DISCURSO ANTE EL JURADO DE IMPRENTA EN DEFENSA DEL PERIODICO «EL LEON ESPAÑOL» [1]
Emilio Castelar [2]
[27 de Noviembre de 1855]
Señores Jurados:
Consagrado a la defensa de la verdad democrática, en ninguna ocasión creo haber cumplido tan fielmente mis deberes como en esta ocasión solemne, en que vengo de nuevo a defender la santidad de la inocencia, destello del cielo que inunda de suavísima luz los horizontes del alma, a defender también la inviolabilidad del pensamiento; y de esta suerte, sin mirar en mi defendido un adversario, sino un desgraciado, a cuyo alivio debo dedicar mis sentimientos y mis ideas, deudas contraídas al nacer con la desgracia, me propongo inclinar vuestro ánimo a que le absolváis; contando no solo con el derecho que le asiste y la razón que le abona, sino con vuestro santo amor a la libertad, magistrados del pueblo, de ese pueblo noble y generoso; que tocado en el corazón por Dios y movido a grandes empresas, ha ofrecido mil veces la vida de sus hijos en el sagrado altar del sacrificio, para que la razón despliegue a la luz de eterno día sus alas, y se pierda el la manera del águila en lo infinito , llevando en sus garras el centelleante rayo de las libertades patrias, que alumbra las conciencias, y ciega a los tiranos. (Estrepitosos aplausos.)
El Sr. Presidente: Señores: Aquí se viene a oír y callar; estoy resuelto a no tolerar esas ruidosas demostraciones, que desdicen de este sitio.
El Sr. Castelar: Señores: Voy a hacer depositario al Jurado de las razones que me han movido a tomar sobre mis débiles hombros el peso de esta defensa, porque no es dable despojar tales actos de su carácter político. Señores, cuando en estos últimos días, mal aconsejado el partido hoy dominante por el miedo, que es la mas ruin de las pasiones, intentaba arrancar a la prensa a su ejido, que es la ley, y a su tribunal, que es el pueblo; en el silencio de mi pensamiento, recordaba los esforzados varones que en Cádiz despertaron la patria, dormida en el sombrío sepulcro que le habían levantado tres largos siglos de oprobiosa servidumbre, y encendieron el sacro fuego de la idea, y levantaron la libertad, entre los azulados matices de los cielos y las serenas ondas de los mares, como si quisieran que atestiguase su nacimiento todo cuanto hay de hermoso en la naturaleza; y asombrado veía a sus hijos ser como los apagados restos de las hogueras de la inquisición, como las últimas sombras de la opaca nube de la censura, y tejer coronas de martirio para el pensamiento, y asistir a su largo y tristísimo calvario, cuando veía en mi mente al lado de aquella grandeza esta ignonimia, necesitaba protestar contra tamaño absurdo, y demostrar con la verdad del ejemplo que, si algún día amaneciese en los esplendorosos horizontes patrios la democracia, si nuestras ideas prevalecieran, o habíamos de inscribirlas en el espacio, como están escritas en la conciencia, o habíamos de morir mártires de nuestra fe (Aplausos).
Descendiendo ahora al artículo, objeto de la denuncia, os ruego que os desposeáis de vuestras ideas, y que solo miréis a la justicia. Los jueces está muy cerca del cielo. La justicia es como el sol; no importa que se desencadenen las tempestades; ni que la tierra exhale de su seno negros vapores. El sol, enclavado en el centro de los espacios, sonríe sereno, derramando luz y vida en los coros de los mundos. Acordad pues, que, acaso en las dudosas tinieblas de lo porvenir, se oculta la historia para recoger vuestros nombres, y que en los resplandores del cielo se oculta Dios para juzgar vuestras almas (Bien, bien). Señores, el artículo denunciado dirige severas inculpaciones a los diputados que se ausentaron de Madrid por el temor al cólera. El artículo, por lo tanto, es justo y legítimo. Entiendo por justo el sentimiento que lo dicta. Entiendo por legítimo el carácter que le distingue, y por el cual está dentro de la ley. Si os pruebo estas dos proposiciones, vosotros absolveréis el artículo, dando así nueva muestra de amor a la libertad, de respeto a la justicia.
Empezaré, señores, contestando a las acusaciones del fiscal, por ser esta la parte más débil de mi defensa. El artículo es una perífrasis de otro del ilustrado y dignísimo periódico liberal La Iberia; pero el señor fiscal, en sus conocimientos del habla, tan necesarios para ejercer su ministerio, encuentra, que, perífrasis, es decir lo contrario de aquello que se pretende comentar o explicar. Con solo ligeros conocimientos de cierta lengua sabia, se alcanza fácilmente que perifrasear un escrito es deducir las conclusiones legítimamente en el encerradas, y aclararlo y comentarlo sin apartarse jamás de su principal idea. Así se explican esos largos comentarios hechos a la Biblia, a Santo Tomás, al Dante y que si dijeran lo contrario de lo que en tales libros se encierra, serían o perjudiciales o inútiles. Y el señor fiscal me ofrece ocasión propicia de presentar un argumento que ampliaré mas adelante. Sí estos párrafos denunciados no son otra cosa que un corolario, ¿por qué no se denunciaron también los teoremas?
El señor fiscal pretende que el Jurado de calificación condene, porque el Jurado de acusación acusa. Este es un argumento capcioso, ya muy usado por el señor fiscal. Pedir que este Jurado condene porque el anterior acusó, es tanto como pedir al Jurado de acusación que acuse tan solo porque el fiscal denuncia. Entre aquel y este Jurado no hay ningún punto de continuidad, no hay ningún lazo, ¿Tan atrasado en elementos jurídicos está el señor fiscal, que ignora que no es lo mismo decir: «hay lugar a la formación de causa», que proceder a dictar sentencia? El Jurado anterior, bajo la impresión del instante, encomienda a otro Jurado la sentencia para que oiga con detenimiento y madurez a las partes que intervienen en el proceso. Ahora bien, señores jurados, vosotros que habéis oído al fiscal, después que hayáis oído mi defensa, diréis quien tiene razón.
Pero el señor fiscal me da armas templadas por él, para que yo cumpla mi levantado propósito de salvar la inocencia. Dice el señor fiscal que un periódico moderado ha dicho que dentro de los principios liberales cabe demasiada libertad. Yo, en nombre de esa libertad que ofende a moderados, vengo a pedir la absolución de El León Español. Leamos el artículo: «Nuestros adversarios, dice, se hacen de mil suertes distintas la oposición a sí mismos.» Este es, pues, un artículo de polémica entre dos periódicos. Decidme con la mano puesta sobre el corazón; ¿es digno, es honroso que la justicia arroje su espada en la balanza de las controversias políticas? Pero el señor fiscal sustenta que el artículo está escrito contra las Cortes. El artículo está escrito contra el partido progresista. Cíteme el fiscal los artículos de la ley que hagan inviolable ese partido, y yo dicto la sentencia y pido el castigo. Pero, señores, cerrad vuestros oídos a lo que pide el fiscal. Cuando en una sociedad la justicia baja de su trono y empuña su espada centellante como la del serafín del paraíso para perderse entre los partidos y batirse por ellos, llorad, si, llorad por esa sociedad, porque esta muerta (Bien, bien).
Os presentaré ejemplos, lejanos ejemplos, que os persuadan a creer en esta incontrovertible verdad. Grecia, divina artista, coronada por los matices de resplandeciente cielo, besada por las ondas de serenos mares; llevando en una mano la lira de oro del poeta ornada con las palmas de Platea Salamina, y en la otra el fuego de la ciencia encendido por el aliento de Sócrates y Platón, mereció de Dios señalados favores; y la inspiración cruzo, como blanca paloma, por sus horizontes, cobijándola bajo sus nacaradas alas; y el Oriente, cuando la muerte se cernía sobre sus despedazados imperios, y el silencio sobre las rotas aras de sus derruidos templos, le infundió su alma; y el Occidente, cuando apenas se dibujaba en las nieblas, del tiempo, se despertó a la vida, al eco de sus cantores; y naturaleza rasgó su túnica de flores y le mostró sus tesoros; y la conciencia desvaneció sus nubes y le enseñó sus misterios; y la gloria fue su esclava; y los artistas convirtieron las desnudas tablas en deslumbradores cielos, crearon dioses inmortales, llevando la savia de su alma al duro y frío mármol; y los guerreros le fabricaron un carro triunfal cuyas ruedas pulverizaban las coronas de los reyes, y rompían como frágiles cañas los cetros de los déspotas de Persia, ejes de la tierra: y cuando parecía a tanta gloria estrecho asilo el mundo, pálida luz el sol, cayó en el infortunio, deshojóse su corona de rosas, rompiéronse las cuerdas de su lira, se apagó el fuego de la ciencia; lágrimas de dolor surcaron sus mejillas huyeron sus dioses; tornáronse en polvo sus soberbios templos; un guerrero afortunado la hizo suya y asió sus manos con pesada argolla; pueblos bárbaros, convirtieron las copas de oro, donde libaban sus placeres los Alcibiades y Anacreontes, en herraduras para sus caballos, y llovieron en su frente inmensas desgracias, porque cayó la verdad en manos de los sofistas, y en manos de los partidos cayó también la santa e inviolable justicia (Aplausos).
Si queréis, señores, para mi patria la suerte de Grecia, diosa un día y después mísera esclava; la suerte de Roma, reina del mundo, que venturosa, tenía por diamantes de su corona los astros; por esmeraldas de sus sandalias los mares, y vencida, no halló ni un asilo, ni un sepulcro; la suerte de la Italia de la edad media, musa de las artes, que entregó sus mas ilustres hijos al destierro o al cadalso; si queréis para mi patria una corona de espinas, como la que ciñe la desgraciada Polonia, una eterna cadena, como la que pesa sobre los hombros de Hungría, entregad la justicia, último refugio que a los desgraciados ofrece el mundo, entregadla en manos de los partidos; y en vez de daros refugio os dará muerte.
Pero dice el fiscal que el artículo impugna los dogmas del partido liberal, que esos dogmas son hoy leyes. Voy a probaros que sin estas impugnaciones, no existirían esos dogmas. Impugnándolos, El León Español ha usado de un derecho que nadie puede ni debe disputarle. Estadme atentos. Os, lo ruego. Así como los cuerpos han menester del tiempo y el espacio para manifestarse en la naturaleza, las almas han menester del derecho para manifestarse en la sociedad. El derecho es condición de existencia para el hombre. ¿En qué consiste? Consiste la existencia del derecho en que el individuo pueda convertir las leyes de su naturaleza en leyes de la sociedad. La esencia de nuestro ser es el pensamiento. El alma del pensamiento la libertad. La ley de la libertad la contradicción. Las contradicciones no existen, sin afirmación y negación. Lo mismo sucede en la naturaleza. La vida y la muerte, la luz y las tinieblas, la atracción y la repulsión, son en la naturaleza como la afirmación y negación en el alma. Toda idea es un hecho en la conciencia; todo hecho es una idea en el espacio.
Suprimid por un instante el limite, y no comprendéis lo infinito; cegad el abismo de la muerte y no alcanzáis a entender el secreto de la vida; borrad la repulsión, y el mundo se convierte en inmenso caos; porque, señores, no cabe dudarlo ni un punto, la contradicción es el eterno ritmo de las ideas y de las cosas. ¿Hay en vosotros poder para destruir la naturaleza? ¿Habéis recibido de Dios aliento para derruir los mundos? ¿Podéis; acaso oponeros a la gravedad de los cuerpos? Pues si no tenéis poder para borrar las leyes de la naturaleza, tampoco lo tenéis para borrar las leyes de la conciencia. Si no podéis oponeros a la gravedad de los cuerpos, tampoco podéis oponeros a la libertad de las almas. Si de todas estas leyes resulta el mundo moral, el que pretende torcerlas, es como Satán, causa de mal, origen de incesantes perturbaciones. Ningún pensamiento existe sin su contrario. Yo al menos no lo concibo. Solo en la frente de Dios, el pensamiento no tiene sombras. Pues si no puede existir ningún pensamiento sin su contrario; ved ahí explicado el gran ejemplo que ofrece este tribunal del pueblo, el cual teniendo el instinto de la libertad, intuición divina, que aleja tedas las sombras; absuelve a los periódicos de oposiciones diversas.
«Lo que anhela el gobierno es contener el pensamiento,» dice el fiscal. ¡Contener el pensamiento! Tanto, valdría querer contener el movimiento de la tierra. Señores: el pensamiento recibe en sus inmensos espacios esa catarata de ideas, que cayendo de la mente de Dios, rueda en toda la historia; desciende al seno de la tierra y sorprende los metales en su cuna; armoniza los varios seres esparcidos como restos de un naufragio en las escalas de la creación; flota como blanca nube en las ondulaciones del aire; se aposenta en el alma de Colon, y descubre nuevos mundos escondidos en el azulado nácar de los mares; se cierne, pintada mariposa; sobre los astros; deja tras si el tiempo, y se pierde, como el aroma del incienso en el seno del Eterno (Aplausos).
Si queréis acabar con todo lo existente y lo posible, contened, contened el pensamiento. Por eso la democracia, producto de la sabiduría de los siglos; le deja abandonado a su vuelo. Y por eso he dicho, al principiar mi discurso, que venia aquí a sostener mis principios. El León Español tenía un derecho absoluto; innegable, que debemos reconocer, a fuer de leales a nuestras santas doctrinas. Pero si tiene derecho absoluto ¿no tiene derecho legal? Contestaré a esta pregunta. ¿Cuál es el alma de las instituciones progresistas? La libertad. Y la libertad no es para los vencedores; la libertad es para los vencidos. (Bien, muy bien) Digo mas; la libertad si para los vencidos es segura garantía; para los vencedores, yo os lo fío, es incontrastable freno. De otra suerte, ¿en qué se diferencia de sus contrarios el partido liberal? Examinad las ideas generadoras de los gobiernos. En el gobierno absoluto, la voluntad contraria a la voluntad del rey desaparece o en destierros o en cadalsos: el pensamiento contrario al pensamiento del rey muere, o borrado por las opacas nubes de la censura o consumido por las hogueras de la inquisición. De esta suerte se explica, señores, como el absolutismo trajo consigo la total ruina de la patria. La nacionalidad española, frondoso árbol del cual cortaban lanzas los guerreros, coronas los poetas, perdió ramas, hojas y flores, el pensamiento español, lago celeste, que retrataba la suprema verdad y la eterna belleza como el azulado Mediterráneo retrata en el espejo de sus claras aguas la blanca imagen de la luna y las estrellas, se corrompió, engendrando con sus sombríos y densos vapores la negra noche en que se consumió nuestro espíritu (Aplausos).
Para que la nación renaciera, fue preciso que se acabara la absoluta tutela de sus reyes. Entonces del polvo de los siglos se alzó trasfigurado el ángel de nuestras glorias. Mientras Carlos IV y Fernando VII se arrastraban serviles a los pies de Napoleón, el pueblo contestaba orgulloso a los halagos de Napoleón con el Dos de Mayo y el sitio de Zaragoza (Bien). Mientras los reyes absolutos le adulaban, el pueblo le vencía. Aquellos daban a Napoleón su corona: este, al revés, le hería con mortal herida en la frente. No en vano os decía que cuando el pensamiento se apaga en la conciencia de las naciones, la muerte las hace su presa.
El partido moderado ha practicado lo que pide el fiscal. Daba vuelo al pensamiento para después aprisionarlo en sus redes. Así, vivió en la inmoralidad, y murió al pié de la revolución. Su tiranía fue más terrible y menos gloriosa que la tiranía de los reyes. Pero en los gobiernos libres la voluntad contraria a la voluntad del gobierno se manifiesta en los comicios; el pensamiento contrario al pensamiento del gobierno se manifiesta en la prensa. Si tal no hiciésemos, seriamos tenidos por fariseos de la libertad; ¿Qué seria nuestra libertad? Seria la triste libertad de la India, que encerraba en resplandecientes santuarios a los poderosos sacerdotes y privaba casi de la vida a los maldecidos parias; o la tumultuosa libertad de Grecia, que mientras consentís que los tribunos invadiesen la plaza pública, seguidos de sus cohortes de parciales, para mover a su grado las voluntades y que los filósofos se congregaran en las escuelas rodeados de sus cohortes de discípulos para escudriñar tos secretos del pensamiento, dejaba, cruel, a los esclavos abandonados y solitarios, sin una madre que les consolase, sin un hijo que les sonriese; faltos de esperanzas, desposeídos de todo recuerdo; viendo sucederse como horribles maldiciones sobre su frente días de dolor, y fiando solo su descanso a la guadaña de la muerte; seria la libertad de la edad media, que levantaba castillos para los nobles y no tenia chozas para los plebeyos; que en manos de los señores era la espada de la ley, la vara de la justicia, y en manos de los siervos pesada argolla; seria si alguna de esas libertades que solo ceden, mentidas y engañosas, en provecho de una clase privilegiada; pero no seria la libertad que iluminó con el resplandor de su mirada Jesucristo, y que llevó los mártires a la muerte; cedro del Líbano, cuyas raíces prenden robustas en el centro de la tierra, cuyas ramas, nido de las aves del cielo, se esparcen orgullosas en lo infinito, extendiendo su frondosa copa sobre las almas como los celestes horizontes sobre el mundo; libertad a cuya sombra han de reposar tras su larga peregrinación y rudos combates, los pueblos, llevando la esplendorosa corona de la soberanía en su frente, y en sus manos el incontrastable cetro del derecho (Aplausos).
Y lo que me persuade a creer que se trata de que la libertad española sea una de esas mentidas libertades condenadas por la historia y por la razón, es considerar que en este mismo periódico se contienen dos artículos animados de una misma idea, y el ministerio fiscal aplaude el uno por ser progresista, y condena al otro por ser moderado. Señores: nadie profesará a La Iberia la estimación profunda que yo le profeso. Débole señaladas distinciones, y me glorío de ser amigo de de sus dignísimos escritores. Todos reúnen a un elevado talento un gran amor por la libertad de la patria, cuya causan sirven con entusiasmo. Pues bien, señores, La Iberia dice contra los diputados que faltaron a sus compromisos, no viniendo a Madrid, mucho más que El León Español. No encuentra La Iberia palabras para calificar la conducta de tales diputados: que si las hubiera encontrado, las usara. (Risas) Señores: del primer párrafo de este liberal periódico, se concluye que los diputados fallaron a su conciencia como hombres, y a sus compromisos como legisladores. En el segundo se compara el valor de los legisladores de 1834 con los femeniles y ridículos escrúpulos de los legisladores de 1855. En el último presenta un triste espectáculo. La cuestión social en Cataluña, la bandera de D. Carlos en las montañas, la nación falta de reposo, el espíritu público lleno de tinieblas, todos los derechos lejos de su cauce, todas las corporaciones fuera de su órbita, la revolución herida en polvo, los sectarios de la reacción acechando su presa, las leyes en tela de juicio, el edificio político sin pases donde levantarse; los males arreciando, y el pueblo dolorido, convirtiendo sus ojos a la Asamblea, dicen bien claramente cuan dignos son de justa censura los que así desconocieron la santidad de sus deberes. Y si en el fondo confiesan lo mismo La Iberia y El León Español, ¿por qué tan ruda acusación contra el otro? Ved, señores como siguiendo los consejos del fiscal, haríais de la justicia un arma de partido, y de la libertad un triste privilegio. Pero el señor fiscal me enseña la ley, y dice; «está terminante.» «Serán subversivos los artículos que desacrediten a las Cortes.» ¡Ah! No habían previsto aquellos legisladores el caso en que las Cortes se desacreditaran a sí mismas. Y es muy triste, señores, que haya diputados capaces de faltar a sus deberes, por temor a la muerte, ¡la muerte! que para el cristiano es el principio de la vida (Aplausos). Tended entendido que si hubiera tratado de grandes sacrificios, faltaron gravemente en no sacrificarse. ¿Sabéis lo que es el sacrificio? Para comprender la naturaleza del sacrificio, examinad antes la naturaleza del hombre. El hombre es el epílogo del universo, el microcosmo levantado entre la oscuridad de la tierra y los resplandores del cielo. Por la extensión se confunde con la naturaleza; por el pensamiento se acerca a Dios. Está sujeto al tiempo, y vive en la eternidad. Muévese en los circulos de lo finito, y se pierde en lo infinito. Es el santuario que se encuentran lo creado y lo increado, la materia y el espíritu. A sus pies ruedan las ondas confusas los seres; sobre su frente flotan en luminosos círculos las ideas. Recoge en sus ojos, los rayos del sol, y en su alma el espíritu de Dios: vive aquí, como el astro; vive en la eternidad, como el ángel. Es el instrumento con que Dios perfecciona la creación. Por eso todas las leyes del espíritu y todas las leyes de la naturaleza, hallan su razón de ser en el hombre. Examinad, pues la ley de la muerte. Es un foco de vida. Las generaciones llegan un instante a la tierra, y desaparecen como las olas que besan las playas y se pierden prontamente en los abismos; las obras de arte perecen devoradas por el tiempo, como las flores se agostan a los abrasadores rayos del sol; las instituciones huyen del espacio en alas de eterna revolución, como las arenas huyen del desierto en alas del huracán; las grandes civilizaciones, luz de la historia, se apagan como los astros, temblorosas luciérnagas, prendidas a celeste flor; las naciones se sumergen anegadas por el diluvio de los siglos; y sin embargo, del seno de tantos cadáveres hacinados, del fondo de tantos sepulcros abiertos, de en medio de estos vastos cementerios, se levantan rebosando nueva vida, seres, instituciones y pueblos, que llenan el mundo de la naturaleza, y el mundo de la historia. (Aplausos).
Lo que sucede en la naturaleza con la muerte, sucede en la conciencia con el sacrificio. No encontráis en el mundo moral una gran idea que no haya resplandecido en la hoguera del sacrificio. Todas las religiones han comprendido esta verdad. Y en efecto, los pueblos antiguos no hubieran sido, si sus Leonidas y sus Gracos rehusaran la muerte; la cadena de la ciencia se hubiera roto, si Sócrates apartara sus labios del veneno que le presentaban sus verdugos, porque acaso no se hubieran levantado del fondo de su sepulcro Platón y Aristóteles,
Luminosos destellos de su alma; el pensamiento vagaría hoy entre tinieblas, si los defensores de su libertad no lo hubieran acrisolado en las hogueras; América yacería ignorada en su celeste concha, si Colon no sufriera el martirio de las humillaciones; naturaleza seria un jeroglífico, si temeroso de Roma Galileo, arrojara al fuego la hoja que contenía sus verdades; y la humanidad, presa de su esclavitud, dormiría aun domeñada por los emperadores al pie del capitolio, si Jesucristo no sacrificara su vida en el altar del Calvario (Aplausos).
Pues, si esto es cierto, ¿qué no merecen los hombres que por temor a pequeños y despreciables accidentes de la naturaleza olvidaron así a la patria? ¿Pues qué, los legisladores por su alto destino están sobre la opinión pública? No. El periódico que los ha combatido no ha faltado a su deber; antes lo ha cumplido fielmente. ¿Y osareis vosotros, que sois la conciencia de la sociedad, castigar al que cumple sus deberes? No. Pensad en lo enorme de la falta que han cometido los Diputados, y disculpareis lo duro del lenguaje que ha usado El León Español. Señores: esas Cortes han nacido de uno de los sacrificios más gloriosos que registra nuestra historia contemporánea. Acordaos del triste estado de la nación española, y del heroico remedio que a estos males dio el pueblo. Acordaos de lo que dio de sí en su larga dominación el partido moderado. Todas las nociones de la moral se habían perdido, todas las leyes de la patria andaban revueltas en el lodo; la libertad que conquistaron con sangre nuestros padres, se apartaba de los horizontes; el pensamiento anochecía en espesas tinieblas;
el hogar doméstico, el último refugio de la herida libertad, estaba a merced de los esbirros; la suerte del pueblo en mano de ridículos dictadores; la ignominia era tanta, que mas parecíamos raza de esclavos, que descendientes de héroes; y tan grande nuestra desgracia, que todos los pueblos apartaban doloridos la vista de esta degradación sin ejemplo; y cuando no rayaba en el cielo esperanza que inclinase a presentir días de ventura; los hijos del pueblo, sin otro norte que la justicia, sin otro fin que la salvación de la patria, desasiéndose de los lazos de su familia, pidieron luz a Dios para derrocar a sus eternos enemigos, pelearon como héroes, ofrecieron desnudo pecho al plomo asolador, y no cejaron un punto hasta que resonó en los aires el canto de triunfo de la libertad; ¡y los hombres venidos a interpretar el pensamiento que amanecía entre las tormentas de la revolución, abandonan cobardes el edificio levantado sobre los huesos de los mártires! (Aplausos).
¿Y que se les pedía? No que como el parlamento inglés en el siglo XVII, desafiaran iras de reyes y rebeliones de pueblos; no, que como la inmortal Convención francesa, mostrasen olímpica serenidad, decretando victorias, mientras sus hermanos se rasgaban mutuamente las entrañas en sangrienta lucha, y los ejércitos de los reyes del mundo se congregaban contra la libertad y el derecho; sino que tuviesen el valor de una hermana de la caridad, ángel de paz que cruza por estos sombríos desiertos, y se inclina sobre el lecho del moribundo, y se le ofrece consuelos vivo y oraciones muerto, tiñendo con los celestes resplandores de su pura alma los tormentos de la agonía y la oscuridad de la muerte (Estrepitosos aplausos).
Yo creo, pues, que un artículo encaminado a encarecer la grandeza de los deberes, no puede ser condenado por vosotros, magistrados del pueblo, que no juzgáis con arreglo a leyes transitorias escritas en tenues hojas, sino con arreglo a las eternas nociones de la justicia, resplandor de eterna luz que Dios difunde en el cielo del alma. Pero el señor fiscal, temeroso por estreno, cree que si absolvéis el artículo, peligrará la libertad. ¡Qué idea tan mezquina tiene de la libertad el representante de la ley! La libertad es inmortal. Emanación de Dios, esencia del hombre, vuela eternamente como el tiempo sobre la tierra. La libertad es la savia que ha dado sus flores y sus frutos a todas las civilizaciones. Anegada en el mar de sombras del Oriente, se levantó entre perlas, como el ave se remonta de su abandonado nido en las ondulaciones del aire; perseguida y proscripta del Egipto, irradió luz y vida en la cumbre del Sinaí, retratando en las ardorosas arenas del desierto la tierra de promisión; olvidada de los hombres, cruzó los mares de Grecia y a su canto se despertaron entre las plateadas ondas, islas cubiertas de rosa, divinidades resplandecientes de hermosura; herida en su templo, prosiguió su camino, posándose altanera en la cúspide del capitolio, y con su aliento los romanos conquistaron el mundo y escribieron las eternas tablas del derecho, martirizada en los circos, renació pura y brillante de las cenizas de las hogueras; soterrada bajo la inmensa pesadumbre de los castillos feudales, dominio a sus soberbios enemigos y dio lanzas a los plebeyos, banderas a las ciudades, paz a la tierra; asida de nuevo al carro de los reyes absolutos, rompió sus ligaduras y habló a los hombres con el acento de Mirabeau, y borró los restos de las antiguas sociedades con la espada de Napoleón; siempre, viva, siempre fecunda, eterna savia de la conciencia, de la naturaleza y de la historia; sol, que si sufre eclipses, no consiente ocaso, va desvaneciendo nieblas y creando de nuevo al hombre en toda la plenitud de su ser, para que realice el divino ideal de la democracia, que Dios escribió con caracteres de fuego en los espacios de la humana inteligencia (Estrepitosos aplausos).
Creer que un artículo es bastante a detener el progreso en su triunfal carrera, equivaldría a creer que la blanca nube que cruza un instante por los aires puede turbar y desconcertar las armonías de los mundos. Sosiéguese el señor fiscal. La razón y la libertad, hermanadas como, dos ángeles que Dios envía para velar sobre la humanidad, no verán tronchadas sus alas en las tempestades del mundo. No hay, pues, ni aun recelos de que sea dañosa a la libertad la absolución que os demando en justicia, antes bien será una prueba más de que la libertad no nos ha abandonado. Si consideráis que los partidos y sus dogmas están sujetos al criterio de los individuos; si traéis a las mientes la idea del derecho, si evocáis la legalidad existente; si, oyendo la razón y la justicia, veis que el publicista está obligado a recordar deberes sagrados; si, con ánimo levantado y corazón puro convertís los ojos a la libertad; a sus leyes, a sus contradicciones, no podéis menos de absolver este artículo, dando, como os be dicho, una muestra de consecuencia con los principios que rigen hoy a la sociedad española.
Señores: ¿Necesitaré interesar en pro de mi defendido vuestro corazón? El Sr. Gutiérrez de la Vega, por un sentimiento de justicia y de caballerosidad, que por extremo le honra, ha querido que recayeran sobre él todas las faltas, no buscando un desgraciado editor que le sirviese de escudo. Esto es honrosísimo. ¡Y cuantas desgracias y tribulaciones le cercan! Vosotros podéis arrojar un reflejo de consuelo en la negra noche de su desgracia. Señores: en las tormentas de este mundo, en este triste destierro, no entrevé el corazón otra ventura que derramar el bien, porque a su luz descubrimos las hermosas playas de nuestra patria, que es el cielo. Vosotros, en este tribunal, ¿no oís latir vuestro corazón con mas encanto, cuando habéis tendido una mano generosa a la desgracia? ¿No sentís entonces derramarse por todo vuestro ser un consuelo inefable, como si el mismo espíritu de Dios se difundiera por los espacios del alma? De esta vida que se agita en nuestro seno, solo quedan la virtud, el amor en la tierra, después que nos dormimos en la muerte y volamos a la eternidad.
Además, señores, vosotros tenéis un deber de demostrar a España que sois jueces de todos los ciudadanos. ¿No habéis oído denostar el nombre del Jurado? Contestad a esos denuestos con la santidad de la justicia. El Sr. Gutiérrez de la Vega se abrazó a las aras de este tribunal y de esas aras lo han arrancado; pidió justicia a la libertad, y vio la libertad hundida bajo sus plantas. Os creyeron incapaces de ser justos. Mostrad, pues, hoy cuan grande y generoso es el pueblo. ¡Qué os importan los insultos! Imitad a Jesucristo, eterno ideal de nuestras acciones. Negole un asilo la tierra, hechura de sus manos, y la iluminó con los resplandores de su idea; los sabios le menospreciaron, y rasgó los cielos para mostrarles la verdad eterna en su santuario; los jueces le escupieron al rostro, y llevó sobre sus empedernidas conciencias el rocío de la justicia; los sacerdotes le condenaron por sus blasfemias, y les enseñó la oración que une el alma con Dios, los esclavos se burlaron de sus congojas, y descendió al fondo de sus miserables cabañas a quebrantar sus cadenas: los pueblos le pusieron afrentosa aureola, le alzaron en oprobioso suplicio, y al pasar de esta vida, en el último trance de su dolorosísima agonía, mando a los ángeles tejer coronas de estrellas para ornar las sienes de sus mismos verdugos (Aplausos).
Si, si, no olvidéis que el bien siempre produce flores, y si en todos tiempos es justo derramarlo, hoy más que nunca, señores más que nunca.
¿Sabéis por ventura la suerte que Dios depara a vuestros hijos? No reposamos en paz como nuestros padres, no dormimos a la sombra de una civilización armónica como los venideros; por nuestro mal hemos venido a la vida en tiempos de transición y de lucha; una poderosa civilización se descompone y nace otra civilización; los antiguos templos se arruinan y con sus escombros debemos levantar otros templos; fuerzas contrarias, como huracanes que parten de opuestos polos, se encuentran, y en su combate arrastran consigo infinitas almas, como deshojadas rosas; la voz de los misioneros del mundo que se va y la vos de los apóstoles al mundo que nace, nos llaman a una cruzada; y ningún joven tiene poder para permanecer indiferente, porque la providencia le obliga a empuñar su espada y desplegar su bandera; y si la tierra esta cubierta de volcanes y el aire cargado de tormentas, ¿quién sabe si algún día vuestros hijos pedirán desde el fondo de los calabozos al estridor de las cadenas, al pie de los suplicios, justicia y misericordia, y no hallarán ni misericordia ni justicia? (Estrepitosos aplausos).
Voy a concluir. Quisiera reasumir, pero no puedo. Vosotros me dispensareis. He dejado hablar al corazón y el corazón no tiene memoria (Bien, bien). Señores: yo, que he consagrado las primicias de mi alma al pueblo, os pido la absolución. Señores: yo quiero libertad, y la libertad como el sol debe iluminar todas las frentes, quiero igualdad, y la igualdad como el cielo ha de cobijar todas las almas; quiero fraternidad, y la fraternidad como la virtud nos obliga a extender a todos los hombres nuestros brazos; amo a la democracia, y la democracia es la justicia; y en nombre de todos estos sentimientos que resuenan en vuestros corazones, os ruego que al dictar vuestra sentencia volváis los ojos a la razón, y el Eterno os iluminará, y como siempre sacareis pura la inocencia y salvo el pensamiento.
He dicho
EMILIO CASTELAR
[1] Este discurso alcanzó que el Jurado absolviera por unanimidad el artículo de El León Español. Necesito explicar algunas particularidades para la mejor inteligencia del texto. Yo era por este tiempo secretario del Tribunal de Honor de la prensa, que en aquella ocasión, es que las pasiones andaban fuera de cauce, como sucede en épocas en que se controvierten grandes problemas políticos, evito muchos duelos, y fue celebrado por toda la prensa europea, y especialmente por la alemana. Con este motivo fui amigo de los directores de los periódicos de Madrid, a quienes me unían las relaciones sagradas del agradecimiento, por la consideración inmerecida que me habían siempre guardado. El señor Gutiérrez de la Vega, cuya caballerosidad es conocida de todos los que le tratan, era y es hoy uno de mis mejores amigos. Con motivo de un artículo que escribió sobre cuestiones de Palacio, fue con gran arbitrariedad arrancado al Jurado y puesto a disposición de los tribunales ordinarios. La prensa entera, sin exceptuar los periódicos ministeriales, protestó contra tamaños atentados; faltas en que suelen caer los partidos embriagados por el triunfo. Yo, que me hallaba a la sazón en Zaragoza, escribí al Señor Gutiérrez de la Vega ofreciéndole cuanto era y valía en su defensa. A los pocos días fue denunciado un artículo de El León Español sujetándolo al Jurado. El gobierno, que al entregar a los tribunales ordinarios al Señor Gutiérrez de la Vega se encontraba muy comprometido, tenía empeño en que el Jurado condenara el artículo, para de esta suerte dilatar y justificar la injustificada prisión del escritor moderado. Yo tome a mi cargo la defensa, y fue absuelto por unanimidad. A los pocos días el señor Gutiérrez de la Vega alcanzaba libertad, pues no se atrevió el gobierno a seguir contra el los procedimientos ordinarios. Pasó cien días en la cárcel. El artículo denunciado juzgaba con severidad a las Cortes Constituyentes porque algunos diputados habían huido por causa del cólera. Fuerza es confesar que yo estuve duro con la Asamblea obligado por la ley del a defensa. Nunca se podrá olvidar en aquellas Cortes hubo patriotismo, que abrieron las fuentes de la riqueza pública, que llevaron a cima parte de la revolución económica liberal, que a haber tenido mas conciencia del derecho y del progreso de las ideas, hubieran coronado la libertad de nuestra patria.
[2] El más brillante orador de la España del siglo XIX. Político, periodista y literato, Emilio Castelar y Ripoll (1832-1899) destacó sobre todo como orador parlamentario, llegando a ser uno de los más notables exponentes del discurso político decimonónico español y, como tal, uno de los prohombres españoles que en su época tuvieron una mayor proyección dentro y fuera de nuestras fronteras. Es decir, que participó activamente en la política de España, tomando como su compromiso político fundamental la democratización de la política española. Así, su trayectoria estuvo marcada, a pesar de sus cambios y contradicciones, por la defensa del sufragio universal masculino y de las libertades individuales, en particular la libertad religiosa, de reunión y de expresión. En 1869 fue elegido Diputado a las Cortes por Zaragoza, pronunciando el presente discurso histórico sobre la libertad de cultos. Integró luego como Ministro el gobierno de la I República, ni bien fue proclamada, proyectó su Constitución Federal y posteriormente la presidió en el breve período comprendido entre septiembre de 1873 y enero de 1874.
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