junio 08, 2012

Declaración del Comité de Buenos Aires, sobre por qué no triunfó la revolución del 4 de febrero de 1905

REVOLUCION Y ABSTENCION
Por qué no triunfó la Revolución del 4 de Febrero de 1905
Hipólito Yrigoyen y otros
[Mayo de 1905]

LA UNION CIVICA RADICAL AL PUEBLO DE LA REPUBLICA
La delación y la perfidia que siempre fomentan los gobiernos sin moral, y que fueron los verdaderos enemigos con que el movimiento revolucionario tuvo que luchar, desde el comienzo de sus trabajos, obligando en septiembre su suspensión han hecho frustrar por fin la demostración más grandiosa de opinión y de protesta armada que la República pudiera realizar en vindicaciones de su honor, reparo de sus instituciones y seguridad de su bienestar.
Lo que el gobierno no pudo conseguir por la vigilancia de una pesquisación constante practicada con los recursos y en las formas más abusivas y deprimentes lo ha obtenido por aquellos mismos medios, a los cuales debe su estabilidad y sobre los que, desde entonces, gira la suerte de la Nación.
En la frente de quienes de tal manera han traicionado deberes sagrados, infamando sus nombres, pesarán eternamente la ignominia de su villanía y la execración de la República.
La dirección del movimiento tuvo la tarde del día anterior, casi la seguridad de que el gobierno poseía hasta el secreto de la hora y había resuelto suspenderlo. Pero la insistencia terminante y sin discrepaciones de los representantes de los elementos organizados civiles y militares, corroboraban por los que iban a ser jefes inmediatos, de encontrarse en las mejores condiciones y sin el menor indicio de estar sentidos y la comunicación afirmativa recibida en el día de toda la República, la indujeron a desistir de aquel propósito, pensando que ése era su deber, cuando tantas veces había retardado el movimiento de la acción por iguales motivos.
Fue así como la autoridad pudo prepararse y modificar el curso de los hechos. Cuando en la noche, la dirección tuvo noticia de las medidas que el gobierno adoptaba rápidamente, y de los contrastes que había ocasionado se vio impedida ya de ordenar su suspensión que debía comunicar a todo el país.
Quedó de esa manera, sin ejecutarse gran parte del plan en muchos puntos. A la inversa del que se trazó el 90, concretando la acción a esta capital y haciendo puramente militar la primera parte, se había resuelto ahora, que fuera general y concurrente desde el primer momento, teniendo los militares y ciudadanos sus puestos señalados de antemano. No pudo, empero, exteriorizarse la poderosa organización civil preparada en la capital y otros centros; la policía estorbó a las concentraciones de pueblo, secuestró los armamentos, redujo a prisión a los ciudadanos que alcanzaron a reunirse, y casi todos, no pudieron llegar a las posiciones que les estaban indicadas por la perturbación del plan impreso al movimiento. A su vez quedaron importantísimos y decisivos elementos militares sin pronunciarse. Haciendo justicia al pundonor, notoriamente reconocido por sus compañeros, y demostrando en la eficaz acción desplegada durante el curso de la preparación, debe pensarse, que realmente se vieron imposibilitados de cumplir sus compromisos y que, como los que más, habrán lamentado esa fatalidad de tan sensibles consecuencias. En tal sentido, las fuerzas civiles y militares que se han levantado en la República, lo han hecho teniendo ya las armas del gobierno a su frente y venciendo sus medidas defensivas.
El movimiento era tan vasto, que no era posible concebirlo mayor, la magnitud de su poder excluía en absoluto el riesgo no sólo de una guerra civil, sino de otros trastornos que los inevitables del primer instante, y permitía abrigar la convicción de que el gobierno se creía imposibilitado de toda resistencia. De otra manera, no se habría decidido la acción; nada inducía a precipitarla y sólo debía consumarse estando totalmente preparada, como así sucedía.
La delación y la perfidia que han sacrificado un nuevo y supremo esfuerzo de la Nación, que vive perenne y honradamente conmovida, ansiosa a justo título, de volver a su nivel moral y a entrar en el goce de sus derechos y garantías e incorporarse a la categoría de los Estados con personalidad bien definida y respetada.
Han causado la inmolación de nobilísimos ciudadanos y militares que han rendido su vida en aras de la redención nacional, a la que entregaban todos sus desvelos y el desprendimiento de su probidad y de su fervoroso patriotismo. Guiados siempre por principios y virtudes inalterables y rodeados de todos los encantos de la existencia, se apartaban del bien que debían disfrutar, para ir en pos del que podían hacer, con esa generosa superioridad de ánimo, exenta de toda prevención y sin más ambición que el cumplimiento del deber, es impulso y voz de estímulo para todas las grandes acciones. Eran apóstoles y pasan a ser mártires uniendo sus sacrificios al de los que les han precedido, en holocausto de los más sagrados ideales de la patria, dejando en las filas de la Unión Cívica Radical, claro imperecedero. Ellos reposarán al amparo del reconocimiento público y del respeto de la posteridad.
Han causado también el encarcelamiento, la persecución y el destierro de numerosos civiles y de casi toda una generación militar brillante, pura y llena de promesas.
La misión del ejército con el pueblo, en las horas de prueba, ha sido en la historia del mundo la más augusta y solemne demostración de solidaridad. Ninguna acción tiene mayor intensidad de luz, más poder de fuerza y más grandiosa conjunción de ideales y esperanzas. El ciudadano militar, lleva el símbolo de la patria y siente con vigor intenso su infortunio y su grandeza.
Pretender que abdique de su personalidad moral, substrayéndose a las inspiraciones de su razón y su conciencia, es convertir la institución militar en fuerza ciega, y entregar, indefensas, las sociedades a la arbitrariedad de gobierno sin origen ni sanción popular. Tal tendencia es completamente contraria a los principios de la justicia y de las leyes inmutables, que rigen al mundo y marcan su civilización.
El valor y la capacidada militar, acreditadas en la hora de la realización del deber, que fulguran en la frente de los que, se levantaron estando sus superiores prevenidos y preparados, así como en la del joven comandante que con el concurso de sus dignísimos colaboradores dominó uno de los centros más prepotentes de la oligarquía, organizando un ejército con que habría atravesado la República, si esa hubiera sido la consigna, tan altas cualidades, de nuevo reveladas por todos se recordarán con orgullo y reflejarán siempre honor sobre las armas argentinas pasar do a los anales de sus glorias.
La misma dignidad y corrección con que procedieron en la prueba y que guardaron ante ella, cuando podían creer con fundamento en la certidumbre del triunfo, observaron durante los procesos, y mantienen hoy, sufriendo con altivez, las mortificaciones del infortunio. Justo es también mencionar a los demás que, vinculados a la obra revolucionaria con la mayor decisión, y separados del mando o enviados a los confines de la República, no han podido concurrir a la acción.
Todos han obedecido con la absoluta disciplina del honor a ciudadanos desprovistos de investidura de gobierno y de influencia oficial, sin más representación que la integridad de la causa de la »reparación nacional. Para mayor honra de la abnegación de sus sacrificios, debe quedar constancia, por siempre, que expresamente habían pedido que no hubiera ascensos ni compensaciones de ninguna clase, y así estaba acordado. Mientras que en su patria están encarcelados y perseguidos. ¡Cuántas naciones quisieran que fueran de su seno!
Imposibilitándose el éxito de la revolución, se ha impedido finalmente, que la República, compruebe la existencia de elementos capaces de fundar un gobierno de severa normalidad, respetuoso de las instituciones, que impulsara sus destinos por la senda de los grandes y sólidos progresos, y despertara anhelos y energías a una verdadera vida de labor fecunda.
El movimiento del 4 de Febrero ha sido un hecho normal, en la vida argentina, previsto como la resultante necesaria de causas de toda índole, acumuladas durante años.
Las revoluciones están en la ley normal de las sociedades, y ni es dado crearlas ni es posible detenerlas, sino mediante reparaciones tan amplias, como intensas con las causas que las engendran. Lo anunció pública y lealmente la Unión Cívica Radical, al resolver la abstención electoral, exponiendo las causas que fundaban tan grave medida y formulando el proceso imperante en el país. Grandes asambleas previas y posteriores a esa decisión le dieron la sanción calurosa de la voluntad popular. Ha podido ser evitada por lar eliminación de los motivos que la determinaban imponiéndola como un deber, y ha sido provocada por la persistencia y aparición de los mismos.
Si así no fuera, no habría incorporado bajo su bandera, los grandes elementos que la han servido. No se concibe la determinación de tantas voluntades para la acción armada, en la que se juegan el porvenir y la vida, si no existen anhelos públicos que la fortifiquen, altos ideales, como objetivos y un ambiente propicio que las estimule. Si la revolución no estuviera justificada por sus causas tendría el hecho notorio de la magnitud de sus fuerzas la prueba plena, de su razón de ser y de la exigencia nacional a que ha respondido. Ningún propósito es más innocuo e imposible de germinar y prosperar, que el de la protesta por las armas, si las sociedades no lo alientan con el concurso de su solidaridad, y si no reposan sobre la base de grandes verdades.
Fue impulsada- por un anhelo de bien público, extraño a autoformismos y móviles personales. Representó la encarnación de sentimientos nacionales, profundamente arraigados; ha sido la culminación de una lucha de sacrificios y de inmolaciones contra la corrupción y la arbitrariedad de un sistema. Aun dominada, será benéfica por su carácter y la amplitud de sus tendencias, y como esfuerzo de patriotismo, por la vinculación del país, la eficiencia de sus instituciones y la grandeza de su porvenir.
Esa su visión tan amplia, que no determinaba vencedores ni vencidos, y se realizaba en nombre de deberes a que no pueden substraerse los ciudadanos que se consideran obligados a cumplir la tarea impuesta por la época de h sociedad a que pertenecen y por la situación que atraviesa.
Las naciones más civilizadas deben a los movimientos revolucionarios del carácter de los que daten del 90 a la fecha gran parte de su bienestar presente; ellos han sido faros que han iluminado su camino y factores de grandes conquistas.
No ha de, invocarse, en su contra, el respeto al orden, porque éste supone la armonía de las actividades y los derechos, al amparo de la libertad y de la justicia y bajo la garantía de gobiernos regularmente constituidos.
Ese es el orden que surge de la vida social y que hay el deber de considerar. La Revolución no ha atentado contra él; porque la República no lo conoce; ha tendido, por el contrario, a restablecerlo por el predominio de las reglas morales y de los preceptos de ley que lo contribuyen.
Las fuerzas conservadoras de la sociedad, comprendidas en su alto y verdadero significado, son las que realizan la labor común, cumplen con independencia sus deberes y revelan energías en la defensa de sus derechos. Los movimientos de opinión, cuanto más desinteresados, llevan en su seno mayor suma de ellas. Sin criterio que sólo considere fuerzas conservadoras los elementos afines a los gobiernos y sostenedores de su autoridad, cualquiera que sea su origen y su forma de ejercicio. Triste condición sería la de un país si su prosperidad sólo hubiera de consistir en el fomento de sus intereses materiales. El progreso es preferentemente constituido por las fuerzas morales que contiene en acción, por la altivez de los ciudadanos, por la probidad pública y privada, por la decisión intensa para todos las nobles labores humanas. Las sociedades no avanzan con paso firme, cuando los gobiernos no se inspiran en tan elevados conceptos; la prosperidad material que alcanzan está de antemano condenada a desaparecer en la disipación. Las fuerzas morales desarrolladas concurren a caracterizar la personalidad social, forman barreras de defensa contra los atentados y las arbitrariedades de los gobiernos, y permiten levantar sobre la base de una sola fraternidad de voluntades, la grandeza colectiva.
El progreso material de la República que se invoca, es obra de la naturaleza, que no se detiene, y más que del esfuerzo argentino, del brazo extranjero. No es conquista de la paz, ni el fruto de los gobiernos que lo han destruido, en el escándalo, y que volverán a hacerlo, si severos principios no los inspiran y rigen la vida argentina.
Si él no hubiese sido perturbado por desastrosas administraciones, y si a ese ejercicio de las instituciones hubieran concurrido armónicamente pueblos y gobiernos, la República tendría hoy, en el mundo, una culminante representación por su autoridad moral, y su riqueza habría alcanzado proporciones que no pueden concebirse, pero ante las cuales serían insignificantes las que hoy revisten.
El criterio extranjero está habituado a pasar por alto el concepto de nacionalidad soberana y organizada, a que tenemos derecho, para sólo preocuparse de la riqueza del suelo argentino y. de seguridad de los - capitales invertidos en préstamos a los gobiernos o empresas industriales y de comercio. A esa condición hemos llegado, como consecuencia de una moralidad política, que no ha sabido rodear de respeto, el nombre del país, caracterizando su reputación ante el mundo, por la rectitud de sus procederes y la seriedad en el cumplimiento de las obligaciones contraídas. Los causantes y beneficiarios de este desastre del honor y del crédito nacional, carecen de autoridad y de título, para condenar, invocando el prestigio argentino en el exterior, un movimiento de protesta armada, respetable y digno, porque es y será siempre representativo de intereses sociales de todo orden y exponente de potencia cívica, de sanas energías y de altos anhelos.
Sabe la Nación, y con ella el mundo, que cuenta con una fuerza de resistencia que, si al nivelar una vez más su importancia ha podido causar mucho asombro a los que creen en el vigor de sus reacciones, al persistir, como factor de vida cívica será centro de atracción y elemento de progreso.
La Unión Cívica Radical, no es propiamente un Partido en el concepto militante, es una conjuración de fuerzas emergentes de la opinión nacional, nacidas y solidarizadas al calor de reivindicaciones públicas. Servirlas y realizarlas, restableciendo la vida del país en la integridad de su prestigio y de sus funciones, es el programa que formuló al congregarse, que ha realizado con fidelidad hasta el presente. Ha sido y será el centro de los espíritus independientes que, queriendo o debiendo prestar su concurso a la obra de la reparación nacional, busquen la orientación propia de ese deber y la fuerza eficiente para llenarlo. Sus afiliados saben, de antemano, que no van a recibir beneficios ni conquistar posiciones, sino a prestar servicios en la plena irradiación de su personalidad. Así lo ha demostrado en la cruenta labor que le ha correspondido en el lamentable período de la vida por que atraviesa la República, rechazando la dirección de gobierno, la coparticipación en otros y la jefatura de oposiciones falaces y engañadoras.
Mediante los primeros, habría conquistado influencias morales, y la segunda, habría sido suficiente para ensalzar su acción y enaltecer a sus hombres. Pero se ha substraído a unos y a otros, considerándolos contrarios a su programa y susceptibles de descalificar su autoridad sin beneficio para la República.
Será enseñanza en el presente y honor en el futuro, el ejemplo de esta fuerza que se mantiene íntegra y poderosa sin las atracciones de la autoridad, resistente a los halagos y a las tentaciones y superior a las adversidades que la combaten, porque la alienta un sincero y patriótico convencimiento de la magnitud de su misión en la existencia de la República. Sus sacrificios entrañan prestigio, que serán imperecederos y fecundos por la inspiración que sugieren, mientras que, cuanto a su acción se opone, al desmoronarse, siguiendo la ley de las transformaciones, no dejará luz ni huella benéfica alguna.
Lo imprevisto tiene tanto de crueldad como de injusticia; pero el esfuerzo hecho al calor de convicciones y de deberes sagrados, no se esteriliza nunca en desenlaces negativos. Hay siempre fecundación de savia nueva en las inmolaciones sufridas y en los sacrificios. Los que son capaces de realizarlos, con la alta visión de la felicidad de la patria, están siempre en el corazón de los pueblos.
Los infortunios de la adversidad suelen ser consecuentes con los que van con el rostro vuelto hacia el sol y pecho descubierto al combate, pero vale más quemarse a sus rayos que vivir a las sombras de egoísmos.
La Unión Cívica Radical, al reiterar su supremo esfuerzo, ha procedido en esa- forma afrontando la lucha leal y generosamente, prefiriendo como siempre, ser vencida sin vestigios de daños innobles, a triunfar con sombras. Las personas de los gobernantes y demás personas con influencia oficial, fueron desde el primer momento objeto de especiales cuidados y consideraciones, durante la conmoción misma no podrá señalarse, en ninguna, parte, el más leve abuso.
Las justificaciones presentes e históricas, están en el espíritu de la patria y cada vez más, libradas a la conducta de los gobiernos. Ellos demostrarán, día por día, la justicia y la oportunidad de la viril reacción.
La República presencia, en estos momentos, el espectáculo de gobernantes, partidos y hombres que fundan su desenvolvimiento y la subsistencia de su autoridad, en la sumisión al Presidente y asiste a la reproducción, en todo sentido de las formas y procedimientos que caracterizaron a la época del 86 al 90. Así tenía que ser, porque cuando los males no se extinguen, es fatal que se renueven con mayor intensidad.
El anatema estaba previsto para el caso de adversidad, debía reproducirse como antes otras veces. Estaba igualmente prevista la alabanza para el caso del triunfo, pero, como siempre, aquél se estrellará en la integridad de nuestras frentes.
La Providencia fija- los destinos de los pueblos y de los hombres; ¡que ella proyecte un rayo de luz en nuestro sendero, mientras nos mantengamos dignos!
Buenos Aires, mayo de 1905.
HIPÓLITO YRIGOYEN, Presidente Honorario
Pedro C. Molina, Presidente
José C. Crotto, Vicepresidente
P. H. Schickendants y Vicente C. Gallo, Secretarios

Fuente: “Ley 12839. Documentos de Hipólito Yrigoyen. Apostolado Cívico – Obra de Gobierno – Defensa ante la Corte”, Talleres Gráficos de la Dirección General de Institutos Penales, Bs. As 1949.-

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