Pedro Henriquez Ureña
[2 de Diciembre de 1915]
El movimiento filosófico de la América española raras veces ha sido estudiado en su conjunto. El único trabajo que conocemos en este sentido, es el sucinto, pero bastante completo, que presentó el distinguido escritor peruano Francisco García Calderón, en francés, al Congreso de Filosofía de Heidelberg en 1908. Este trabajo se publicó primero en una de las principales revistas filosóficas de Francia, y luego, en castellano, con adiciones, en el libro Profesores de idealismo. En otro libro suyo posterior: Las democracias latinas de América, que se publicó en francés y se ha traducido ya al inglés, García Calderón habla sintéticamente del movimiento filosófico en nuestros países.
En México se han escrito dos libros, incompletos y desordenados, sobre la historia de los estudios filosóficos en el país. Uno es obra del Obispo Valverde Téllez; otro, del doctor Agustín Rivera. Contienen buenos datos sobre la filosofía en la época colonial, tanto sobre los españoles que la cultivaron en las primeras cátedras universitarias Centre ellos Fray Alfonso de la Veracruz, el amigo de Fray Luis de León) como sobre los mexicanos que más tarde se distinguieron, especialmente, en el siglo XVIII, el P. Gamarra, a quien parece no faltaron originalidad ni espíritu moderno, pues él introdujo a Descartes y a Locke en México.
Pero si algún libro demuestra la importancia que en México tienen los estudios de filosofía, es, sin duda, el que acaba de publicar el joven y cultísimo pensador Antonio Caso (Problemas filosóficos. Ediciones Porrúa, México, 1915). Basta abrir el libro para darse cuenta que hay, detrás de él, toda una tradición y un ambiente de estudios filosóficos. Es más: todo lector avezado a los problemas que allí se discuten advertirá que el espíritu de renovación de que está lleno el libro, responde a la necesidad y al deseo de abrir nuevos horizontes en círculos intelectuales donde existen direcciones filosóficas arraigadas. Efectivamente: en las clases cultas de México se descubren orientaciones filosóficas bien claras y diversas. Dos, hasta ahora, se dividían el campo: la orientación religiosa, de abolengo escolástico, y la orientación positivista, inspirada en Comte, Spencer y John Stuart Mili, y dueña de las escuelas públicas desde 1867, cuando, al fundar D. Gabino Barreda la Escuela Preparatoria, la organizó de acuerdo con la clasificación de las ciencias de Augusto Comte.
Antonio Caso representa una tercera, y más moderna orientación: la que responde a las nuevas tendencias dominantes en Europa y en los Estados Unidos y representadas por Bergson, Boutroux, William James, Rudolf Eucken, Benedetto Crece, y la mayoría de los pensadores centrales del siglo XX. Esta nueva orientación es la que sigue la juventud mexicana, y ha penetrado en las escuelas oficiales, las de la Capital por lo menos. No sólo existen cursos de filosofía en la Escuela de Altos Estudios (de la cual ha sido Caso director), sino que, contra la tradición de Barreda, han reaparecido en la Escuela Preparatoria, donde sólo se estudiaban dos ramas de la disciplina fundamental: la lógica y la ética. En la Escuela de Jurisprudencia, además, las ideas nuevas han penetrado a través de los cursos de Sociología y de Filosofía del Derecho.
Este movimiento comienza en 1906. “Numeroso grupo de estudiantes y escritores jóvenes se congregaba en torno a [la] novísima publicación (la revista Savia Moderna, fundada por Alfonso Cravioto y Luis Castillo Ledón); la cual, desorganizada y llena de errores, representaba, sin embargo, la tendencia de la generación nueva a diferenciarse francamente de su antecesora, a pesar del gran poder y del gran prestigio intelectual de ésta. Inconscientemente, se iba en busca de otros ideales, se abandonaban las normas anteriores: del siglo XIX francés en letras; el positivismo en filosofía. La literatura griega, los siglos de oro españoles, Dante, Shakespeare, Goethe, las modernas orientaciones artísticas de Inglaterra, comenzaban a reemplazar al espíritu de 1830 y 1867. Con apoyo en Schopenhauer y en Nietzsche, se atacaban ya las ideas de Comte y de Spencer. Poco después comenzó a hablarse de pragmatismo...
“En 1907, la juventud se presentó organizada en las sesiones públicas de la Sociedad de Conferencias. Ya había disciplina, crítica, método. El año fue decisivo: durante él acabó de desaparecer todo resto de positivismo en el grupo central de la juventud. De entonces data ese movimiento que, creciendo poco a poco, infiltrándose aquí y allá, en las cátedras, en los discursos, en los periódicos, en los libros, se hizo claro y pleno en 1910 con las Conferencias del Ateneo (sobre todo en la final, la de José Vasconcelos sobre “Don Gabino Barreda y las ideas contemporáneas”), y con el discurso universitario de don Justo Sierra, quien ya desde 1908, en su magistral oración sobre Barreda, se había revelado sabedor de todas las inquietudes metafísicas de la hora. Este movimiento, cuya representación ha asumido ante el público Antonio Caso, tiende a la restauración de la filosofía, de su libertad y de sus derechos. La consumación acaba de alcanzarse (1913) con la entrada de la enseñanza filosófica en el curriculum de la Escuela Preparatoria…” [1]
Ya antes, en 1909, Caso había dado una serie de conferencias sobre el positivismo. Entre los muros de la Preparatoria, la vieja escuela positivista, volvió a oírse la voz de la filosofía, que reclamaba sus derechos inalienables. Luego dio, en 1912, el primer curso libre, sin costo para la nación, de la Escuela de Altos Estudios, y tuvo éxito extraordinario: la concurrencia fue numerosísima, y el disertador hizo exposiciones admirables sobre la filosofía griega. Su palabra alcanzó a veces la magistral elocuencia de Hostos. La libre investigación filosófica, la discusión de los problemas metafísicos, hizo entrada de victoria en la Universidad.
Ahora da Caso a luz su primer libro (anteriormente había publicado solamente conferencias, en forma de folleto). Contiene ocho estudios ligados entre sí por la unidad de tendencia. El primero, “Perennidad del pensamiento religioso y especulativo”, define el campo de la ciencia como investigación limitada a las leyes de los fenómenos, sin penetrar a la esencia que se esconde detrás de ellos; esta esencia es el tema propio de la filosofía. Las modernas corrientes de pensamiento tienden a declarar que no es la razón, no la inteligencia raciocinante, la que llega al fondo de los problemas esenciales del universo; sino que la intuición espiritual es la que se acerca a iluminarlos. La intuición, pues, es la que nos da las grandes tesis metafísicas; y en la intuición se apoyan también las tendencias religiosas. En el contenido de la conciencia creyente —afirma Caso—, existe la infalible noción de una dependencia inevitable que une al hombre al bien y a la inmortalidad, como lo han visto Schleiermacher y Tolstoi. Pero ni el espíritu religioso, concebido así, ni la especulación metafísica, pueden negar las conquistas de la ciencia. Es más: nuestra época, en vez de contraponer la metafísica y la ciencia, las relaciona como partes que completan el estudio del universo. La metafísica (palabra que ha recobrado su alta dignidad como nombre de la disciplina filosófica principal) tiene que tomar en cuenta todo paso que dé la ciencia; y la ciencia vive y progresa sostenida por el concepto general, o sea metafísico, del mundo. Detrás de toda investigación científica moderna, apenas se profundice, aparece la creencia filosófica de los sabios, por ejemplo: la hipótesis de la unidad de la sustancia, de la identidad de materia y energía, que se halla detrás de toda la física contemporánea.
Muy útiles, por su exactitud las “Definiciones” y la “Clasificación de los problemas filosóficos”. No lo es menos, por su precisión sintética, la “Breve historia del problema del conocimiento”, en que señala los antecedentes de la crítica epistemológica en Grecia, desde Pitágoras y Sócrates, admirablemente llamado “el mayor de los críticos en la historia del pensamiento filosófico”; el verdadero papel de Descartes, iniciador de la actitud moderna ante el problema (inventor de él, según Schopenhauer); la evolución que va del cartesianismo hasta la Crítica de la razón pura de Kant, “monumento máximo de la literatura epistemológica” y, finalmente, los nuevos rumbos abiertos por la contemporánea filosofía de la intuición.
Magistral es el extenso trabajo sobre “El problema filosófico del método”, en donde Caso propone las más originales ideas que contiene el libro. Según Caso, en toda investigación filosófica deben colaborar, de hoy, más, la intuición y la inteligencia razonadora; la primera, para acercarse a las verdades esenciales; la segunda, para sistematizar las adquisiciones de la intuición.
Después del interesante estudio sobre “EI sentido de la historia” (donde compara el historiador, que observa a la humanidad en la variada sucesión de los hechos individuales, con el filósofo, atento siempre a las verdades generales) y del bosquejo sobre “El nuevo humanismo” o sea el sentido de las relaciones entre el hombre y todo problema del universo, Caso cierra el libro con el hermoso artículo intitulado “Aurora”. Con éste, su obra de pensador, de hombre de reflexión, queda unida a las grandes inquietudes de la humanidad en este momento trágico. El mundo se había acostumbrado a una paz timorata, sin audacias ni generosidades, dominada por la preocupación económica. “Tolstoi, Ibsen, Nietzsche fueron los profetas del nuevo siglo, a la vez artistas y videntes, como los santos del Antiguo Testamento; pero, entre sus voces elocuentes y el porvenir que se prepara con el dolor de nuestros desfallecimientos y la energía de nuestros entusiasmos, está la magna catástrofe, la actual guerra europea, término inesperadamente romántico y trágico de la codicia de mi siglo industrial y pacífico. . , Ya William James hablaba de hallar un equivalente moral de la guerra, algo que, en el seno de las civilizaciones pacíficas, prohijara virtudes viriles y apartara a los hombres de la molicie y la indolencia anexas al industrialismo. El remedio de James no ha podido aplicarse; no ha habido tiempo de aplicarlo. La guerra, no su equivalente, ha venido a purificar el inundo europeo. Un hombre nuevo, como dice Eucken, y una nueva civilización, consagrados a los intereses espirituales teóricos y prácticos de la humanidad, habrán de surgir y elaborarse cuando la catástrofe haya causado todos los gravísimos males que de fijo causará, precursores del gran bien inestimable de que disfrutan nuestros hijos”.
* Publicado en Las Novedades, de Nueva York, 2 de diciembre de 1915.
[1] Pedro Henriquez Ureña, “La cultura de las humanidades”; discurso pronunciado en la inauguración de las clases del año de 1914, en la Escuela de Altos Estudios de la Universidad Nacional de México.
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