DISCURSO EN LAS CORTES DE CÁDIZ SOBRE LA IGUAL REPRESENTACIÓN EN LAS CORTES PARA LAS COLONIAS Y LA PENÍNSULA
“Patria es una hermanable reunión de hombres libres, en donde quiera que ellos estén”
José Mejía Lequerica [1]
[1 de febrero de 1811]
Señor:
Se trata de la existencia de Vuestra Merced, de la validez de sus derechos y del juicio, que no sólo la posteridad, sino la generación presente, va a formar de Vuestra Merced Voy a decir a Vuestra Merced lo que quizá no le será muy agradable; más lo diré con decoro. Yo soy inviolable; y cuando no lo fuera, diría lo mismo. Sé que en todas las naciones han tenido los grandes congresos grandes debates. Soy representante del Nuevo Reino de Granada, y sólo deseo que Vuestra Merced, sea lo que debe ser.
Sin desmentir los nobles sentimientos y verdaderos principios, ¿se podrá decir que hombres iguales no tengan iguales derechos? Sé que los americanos depositan su confianza en Vuestra Merced, y de cuya justicia sólo el dudar sería un insulto. Que sea éste el momento en que deba igualarse la América con la Europa, esta es la cuestión. Yo bien veo que hay aquí representantes de América, pero, ¿Cuántos señor? (Se suscitó algún murmullo, y un señor diputado dijo: No se trata de eso).
Sé de lo que se trata, señor.
Dos días a la semana tiene concedidos Vuestra Merced para tratarse de América; y yo digo que ya éstos de mono para la existencia de Vuestra Merced los tiene perdidos; y no sólo dos días, sino semanas y meses perderá Vuestra Merced siempre que se entablen proposiciones de América. Perderemos unos momentos tan preciosos en que podíamos salvar la Nación. Los Roba Vuestra Merced a ésta, sí señor, los roba; pues jamás se decidirán las proposiciones de los americanos. No señor, no se decidirán. Los clamores de la América, o son desoídos, o son retardados. Las Juntas Provinciales los remitieron a la Central, la Central, a la Regencia, a Vuestra Merced no existirá, Vuestra Merced no puede existir como está sin grandes perjuicios del Estado. Lo que se ha de decir algún día ¿por qué no se ha de decir ahora? Mientras más se retarde la decisión, más crecerán los males que con ella cesarían. No es posible que Vuestra Merced deje de dar lo justo; lo que ya dio. ¿Por qué negamos, pues, consecuencias necesarias de principios infalibles? ¿Por qué dejamos para mañana lo que se puede hacer hoy? Exige la política y la justicia de Vuestra Merced que hoy decida la igual representación de América.
Señor, los males extraordinarios sacrificios. Fije Vuestra Merced la vista en aquellas provincias más grandes de toda la Península; ellas han dicho solamente que, en tratándolas conforme a los principios de justicia, se tranquilizarán; es decir, rigiendo la unión igual, se acabó toda desigualdad. Empezaron las conmociones en La Paz, volaron a Quito, resonaron en Caracas y Buenos Aires, se han afirmado en Santa Fe, y ya despedazan a Nueva España. ¡Cuánto me temo por el Perú! Aquella mina secreta que empezó a reventar por Chile, quizá, señor, irá sordamente cubriendo, y algún día, apague Vuestra Merced ese fuego con el rocío de la justicia. Es constante que Vuestra Merced tiene muchos enemigos, y que le rodean en todas partes. Estos mismos que aprovecharán de las moratorias de Vuestra Merced en cumplir los deseos de los americanos, para decirles: ¡Mirad cómo os trata la metrópoli! si ahora flaca y afamada os desconoce, ¿qué hará mañana si se robustece y vuelve poderosa? ¿Qué esperaréis de los triunfantes europeos, cuándo hoy que os necesitan, os injurian con tal clamorosa desigualdad? Sí, señor, así hablarán los minadores de la subordinación; lo digo con dolor, pero es cierto. Es, pues, necesario que Vuestra Merced aproveche estos momentos preciosos, ¿Qué importará el que apele Vuestra Merced a las armas? ¿Qué ha podido Napoleón por medio de ellas con el pueblo español? Nada señor hasta aquí y quizá nunca jamás, pues lo mismo y aun menos podrá Vuestra Merced con la América, si la América no quiere ser, menos podrá Vuestra Merced. - Media un inmenso océano: ¿Y quién saltárase lago?
¿Qué males traerá a la España el que tenga la América más representantes? ¿A quién se perjudica con esto? "Vendrán muchos americanos a España"; bueno, excelente. Ojalá se transplantasen recíprocamente. Sí, señor, eso dicta la buena política.
Mas: "Si son muchos, harán preponderar las deliberaciones del Congreso en su favor, y acaso dirán de nulidad de lo obrado". Pero, señor, ¿son tan niños los americanos que no puedan rebatir y aun retrucar este argumento, diciendo: ¿pues cómo podremos cuarenta prevalecer contra doscientos? Y si los españoles en su propia casa recelan de los americanos: ¿cuánto no debemos recelar de ellos los forasteros? Pero este argumento sólo lo hacen los que juzgan por su corazón. La desconfianza, señor, nos pierde; ¡ah! esa desconfianza que nos hace tan maliciosos, multiplica el número de nuestros enemigos y destruye el de los amigos.
"Ya se les dio representación", dicen otros, ¿pero qué representación? De la necesidad se hizo virtud; eso prueba la ilustración de España.
Pero, considerar a las Américas como colonias que no existen para sí, si no sólo para la metrópoli, como lo vocea un periódico, y esto después que se han prestado a tantos y tales sacrificios y entre las luces del siglo XIX. ¡Ah! ¡esto prueba el arraigo de la ignorancia y del despotismo! Si las Américas continúan en sus ideas de descontento, la España será víctima de la hidra europea.
No será destrozada la América por manos de sus propios hijos; será, sí, invadida de mil castas de seductores extranjeros, y puede que sea menos infeliz con ellos. Señor, donde no hay libertad no hay hombre, y la América es considerada esclava en el día. ¿Pues qué debemos esperar de aquellos dominios?
Finalmente dicen algunos: "A qué mortificarnos con solicitudes de declaración de derechos, cuando apenas tenemos patria? Dejadlas para la Constitución". Pero si patria es una hermanable reunión de hombres libres, en donde quiera que ellos estén, aunque sea en el aire, como tengan sus leyes, religión y gobierno, ya tienen patria. ¿Y falta terreno en América? ¿O se pretende mantenerla esclava? Si no han venido las Cortes para echar el sello de la libertad, ¿Para qué se han juntado?
JOSÉ MEJÍA LEQUERICA
[1] José Mejía Lequerica (1777-1813), nació en Quito, Ecuador. Autodidacta con conocimientos filosóficos, históricos, jurídicos y políticos que incursionó en el periodismo revolucionario y en la cátedra universitaria. Poseedor de varios grados universitarios e importantes investigaciones botánicas y diputado en las cortes de Cádiz. En 1803 contrajo matrimonio con Manuela Santa Cruz y Espejo, hermana del precursor americano. Se destacó como un gran político liberal y americanista e insigne orador, conociéndosele en el Congreso con los nombres del «Mirabeau americano» y como el «rival del divino Argüelles». Su vida y su obra son conocidas precisamente por su relevante actuación como diputado en esas Cortes, donde es recordado como un gran orador. Al margen de esto, la actividad científica de Mejía Lequerica representa el inicio y el desarrollo de la botánica científica ecuatoriana, al ser considerado como el primer observador riguroso de la flora de este país que aplicó en su estudio teorías y métodos científicos modernos.
Colocado en España por las circunstancias sociales y políticas, peleó en las filas españolas contra José Bonaparte. Como diputado en las Cortes de Cádiz defendió la libertad de expresión y la igualdad de representación de América y España; se pronunció contra la monarquía y sus poderes omnímodos; denunció los asesinatos cometidos en Quito; luchó por la supresión del vasallaje y de los señoríos; consiguió poner término a los tributos y repartimientos; la derogatoria de los diezmos y primicias; la cesación de los privilegios económicos para los conventos; obtuvo que se permitiera a los negros ingresar a las órdenes religiosas y obtener títulos académicos. En su célebre discurso en defensa de los indios atacó a la inquisición con pruebas irrefutables consiguiendo que no fuera restaurado este nefasto tribunal y sus criminales prácticas de torturas y penas infamantes. Además, defendió el derecho de las colonias a un trato igual con la metrópoli en el comercio y en la aplicación de las Leyes de Indias y sostuvo que el poder del Rey emanaba del pueblo y que debía ser para el pueblo. Es célebre su frase: “desaparezcan de una vez esas odiosas expresiones de: pueblo bajo, plebe y canalla. Este pueblo bajo, esta plebe, esta canalla es la que libertará a España, si se liberta...”, en relación a la dominación francesa contra la cual luchó. Argumentó la necesidad de que la religión esté separada del Estado y de que cada quien profese el credo que a bien tuviere, y no por obligación de la iglesia. La educación debía desterrar el terror y la imposición para dar paso al desarrollo cabal de las mejores capacidades del educando.
En la sesión del 1 de febrero de 1811, cuyo discurso publicamos, intervino en relación con la propuesta de los diputados americanos sobre la igualdad de derechos de representación en las Cortes. Pidió que éstas tuvieran en el futuro, cuando se proclamase la Constitución, idéntica paridad entre los diputados de Europa y América y se posicionó a favor de que se trasladasen a Cádiz los representantes ultramarinos desde sus respectivos países donde fueron elegidos, a pesar de las dudas y temores que presentaba la situación política para que se pudiera reunir el Congreso.
Como periodista trabajó en la redacción en dos periódicos: LA ABEJA ESPAÑOLA, y en LA TRIPLE ALIANZA mediante comentarios y editoriales de avanzada y revolucionarios.
“Patria es una hermanable reunión de hombres libres, en donde quiera que ellos estén”
José Mejía Lequerica [1]
[1 de febrero de 1811]
Señor:
Se trata de la existencia de Vuestra Merced, de la validez de sus derechos y del juicio, que no sólo la posteridad, sino la generación presente, va a formar de Vuestra Merced Voy a decir a Vuestra Merced lo que quizá no le será muy agradable; más lo diré con decoro. Yo soy inviolable; y cuando no lo fuera, diría lo mismo. Sé que en todas las naciones han tenido los grandes congresos grandes debates. Soy representante del Nuevo Reino de Granada, y sólo deseo que Vuestra Merced, sea lo que debe ser.
Sin desmentir los nobles sentimientos y verdaderos principios, ¿se podrá decir que hombres iguales no tengan iguales derechos? Sé que los americanos depositan su confianza en Vuestra Merced, y de cuya justicia sólo el dudar sería un insulto. Que sea éste el momento en que deba igualarse la América con la Europa, esta es la cuestión. Yo bien veo que hay aquí representantes de América, pero, ¿Cuántos señor? (Se suscitó algún murmullo, y un señor diputado dijo: No se trata de eso).
Sé de lo que se trata, señor.
Dos días a la semana tiene concedidos Vuestra Merced para tratarse de América; y yo digo que ya éstos de mono para la existencia de Vuestra Merced los tiene perdidos; y no sólo dos días, sino semanas y meses perderá Vuestra Merced siempre que se entablen proposiciones de América. Perderemos unos momentos tan preciosos en que podíamos salvar la Nación. Los Roba Vuestra Merced a ésta, sí señor, los roba; pues jamás se decidirán las proposiciones de los americanos. No señor, no se decidirán. Los clamores de la América, o son desoídos, o son retardados. Las Juntas Provinciales los remitieron a la Central, la Central, a la Regencia, a Vuestra Merced no existirá, Vuestra Merced no puede existir como está sin grandes perjuicios del Estado. Lo que se ha de decir algún día ¿por qué no se ha de decir ahora? Mientras más se retarde la decisión, más crecerán los males que con ella cesarían. No es posible que Vuestra Merced deje de dar lo justo; lo que ya dio. ¿Por qué negamos, pues, consecuencias necesarias de principios infalibles? ¿Por qué dejamos para mañana lo que se puede hacer hoy? Exige la política y la justicia de Vuestra Merced que hoy decida la igual representación de América.
Señor, los males extraordinarios sacrificios. Fije Vuestra Merced la vista en aquellas provincias más grandes de toda la Península; ellas han dicho solamente que, en tratándolas conforme a los principios de justicia, se tranquilizarán; es decir, rigiendo la unión igual, se acabó toda desigualdad. Empezaron las conmociones en La Paz, volaron a Quito, resonaron en Caracas y Buenos Aires, se han afirmado en Santa Fe, y ya despedazan a Nueva España. ¡Cuánto me temo por el Perú! Aquella mina secreta que empezó a reventar por Chile, quizá, señor, irá sordamente cubriendo, y algún día, apague Vuestra Merced ese fuego con el rocío de la justicia. Es constante que Vuestra Merced tiene muchos enemigos, y que le rodean en todas partes. Estos mismos que aprovecharán de las moratorias de Vuestra Merced en cumplir los deseos de los americanos, para decirles: ¡Mirad cómo os trata la metrópoli! si ahora flaca y afamada os desconoce, ¿qué hará mañana si se robustece y vuelve poderosa? ¿Qué esperaréis de los triunfantes europeos, cuándo hoy que os necesitan, os injurian con tal clamorosa desigualdad? Sí, señor, así hablarán los minadores de la subordinación; lo digo con dolor, pero es cierto. Es, pues, necesario que Vuestra Merced aproveche estos momentos preciosos, ¿Qué importará el que apele Vuestra Merced a las armas? ¿Qué ha podido Napoleón por medio de ellas con el pueblo español? Nada señor hasta aquí y quizá nunca jamás, pues lo mismo y aun menos podrá Vuestra Merced con la América, si la América no quiere ser, menos podrá Vuestra Merced. - Media un inmenso océano: ¿Y quién saltárase lago?
¿Qué males traerá a la España el que tenga la América más representantes? ¿A quién se perjudica con esto? "Vendrán muchos americanos a España"; bueno, excelente. Ojalá se transplantasen recíprocamente. Sí, señor, eso dicta la buena política.
Mas: "Si son muchos, harán preponderar las deliberaciones del Congreso en su favor, y acaso dirán de nulidad de lo obrado". Pero, señor, ¿son tan niños los americanos que no puedan rebatir y aun retrucar este argumento, diciendo: ¿pues cómo podremos cuarenta prevalecer contra doscientos? Y si los españoles en su propia casa recelan de los americanos: ¿cuánto no debemos recelar de ellos los forasteros? Pero este argumento sólo lo hacen los que juzgan por su corazón. La desconfianza, señor, nos pierde; ¡ah! esa desconfianza que nos hace tan maliciosos, multiplica el número de nuestros enemigos y destruye el de los amigos.
"Ya se les dio representación", dicen otros, ¿pero qué representación? De la necesidad se hizo virtud; eso prueba la ilustración de España.
Pero, considerar a las Américas como colonias que no existen para sí, si no sólo para la metrópoli, como lo vocea un periódico, y esto después que se han prestado a tantos y tales sacrificios y entre las luces del siglo XIX. ¡Ah! ¡esto prueba el arraigo de la ignorancia y del despotismo! Si las Américas continúan en sus ideas de descontento, la España será víctima de la hidra europea.
No será destrozada la América por manos de sus propios hijos; será, sí, invadida de mil castas de seductores extranjeros, y puede que sea menos infeliz con ellos. Señor, donde no hay libertad no hay hombre, y la América es considerada esclava en el día. ¿Pues qué debemos esperar de aquellos dominios?
Finalmente dicen algunos: "A qué mortificarnos con solicitudes de declaración de derechos, cuando apenas tenemos patria? Dejadlas para la Constitución". Pero si patria es una hermanable reunión de hombres libres, en donde quiera que ellos estén, aunque sea en el aire, como tengan sus leyes, religión y gobierno, ya tienen patria. ¿Y falta terreno en América? ¿O se pretende mantenerla esclava? Si no han venido las Cortes para echar el sello de la libertad, ¿Para qué se han juntado?
JOSÉ MEJÍA LEQUERICA
[1] José Mejía Lequerica (1777-1813), nació en Quito, Ecuador. Autodidacta con conocimientos filosóficos, históricos, jurídicos y políticos que incursionó en el periodismo revolucionario y en la cátedra universitaria. Poseedor de varios grados universitarios e importantes investigaciones botánicas y diputado en las cortes de Cádiz. En 1803 contrajo matrimonio con Manuela Santa Cruz y Espejo, hermana del precursor americano. Se destacó como un gran político liberal y americanista e insigne orador, conociéndosele en el Congreso con los nombres del «Mirabeau americano» y como el «rival del divino Argüelles». Su vida y su obra son conocidas precisamente por su relevante actuación como diputado en esas Cortes, donde es recordado como un gran orador. Al margen de esto, la actividad científica de Mejía Lequerica representa el inicio y el desarrollo de la botánica científica ecuatoriana, al ser considerado como el primer observador riguroso de la flora de este país que aplicó en su estudio teorías y métodos científicos modernos.
Colocado en España por las circunstancias sociales y políticas, peleó en las filas españolas contra José Bonaparte. Como diputado en las Cortes de Cádiz defendió la libertad de expresión y la igualdad de representación de América y España; se pronunció contra la monarquía y sus poderes omnímodos; denunció los asesinatos cometidos en Quito; luchó por la supresión del vasallaje y de los señoríos; consiguió poner término a los tributos y repartimientos; la derogatoria de los diezmos y primicias; la cesación de los privilegios económicos para los conventos; obtuvo que se permitiera a los negros ingresar a las órdenes religiosas y obtener títulos académicos. En su célebre discurso en defensa de los indios atacó a la inquisición con pruebas irrefutables consiguiendo que no fuera restaurado este nefasto tribunal y sus criminales prácticas de torturas y penas infamantes. Además, defendió el derecho de las colonias a un trato igual con la metrópoli en el comercio y en la aplicación de las Leyes de Indias y sostuvo que el poder del Rey emanaba del pueblo y que debía ser para el pueblo. Es célebre su frase: “desaparezcan de una vez esas odiosas expresiones de: pueblo bajo, plebe y canalla. Este pueblo bajo, esta plebe, esta canalla es la que libertará a España, si se liberta...”, en relación a la dominación francesa contra la cual luchó. Argumentó la necesidad de que la religión esté separada del Estado y de que cada quien profese el credo que a bien tuviere, y no por obligación de la iglesia. La educación debía desterrar el terror y la imposición para dar paso al desarrollo cabal de las mejores capacidades del educando.
En la sesión del 1 de febrero de 1811, cuyo discurso publicamos, intervino en relación con la propuesta de los diputados americanos sobre la igualdad de derechos de representación en las Cortes. Pidió que éstas tuvieran en el futuro, cuando se proclamase la Constitución, idéntica paridad entre los diputados de Europa y América y se posicionó a favor de que se trasladasen a Cádiz los representantes ultramarinos desde sus respectivos países donde fueron elegidos, a pesar de las dudas y temores que presentaba la situación política para que se pudiera reunir el Congreso.
Como periodista trabajó en la redacción en dos periódicos: LA ABEJA ESPAÑOLA, y en LA TRIPLE ALIANZA mediante comentarios y editoriales de avanzada y revolucionarios.
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