ECUADOR
PROCLAMA A LOS PUEBLOS DE AMERICA
Manuel Rodríguez de Quiroga [1]
[16 de Agosto de 1809]
PUEBLOS DE LA AMÉRICA:
La sacrosanta ley de Jesucristo y el imperio de Fernando VII perseguido y desterrado de la península, han fijado su augusta mansión en Quito. Bajo el Ecuador han erigido un baluarte inexpugnable contra las infernales empresas de la opresión y la herejía. En este dichoso suelo, donde en dulce unión hay confraternidad, tienen ya su trono la paz y la justicia: no resuenan más que los tiernos y sagrados nombres de Dios, el rey y la patria.
¿Quién será tan vil y tan infame que no exhale el último aliento de la vida, derrame toda la sangre que corre en sus venas y muera cubierto de gloria por tan preciosos e inexplicables objetos? Si hay alguno, levante la voz, y la execración general será su castigo: no es hombre, deje la sociedad y vaya a vivir con las fieras. En este fértil clima, en esta tierra regada antes de lágrimas y sembrada de aflicción y dolores, se halla ya concentrada la felicidad pública.
Dios en su santa Iglesia y el Rey en el sabio gobierno que le representa, son los solos dueños que exigen nuestro debido homenaje y respeto. El primero manda que nos amemos como hermanos, y el segundo anhela por hacernos felices en la sociedad en que vivimos. Lo seremos, paisanos y hermanos nuestros, pues la equidad y la justicia presiden nuestros consejos. Lejos ya los temores de un yugo opresor que nos amenazaba el sanguinario tirano de Europa. Lejos los recelos de las funestas consecuencias que traen consigo la anarquía y las sangrientas empresas de la ambición que acecha la ocasión oportuna de coger su presa. El orden reina, se ha precavido el riesgo y se han echado por el voto uniforme del pueblo los inmóviles fundamentos de la seguridad pública. Las leyes reasumen su antiguo imperio; la razón afianza su dignidad y su poder irresistibles; y los augustos derechos del hombre ya no quedan expuestos al consejo de las pasiones ni al imperioso mandato del poder arbitrario. En una palabra, desapareció el despotismo y ha bajado de los cielos a ocupar su lugar la justicia. A la sombra de los laureles de la paz, tranquilo el ciudadano dormirá en los brazos del gobierno que vela por su conservación civil y política. Al despertarse alabará la luz que le alumbra y bendecirá a la Providencia que le da de comer aquel día, cuando fueron tantos los que pasó en la necesidad y en la miseria. Tales son las bendiciones y felicidades de un gobierno nacional.
¿Quién será capaz de censurar sus providencias y caminos? Que el enemigo devastador de la Europa cubra de sangre sus injustas conquistas, que llene de cadáveres y destrozos humanos los campos del antiguo mundo, que lleve la muerte y las furias delante de sus legiones infernales para saciar su ambición y extender los términos del odioso imperio que ha establecido: tranquilo y sosegado, Quito insulta y desprecia su poder usurpado. Que pase los mares, si fuese capaz de tanto: aquí le espera un pueblo lleno de religión, de valor y de energía.
¿Quién será capaz de resistir a estas armas? Pueblos del continente americano, favoreced nuestros santos designios, reunid vuestros esfuerzos al espíritu que nos inspira y nos inflama. Seamos unos, seamos felices y dichosos, y conspiremos unánimemente al individuo objeto de morir por Dios, por el Rey y la patria. Esta es nuestra divisa, esta será también la gloriosa herencia que dejemos a nuestra posteridad.
MANUEL RODRÍGUEZ DE QUIROGA
[1] Quiénes fraguaron el golpe del agosto quiteño, se pregunta Claudio Mena Villamar en su libro El Quito rebelde (1809-1812): "Un boliviano, Manuel Rodríguez de Quiroga; un antioqueño, Juan de Dios Morales; un militar quiteño, el capitán Salinas, y un lojano, el clérigo secular doctor Riofrío". Veinte años antes, el quiteño Eugenio Espejo había sembrado las ideas de un suelo libre, culto, próspero. Y entre el Precursor y los cuatro mosqueteros, el quiteño Antonio Ante había predicado la insurrección desde 1798. Ante había escrito en 1808 el folleto Clamores de Fernando VII, una proclama y un catecismo, encaminados los tres, como anota el historiador Pedro F. Cevallos, "a dar los primeros pasos para la independencia". Y en la madrugada del 10 de agosto Ante había de comunicar al Presidente español que la Junta Soberana de Quito lo acababa de cesar.
Manuel Rodríguez de Quiroga, llegó desde el Cuzco con su padre nombrado Fiscal con cargo a la plaza de Quito. Ejerció como abogado, pero su temperamento lo puso en dificultades: era frecuentemente reprendido por los tribunales y a la larga fue... suspendido en el ejercicio de su profesión de abogado".
Cuando el Conde Ruiz de Castilla ocupó la presidencia, Rodríguez de Quiroga abrigó la esperanza de ser reintegrado a la profesión. No ocurrió así. Esta contrariedad quizás influiría en el ánimo de Rodríguez de Quiroga quien cinco meses después animaba la conjura que a partir del 25 de diciembre de 1808 iba tramándose en la hacienda del Marqués de Selva Alegre. Delatado y preso en marzo de 1809, Rodríguez de Quiroga tomó la defensa de su propia causa. El punto central de su alegato fue que para un americano no constituía delito separarse de la monarquía de España caída ya en poder de Napoleón. Puestos en libertad, los conjurados volvieron a la carga y dieron el golpe de agosto de 1809 perpetrado por 30 plebeyos, 12 nobles y tres sacerdotes. Rodríguez de Quiroga fue uno de los líderes.
La Junta Soberana presidida por el Marqués integraba a Juan de Dios Morales en el ministerio de Guerra y Exteriores, a Rodríguez de Quiroga en el de Gracia y Justicia, y a Juan Larrea en el de Hacienda. Al frente de la "falange" militar estuvo el capitán Juan Salinas. Rodríguez de Quiroga habló en el Cabildo abierto del 16 de agosto en la Sala Capitular del convento de San Agustín, dando a conocer la presente proclama.
El Cabildo quiteño celaba a la Junta. Uno de los cabildos, Juan José Guerrero y Matheu, Conde de Selva Florida, sustituyó al Marqués en la presidencia. Rodríguez de Quiroga se opuso. Guerrero medió para que Ruiz de Castilla fuera restituido el 25 de octubre de 1809. Dos días después, Ruiz deponía a Morales, Rodríguez de Quiroga y Larrea. El cuatro de diciembre sintiéndose firme con la presencia de tropas limeñas y santafesinas, Ruiz apresó a 70 personas en el primer día de la represión. Unos fueron encerrados en diversos conventos; otros, Rodríguez de Quiroga entre ellos, en el Real de Lima, cuartel vecino a la Plaza Mayor. El seis de diciembre escribía Ruiz a su Virrey: 'En el día tengo arrestados a los más de los principales autores de la escandalosa revolución del 10 de agosto para el correspondiente ejemplar castigo'. Rodríguez de Quiroga alegó en defensa que Ruiz al apresarlos había incumplido las capitulaciones entre Ruiz y la Junta representada por Guerrero y que, por tanto, el proceso era nulo. A las dos menos cuarto de la tarde del dos de agosto de 1810 los presos del Real fueron masacrados por la tropa llegada de Santa Fe mientras la de Lima castigaba en la calle a los quiteños. Doscientas personas fueron asesinadas esa tarde de agosto. Ruiz reportaba a su Virrey: 'En el aposento tres (del Real de Lima)...se hallaba el de D. Manuel Rodríguez de Quiroga quien no murió en él sino en el corredor haciendo frente porque estaba armado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario