julio 11, 2012

Palabras de Fidel Castro en el acto de graduación de los cadetes del ejército rebelde (1960)

PALABRAS EN EL ACTO DE GRADUACION DE LOS CADETES DEL EJERCITO REBELDE, EN EL CAMPAMENTO MILITAR DE MANAGUA
Fidel Castro
[29 de Octubre de 1960]

― Departamento de versiones taquigráficas del Gobierno revolucionario ―

Compañeros oficiales del Ejército Rebelde; Compañeros próximos oficiales de las milicias; Señoras y señores:
Hoy tiene lugar la primera graduación de oficiales del Ejército Rebelde, antes de los dos años del triunfo de la Revolución.
Para nosotros, esto significa un triunfo más. Ha sido largo el camino a recorrer; no ha sido fácil la tarea. Prácticamente no teníamos los medios para lograrlo fácilmente. El hecho de que hayamos podido graduar hoy 55 oficiales en la Escuela de Oficiales del Ejército Rebelde, se debe, en gran parte, al esfuerzo de un grupo de militares honestos que aportaron a la Revolución su experiencia y sus conocimientos.  Y no era fácil, repito, la tarea, en medio de las convulsiones de una Revolución, en medio de las tremendas pasiones que se agitan en la entraña de las revoluciones.
Nosotros, los rebeldes, no sabíamos mucho de cuestiones militares; nosotros habíamos aprendido sobre la marcha; en medio de la guerra, aprendimos la práctica. Enseñamos en las montañas.
Y los hombres se iban convirtiendo en jefes en medio de la lucha, cada cual según sus méritos.
Pero, nosotros, en la paz no teníamos hombres para organizar una escuela de oficiales. Sin embargo, un grupo pequeño de hombres, que sí tenían conocimientos para organizar esa escuela, nos brindaron su colaboración. Tampoco era fácil escoger a los hombres que ingresarían en la escuela.  Era difícil borrar de la mente de muchas personas jóvenes la antigua idea de lo que debía ser la escuela militar.
Muchos, movidos por la vocación, convencidos de que tenían condiciones para servir a su país como militares, desearon ingresar en la escuela; pero también había quienes tenían un concepto erróneo de lo que significaba ser oficial del Ejército Rebelde, quienes tenían un concepto erróneo de la vida y de los sacrificios de un militar. Y no están aquí todos los que ingresaron cuando se reanudó la escuela; están aquí, aproximadamente, la tercera parte de los que comenzaron el curso.
Eso quiere decir que los oficiales que aquí se han graduado, son consecuencia de una selección, son consecuencia de un proceso; han pasado duras pruebas, y al fin han arribado a la meta.  Posiblemente había, entre los que solicitaron y obtuvieron su ingreso, quienes creían que la república había entrado en una etapa fácil, en una vida sin riesgos ni sacrificios, y que ser militar sería, sencillamente, una cómoda profesión. Pero los hechos fueron enseñando que, lejos de ser una tarea fácil, lejos de ser una profesión fácil, ser militar revolucionario, ser soldado u oficial de un pueblo revolucionario significa, sí, un honor; significa, sí, una consideración, un respeto y un cariño muy grande de su pueblo; significa, sí, un lugar desde donde se puede servir con orgullo a la patria; pero significa también un puesto de sacrificio y de abnegación, significa un puesto de riesgo y de esfuerzo, significa que a ese honor, y a ese respeto y cariño del pueblo, no se llega si no se tiene mérito, no se llega si no se tienen condiciones para ello, no se llega si no se tiene espíritu de sacrificio, porque muchos son los que creen que pueden, ¡pero no todos los que creen que pueden, pueden! 
Hay en los hombres débiles que se arredran, o se acobardan ante las dificultades, el castigo de ver frustrados los propósitos que un día se hicieran; y hay para los hombres que saben enfrentarse a las dificultades, que saben pasar todas las pruebas, un premio; un premio como este que ustedes acaban de recibir hoy, y un premio como el que muy pronto van a recibir también los responsables de las milicias, que han sabido pasar por duras pruebas.
Hace algún tiempo visitamos nosotros esta academia, y con nosotros se reunieron una tarde los responsables de milicias y los alumnos de la Escuela de Oficiales del ejército.
En aquella ocasión les explicamos nuestro punto de vista de que los oficiales debían pasar por pruebas más duras que el soldado; que los soldados estaban pasando por pruebas duras; que era necesario no solo estar dotado de los conocimientos idóneos, sino que para que ese oficial fuese todavía un oficial más completo y un oficial con pleno prestigio ante los soldados que iba a mandar, era necesario que pasasen por pruebas más duras que los soldados.  Y lo mismo les dijimos a los jefes de milicias; en aquella ocasión les anunciamos que pronto marcharían hacia las montañas de la Sierra Maestra.
Y marcharon hacia las montañas, y muchos pasaron las pruebas, y hoy tenemos aquí la satisfacción de graduar a un grupo de oficiales, que no solo estudiaron en las aulas, que no solo aprendieron sus deberes en los libros y en las instrucciones de los maestros, sino también que aprendieron a cumplir el deber en las duras pruebas de las montañas, y nosotros sabemos que hoy ellos han de sentir la satisfacción que merecen como premio de haber sabido pasar aquellos rigores, la confianza en sí mismos que los hombres tienen cuando saben que han pasado duras pruebas. Y así, estos oficiales podrán ostentar la insignia de tres picos con una estrella, que corresponde a los que han subido en ejercicio diez veces el Pico Turquino.
Mas, no solo eso, sino que, conjuntamente con un grupo de profesores de la escuela, trabajaron en la instrucción de los responsables de milicias de La Habana. Los conocimientos que ellos habían adquirido se los fueron brindando y comunicando a los que también les correspondía una tarea de gran importancia, los que habrán de mandar a las unidades de milicias. Y esos compañeros pasaron también por las duras pruebas de las montañas, y han pasado también por un entrenamiento duro y sacrificado. Padres de familia muchos de ellos, han estado hasta 40 días sin visitar a sus familiares; y aún no se sabe los sacrificios que deban hacer.
Cuando algunos nos han sugerido, nos han preguntado si eso no es demasiado duro, nosotros hemos dicho: “No, todavía no es, quizás, suficientemente duro”. Y les recordábamos los que, por ejemplo, a veces han tenido que pasarse años en las prisiones sin ver a su familia, y los que han tenido que pasarse también años en campaña; y que los hombres que están llamados a dirigir a los combatientes en la lucha, han de ser hombres hechos para esas pruebas y para otras mayores.
Sin embargo, no deja de tener gran mérito lo que han hecho, porque han estado haciendo esos sacrificios en medio de la paz, han estado haciendo ese sacrificio cuando muchos no se han visto en la necesidad de hacer sacrificios similares. Pero lo que importa sacar en conclusión es que muy pronto tendremos también más de 500 jefes de milicias, que escalaron tres veces el Pico Turquino y han estado varios meses en riguroso entrenamiento.
¿Qué significa eso? ¿Qué significa el hecho de poder graduar hoy 55 oficiales, y de poder graduar muy pronto más de 500 jefes de milicias?  Significa que hemos vencido el obstáculo mayor, significa que hemos vencido el obstáculo de nuestra propia ignorancia, significa que estamos aprendiendo, significa que estamos creando, significa que las semillas sembradas se están multiplicando. Sin eso no habría milicia, sin eso no habría defensa, sin eso no habría poderío militar revolucionario, porque a la gran masa de milicianos hay que organizarla, hay que constituirla en unidades de combate con máxima disciplina y con máxima eficacia. A la gran masa del pueblo hay que entrenarla, hay que organizarla, hay que prepararla, y esa es la tarea que a ustedes, los responsables de milicias, les corresponde.
Un grupo pequeño enseñó a un grupo mayor, y ese grupo mayor enseñó a otro grupo mucho mayor, y todos juntos, el primero, el segundo y el tercer grupo, se dedicarán ahora a enseñar a las decenas de miles de milicianos que han estado esperando por sus maestros; y sin maestros, sin esos cuadros, no habría entrenamiento, porque para entrenar y organizar un batallón hacen falta hombres que conozcan y estén lo suficientemente capacitados para organizarlo. No se improvisa una unidad de combate, no se resuelven los problemas técnicos de una unidad de combate con el entusiasmo solamente.
¡Ah!, si nuestros hombres en la guerra, además de la razón que los acompañaba, además de la tremenda moral y el extraordinario entusiasmo que los acompañaban siempre, hubiesen poseído, además, la técnica, muchas vidas valiosas se habrían ahorrado, y muchos meses de sacrificios se habría ahorrado el país.
Hoy tenemos la razón, el entusiasmo, la moral, pero vamos a tener también la técnica para que la patria se sienta más segura, para ahorrar vidas, y para que las victorias sobre los enemigos de nuestra causa sean victorias más fulminantes.
Antes, además de la técnica, nos faltaban las armas, y ahora, ¡además de la moral, además del entusiasmo, además de la razón y además de la técnica, tendremos también las armas! 
Pero el enemigo sabe eso, el enemigo sabe que cada día que pasa son cientos de hombres más que organizamos, el enemigo sabe que cada semana que pasa son miles de hombres más que organizamos, el enemigo sabe que pronto tendremos centenares de hombres dedicados a la tarea de organizar y entrenar, el enemigo sabe que cada día que pasa sus esperanzas son más remotas, y por eso el enemigo se apresura; por eso, por esa razón que es muy sencilla y por esa razón que nosotros le explicamos al pueblo con la misma claridad con que le hemos hablado siempre, por esa razón el enemigo se desboca, por esa razón el enemigo se apresura; el enemigo sabe la fuerza en potencia del pueblo, y el enemigo no quiere que esa fuerza se desarrolle.
Por eso, el riesgo de ataque; por eso, la inminencia del ataque, por esa razón, por esa razón tan sencilla; porque lo que ellos tienen esperanzas de hacer hoy con un número de mercenarios, piensan que dentro de algunos meses necesitarían muchas decenas más de mercenarios para albergar una esperanza. El enemigo sabe esa razón, que es bien sencilla; por eso el enemigo se apresura a atacar antes de que la tremenda fuerza en potencia de la Revolución se desarrolle; por eso la inminencia del ataque y, además, porque en este problema de Cuba están jugando las más ruines y las más bajas pasiones.
Este problema de Cuba se ha convertido en el punto esencial de la polémica entre los grupos monopolistas que aspiran a controlar el gobierno de Estados Unidos; y de una manera desvergonzada, de una manera repugnantemente cínica, arrancándose la máscara de una vez, ambos, ¡estúpidos jefes de camarillas monopolistas!, han estado pregonando la agresión, han estado pregonando la intervención, la intervención en los asuntos de un país independiente.  ¡Han hecho trizas los principios de respeto a la soberanía de los pueblos y, ante el mundo, los histéricos monopolistas se han arrancado la careta y no han tenido ni siquiera la capacidad de disimular cómo piensan! ¡Y el mundo ha sido testigo del escándalo que han escenificado, el descaro y la desfachatez con que han estado preconizando la intervención directa o indirecta en los asuntos de nuestra patria soberana!  Y casi se ha convertido nuestra isla en objeto de los caprichos y las ambiciones, se ha convertido nuestra isla en el quid de la cuestión electoral; y eso es peligroso, porque el grupo que actualmente ostenta los mandos, en su ruin ambición, en medio de la competencia con otros tan ruines como ellos, puede hacer a nuestra patria objeto de la agresión, con la esperanza loca de satisfacer mezquinos intereses de grupos explotadores y saqueadores de los pueblos.
Y esa es una razón más para pensar en la inminencia del ataque en estos días críticos antes de las elecciones, sin que, por supuesto, después de las elecciones vayan a dejar de ser días también riesgosos, y vayan a dejar de ser días riesgosos los días siguientes a la toma de posesión de cualquiera de los dos estúpidos que asuma la presidencia del imperialismo.
Pero, sin embargo, saben que cada día que pasa es más difícil, que cada día que pasa el número de mercenarios que necesitan es mucho mayor del que necesitaban el día anterior. Y a los mercenarios hay que reclutarlos, entrenarlos, organizarlos y “embarcarlos”, ¡en el doble sentido de la palabra! 
Y cada número de mercenarios, determinado número de mercenarios más, necesitan un barco más, o un avión más y un campamento más; por tanto, cada día que pasa, la batalla ellos saben que sería más dura, sus posibilidades —si es que se han imaginado que tienen alguna— cada día menores, y por eso la inminencia del ataque; y si no lo hacen es porque, o han perdido la esperanza, o son todavía más torpes de lo torpe que nosotros sabemos que son.
Y resulta, por supuesto, más lógico, resulta más inteligente que ataquen ahora, que atacar dentro de un mes; mucho más inteligente que ataquen ahora, que atacar dentro de dos meses, o dentro de tres meses. Eso resulta lógico. Y nosotros y ustedes tenemos que aprender a razonar correctamente; precisamente, si nosotros no razonáramos correctamente, entonces no andaríamos bien; nuestro deber es razonar correctamente, y por cuanto razonamos correctamente, si alguno se equivoca al calcular o al estimar las situaciones, que sean ellos y no nosotros; porque nosotros, al analizar bien las cuestiones, no debemos equivocarnos, y si ellos se equivocan, ¡allá ellos! Y si estos razonamientos les sirven de estímulo para precipitarse, pues ¡allá ellos también! 
Nosotros consideramos que lo que vayan a hacer es ya independiente por completo de lo que pueden pensar hoy; lo que vayan a hacer ya no lo puede alterar nada, porque no es fácil reclutar miles de hombres y después desvanecerlos; cuando empieza el juego de las armas, cuando los mercenarios se alquilan, ya no dependen de ellos, ¡dependen de los que los alquilan!, y las decisiones que toman siguen como un curso fatal.
Por eso nosotros cumplimos con el deber de razonar y de explicar, y por eso hemos dicho con toda franqueza que, si es pronto, será peor para ellos; es decir, sería peor para ellos hacerlo más tarde; más tarde, ¡estaremos más fuertes! 
Sin embargo, ellos no pueden hacer con los mercenarios el milagro de los peces y los panes.  Los que tengan hoy, no los pueden multiplicar de hoy a mañana; los que tengan hoy, son los que tienen hoy; ¡la incógnita es lo que tenemos nosotros! 
Eso es para ellos la tremenda incógnita; y nosotros no queremos hacer muchas consideraciones en torno a lo que tenemos nosotros, sencillamente, creemos que con lo que tenemos es suficiente.
¿Nos puede preocupar, acaso, lo que traiga el enemigo? Ya una vez, ya una vez nosotros nos vimos en una situación en la cual venían a atacarnos numerosísimas fuerzas; unos 5 000 hombres perfectamente armados y que, además, contaban con el apoyo de la aviación y de la artillería ligera, de abastecimientos y de infinidad de recursos, avanzaban sobre nosotros, que solo contábamos con unos 300 hombres armados, y una parte de ellos mal armados y con pocas balas. quel jefe adversario estaba convencido de su triunfo, y tan convencido estaba que nos envió un mensaje y hasta, incluso, se lamentaba de la suerte que nosotros íbamos a correr; porque en medio de todo, al parecer, sentía alguna admiración por aquel grupo de hombres que durante 18 meses había mantenido en jaque a las fuerzas enemigas, y hasta es posible que, efectivamente, sintiera alguna pena por nuestra suerte, en la convicción que albergaba de que nos destruiría.
Y nosotros le respondimos el mensaje, le respondimos con caballerosidad el mensaje; le dimos las gracias por su preocupación, le explicamos que teníamos la idea de que él estaba en condiciones de hacer algo por el país, de hacer algo a favor de la Revolución y que cuando la ofensiva pasara, entonces podíamos conversar, pero antes no; que nosotros no queríamos conversar antes de la ofensiva, que nosotros sí estábamos dispuestos a conversar después de la ofensiva, pero que si los hombres que estaban luchando por aquella mala causa lograban vencer nuestra resistencia y destruir hasta el último soldado rebelde, que no se entristeciera de nuestra suerte, que nosotros le dejaríamos a la patria una página que haría palidecer los episodios más gloriosos de la historia, y que hasta los hijos de los mismos soldados que fuesen capaces de destruirnos tendrían que mirar algún día con respeto los picos de la Sierra Maestra.
Nosotros estábamos totalmente cercados, no teníamos más que 300 hombres, una parte mal armada, y, sin embargo, las fuerzas destruidas no fueron nuestras fuerzas, las fuerzas destruidas fueron las fuerzas de los 5 000 hombres que avanzaron sobre nosotros. Y no era la primera vez que nos teníamos que enfrentar a circunstancias adversas. En determinado momento habíamos llegado a ser menos de 10 hombres, y frente a nosotros eran decenas de miles, era todo el poder y todos los recursos de un gobierno, y, sin embargo, nosotros sabíamos que no nos derrotarían; nosotros, cuando éramos menos de 10 estábamos seguros de la victoria.
Y así se hizo el Ejército Rebelde, así se hizo el ejército del cual ustedes son hoy nuevos oficiales ; un ejército que combatió siempre en desventaja numérica y de armas, en increíbles desventajas, que surge virtualmente de la nada y esfuerzo tras esfuerzo, victoria tras victoria y sacrificio tras sacrificio, llegó a ser la fuerza que liberó a la patria, llegó a ser la fuerza que destruyó los privilegios, llegó a ser la fuerza que frente a los poderes nacionales de los privilegiados y los poderes de los grandes privilegios extranjeros, pudo izar la bandera en lo alto del mástil, soberana y libre, símbolo de un país que se gobierna a sí mismo; símbolo de un pueblo que no conocerá más de la humillación, símbolo de un pueblo donde habrá de imperar para siempre la justicia, símbolo de un pueblo que se ha llenado de gloria y de prestigio en el mundo, ¡símbolo de un pueblo que se ha convertido en el pueblo revolucionario y la antorcha encendida de los pueblos de América Latina! 
Y ese símbolo no lo podrán arriar otra vez de su mástil, ese símbolo no lo podrán arrastrar otra vez por el suelo, ese símbolo no volverá a ser jamás el símbolo de un pueblo que tenga que vivir de rodillas.
Luego, ¿qué importa el número de los que vengan?, ¿qué importa el apoyo que tengan los que vengan? Nuestro pueblo permanecerá inalterable cuando vengan, ni siquiera abandonará nadie su trabajo, al contrario; lo primero es mantener a toda costa el trabajo, la producción y el funcionamiento normal del país. Hay que advertir al pueblo sobre algo, y es sobre el peligro de que todo el mundo quiere empuñar un fusil, sobre el peligro de que todo el mundo se desespere por tomar las armas, de que los ciudadanos abandonen sus tareas, y es preciso que advirtamos contra ese peligro, que en ese momento nadie debe desesperarse ni entorpecer el trabajo de los compañeros responsables, de los oficiales o de los funcionarios, pidiéndoles armas, porque así no se resiste la agresión.
Lo primero es mantener a toda costa todo funcionando: las escuelas, las fábricas, la vida del país, sin apurarse nadie, no es posible que todos salgan con un fusil a combatir al enemigo.  Para combatir al enemigo puede bastar con una parte solamente, y a nosotros nos toca la tarea de ir llamando a los hombres y a las mujeres que hagan falta.
Por eso, el primer deber, ante una agresión, es mantener la ecuanimidad, no impacientarse, no desesperarse, sino esperar, disciplinadamente, a que se les llame, para ir llamando a los que vayan siendo necesarios; porque no podemos ser víctimas de nuestro propio entusiasmo, no podemos ser víctimas de nuestra propia exaltación patriótica, sino recordar estas palabras, seguir realizando las tareas normales, en cualquier circunstancia; y esperar tranquilos, con una seguridad completa, que los enemigos que vengan ¡los destruiremos! 
Y vamos a imprimirles más impulso todavía a las tareas de organización, y más dinamismo todavía a las tareas de organización; además, aun bajo la lucha, aun bajo las balas, la organización de batallón tras batallón no se detendrá.  Nosotros tenemos los cuadros para que la instrucción y la organización no se detengan, bajo ninguna circunstancia, ni aminore el ritmo acelerado que ya tiene hoy, en que los batallones comienzan a salir en serie, porque ya hemos construido los moldes.
En cualquier circunstancia, sean los que sean que ataquen, en eso no se cumple más que una ley inexorable de la historia, una ley invariable de todas las revoluciones: el ataque de la reacción, de la reacción internacional, la lucha que caracteriza a todas las revoluciones y que ha sido una ley de la historia del mundo. Vienen sobre nosotros, como ha ido siempre la reacción contra los pueblos revolucionarios; pero también hay otra ley inexorable de la historia: los pueblos revolucionarios, es decir, las revoluciones, ¡no han sido jamás vencidas en la historia del mundo!, por la fuerza que dimanan, por la solidaridad que despiertan en los demás pueblos.  Vamos a ver, ¡¿qué pasa en América cuando nos ataquen, directa o indirectamente?!; vamos a ver, ¿cuál es la reacción de los pueblos de América cuando sepan que en la patria cubana el pueblo heroico y revolucionario de Cuba está combatiendo de nuevo, no solo hoy, por su libertad y su futuro, sino está combatiendo por todos los pueblos hermanos del continente?! 
¡¿Y vamos a ver, vamos a ver cuál es la reacción cuando sepan del heroísmo de nuestro pueblo; cuando sepan la feroz resistencia que van a encontrar los enemigos que nos ataquen; cuando sepan que no hay un solo hombre que abandone su puesto, cuando sepan que no hay una sola compañía, de soldados o de milicianos, que abandona su posición?!; ¡cuando sepan que cada cubano sabe morir en su puesto, y cuando muere en su puesto sabe también matar a muchos de los que intenten atacar y avasallar a la patria! ; cuando sepan la entereza con que los hijos de esta tierra defienden esta tierra, cuando sepan la firmeza con que los abanderados de la justicia defienden su causa, cuando sepan el honor con que los libertadores de Cuba y de los pueblos oprimidos... —porque con nuestro ejemplo, con nuestra victoria, solo con nuestro ejemplo, ¡destruimos!; solo con nuestra victoria aquí, ¡destruimos!; y somos por eso, con nuestro ejemplo, los abanderados de todos los pueblos colonizados, explotados, saqueados y oprimidos del mundo—; cuando sepan el honor con que defendemos esa bandera, con que defenderemos, desde el primero hasta el último, porque nosotros sí que ¡de retirada no sabemos!, ¡nosotros sí que no queremos por sepultura otra tierra que no sea nuestra tierra!
Sean quienes sean los que ataquen, ¡qué importa! Nuestra ecuanimidad y nuestra calma, que nacen de la seguridad de nuestra victoria, que nacen de la convicción de nuestro destino, no nos abandonarán un solo segundo. Aquí se puede repetir hoy lo que dijo el Titán de Bronce: “¡Quien intente apoderarse de Cuba, recogerá el polvo de su suelo anegado en sangre...!” Porque nosotros no tenemos otra consigna que: ¡Patria o muerte!; y solo albergamos una seguridad, ¡que nuestro pueblo vencerá!
FIDEL CASTRO RUZ

Fuente: http://www.cuba.cu/gobierno/discurso

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