundado en septiembre de 1961 en la capital yugoeslava de Belgrado con el auspicio de los líderes Nasser, Tito y Nehru
A todo esto, en 1962 ya la revolución cubana se había declarado “socialista” y en julio de ese año, Moscú anunciaba que reforzaría su ayuda económica y militar a Cuba, comprobándose que ya se estaban instalando en esa isla rampas de lanzamiento de cohetes que podían alcanzar EEUU con sus ojivas nucleares, lo que dio lugar a una enorme crisis diplomática, de alcance mundial, que culminó el 28 de octubre con el retiro de las rampas y de los cohetes por parte de Rusia
Llegamos así a la Tercera Conferencia de la OSPAA, efectuada en Moshi, Tanganica, del 4 al 10 de febrero de 1963, donde asistieron observadores latinoamericanos, y entro ellos un delegado cubano que extendió una invitación del Primer Ministro Fidel Castro para celebrar la Conferencia de los tres Continentes en La Habana. Ello así, se acordó en ella la constitución del Comité Preparatorio de la Conferencia Tricontinental cuya presidencia estuvo a cargo de Ben Barka, quien visitaría La Habana y durante su visita quedó constituido el Comité Nacional Preparatorio Cubano presidido por el Dr. Armando Hart Dávalos y como Secretario el Cte. Osmany Cienfuegos, en el cual estuvieron representadas todas las organizaciones.
A todo esto, entre el 22 y el 29 de noviembre de 1964 se realizaba en Cuba una reunión secreta de todos los partidos comunistas de América latina en donde esta presente todavía la subordinación de los castristas al PC soviético, y en donde se determinó la realización de algunas acciones comunes a realizar por los partidos en sus países.
Finalmente, el 03 de enero de 1966, se realizaría en la Habana, la anunciada “Primera Conferencia de Solidaridad de los Pueblos de Asia, África y América Latina” denominada comúnmente “La Tricontinental” donde concurrieron 483 representantes de 82 países (27 latinoamericanos), y se crean dos nuevas organizaciones: la OSPAAAL (Organización de Solidaridad de los Pueblos de Asia, África y América Latina) y las delegaciones latinoamericanas constituyen su Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS). Hagamos notar que la conferencia, tuvo lugar en un momento especialmente significativo para la Revolución Cubana. Es que las oscilaciones que desde principios de la década sufrían las relaciones cubano-soviéticas tuvieron un importante punto de fricción en la cuestión de la “revolución”. Es, por tanto, una reunión histórica en la que, por un lado, se manifiesta más crudamente esa polarización y enfrentamiento entre la izquierda revolucionaria y la izquierda reformista de la que hablábamos y, por el otro, el comienzo de una nueva etapa dentro del proceso de la izquierda revolucionaria de America latina en procura de una línea y de una conducta política adecuadas a las nuevas circunstancias imperantes en el mundo y en el continente.
Entre sus objetivos expresos está la lucha por la liberación nacional, la consolidación de la independencia y soberanía nacional, el derecho a la autodeterminación de los pueblos, el apoyo a la causa del pueblo de Cuba contra el imperialismo yanqui, el apartheid y la segregación racial, y el desarme y la paz mundial y, entre los no explicitados la creación de una nueva internacional bajo la órbita castrista y sus postulados teórico revolucionarios.
Agreguemos, también, que estuvieron presentes cientos de dirigentes de organizaciones revolucionarias, políticas y sociales, entre ellos Salvador Allende, Chile, que la presidiría, el caboverdiano Amílcar Cabral, el guatemalteco Luis Augusto Turcios Lima, el guyanés Cheddy Jagan, Pedro Medina Silva, de Venezuela, Nguyen Van Tien, de Vietnam del Sur, Rodney Arismendi, uruguayo, etc., además, de numerosos periodistas y otros invitados, que de paso recordaron al revolucionario marroquí EL Mehdi Ben Barka, uno de sus principales organizadores, secuestrado en París por los servicios secretos marroquíes y luego asesinado en vísperas de la reunión en La Habana. En cuanto a la delegación Argentina a esa conferencia estuvo presidida por John William Cooke e integrada por José L. Vazeilles del M.L.N., Carlos Laffourge de las Juventudes Políticas Argentinas, Alberto Desimone del Partido Socialista Argentino, Jorge Moreno de la Juventud Peronista Revolucionaria y Juan García Elorrio del Comité de la OLAS en la Argentina.
De todos los asistentes a la conferencia, el comité uruguayo fue uno de los que mejor ilustró las diferencias existentes entre izquierda pro revolucionaria e izquierda reformista en el período. Su importancia fue notable por diversas razones. En primer lugar, el líder del Partido Comunista Uruguayo (PCU), Rodney Arismendi, al tiempo que amigo personal de Fidel Castro era uno de los principales interlocutores del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) en América Latina. En segundo lugar, Arismendi fue uno de los cuatro vicepresidentes de la conferencia, jugando un papel activo tanto en la organización de la misma (pertenecía al Comité Preparatorio), como en sus conclusiones, intentando equilibrar siempre los resultados y definiciones hacia posturas más próximas —o cuando menos no abiertamente enfrentadas— a la línea pro soviética defendida por el PCUS. Y en tercer y último lugar, el Comité Nacional Uruguayo era, junto con el chileno, el más problemático de todos los allí presentes, pues era el único no dominado por los castristas y uno de los pocos en los que la diferencia entre reformistas y revolucionarios era patente.
Desde 1966 el distanciamiento era creciente entre Moscú y La Habana. 1967 fue también un año especial en las relaciones cubano-soviéticas y en la cuestión insurgente. Hubo dos razones para ello: la campaña del “Che” Guevara en Bolivia, y la publicación de la obra de Regis Debray ¿Revolución en la Revolución?
La realidad posterior de esta organización fue que no tuvo continuidad, y si bien en La Habana persistió algún tiempo con una oficina representativa, desde la muerte de Guevara en octubre de ese año, y habiéndose producido ya las derrotas de algunos proyectos de guerrillas castristas, la política cubana hacia los movimientos revolucionarios en América Latina sufrió un giro a partir de 1968, acercándose a las posturas soviéticas.
Para terminar, debemos esperar hasta 1990, época en que es creado el Foro de Sao Paulo por Fidel Castro y Luiz Inácio Lula da Silva, como continuadora de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), y cuyo inconfesado propósito era discutir cómo revisar la estrategia comunista revolucionaria en medio de la crisis del socialismo en todo el mundo y convertirse un aparato unificador del comunismo en toda la América Latina, dando nuevo aliento al régimen comunista de Cuba tras la caída del muro de Berlín y el descenso en picada de la Unión, lo que casi se ha cumplido totalmente al presente. Por consiguiente, aquellos son los nuevos titiriteros de Latinoamérica y estamos en el comienzo de un nuevo proceso histórico, con la aparición de otro imperialismo.
Digamos, finalmente, que ente los partidos fundacionales encontramos al Partido Comunista de Cuba, el Partido de los Trabajadores (Brasil), Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (EL Salvador), Movimiento Bolivia Libre, Partido de la Revolución Democrática de México y los Tupamaros de Uruguay, sumándose en 1992 la Unión Revolucionaria Nacional de Guatemala, grupo de terroristas que siguen las ideas de Sendero Luminoso y, mas recientemente, en 1995 los grupos narcoterroristas de Colombia: FARC, ELN y M-19, aparentemente desmovilizado), el Partido Laborista de Dominica, el Partido Revolucionario Democrático de Panamá, y otros organizaciones políticas.
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