enero 19, 2014

Proclama Sagrada. — Dicha por su ilustre autor, fray Pantaleón García, en la iglesia catedral de Córdoba, el 25 de Mayo de 1814.

EPOCA PRIMERA
La Revolución de Mayo y la Independencia
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Proclama Sagrada. — Dicha por su ilustre autor, fray Pantaleón García, en la iglesia catedral de Córdoba, el 25 de Mayo de 1814.

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 La magnificencia y respeto con que se prepara la victima de apropiación; la decoración del templo; el humo de los inciensos; la imagen de la alegría pintada en el rostro de los que ofrecen sus votos al Dios que reside en Aquel Tabernáculo, todo es expresión que anuncia con voz significante que éste es el cuarto año de la libertad americana y que, como los judíos consagraban el sábado en memoria de la creación del mundo, el primer día de las lunaciones, por la privilegiada providencia con que se gobierna; la Pascua por el éxodo de Egipto; Pentecostés por la ley dada en el monte; la fiesta de las trompetas, por la libertad de Isaac; la expiación por el perdón que dio Dios al pueblo idólatra; los tabernáculos en memoria de que el pueblo había habitado bajo pabellones en la soledad; las colectas por lo que recogía el pueblo para el culto del Señor, así, siguiendo esta ritualidad, que atrajo las bendiciones de Dios sobre su pueblo, se consagra d Dios, el 25 de Mayo que se han abierto en las Américas las puertas del augusto templo de la libertad: erit solemnitas Domini.
No trepidéis ya en responder a vuestros hijos si os preguntan el motivo de esta solemnidad: quit est hoc? Decidles qué es la memoria de aquel día, en que los americanos dejaron de ser colonos, y entraron en el alto rango de las demás naciones y en que comenzamos a ser legisladores de nosotros mismos. Decidles que es la memoria de aquel día en qué por una resurrección de derechos, los premios ya no huyen de la América, y no hay quien estreche sus bizarros talentos, ni quien con mano avara comunique las luces: día en que la superstición, esa tirana de los ingenios que en la Grecia condenó a morir a Sócrates, en Holanda sacrificó al olvido las obras de Descartes y en Inglaterra persiguió a Bacón, desapareció de entre nosotros para siempre. Decidles que es la memoria de aquel día en que las abundancias de la América, lejos de mendigar el azogue de Almadén, el hierro de Vizcaya, cien útiles que compraba a voluntad ajena, enriquecieron a los que se acerquen a ellas. Decidles que es la memoria de aquel día en que el comercio, esa deidad tutelar de los países pacíficos, echó los cimientos a un alcázar a fin de que, lejos de ver ya extraer de sus ricas minas el oro y la plata, con que los de Ultramar sazonaban sus viandas, con los aromas del Asia y vestían las delicadas telas de Coromandel, vería la América acercarse las flotas a sus puertos y comprar a buen precio las pieles, las grosuras, el cacao, la cascarilla, cien producciones que huyen de la memoria. Decidles que es la memoria de aquel día en que el americano puede decirse a sí mismo: Esta tierra que habito la hago fecunda para mí, y veo con satisfacción que mis cenizas reposarán en los mismos pueblos que mis padres vieron formarse las cadenas que los aprisionaban. Decidles que es la memoria de aquel día en que Dios, con mano fuerte, nos sacó de la casa de la servidumbre y rompió la escritura de la esclavitud: in mane forti eduxit nos Dominus de dome seristutis.
Buenos Aires, pueblo heroico; tú eres el noble instrumento de que se ha servido aquella mano que trastorna los imperios, según su voluntad: a su influjo vuelve a existir la América: te aprovechaste del momento de obrar para coger el fruto de trescientos años de paciencia. Los pueblos bendicen vuestras manos bienhechoras, pero tú quieres que se consagre a Dios privativamente este día y que confesemos al pie de los altares que la libertad americana es conforme a los designios de Dios: erit solemnitæ domini. ¿Y cómo así? Porque la causa es legítima y justa, ya se nos mire como hombres, ya como cristianos. Si se nos mira como hombres cristianos, la Religión de quien Dios es autor, no la prohíbe. Dos proposiciones de las que deduciré que no debemos ensordecernos al grito de la razón para sostenerla y que es de obligación arreglarla con la Religión para perpetuarla. Yo imploro el auxilio del Espíritu Santo por mediación de la Santísima Virgen, a quien llamo, invoco y saludo: Ave María.

PUNTO PRIMERO

Yo me remonto hasta el seno del Eterno, a rastrear su voluntad y advierto que su dedo nos señala entre las naciones libres y su brazo se empeña en manifestar que no profana la América los deberes de su rectitud, aspirando a su inmunidad civil.
No esperéis al presente una vara transformada en serpiente, el mar dividiendo sus corrientes, una columna de nube, otros prodigios que Dios obró con los hijos de Jacob para libertarlos de Faraón. Los prodigios, dice San Agustín, son expresiones clamorosas con que Dios manifiesta sus designios; pero también es una voz demasiado elocuente el clamor de la razón que el autor de la naturaleza ha impreso en nuestra especie como una medida viva de la justicia y de la humanidad, añade este padre del siglo IV. Sobre esto sostengo que la libertad civil de la América es conforme a las ideas de Dios: la ley natural la autoriza. Entremos de buena fe en la exposición de esta verdad.
Es necesario confesar que los americanos nacieron independientes, soberanos árbitros y jueces de sus acciones, y usando de esta libertad propia del hombre, se gobernaron muchos siglos, ya bajo el imperio paternal, ya bajo una cabeza que llevaba la voz, ya a la sombra de los soberanos de Méjico y Perú, personajes morales que, uniendo en sus manos y en su espíritu la fuerza y la razón de la parte más pingüe de la América, la pusieron en estado de seguridad; la ilustraron con leyes grabadas al par de las que dictaron Minos en Creta y Licurgo en Esparta; la civilizaron con política tan fina, que sino excede, se nivela con la de Roma y Grecia. Los tronos de Moctezuma y Atahualpa esparcieron en casi todo el continente los resplandores del oro de que se formaban y acreditaron que se sentaban en ellos monarcas dignos de serlo.
¿Pero qué advierto? Estas frondosas vides van a desposarse y son arrojadas por el suelo: evrisa est, in terramqun projecta, y del ameno sitio en que descuellan son llevadas a un lugar sombrío a donde nadie habita: transplantata est in desertunt in terra invia et sitienti. Gentes que vienen de más allá del mar, sostenidas por la razón de los Reyes, ocupan el nuevo mundo. ¿Quiénes son éstos y dónde viven? puedo preguntar, como a otro asunto la Escritura.
Son los Corteses y Pizarros, los Carbajales y Valdivias, los Velásquez y Ojedas... que, enviados de la España, dominan las Américas, acaban con sus reyes y se posesionan a nombre de Fernando.
Esto es de hecho; pero, ¿no me será lícito preguntar sobre qué título se sostienen para hallar el derecho de la natura. ¿Es el derecho de guerra? Esta destructora del género humano puede levantar justamente la cuchilla de defensa propia, para vindicar agravios y recuperar derechos. ¿Y qué injuria había hecho la América a la España?
No puede decir ésta lo que Jejati al rey de los amonitas, que Israel no le había hecho fuerzas que había sufrido extravíos por no pasar por sus tierras.
¿Y cuándo pisaron la América los españoles, no les franquearon sus tesoros? ¿quis títulos, est?
¿Es porque vivían en la infidelidad? Dios da a los infieles el título de reyes, y decir que los que abrazan la fe se autorizan para negar la obediencia a. sus príncipes infieles es exponer la religión a la calumnia con que acusaban los gentiles a los primeros cristianos y refutó sabiamente a Tertuliano. El dominio no se funda en la fe sino en el libre albedrío: quis títulos est? ¿Será porque rehúsan abrazar la fe de Jesucristo?
Ello es que Moctezuma franqueó su pingüe patrimonio para levantar templo al Dios de la verdad que se consagró a la dulce María, y que Atahualpa suplica le conduzca a la presencia del rey de las Españas. Pero quiero que desprecien una ley que no conocen y que se les anuncia sin prudencia.
¿Hay algún derecho entre los príncipes cristianos, para obligar a infieles a recibir la, fe? Respondan los sabios y entre ellos aquel español que se hizo respetar en el concilio de Trento. Dirán que es un derecho soñado: quis títulos est? ¿será la donación pontificia?
¿Este es el apoyo de las leyes? ¿Pero no es que el apóstol ha dicho que nada tenía que hacer con los que están fuera de la Iglesia?
Jesucristo ha limitado el poder de ésta su esposa a, los corderos y ovejas, y entre éstos no se numeran a los infieles. Toda la libertad del sexto de los Alejandros no pudo hacer otra cosa que declarar a los reyes austriacos promovedores de la fe en la América. Ellos la trajeron, agradecemos su celo, y siempre hemos recompensado las expensas invertidas en su apostolado con ochenta millones de libras de oro y plata con que ha contribuido cada año México y Perú por espacio de trescientos años.
¿Y aún se nos acusa de injustos e ingratos? ¿Es culpa sentir con Paulo III que ha declarado solemnemente que los americanos son dueños de sus señorías, de que no debía despojárseles ni habérseles despojado? Pero ello es que la dinastía americana desapareció y sus señores legítimos han sufrido un pupilaje vergonzoso: hacreditas nostra versa est ad alienos.
¿Y la fuerza que ha puesto tortura en la naturaleza, ha sofocado sus derechos? Si así fuera, la España hubiera sido injusta sacudiendo el yugo que la ha agobiado tantas veces bajo el cetro de los cartagineses y romanos, de los godos y suevos, de los vándalos y alanos, de los moros que la dominaron ocho siglos, y del capcioso Napoleón, que ha hollado su trono y sus hogares.
La España hubiera sido ingrata a los cartagineses, que la dotaron con el puerto magnífico de Cartagena y que le enseñaron a trabajar las abundantes minas de que no sabían aprovecharse. Hubiera sido ingrata a los romanos, que le dieron su idioma, que hermosearon su suelo con las ciudades de Zaragoza, Mérida, Badajoz... que la entraron en parte en las altas dignidades del imperio, como lo acreditan Trajano, Teodosio y el cónsul Balbo, que formaron a su sombra a los dos Sénecas, a Mela Sucano y Marcial, Pomponio...; hubiera sido ingrata... contengámonos.
La España no fue injusta en Sacudir la fuerza de sus opresores, ni ingrata a la mano bienhechora. ¿Y sólo el honor, la gratitud de la América ha de cubrirse de nubarrones y vientos porque trata de dar vida a sus derechos? Censores de la libertad americana: no quiero polleros en ortura ejecutando la respuesta. Vuelvo por el honor y justicia de la España, para afianzar en razón la de la América.
El derecho de conquista, dice el sabio obispo de Meauz, no es incontrastable si no adquiere una posesión pacífica o se afianza en un justo convenio. Entonces el derecho de conquista, que empieza por la fuerza, se reduce, por decirlo así, al derecho común y natural por el consentimiento de los pueblos. Ni la España, ni la América se sometieron a sus conquistadores, ni convinieron en su dominación. La fuerza dominó los cuerpos, sin ganar las voluntades. La España sacudió el yugo opresor, recobró sus derechos, se hizo libre. Vosotros no la acuséis de injusta, ni de ingrata, y éste es el juicio que debéis formar de las Américas. Arrastraron cadenas, suprimieron servidumbres, que se cuentan por siglos sin que se apagase el fuego eléctrico que ha encendido la Naturaleza. El sagrado depósito de la historia asegura que ha decidido la fuerza, no la voluntad: que hemos observado con respeto la ley extranjera hasta que nos ha venido a la mano el específico que ha dado vida al derecho de nuestra libertad agonizante en su opresión.
Sí; llegó la época feliz, el 25 de Mayo de 1810, en que se verificó en las Provincias Unidas, lo que Dios había anunciado a su pueblo por Amós. Daré fin a la servidumbre de Israel: plantaron viñas y beberán su vino; formaron huertos y comerán sus frutos: Convertam captivitantem populi mei Israel, plantabront vineas, et bibent vinum carum et facient hortos et comedent frutos corunt. Todo coopera al establecimiento de nuestros derechos. España, oprimida por el infiel, el doloso Napoleón, como un cuerpo aniquilado que ya no se sostiene, sino con candiales, como un navío que se va a pique y cuya sumersión retarda el trabajo de las bombas, no podía ponernos a cubierto de un enemigo ambicioso que inundó de emisarios la América, y en los momentos de su cólera exclama: «Yo la devoraré al modo que las hambrientas fieras ensangrientan sus uñas en la humilde presa».
Los Borbones que, abandonando el territorio español, hallaron su Constitución, y que, concurriendo a, las sacrílegas estipulaciones de Bayona, despreciaron el deber sagrado que contrajeron con los españoles de ambos mundos, cuando con su sangre y sus tesoros los colocaron en el trono, se vieron por lo mismo incapaces de ocuparlo.
La representación nacional, sólo a propósito para vejarnos impunemente, no ha ofrecido sino una ambigüedad política; porque ¿cuál ha sido su carácter? ¿cuál su conducta? Apenas Fernando sucumbe bajo el pesado brazo del emperador de los franceses, todas las juntas provinciales de España sortean nuestra túnica y ejecutan con el reconocimiento de soberanos. Nace la junta que se llama Central en los brazos de la intriga y espira al momento a impulsos de la execración pública, y de sus cenizas se forma un nuevo aborto con el nombre de Agencia.
¡Este gobierno, con qué promesas brillantes no se explica! Pero, ¡qué teorías tan estériles! América: escucha, que te dicen: ya no sois colonia; pero advierte estas órdenes secretas para que no nos permitan salir de la esfera trazada por la elocuencia que dora los hierros preparados en la capciosa carta de emancipación.
Los Cortes se juntan; pero, ¡con qué mezquindad se prestan a los derechos de las Indias! Me acuerdo haber leído en Montesquieu esta sentencia de oro: «Las Indias y la España son dos potencias bajo de un mismo dueño; mas las Indias son el principal y España el accesorio; en vano la política quiere que el principal penda del accesorio; las Indias atraen la España a ellas». No obstante, se excluyen las cartas de la representación nacional, como si éstas no regaran la tierra con su sangre, defendiéndola con sus tribus; amparándola, y por veintiséis millones que tiene la América, se admite un escaso número de diputados.
¿Y cómo? Se nombran representantes contra nuestra voluntad a fin de disponer arbitrariamente de nuestros intereses. Parece que Dios infundio en la España el espíritu de vértigo y de aturdimiento, a fin de facilitar el recobro de nuestra libertad.
Porque, ¿cuántas consecuencias legales no saltan de estos hechos en nuestro favor? La España, bajo el poder del francés, no puede libertarnos de sus garras. ¿Y no es derecho de naturaleza buscar asilo de seguridad y precaverse contra una invasión? Pues esto es lo que ha hecho la América, exigiendo un gobierno capaz de sostenemos. Los Borbones abandonan la España; ¿y no es de razón el no seguir las banderas de unos reyes que entregaron su pueblo al enemigo como un rebaño de esclavos? Es de derecho la emancipación del pupilo cuando la apatía o la disposición del padre o del tutor comprometen su suerte, o exponen su patrimonio a ser presa de un usurpador; es del derecho del esclavo llamarse a libertad cuando el amo lo abandona en sus dolencias, y esto es lo que ha hecho la América.
Es verdad que las Cortes llenaron el orden natural que dicta emancipar al pupilo cuando, saliendo de su minoridad, puede hacer uso de sus fuerzas; pero semejantes a un tutor acostumbrado a vivir con fausto a expensas de su pupilo, mostraron el don y retiraron la mano, y cerrando con violencia la boca a nuestros representantes, han los periódicos imparciales de España dan testimonio de sus procedimientos.
¿Y en estas circunstancias, no estamos autorizados para recibir sus sanciones, oponer la fuerza a la fuerza y usar de nuestro deber? Ello es que un particular, si se ve atacado, puede y debe defenderse; y si no tiene otro arbitrio que servirse de las armas y quitar la vida a su rival, puede hacerlo, y esto es lo que hace la América. El pensador desnudo de preocupaciones, concluirá que la América ha roto los lazos de la esclavitud; que es libre por un derecho legítimo: laqueus contritus est, et nos liberaticunos; que Dios ha venido en nuestro auxilio, y a su nombre se ha establecido la inmunidad civil: adjutorium nostrum in nomine Domini.
Americanos: vuestra causa es legítima; abrazadla, defendedla, promovedla. La Patria os habla: mirad por vuestro suelo; caminad sobre las huellas de los Curcios romanos que se dieron a las llamas por defender su libertad, de los Decios, que de dos en dos se inmolaron por defender sus leyes; mejor es morir, decía el gran Macabeo, que ver perecer nuestro país, y aun entre los paganos era máxima común dulce est pro pátria mori. Trabajad por despertar un derecho que no podéis adormecer sin ultraje de la naturaleza. Jóvenes, tomad las armas aunque os detenga vuestra madre, aunque la madre os muestre los pechos con que os alimentó, abríos nuevos caminos a la gloria por medio de cañones y de metrallas, y a pesar de las trabas del arte y de la naturaleza, forzad los enemigos, sin temor ni de sus fuerzas ni de su desesperación. Sean borrados de nuestros anales los cobardes: ancianos, partid vuestro pan con los guerreros; perezcan para siempre vuestros bienes si no han de saciar el hambre del que pelea en campaña; sabios, dejad correr vuestras plumas, electrizad los espíritus, aun de los jóvenes que travesean en las plazas; ministros del santuario, ejecutad con vuestros votos el poder divino en nuestro auxilio. Damas, sexo bello, llevaos el espíritu de aquellas siracusanas que dieron sus cabellos para hacer las cuerdas con que se arrojaban los instrumentos de la muerte sobre los enemigos de la patria. Españoles, conoced nuestra justicia: la América que os sostiene, os viste, os enriquece, ésta es vuestra patria; y si España ha tenido algún derecho para dominar las Indias, éste está en vuestros hijos como descendientes de los conquistadores: unid vuestro derecho al nuestro: la patria hará con vosotros lo que el emperador Claudio que dio a los galos el privilegio augusto de ciudadanos romanos. Sacrifiquemos todos a Dios este día, en que cumple años una causa que el derecho de la naturaleza autoriza y que la Religión no prohíbe. Ved aquí en lo que resplandece la justicia de la libertad Americana y lo que voy a exponer en el segundo punto. Sufridme: es el día de mi gloria: el día de los patriotas.

PUNTO SEGUNDO

Es necesario tranquilizar la piedad alucinada. La autoridad emana de los pueblos sostenida por la Providencia que deja nuestras acciones a la voluntad libre. La Omnipotencia no toma interés en que el gobierno sea monárquico, autocrático o democrático; que la Religión ni sus ministros, pueden condenar los esfuerzos que hace una nación para ser independiente en el orden político, dependiendo de Dios y sus vicarios en el orden religioso.
El pueblo de Dios gobernado por él mismo. Ved aquí una prueba del derecho de los pueblos. Sujeto por la fuerza a la obediencia de Faraón, se reúne a Moisés, recobra su independencia, sin que Dios increpe su conducta,. Subyugado por Nabuco, envía Dios a Judit para recobrar la libertad. Baja Antioco. Matatías y sus hijos levantan el estandarte, y Dios bendice sus esfuerzos. Aun quebrantada la obediencia con que los ligaba la fuerza, diez tribus depositan la soberanía en el hijo de Nabaht: niegan la obediencia a Robohán, sucesor de Salmón en el cetro y abuso sobre los derechos de Israel, y Dios, lejos de indignarse, manda al Profeta Jeremías contenga un ejército de ciento ochenta mil hombres que trata de invadirle. ¿Y serán de peor condición las Indias después de tres siglos de sufrimientos? ¿No pueden hacer lo que el mismo Dios permitió en otro tiempo a su pueblo sin argüirlo en su favor?
Jamás la silla de San Pedro ha tomado parte contra las naciones que han sacudido el yugo del gobierno que ha vio lado los pactos sociales. Los suizos, los holandeses, los franceses, los americanos del Norte, proclamaron su independencia, sin incurrir en otras censuras, que las que pudo haber fulminado la Iglesia, por los atentados contra el dogma, la disciplina o la piedad, sin que éstas trascendiesen al orden civil. Ligados estaban los suizos con juramento a la Alemania, los holandeses a España, los franceses a Luis XVI, los americanos a Jorge III; pero ni éstos ni los príncipes que protegieron su libertad merecieron la censura de la Iglesia. El abuelo de Fernando, Carlos III, protegió con su sobrino Luis XVI la independencia de la América del Norte, sin temor a la cólera del cielo; ¿y ahora cómo lo tomará la. Religión como óbice a la independencia Americana? ¡Dios justo! ¡Dios piadoso! ¡Hasta cuándo ha de disputar el fanatismo el imperio a la Religión sagrada que enviarte a la sencilla América para su gloria!
¿Y el juramento hecho a Fernando? El Eclesiástico ha dejado escrito: guardad el juramento de fidelidad que habéis prestado al Rey. Bien; ¿y la España no ha jurado a Fernando, y no obstante, ha trastornado su Constitución, ha protestado no admitirlo sino condicionalmente en caso que no se ligue al emperador de los franceses por sangre o amistad? Si vuelve Fernando a España, no obstante el juramento, ¿rió le impondrá la nación la ley y le obligará a gobernarse por la Constitución que ha formado en su ausencia? Ir sólo para la América ha de ser tan estrecho el juramento que la ha de obligar a aclamar a Fernando que ya no es rey, según la Constitución de España, y a recibir las leyes que ésta ha sancionado con quebrantamiento del pacto social?
No dejemos escrúpulos a las conciencias, a los prestigios de la ignorancia. Sabido es que el juramento provisorio es un vínculo accesorio que supone la validez del contrato, que por él se ratifica. Cuando consta de su legitimidad creemos que Dios, invocado por el juramento, no rehúsa ser garante del cumplimiento de nuestras promesas. Pero jamás será Dios testigo de un juramento que quebrante el orden natural y las leyes que él mismo ha establecido. Sería insultar su sabiduría creer que puede presentarse a nuestros votos cuando invocamos su nombre en perjuicio de nuestra libertad, origen de la moralidad de nuestras acciones. Si Fernando nos abandonó, si perdió el derecho de exigir nuestra obediencia a sus representantes a quienes jamás hemos jurado y que han envilecido nuestros derechos, se rompió el contrato, se acabó el juramento.
Hablemos más claro y demos otro argumento no menos convincente y decisivo. Aun cuando fueran incontrastables los derechos del Borbón, bastaría la injusticia, la fuerza y el empeño con que se arrancó su juramento para destruir su validez, desde que llegó a conocerse que era opuesto a nuestros intereses y funesto a nuestra tranquilidad. Tal es la naturaleza del juramento prestado a los conquistadores, o a herederos de éstos mientras tenían oprimidos los pueblos con la fuerza. De otro modo, no hubiera recobrado legítimamente su libertad la España juramentada a los cartagineses, romanos, godos, árabes.
Demos más luz a la razón. La fidelidad no es un derecho abstracto que obliga materialmente en todo evento: es la obligación de cumplir el contrato social que liga las partes con el todo. Su obligación es recíproca: tan deber es de la cabeza ser fiel a sus colonias como de éstas a ella. Debemos guardar respeto, obediencia al Rey y a la Metrópoli; pero éstos deben guardarnos nuestro derecho, promover nuestra felicidad. Porque ¿qué quiere decir Soberano? Este es, dice San Jerónimo, un personaje moral que promueve en justicia los derechos de cada uno y del común. ¿Qué quiere decir Soberano? Es, dice Santo Tomás, un personaje obligado a mirar por el bien común y adelantar sus intereses.
Por eso es que los aragoneses erigieron un célebre magistrado para velar en protección del pueblo y que en la coronación del Rey, le decía el justicia: nos, que valemos cuanto vos, os hacemos nuestro Rey, con tal que guardéis nuestros fueros y promováis nuestros intereses, y de no, no.
Se infiere que en fuerza de los derechos, los pueblos pueden destruir todo pacto o asociación que no llene los fines para que fueron instituidos los gobiernos, y que las Indias no están obligadas a guardar fidelidad a España y el juramento que prestaron a Fernando es forzado, ilusorio, rescindible, nulo.
Es constante que, lejos de tratarnos a lo menos como hijos de un segundo matrimonio, y dejarnos disfrutar de la herencia que nos cabía en parte, se ha servido de nuestro patrimonio para enriquecer a los hijos de la primera esposa, y lejos de promover nuestra felicidad, aún nos ha prohibido incrementar lo que la naturaleza ha puesto en nuestras manos. ¿Miento, señores? ¿No se prohibieron a Nueva España, Tierra Firme, Santa Fe y Cuyo, los plantíos de olivos y viñas? ¿No se ha prohibido trabajar el hierro de que abundan las Américas? ¿No se imposibilitaron las minas de azogue de Huancavelica? ¿No se mandaron cerrar en Buenos Aires las aulas de dibujo y náutica?
¡América, América: en el concepto de tus rivales no has nacido para ser feliz! Siempre serás mirada como el pupilo que ha perdido el padre y como la madre que experimenta los contrastes de la viudez: pópulo facti sumus absque patro: matre nostrae quasi viduae. Americanos, cuyas luces han muerto sepultadas en el silencio del claustro o en el retiro de una oscura fortuna sin recibir el premio de vuestras fatigas: veníos conmigo para poner al cielo por testigo de nuestro oprobio: intuere et respice oprobium nostrum.
La conducta hostil de los gobernantes ha trastornado el orden diplomático y ha puesto la libertad civil en manos de la América. Lo digo: por que si la España, escarmentada de un yugo opresor, ha variado su Constitución, y ha variado el molde en que ha de acomodar al Soberano, ¿por qué no podrá hacerlo la América? Y si la Representación Nacional sigue estas ideas agresivas, ¿por qué no se exige nuestra obediencia y nuestra fidelidad? Es un derecho canonizado el que intima que en las estipulaciones, contratos, convenios aun firmados con juramento, no hay obligación de guardar fe al que la quebranta.
Americanos: somos libres y no podemos decir con los judíos non fit qui redinteret de mano corum. Dios ha allanado el camino y con su auxilio, si éramos hijos, ya somos emancipados. Si éramos esclavos, ya estamos en nuestra tierra y la ley de gentes nos da la libertad. Si arrastrábamos cadenas, la Religión no prohíbe que las rompamos y adquiramos nuestra libertad.
Hablo de la libertad civil. Sean malditos de la patria los que confunden la libertad política con la libertad de conciencia. Los extraños no herirán tan mortalmente la Patria cuanto estos patriotas. Si hubiese alguno entre nosotros, yo le pregunto con San Pablo: que participatio judiciae cum iniquitate. ¿Es acaso más sólido, más placentero nuestro sistema, porque se de a la concupiscencia un ensanche que prohíbe la ley o se aparente no tener religión?
¡Ay, amados ministros! la verdadera libertad, dice San Agustín, sólo se halla donde reina el espíritu de Dios, y creedme que nunca seremos más verdaderamente libres que cuando observemos las leyes del Evangelio y de la Iglesia. Y debo añadir que jamás prosperará nuestra causa si nada establecemos cristianamente. ¿Qué importa que la razón impere? Las armas son las que han de decidir nuestra suerte. ¡Y quién sino Dios, para favorecer al pueblo fiel, derriba muros al son de trompetas, derriba ejércitos irresistibles con la armonía de la música y da una completa victoria deteniendo al sol en su carrera? Sin atraer a Dios en nuestro auxilio por el cumplimiento de su ley, tendremos la misma suerte que José y Azarias vencidos vergonzosamente por Georgias. Atrayendo a Dios en nuestra defensa, se nos vendrán a las manos los trofeos y glorias de los Macabeos. Sin Dios, sin Religión, romperemos las cadenas del cuerpo y doblaremos miserablemente las del espíritu. Con Dios, podréis decir sin que nadie se atreva a desmentiros: «Aunque todas las naciones coaligadas nos hagan la guerra, no temerá mi corazón: Vos, Señor; estáis con nosotros. Si consistant adversum me castra non timebit cor meum, quoniems tu mecum es.
Si, Americanos; si Dios es nuestro apoyo, la Religión nuestro asilo, la ley de justicia nuestro broquel, Entonces, sin ofender la Divinidad, podremos llamar un Dios benéfico al Dios de los ejércitos y los ministros del altar podrán sin temor bendecir vuestras banderas, elevar al cielo sus súplicas en nuestro favor; entonces la América, cual otra Grecia, subyugará todas las fuerzas combinadas. Si sucumbe alguna vez bajo el peso de las armas enemigas, romped el velo que oculta el delito al corazón, santificaos y experimentareis lo que Esparta, que, vencida mil veces, siempre se levantó más temible: la libertad americana será eterna: un feliz instante, la batalla de un día coronará con ventaja las ruinas de muchos años. Dios, que autoriza nuestra causa, por el derecho natural que emana de él y que no la prohíbe por la Religión de que es autor, la perpetrará, la eternizará, la consagrará.
Así lo esperamos, Dios mío, y para ejecutar más vuestra voluntad, os presentamos los justos sentimientos de un Rey Santo implorando tu misericordia a favor de los que nos gobiernan. Sí, Suprema Asamblea, Excmo. y Supremo Director; el Todopoderoso os diga en los momentos de aflicción, y el Dios de Jacob os prodigue en todos los peligros: exaudiat te Dominus in die tribulationis, proteguz te nomen Dei Jacob. Él os envíe desde lo alto del cielo los socorros que imploráis, y desde la Sión celestial tenga abiertos sus ojos para velar día y noche en vuestra defensa: mittad tiée auxilium de Sanct est de Sion tucatur te. Acuérdese el Señor del sacrificio que ofrecéis en este día, y reciba benignamente el holocausto de vuestro religioso corazón: memor sit sacrifitu tuit et holocaustum tum pingue fiat. Así prosperará nuestra causa: seremos felices en esta vida y en la eternidad, y aquí y en el cielo podremos decir llenos de satisfacción: ¡Viva la Religión! ¡Viva la Patria! ¡Viva el Evangelio! ¡Viva la libertad! ¡Vivan los católicos! ¡Vivan los americanos! Amén.
FRAY PANTALEÓN GARCÍA

Fuente: Neptalí Carranza, Oratoria Argentina, T° I, pág. 93 y sgtes., Sesé y Larrañaga, Editores – 1905. Ortografía modernizada.

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