enero 21, 2011

Discurso de Emilio Castelar ante el jurado de imprenta, en defensa del diario "La Soberanía Nacional" (1854)

DISCURSO ANTE EL JURADO DE IMPRENTA, EN DEFENSA DEL PERIODICO «LA SOBERANIA NACIONAL», ACUSADO POR UN ARTÍCULO QUE REFERIA A LOS SUCESOS QUE TUVIERON LUGAR CON OCASIÓN DE LA LEY DE MILICIA NACIONAL [1]
Emilio Castelar [2]
[1854]

Señores Jurados:
Cuando después de la gloriosa revolución de julio, nueva aurora de nuestras patrias libertades, que parecían borradas para siempre de los esplendorosos horizontes españoles por el aliento de ridículos tiranos, el Jurado se alzó en brazos del pueblo, mi voz fue la primera que resonara en este sagrado recinto, .proclamando que si la libertad es la salvación de las naciones, el Jurado es la salvación de la libertad. Y ahora mi pobre palabra no es bastante a deciros cuanta gratitud guarda mí pecho, ni mi débil inteligencia a significaros cuantos recuerdos de esta veneranda institución encierra mi memoria; pues pone asombro en el ánimo contemplaros ahí, protegidos por las alas del ángel de la justicia, llenos de misericordia, destinadas, a velar por la libertad, a sostener al pueblo en la espinosa carrera del progreso, a sacar el pensamiento puro e incólume de sus eternas luchas, reuniendo de esta suerte en vuestra frente todo cuanto hay de grande en la sociedad, todo cuanto hay de sublime en la naturaleza, todo cuanto hay de divino en el espíritu. (Aplausos.)
Señores jurados: Mi posición es particular y embarazosa, porque necesito sobreponerme, con sobrehumano esfuerzo, al tormentoso océano de las pasiones, para mirar frente a frente el sol de la justicia; porque necesito olvidar los agravios inferidos a un periódico cuyo mayor crimen consiste en defender con fe y con lealtad la causa del pueblo, que es eterna; la causa de la revolución que triunfó en julio; y que en premio de sus servicios se ha visto abrumado por la inmensa pesadumbre de una autoridad recelosa, perseguido por la sombra de un fiscal receloso también, y obligado muchas veces a ocultar en el fondo de su conciencia el pensamiento; señores, el pensamiento, que es la presencia de lo infinito en la humana mente. (Aplausos)
El señor Presidente: Orden, señores, orden; de lo contrario mandaré despejar.
El señor Castelar: Señores: Ya que el fiscal ha representado la pasión, yo representaré la justicia; ya que se ha permitido injuriosos epítetos yo me presentaré sereno como la razón. Si atendiera a los consejos de mi conciencia, sellaría mis labios, pues no, necesito defender al periódico; el señor fiscal lo ha defendido con sus declaraciones.
Señores: Bajo cuatro aspectos puede estimarse culpable el periódico. 1° Por haber referido un hecho. 2° Por haber apreciado ese hecho. 3° Por haber controvertido, con cierto calor, una ley. 4.- Por haber calificado más o menos duramente al gobierno.
Si pruebo que el hecho es cierto y el derecho legal; si pruebo que la ley estaba entregada al oratorio público, y por tanto no tenía fuerza de ley; y que el gobierno, según las teorías constitucionales, es responsable de sus actos ante la opinión pública, desoiréis las declamaciones del fiscal, y declarareis inocente a mi defendido, dando así nueva muestra de respeto al derecho, de amor a la justicia.-
Señores: Cuando el fiscal me demuestre lo imposible, cuando afirme que lo acaecido no ha sido (tesis cuya solución honrara la inteligencia del mismo Santo Tomás), doblaré mi frente ante la justicia de la causa que mantiene, y aplaudiré al Tribunal por la sentencia que demanda. Pero si el hecho referido es cierto, ¡en que pueblo, por oprimido que se halle, se ha visto condenar la historia? ¿Qué gobierno, por déspota que sea, ha condenado la historia? Recordaré tiempos apartados de nuestros tiempos, que son tiempos de oprobiosa memoria.
Hubo un día que el Capitolio pesaba con inmensa pesadumbre sobre la humanidad. Los Emperadores tenían por corona las sombras del error; por cetro la guadaña de la muerte: su trono estaba formado de montones de cadáveres; su púrpura teñida de sangre: con una mano empuñaban la dorada copa del placer, y con la otra las duras cadenas del despotismo; su vida era la orgía; su contento el crimen; apartados de los hombres, dormían en brazos del vicio, y despertaban en brazos del remordimiento; y tales monstruos, vergüenza de la humanidad, oprobio de la tierra, corrompieron con su aliento al mundo, envenenaron con sus ideas la conciencia, y en medio de aquel océano de universal podredumbre, Dios; que jamás olvida al hombre, hizo brotar un genio justiciero, que con el pensamiento puesto en la eterna razón y la conciencia en la eterna moral, legó al juicio de los siglos, a la maldición de las generaciones sus crímenes; y los Emperadores le amaron y le temieron, y honráronse un día con unir a sus nombres de reyes el esclarecido nombre de Tácito (Aplausos), y lo que jamás viera Roma esclava, ¿lo verá por ventura España libre?
Pero el fiscal se guarece tras el escudo de la ley, y exclama: «Serán, considerados subversivos los artículos que refieran hechos, encaminados a turbar la tranquilidad pública.» A primera vista, el argumento es incontestable; pero si el delito consiste en haber referido hechos, ¿por qué no han sido denunciados todos los periódicos de Madrid, que refirieron esos mismos acontecimientos'? Esto prueba que el propósito del fiscal no ha sido denunciar la relación del hecho. ¿Cuál ha sido? Denunciar las apreciaciones del hecho.
Os probaré, sin que pueda caberos linaje alguno de duda, que si condenáis las apreciaciones del hecho, condenáis a la Asamblea, y condenáis al gobierno. Esto, a primera vista, parece paradoja. Sin embargo es exactísimo. En el artículo se pide que el gobierno modifique su proyecto, y el gobierno lo modifica; se pide que la Asamblea no apruebe el proyecto, tal como el gobierno lo había presentado, y la Asamblea no aprobó el proyecto, tal como el gobierno lo había presentado. Luego las apreciaciones del artículo, además de estar selladas con el sello de la justicia, están selladas con el sello de la ley. ¿Será osado el fiscal a desconocer
La fuerza de estos raciocinios? Si el fiscal los desconoce, el Jurado hará justicia. Para que se vea que no entrar en mi ánimo adulterar los hechos, compararé el proyecto propuesto por el gobierno con la ley votada por la Asamblea. El gobierno quitaba a la milicia todo derecho; la Asamblea remite a la ley de organización de la Milicia declarar los derechos que le corresponden. El gobierno admitió esta modificación. Luego el artículo que os apercibís a condenar, ha estado acorde con el gobierno, acorde con la Asamblea. Condenadlo en buen hora, pues condenáis con él a los altos poderes del estado.
Quiero apurar el argumento: convengo por un instante en que las anteriores suposiciones son falsas. ¿No puede la prensa criticar, como le plazca, leyes no votadas por las Cortes, no admitidas por la corona? Entonces ¿qué le resta a la prensa?
La prensa, soldado de Dios, que pelea por la luz; tribuno puesto al frente del gobierno, para que el derecho no sea esclavo de la autoridad: augur destinado a conjurar las tormentas: la prensa, incesante clamor que se escapa de las entrañas de la sociedad; inmensa catarata, que descompone en los matices del iris las nobles aspiraciones de los pueblos, es, por su naturaleza y su origen, la lucha en la región de las ideas, y la paz en la región de los hechos; la guerra en la conciencia , y la tranquilidad en el espacio; pues la razón y la historia, de consuno dicen, que cuando, se apaga la dulce luz del pensamiento se enciende la voraz hoguera de la revolución. (Aplausos)
De modo, que la prensa tiene, no ya el derecho, sino el deber de relatar todos aquellos acontecimientos que puedan interesar a la opinión pública, y además tiene el deber de comentarlos con arreglo a los principios que estime justos y legítimos.
Señores: ¿Quién no ve que tras estas denuncias pueden venir amagos de persecuciones contra las ideas democráticas? ¿Y creéis que tanta injusticia me extrañaría? No. La verdad fue siempre perseguida en el mundo. Un día se levantó un hombre a revelar a la humanidad verdades de la conciencia, y aquel hombre encontró la muerte, ese día abandonó Dios los brazos de la eternidad para revelar a la tierra verdades del cielo, y Dios encontró su cadalso; anduvieron los tiempos, y en el fondo de oscura noche, sacudió sus alas un genio destinado a revelar verdades de la naturaleza, y aquel genio encontró un calabozo; y si Sócrates, que era la verdad filosófica, bebió la cicuta; si Jesucristo, que era la verdad religiosa, murió en la cruz; si Galileo, que era la verdad científica, arrastró largos duelo en impía prisión, ¿qué mucho que la democracia se haya visto siempre perseguida, si es el conjunto y la aplicación de todas las verdades que nos han revelado la naturaleza, la conciencia y el eterno?
Si; sus persecuciones no tienen número, ni sus desgracias medidas; los tiranos la persiguen, porque es el rayo que ha de apagar el fuero de su soberbia; los hombres ofuscados con los viejos principios la temen, porque no alcanzan a ver que luce sobre la humanidad, como lucía la luz del cielo, en el primer instante de la creación, sobre las borradas formas de la naturaleza; los seres bien hallados con la injusticia la amenazan, porque saben que ha de acabar con la explotación del hombre por el hombre; los fuertes la odian, porque entienden que ha de sustituir al derecho de la fuerza, la fuerza del derecho, y la han ametrallado en las calles de París, y la han herido al pie del Capitolio, y la han ahogados en los risueños mares de Venecia, y la han enterrado en los sagrados bosques de Germania; pero siempre viva, siempre fecunda, se burla de sus persecuciones, y sigue la carrera a lo infinito, y no se detendrá ni un punto hasta que logre devolver a pueblo su imprescriptible soberanía y el blasón de su derecho. (Aplausos)
Vosotros, señores jurados, vosotros que sois la justicia del pueblo, la conciencia del pueblo, no consentiréis, no, que se ahogue en flor esa idea, única esperanza de la patria.
Volviendo al señor fiscal, extráñame sobremanera que haya dicho que el artículo denunciado era digno de este u otro periódico, cuando, para el señor fiscal, como representante de la ley, todos los periódicos deben ser igualmente respetables; y, también me maravilla que haya dicho, que nosotros renegamos del Duque de la Victoria. Nosotros hemos dicho constantemente al Duque de la Victoria; «Sabes vencer, pero no sabes aprovecharte de la victoria.» Y no se crea que hablo al decir esto de pasiones bastardas; me refiero solo a la felicidad de los pueblos.
Volvamos al artículo. El señor fiscal ha leído cuanto a su intento convenía, y ha callado cuanto podía perjudicar a su intento. No es cierto que el artículo declare absolutamente que el gobierno apelaba al terror. Eso no es exacto. El artículo habla, refiriéndose a noticias y rumores. De esto a una afirmación absoluta, media un abismo.
Tampoco es exacto que el artículo declare que el gobierno es tiránico. Aquí hay una oración condicional. Todos cuantos alcanzan algo del habla castellana saben que en las oraciones condicionales, mientras la condición no se cumpla, la segunda parte de la oración no tiene ni puede tener sentido alguno, verdad de ningún linaje. Si el gobierno, dice, desoye la opinión pública, entrará en la senda de los gobiernos tiránicos.
Ahora bien; todos los terribles epítetos que ha leído en son de amenaza el fiscal, no se refieren como el relativo indica, al ministerio; se refieren a los gobiernos tiránicos. El fiscal combate fantasmas.
Todo aquello que no es racional, no es real. Y en efecto, señores, parad mientes en la absurda contradicción que implicaría acceder a la demanda del fiscal. Esos hechos, por cuya historia se pretende castigar al periódico, han sucedido impedientemente de su voluntad. ¿Qué sumarias han producido esos acontecimientos? ¿a cuántas sentencias han dado ocasión? ¿Qué jueces se han visto precisados a blandir la espada del castigo? ¿Habrá acaso muchos infelices llorando sus extravíos en las cárceles? No ha habido ni una sumaria; no han ocasionado ni una sentencia; no han precisado a la justicia ejercer su terrible ministerio; no se conocen los autores de ese acontecimiento; y ¡se pide para su historiador seis años de dura prisión en horrible castillo! ¡Que absurdo, señores! ¡Qué enorme absurdo!
En cuanto al lenguaje, mas o menos duro, del periódico, respecto al ministerio, en vano busco Constitución que declare inviolables a los ministros; en vano busco ley que pone los juicios, mas o menos justos, formados por los periódicos, respecto al poder responsable. Luego el fiscal desconoce los principios fundamentales del derecho público, y desestima y olvida el destino que está llamada a cumplir la imprenta libre.
Meditad maduramente, señores jurados, que si condenáis al periódico: ponéis con esa ejemplar sentencia una mordaza a la prensa; y meditad también, que si ponéis una mordaza a la prensa, ponéis una argolla a la libertad. Y entonces ¡ay de la patria!
En cuanto al estilo apasionado del artículo, parad mientes en las circunstancias, y en que se trataba de la Milicia, baluarte de la libertad. Atended un instante a las siguientes consideraciones,
Toda institución es un ser, aunque solo tenga la realidad que da la idea; pues yo de mí se decir, que creo más reales las ideas, aunque solo vivan en la conciencia; que los hechos acaecidos en el tiempo. La Milicia Nacional no es de hoy ni de ayer. La Milicia Nacional cuenta muchos siglos. Nadie puede poner en duda que España es la nación más democrática de Europa, y que la institución mas democrática de España es el municipio, y que la fuerza del municipio fue su milicia. Atended a mi idea. ¿Qué es la Milicia Nacional? El pueblo armado, con está o la otra organización. ¿Y habéis parado, vuestra atención a considerar, los servicios del pueblo armado? En la edad media los ardorosos hijos del Sol, adoradores de Alá, dominaron el África; y atravesando el Estrecho, convirtieron después de haber enrojecido con española sangre las aguas del Guadalete; nuestra patria en templo del profeta,
Las hermosas ciudades en sultanas de sus serrallos, [3] los floridos campos en el mentido edén que les prometía su esperanza, los altos montes en sepulcros de los cristianos; y embriagados con los vapores del festín de la victoria, durmiéronse el arrullo de nuestras auras, a la sombra de nuestros árboles; soñando voluptuosamente desvanecidos por los perfumes de nuestra oriental naturaleza; y el pueblo, nuevo Viriato, [4] empuñó su lanza, y, turbó aquel dulce sueño, llevando a los conquistadores la muerte en la punta de su espada, ahuyentándolos con la sombras solo de sus banderas municipales, y que instando con heroico esfuerzo y con sin par constancia las oprobiosas cadenas de la madre patria (Aplausos).
Díganlo las Navas, que vieron a las milicias de los concejos de Soria, de Medinaceli, de Toledo, de Cuenca y de otros innumerables pueblos, hundió la guerrera lanza en el pecho del árabe enemigo; dígalo Jaén y Córdoba que presenciaron el ardimiento de esas valerosas legiones, cuyo esfuerzo quebrantó las cadenas de oro que las tenían cautivas y sujeto al carro del vencedor; dígalo el ángel de nuestras glorias, que cuenta a los siglos con este pueblo llevó a cabo, auxiliado de su fe, gigantescas empresas, reconquistando el patrio suelo, y como logró coronar con los rayos de oro del arte de sus hazañas en sus romances, siendo a un tiempo mismo, por valeroso, nuevo Aquiles, y por poeta, nuevo Homero (Aplausos)
Y no paran aquí las hazañas del pueblo armado. Convertid los ojos a tiempos cercanos. ¿Qué acordáis de Carlos IV? En aquella Corte, que ponía la rabia de la desesperación en el pecho, las nubes de vergüenza en la frente, mientras los poderosos de la tierra se arrastraban a las plantas del privado, el pueblo abrazó con el justo rayo de su cabeza aquel ídolo de la fortuna y del amor (Aplausos). Esos son los servicios del pueblo armado.
Señores: Y en estos últimos tiempos; ¿qué no ha hecho el pueblo armado en estos últimos tiempos? A principios del siglo se levantó un capitán venturoso, cuya frente resplandecía con la lumbrera del genio, a cuyas plantas depuso la libertad su cetro: emprendedor como Aníbal, atravesó los Alpes, y al eco de su guerrero acento se estremecieron de gozo las cenizas de los Cencinatos y de los Guacos y al reflejo de su altivo mirar, huyeron espantados las legiones de los reyes; aventurero como Alejandro, cruzó las naves y consagró sus glorias al pie de las Pirámides, pidiendo inspiraciones a la cuna de las sociedades modernas, esfuerzo a los héroes envueltos en el ruido sudario de los siglos; esforzado como Cesar, hoyo los sepulcros de los Germanos; y los emperadores y reyes descendientes de Pedro el Grande, de Barbarroja y del Grande Federico de Prusia, gozáronse en ser sus cortesanos, y los pueblos, desde el Rin al Polo, se apercibieron o oprobiosa esclavitud, a triste servidumbre; pero el pueblo castellano, que guardaba en su pecho el fuego sagrado de sus tradiciones, midiese con el coloso, y se sintió mas grande y contestó a sus halagos con el Dos de Mayo y el sitio de Zaragoza (Aplausos).
En la última guerra ¿qué no ha hecho la Milicia Nacional? No hay pueblo que no recuerde el ardimiento de Numancia, ni familia que no llore prendas de su amor perdidas en la sangrienta lucha, ni campo que no sea un cementerio, ni piedra que no haya recogido una gota de sangre, ni pliegue del aire que no haya secado una lágrima, ni flor que no brote de las cenizas de los mártires (Aplausos).
Todos estos recuerdos, sin duda, se levantaban en la memoria del escritor, cuando se presentó aquel proyecto, señores; que produjo honda impresión en el ánimo del pueblo. Yo que no quiero levantar pasiones en mi auditorio, no recordaré aquellas circunstancies. Vosotros las recordareis, para justificar el estilo del artículo.
Señores: Los tribunales populares, sin duda: están, destinados a preparar las grandes reformas que guarda lo porvenir. Con vuestros fallos podéis, en días más venturosos, justificar la verdadera libertad del pensamiento. ¡Ah! sí, señores, el pensamiento, ángel que despliega sus alas de luz en la conciencia, flor cuyo aroma se pierde en lo infinito, no consiente persecución, porque es espiritual; ni está sujeto a la muerte, porque, es divino, ni puede por un instante borrarse; porque es la esencia del alma; ni deja nunca de dar sus legitimas consecuencias, pues lleva encerradas en su seno las Instituciones del porvenir, como la semilla que arrastra el viento encierra el cedro, corana de los montes, a cuyos pies se estrellan los embates de los huracanes y las corrientes de los siglos (Aplauso). Señores jurados: condenar el artículo, es desconocer la institución de la prensa, es olvidar que cuando el pensamiento calla, las revoluciones hablan; es arrojar una sentencia a la frente del gobierno, que modificó la ley de Milicia; a la frente de la Asamblea, que aprobó la modificación; es, por último; olvidar las tradiciones del Jurado y los verdaderos principios constitucionales, que dejan amplia libertad para juzgar los actos de los Ministros; es herir, al pensamiento, y empañar la libertad.
¡Harto ha sufrido ya el periódico! Estos números han sido secuestrados, no han visto apenas la luz pública ¿Y os parece, señores, poco doloroso tal castigo? No, no, vosotros no consentiréis que un desgraciado vaya a sufrir crueles padecimientos a una dura prisión, donde toda idea se apaga, y todo sentimiento se desvanece; y no consintiéndolo, mereceréis bien de la libertad, bien de la patriar.
He dicho.
EMILIO CASTELAR

[1] Este discurso fue pronunciado en defensa de un artículo de La Soberanía, escrito por mi malogrado amigo Sixto Cámara. Como todos los artículos de Sixto Cámara, era aquel elocuente, impetuoso, ardentísimo, una verdadera proclama revolucionaria, escrita en aquel estilo cortado, sentencioso, pintoresco, que se llevaba tras sí el corazón de las muchedumbres. Un proyecto de ley presentado en daño de la Milicia Nacional por el ministerio del general Espartero, cuando comenzaba la reacción de que fue víctima, inspiró el artículo de Sixto Cámara, denunciado por el fiscal y defendido por mí. En ese discurso, como se ve, hay dos propósitos, uno deslumbrar al Jurado, otro mover su corazón al sentimiento, así las imágenes son mas, y mucho mas exageradas, que en otros discursos. Pero conseguí mi objeto; un triunfo para, la democracia,, una absolución para el artículo. Al día siguiente escribía Sixto Cámara lo que sigue sobre mi discurso. Los elogios son exagerados pero prueban la impresión que produce una de esas oraciones dictadas principalmente por la fantasía, sobre todo, momentos después de oírla, al paso que hoy resta muy poco de aquello que pudo atraer con tanta fuerza el corazón de los oyentes.
Copio estas palabras, no por lo que hay en ellas de lisonjero para mi, sino porque son el recuerdo de la amistad, del cariño de un joven que ha sido tan llorado, y cuyos acentos tienen la solemnidad de la muerte.
«Las relaciones de amistad y de compañerismo, decía Cámara, que nos unen a don Emilio nos impiden atribuirle bien merecidos elogios; abonan en nuestra garganta nobles acentos de admiración y generoso entusiasmos. Diremos tan solo que el señor Castelar parecía el mismo espíritu de la elocuencia, revelándose a los hombres por las siete lenguas de fuero. Decía la verdad; invocaba la justicia con un lenguaje superior, inspirado, ibas de admirar su belleza y esplendor con que la idea democrática, descendía de sus labios. Los rayos de su elocuencia iluminaron el espíritu de los jurados y encendieron en todo el auditorio caluroso entusiasmo, que en vano pretendió reprimir la campanilla presidencial. El resultado no podía ser dudoso. El Tribunal del pueblo absolvió por seis votos el artículo denunciado, dando de nuevo al gobierno una lección de justicia, de tolerancia, de liberalismo
[2] El más brillante orador de la España del siglo XIX. Político, periodista y literato, Emilio Castelar y Ripoll (1832-1899) destacó sobre todo como orador parlamentario, llegando a ser uno de los más notables exponentes del discurso político decimonónico español y, como tal, uno de los prohombres españoles que en su época tuvieron una mayor proyección dentro y fuera de nuestras fronteras. Es decir, que participó activamente en la política de España, tomando como su compromiso político fundamental la democratización de la política española. Así, su trayectoria estuvo marcada, a pesar de sus cambios y contradicciones, por la defensa del sufragio universal masculino y de las libertades individuales, en particular la libertad religiosa, de reunión y de expresión. En 1869 fue elegido Diputado a las Cortes por Zaragoza, pronunciando el presente discurso histórico sobre la libertad de cultos. Integró luego como Ministro el gobierno de la I República, ni bien fue proclamada, proyectó su Constitución Federal y posteriormente la presidió en el breve período comprendido entre septiembre de 1873 y enero de 1874.
[3] Un Serrallo (en turco: sarây palacio, a través de la italianización diminutiva "seraglio") es un palacio o bien residencia de un regidor turco…Sobre todo en el siglo XVIII fue un término que despertara exóticas y lujuriosas fantasías de los europeos respecto a la cultura del Imperio otomano, tal y como hiciera Mozart en su ópera El rapto en el Serrallo. También se conoce como serrallo al área residencial de las mujeres y concubinas (odaliscas) en una residencia musulmana o el harén de una palacio musulmán, Fuente: es.wikipedia.
[4] Viriato (¿190/170?-139 a. C.). Héroe hispano de la época de Hispania, disputado por los portugués y españoles, y personaje que se ha constituido como una leyenda, pero que fue un excelente estratega y líder carismático de la península Ibérica que enfrentó a los romanos, demostrando que el valor de unos pocos puede hacer tambalear hasta el más arrogante de los imperios.

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